Isaías 2,1-5
Salmo 121: Vamos alegres a la casa del Señor
Romanos 13,11-14a
Mateo 24,37-44
Isaías 2, 1-5
Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y de Jerusalén: Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor en la cima de los montes, encumbrado sobre las montañas. Hacia él confluirán los gentiles, caminarán pueblos numerosos. Dirán: «Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob: él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; porque de Sión saldrá la ley, de Jerusalén, la palabra del Señor.» Será el árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra. Casa de Jacob, ven, caminemos a la luz del Señor.
Salmo 121: Vamos alegres a la casa del Señor.
Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén.
R. Vamos alegres a la casa del Señor.
Allá suben las tribus, las tribus del Señor,
según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David.
R. Vamos alegres a la casa del Señor.
Desead la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios.»
R. Vamos alegres a la casa del Señor.
Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: «La paz contigo.»
Por la casa del Señor, nuestro Dios,
te deseo todo bien.
R. Vamos alegres a la casa del Señor.
Romanos 13,11-14a
Hermanos: Daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de despertaros del sueño, porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer. La noche está avanzada, el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz. Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias. Vestíos del Señor Jesucristo.
Mateo 24,37-44
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé. Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán. Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.»
— Comentario de Mons. Francisco González, S.F.
Comenzamos un nuevo año litúrgico. Con este primer domingo de Adviento se da comienzo a ese tiempo de preparación inmediata para la celebración de la Navidad. Sin embargo la lectura evangélica no está centrada en esa primera venida del Señor, sino más bien en la segunda, aunque también es verdad que el Señor siempre está viniendo, siempre está presente en medio de nosotros como Él mismo nos lo anunció y nos lo prometió.
Si quisiera resumir el mensaje del evangelio que hoy nos presenta la sagrada liturgia, es sin duda una actitud de vigilancia. En nuestra vida cotidiana nos encontramos con gente que continuamente nos llama a la vigilancia. El médico nos habla de vigilar nuestra salud, la policía de tránsito el conducir sin distracciones, los directores espirituales nuestra relación con Dios, nuestros padres el cuidar el honor de la familia, los maestros exigen nuestra atención al estudio. Todo es vigilar, vigilar y más vigilar.
La vigilancia, el estar atentos y despiertos al ahora está muy bien descrito en la frase evangélica: “Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor”. Creo que no hemos de perder el tiempo buscando la fecha del fin del mundo, que tantos han querido anunciar con exactitud, y que se han equivocado rotundamente, pues ese conocimiento nadie lo tiene, “ni los ángeles del cielo”, así que a vivir y estar siempre preparados para cuando ello suceda.
Entre los primeros cristianos hubo una cierta preocupación y un tanto de desilusión porque habían pensado que el Señor iba a venir pronto y se dieron cuenta que no era así. Esa esperanza de verlo pronto de nuevo no estaba teniendo lugar.
Tenemos que insistir en esa vigilancia pues hay el peligro de que bajemos la guardia, como se suele decir. Hay el serio peligro de que con ese retraso de acuerdo con nuestro calendario, perdamos el interés y la vigilancia.
¿En qué consiste esa vigilancia? En estar preparados, con lo cual no importa el momento o la circunstancia de su llegada. Llegue cuando llegue, como las vírgenes prudentes del evangelio, tienen suficiente aceite en sus lámparas para iluminar la llegada del novio a la casa de la novia.
Me parece oportuno recordar ese pasaje del evangelio de Mateo, evangelio que iremos leyendo un gran número de domingos este año litúrgico, cuando nos relata cómo el Señor ha estado hambriento, sediento, desnudo, enfermo, encarcelado y recién llegado al país y no nos hemos preocupado de cuidarle, de ofrecerle ayuda. Ahí está la falta de vigilancia, pues hemos sido de esos que aun teniendo ojos no hemos visto la necesidad, y teniendo oídos no hemos escuchado el grito del olvidado, del oprimido, del desahuciado.
Estar despiertos es convertirnos y ser proveedores de esperanza para los que ya la han perdido. El Santo Padre Francisco nos exhortaba a ser signos visibles, claros y radiantes de esperanza para todos. El mismo Santo Padre al hablar de esa segunda venida del Señor nos anima a que “nos preparemos para un encuentro, un hermoso encuentro con ese Cristo”, al mismo tiempo que nos exhorta a que no miremos ese momento final de la historia, ese juicio final con miedo alguno, sino que sea un motivo, una razón para vivir bien el presente pues nos ofrece este tiempo con paciencia y misericordia para que aprendamos a reconocer en Él al pobre y desamparado.
Esta insistencia del evangelio para que no nos durmamos y perseveremos en la vigilancia, no debemos tomarla como una amenaza, sino más bien como una oportunidad que el Señor nos concede, para que ayudados de su gracia y en comunión con nuestros hermanos en la fe, vayamos acercándonos más y más a esa santidad a la que todos hemos sido llamados. Esa sí que será una buena forma de estar vigilantes y despiertos, siempre alertas para participar en el banquete celestial.
Este domingo prendemos la primera vela de la corona de Adviento. Ojalá que según vayan pasando los días, aumente la luz de la justicia, la paz, el entendimiento, el amor y la reconciliación en este mundo y vayan desapareciendo del mismo las tinieblas de la injusticia, la opresión, las guerras, el hambre. Dios quiera que cuando el Niño Jesús (inmigrantes, pobres y enfermos) venga estas Navidades, encuentre posada.
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