domingo, 27 de abril de 2014

2 DOMINGO DE PASCUA O DE LA MISERICORDIA, Año A, por Mons. Francisco González, S.F.

Hechos 2,42-47
Salmo 117: Dad gracias al Señor porque es bueno, 
porque es eterna su misericordia.
1 Pedro 1,3-9
Juan 20,19-31

Hechos 2,42-47

Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones. Todo el mundo estaba impresionado por los muchos prodigios y signos que los apóstoles hacían en Jerusalén. Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común; vendían posesiones y bienes, y lo repartían entre todos, según la necesidad de cada uno. A diario acudían al templo todos unidos, celebraban la fracción del pan en las casas y comían juntos, alabando a Dios con alegría y de todo corazón; eran bien vistos de todo el pueblo, y día tras día el Señor iba agregando al grupo los que se iban salvando.

Salmo 117: Dad gracias al Señor porque es bueno, 
porque es eterna su misericordia

Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.
Diga la casa de Aarón:
eterna es su misericordia.
Digan los fieles del Señor:
eterna es su misericordia.
R. Dad gracias al Señor porque es bueno, 
porque es eterna su misericordia

Empujaban y empujaban para derribarme,
pero el Señor me ayudó;
el Señor es mi fuerza y mi energía,
él es mi salvación.
Escuchad: hay cantos de victoria
en las tiendas de los justos.
R. Dad gracias al Señor porque es bueno, 
porque es eterna su misericordia

La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.
Éste es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo.
R. Dad gracias al Señor porque es bueno, 
porque es eterna su misericordia

1 Pedro 1,3-9

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo. La fuerza de Dios os custodia en la fe para la salvación que aguarda a manifestarse en el momento final. Alegraos de ello, aunque de momento tengáis que sufrir un poco, en pruebas diversas: así la comprobación de vuestra fe -de más precio que el oro, que, aunque perecedero, lo aquilatan a fuego- llegará a ser alabanza y gloria y honor cuando se manifieste Jesucristo. No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación.

Juan 20,19-31

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
— Paz a vosotros.
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
— Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
— Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
— Hemos visto al Señor.
Pero él les contestó:
— Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomas con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
— Paz a vosotros.
Luego dijo a Tomás:
— Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
Contestó Tomás:
— ¡Señor mío y Dios mío!
Jesús le dijo:
— ¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

— Comentario de Mons. Francisco González, S.F.

Estamos en el segundo domingo de Pascua y hasta el sexto y último de este tiempo pascual, la primera lectura se toma de los Hechos de los Apóstoles. Hoy corresponde al segundo capítulo (2, 42-47). Un pasaje que aunque escrito tantos cientos de años atrás, nos viene como anillo al dedo hoy día precisamente.

Jesús ha resucitado y San Lucas nos describe a ese grupo original de creyentes: viven en comunidad; asisten al Templo, lo que les une al pueblo de la Antigua Alianza. Se reúnen para “la fracción del pan”, la celebración de la Eucaristía, lo que les hace miembros de la Nueva Alianza; tenían todo en común y se repartía de acuerdo a las necesidades de los miembros de la comunidad.

Este estilo de vida, había sido soñado por filósofos y maestros, pero aquí se realiza gracias a las enseñanzas del Maestro, gracias al poder del Espíritu Santo que transformando los corazones de los creyentes, ellos se comprometen con Dios y con el hermano.

Hablando a nivel internacional y local, nos podemos preguntar ¿Dónde está el espíritu comunitario? Incluso por parte de creyentes cuando en este siglo todavía existe el racismo ¿Dónde está el espíritu comunitario de solidaridad?

No es de extrañar que el Santo Padre, el papa Francisco, escribiera al Foro Económico de Davos, haciendo un llamamiento para que pusieran en marcha “decisiones, mecanismos y procesos encaminados a una mejor distribución de la riqueza, la creación de fuentes de empleo y la promoción integral del pobre, que va más allá de una simple mentalidad de asistencia”.

En verdad es intolerable que miles mueran de hambre cada día. Es vergonzoso comprobar que después de tanto hablar de crecimiento lo único que crece es la desigualdad y la injusta distribución de la riqueza. Es triste constatar que la crisis económica se ha convertido en un mecanismo perfecto para aumentar la riqueza de los ricos.

El apóstol Pedro (segunda lectura) nos recuerda que hemos renacido a una nueva vida por la Resurrección de Cristo. El cristiano responde en fe, en esperanza, en constancia y en amor hacia Cristo. La fe, está protegida por Dios, pues sería difícil mantenerla sin Él, especialmente en esos tiempos en que el creyente “tendrá que sufrir varias pruebas”, una de las cuales es en ser verdaderos hermanos, pues hay que poner en práctica en la vida diaria ese “tener una misma fe, un mismo Señor, un mismo bautismo”. Ser “hermanos en la fe”, exige “ser hermanos en el amor”.

Finalmente nos encontramos con el evangelio (Jn. 20, 19-31). La figura de Tomás puede ser la foto de mucha de nuestra gente contemporánea: “Si no lo veo no lo creo”. Él se ha separado de la comunidad, él es independiente, va por sí solo, no tiene el apoyo de los demás y por eso exige “ver” y “tocar”. Sin embargo, ante la presencia del Señor, proclama su fe sin tener que palpar las heridas del Señor, que con esta visita les dá prueba de su resurrección.

La comunidad es esencial para nosotros. La parroquia es un lugar privilegiado para recibir enseñanza, para orar juntos, para celebrar la Eucaristía, para la convivencia fraterna, para la solidaridad con el mundo que, aún en medio del pecado, todavía sigue buscando caminos de paz y oportunidades para la convivencia universal. Ojalá que un día de éstos podamos decir, gritar, que estalló la paz en el mundo entero.

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