Nehemías 8,2-4.5-6.8-10
Salmo 18
1 Corintios 12,12-30
Lucas 1,1-4; 4,14-21
Nehemías 8,2-4.5-6.8-10
En aquellos días, el sacerdote Esdrás, trajo el libro a la asamblea de hombres y mujeres y de todos los que podían comprender. Era mediados del mes séptimo. Leyó el libro, en la plaza de la puerta del agua, desde el amanecer hasta el mediodía, en presencia de hombres, mujeres y a los que tenían uso de razón; y todo el pueblo estaba atento al libro de la ley. Esdras, el sacerdote, estaba de pie sobre un estrado de madera, que habían hecho para el caso. Esdrás abrió el libro a vista de todo el pueblo, pues se hallaba en un puesto elevado, y cuando lo abrió, el pueblo entero se puso de pie. Esdrás pronunció la bendición del Señor Dios grande y el pueblo entero alzando las manos respondió: "Amén", Amén"; se inclinó y se postró rostro a tierra ante el Señor. Los levitas leían el libro de la ley de Dios con claridad y explicando el sentido, de forma que comprendieron la lectura. Nehemías, el Gobernador, Esdras, el sacerdote y letrado, y los levitas que enseñaban al pueblo decían al pueblo entero:
– Hoy es un día consagrado a nuestro Dios: No hagáis duelo no lloréis: (Porque el pueblo entero lloraba al escuchar las palabras de la ley.)
Y añadieron:
– Andad, comed buenas tajadas, bebed vino dulce y enviad porciones a quien no tiene, pues es un día consagrado a nuestro Dios. No estéis tristes, pues el gozo del Señor es vuestra fortaleza.
Salmo 18: Tus palabras, Señor, son espíritu y vida
La Ley del Señor es perfecta
y es descanso del alma;
el precepto del Señor es fiel
e instruye al ignorante.
R. Tus palabras, Señor, son espíritu y vida
Los mandatos del Señor son rectos
y alegran el corazón;
la norma del Señor es límpida
y da luz a los ojos.
R. Tus palabras, Señor, son espíritu y vida
La voluntad del Señor es pura
y eternamente estable;
los mandamientos del Señor son verdaderos
y enteramente justos.
R. Tus palabras, Señor, son espíritu y vida
Que te agraden las palabras de mi boca,
y llegue a tu presencia el meditar de mi corazón
Señor, roca mía, redentor mío.
R. Tus palabras, Señor, son espíritu y vida
1 Corintios 12,12-30
Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, con un solo cuerpo, así también Cristo. Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu. El cuerpo tiene muchos miembros, no uno solo. Si el pie dijera. "No soy mano, luego no formo parte del cuerpo", dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el oído dijera: "No soy ojo, luego no formo parte del cuerpo", ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el cuerpo entero fuera ojo, ¿como oiría? Si el cuerpo entero fuera oído, ¿cómo olería? Pues bien. Dios distribuyó el cuerpo y cada uno de los miembros como él quiso. Si todos fueran un mismo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Los miembros son muchos, es verdad, pero el cuerpo es uno solo. El ojo no puede decir a la mano: "no te necesito"; y la cabeza no puede decir a los pies: "no os necesito". Más aún, los miembros que parecen más débiles son más necesarios. Los que nos parecen despreciables, los apreciamos más. Los menos decentes, los tratamos con más decoro. Porque los miembros más decentes no lo necesitan. Ahora bien, Dios organizó los miembros del cuerpo dando mayor honor a los más necesitados. Así no hay divisiones en el cuerpo, porque todos los miembros por igual se preocupan unos de otros. Cuando un miembro sufre, todos sufren con él; cuando un miembro es honrado, todos le felicitan. Vosotros sois el cuerpo de Cristo y cada uno es un miembro. Y Dios os ha distribuido en la Iglesia: en el primer puesto los apóstoles, en el segundo los profetas, en el tercero los maestros, después vienen los milagros, luego el don de curar, la beneficencia, el gobierno, la diversidad de lenguas, el don de interpretarlas ¿Acaso son todos apóstoles?, ¿o todos son profetas?, ¿o todos maestros?, ¿o hacen todos milagros?, ¿tienen todos don para curar?, ¿hablan todos en lenguas o todos las interpretan?
