La tradición de San Joaquín y Santa Ana se recoge en muchos de los más importantes apócrifos cristianos, y forman parte del santoral cristiano, celebrándose su festividad el 26 de julio.
La historia es sobradamente conocida: Joaquín y Ana son ya mayores e incapaces de concebir, cosa que hacen gracias a la intervención divina expresada a través del anuncio de un ángel, que ellos agradecen ofreciendo a su hija, María, al servicio del Templo. Una historia, por otro lado, tan similar a la que narra Lucas sobre Zacarías e Isabel, padres de Juan Bautista.
A san Joaquín y Santa Ana se les menciona en al menos, tres apócrifos, a saber el Protoevangelio de Santiago, libro muy temprano, posiblemente de principios del s.II, por lo tanto sólo unos años posterior a Evangelio de Juan; el Libro de la Natividad de Santa María la Virgen y de la infancia del Salvador, también llamado Pseudomateo, que el gran apocrifista Santos Otero data en torno al s. VI; y el Evangelio de la Natividad de Santa María, datado por el mismo autor aún más tarde, en los albores del s IX. Todos ellos pertenecientes al género que se da en llamar “Apócrifos de la infancia”, que son quizás, los apócrifos con una tradición más consolidada, y en consecuencia, los más próximos al acerbo eclesiástico, no sólo católico sino también ortodoxo, y aunque en menor medida, hasta protestante.
Lo primero que llama la atención por lo que a ellos se refiere es la constancia con la que se les denomina, pues en los tres son llamados Joaquín el padre, y Ana la madre. Cosa que no cabe decir, por ejemplo, por lo que a otros personajes allegados a la vida de Jesús se refiere, como por ejemplo, los ladrones que le acompañaron en la cruz, denominados Zoathán y Chámmata, Tito y Dúmaco, o Dimas y Gestas según la fuente consultada.
El Protoevangelio los presenta así:
“Según cuentan las memorias de las doce tribus de Israel, había un hombre muy rico por nombre Joaquín” (Prot. 1, 1). “Y Ana su mujer […]” (Prot. 2, 1).
El Pseudo Mateo, así llamado por ser presentado por su autor como una especie de Evangelio de la Infancia escrito por el mismo evangelista Mateo, plantea la presentación de los personajes de manera muy parecida.
“Por aquellos tiempos, vivía en Jerusalén un hombre llamado Joaquín, perteneciente a la tribu de Judá” (PsMt. 1, 1). “[…] de manera que durante cinco meses no volvió a tener noticias de él Ana, su mujer” (PsMt. 2, 2)
El Libro de la Natividad de María lo presenta de una manera algo diferente: “Su padre se llamaba Joaquín y su madre Ana” (LibNat. 1, 1).
Y aporta a su vez dos datos no poco importantes: “Era [María] nazaretana por parte de su padre, y betlemita por parte de su madre” (LibNat. 1, 1). “La bienaventurada y gloriosa siempre Virgen María descendía de estirpe regia y pertenecía a la familia de David” (LibNat. 1, 1).
Con lo que ya vemos a María igualada en linaje a José, de quien eso mismo dicen los propios evangelistas: “Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y familia de David, para empadronarse con María” (Lc. 2, 4-5).
Y en consecuencia, a Jesús recibir el linaje davídico por ambas ramas, por la paterna y por la materna. Un linaje de importancia muy superior a la que quepa imaginar, y sin el cual, su mensaje mesiánico no habría sido entendido, como con toda claridad vemos afirmar en el Evangelio de Juan a sus compatriotas: “¿No dice la Escritura que el Cristo [el Mesías] vendrá de la descendencia de David y de Belén, el pueblo de donde era David?” (Jn. 7, 42).
Curiosamente, otro libro que contiene no pocas referencias a la Virgen María, y que incluso reconoce como los evangelios y los apócrifos citados su virginidad, da otro nombre diferente a su padre, que no a su madre, a la que ni siquiera cita… Nos estamos refiriendo al Corán, que dice sobre la madre de Jesús: “Dios pone como ejemplo [...] a María, hija de Imrán” (C. 66, 12)
Un Imrán que viene a confundirse con el padre de otra célebre María de las Sagradas Escrituras, cual es la hermana de Moisés (cfr. Ex. 15, 20), cuyo padre se llamaría Amram (cfr. Ex. 6, 20). Lo que no es óbice para que algunos comentaristas musulmanes muy celebrados, Ibn Jaldum en su obra Kitab el Ibar (1406) por ejemplo, conozcan al padre de María por su nombre cristiano, Joaquín.
El culto a san Joaquín y santa Ana es relativamente temprano en la fe del cristianismo. Una iglesia levantada en el barrio de Betzeta, al lado norte del templo, muy probablemente por santa Elena, la madre del emperador Constantino autora de las primeras prospecciones arqueológicas realizadas en Tierra Santa, lo consolidó en tiempos tan tempranos como el s. IV, en el mismo lugar en el que, según la tradición, se hallaba la casa de San Joaquín y Santa Ana y por lo tanto, el lugar en el que nació la Virgen.
La iglesia pasó por diversas vicisitudes, como la de ser convertida en escuela musulmana de la escuela shafií por el conquistador de la ciudad, Saladino, según perpetúa una placa de mármol en la propia iglesia, circunstancia que, indudablemente, contribuyó a su supervivencia; y la de volver al culto cristiano al recuperarla el Emperador Luis Napoleón III, casado con la española Eugenia de Montijo, en compensación a la ayuda que le prestara al sultán en la Guerra de Crimea.
En el curso de unas prospecciones a finales del s. XIX se descubrieron tanto la cripta en la que supuestamente habrían estado enterrados los padres de María, como la piscina probática del milagro del paralítico que relata Jn 5,12-18, razón por la que se llama la Iglesia de la Sagrada Probática y de Santa Ana.
Por lo que hace a la festividad de los padres de María, ésta se celebró antes en las iglesias orientales que en las occidentales. Su fecha ha sufrido constantes cambios hasta aterrizar en el 26 de julio en que se celebra hoy día. Producto probablemente de su origen apócrifo, llegó a estar suprimida del santoral por el Papa León X (1513-1521) hasta que Clemente XII la reinstaura en 1738.
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