Comentario por Mons. Francisco González, S.F.
Unos pocos días más y entraremos en la Semana Santa. Es importante recordar que el verdadero sentido de la Cuaresma está en que es preparación para celebrar la Pascua, para celebrar la Resurrección de Jesucristo, victorioso sobre la muerte, su victoria es nuestra victoria. El día que hizo el Señor, triunfo de la vida sobre la muerte, de la gracia sobre el pecado.
Las lecturas de la liturgia durante estos últimos días de Cuaresma tienen que ver con la vida. En la primera lectura de hoy nos encontramos con el profeta Ezequiel, quien recibe su vocación de profeta en el destierro, donde la gente expresa su desesperación, sus quejas. Ezequiel, en estos cortos versículos interpreta la visión que acaba de comunicar a sus oyentes, la promesa del Señor: la vuelta a la vida. En el destierro (muerte), carecen de todo, pero el Señor, “abrirá sus tumbas” y tendrán vida.
En la segunda lectura, que está tomada de la carta a los Romanos (8,8-11) encontramos la oposición entre carne y espíritu, algo tan propio de la teología de San Pablo (Gal. 5,16-26). Dejarse conducir “por la carne” es vivir en el ambiente de pecado; dejarse “conducir por el Espíritu” es actuar bajo la dirección del Espíritu que hemos recibido en el bautismo y que constantemente nos llama hacia la santidad, pues lo llevamos dentro de nosotros mismos, somos “templos del Espíritu”. Nosotros, la Iglesia, cada uno de nosotros, sin tomar en cuenta el color de la piel, nuestro idioma, o el acento que muchas veces tenemos los extranjeros, cuando hablamos inglés.
En este caminar hacia la Pascua ¿dónde me encuentro? ¿Camino yo hacia un salir de mi tumba a una vida nueva o a continuar en una monotonía insípida?
En el Evangelio nos encontramos con la narración de un hecho extraordinario, la resurrección de Lázaro. En el evangelio del domingo pasado veíamos a Jesús sacando de la ceguera a una persona que era ciega de nacimiento y Jesús se convierte en luz para el ciego y para la creación entera. En la lectura de hoy vemos a Jesús dando vida a un muerto y proclamándose a sí mismo “ser la Resurrección y la Vida”.
Jesús al proclamar esta verdad, no se refiere solamente al futuro, a la Vida Eterna, sino que ya ahora, el que le acepta tiene vida ya.
Leyendo detenidamente este evangelio es importante ver las lágrimas de Jesús que se siente solidario con las hermanas que han perdido a Lázaro, Jesús siente la angustia de los que sufren y de su propia pérdida. Es la solidaridad de la que nos habla nuestro actual Papa o como nos decía el beato Juan Pablo II en su documento “La Iglesia en América”, con los angustiados y desposeídos.
Por nuestra unión con Él, que es la Vida, nos comprometemos con la vida y rechazamos la cultura de la muerte, como nos decía Juan Pablo II. Los cristianos somos gente de vida, queremos potenciarla, nos aliamos con ella, pues al fin y al cabo, la vida viene de Dios.
¿Creemos nosotros que verdaderamente Jesús es la Resurrección y la Vida? Y no son con las palabras como debemos proclamar nuestra fe, es más bien con obras. De hecho podemos decir que van juntas: la proclamación y la vivencia de la fe. Nuestra unión con Cristo-Vida debe extenderse a los hermanos e imitando el ejemplo que Él mismo nos da en este evangelio de hoy, debemos ser vida para los demás, esperanza para los desesperados, gozo para los tristes, acogida para el rechazado, perdón para el enemigo, sonrisa para el triste, etc.
La Palabra-Eucaristía que celebramos semanalmente nos debe confrontar con la vida. La Palabra-Eucaristía nos llama a una comunión, aún en medio de la diversidad que somos y re-presentamos. Esta comunión significa la fraternidad humana, que nos dice que no podemos separar nuestra fe de nuestra vida ordinaria: vivimos en el mundo, pero no somos del mundo sino de Dios. Por la comunión con Jesús en la Palabra y Eucaristía recibimos la vida eterna, Jesús es la fuente íntima de mi ser y actuar.
‘Porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa’.
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