Lucas 1,1-4; 4,14-21
Ilustre Teófilo, muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han verificado entre nosotros, siguiendo las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la Palabra. Yo también, después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he resuelto escribírtelos por su orden, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido. En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea, con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan. Fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el Libro del Profeta Isaías y desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
– “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor".
Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba, y se sentó.
Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles:
– Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír.
Comentario de Mons. Francisco González, S.F.
Obispo Auxiliar de Washington, D.C.
La primera lectura nos habla de Nehemías, gobernador de Jerusalén, del sacerdote Esdras y de los levitas que durante toda una mañana en la plaza del Templo han estado proclamando y explicando el Libro, o sea la Ley a la cual el pueblo entero ha respondido con un profundo y comprometido: “Amén, Amén”. Este día fue declarado sagrado, pues comienza una nueva alianza.
En la segunda lectura nos presenta un aspecto de la comunidad de Corinto, una ciudad importante, viva, donde se encuentra de todo. La comunidad de creyentes tiene grandes obras y muestra sus virtudes, aunque también sus deficiencias y una, principal, es la división que existe. Pablo nos recuerda la diversidad que debe existir, dentro de la unidad, que no quiere decir uniformidad. Él usa la metáfora del cuerpo, compuesto de tantos miembros, unidos entre sí para la vida saludable del mismo.
Así la Iglesia, donde los miembros todos han sido bautizados en un mismo Espíritu, creador de la unidad. Sí a un cuerpo que aglutina la diversidad de sus miembros, y no a la uniformidad que destruye la variedad de dones, no a la división que destroza la armonía del cuerpo.
Estamos viviendo en la Iglesia momentos extraordinarios y de gran oportunidad. Sí, lo mismo que en Corinto encontramos divisiones, no todos parecen seguir el mismo Espíritu. A veces damos la impresión de que en vez de escucharle y dejarnos guiar por Él, le decimos cómo queremos ser conducidos y hacia donde orientamos nuestra meta u objetivo personal. Nos lamentamos que la Iglesia está sufriendo ataques de unos u otros, de fuera y de dentro. Y aunque todo eso es verdad, creo que nuestra gran preocupación, no es necesariamente lo que la gente dice de la Iglesia, sino lo que Cristo dice de la misma y a la misma.
La lectura evangélica para este tercer domingo del Tiempo Ordinario consta de dos capítulos distintos. La primera parte es el comienzo del evangelio donde Lucas presenta su obra a Teófilo, dándole una explicación de cómo ha conseguido la información, a quienes ha consultado, la forma en la que se ha asegurado de lo que ha recogido, y el orden de la exposición de todo lo averiguado.
La segunda parte, que proviene del capítulo cuarto, es como el discurso programático de su futuro ministerio, algo de gran importancia, según mí entender, ya que estamos envueltos en este esfuerzo extraordinario de la llamada “Nueva Evangelización”.
Evangelio significa “Buena Nueva, Buena Noticia”, y esa cosa Buena es sin lugar a dudas la persona de Cristo. El evangelista nos ha presentado la infancia de Jesús, el ministerio de Juan el Bautista, incluido el Bautismo de Jesús, su genealogía y las tentaciones. Hoy, siguiendo al Maestro, le acompañamos a Galilea, a su pueblo, donde como ha hecho con frecuencia, va a la sinagoga, donde le entregan el rollo del profeta Isaías y elige el pasaje con el que explica lo que será su trayectoria.
Primero de todo anuncia que ha sido elegido, ungido por el Espíritu del Señor, con el propósito de dar la Buena Noticia. Uno cabe preguntarse: ¿A quién le va a dar esa buena noticia? Él mismo señala a cuatro grupos de personas: a los pobres, a los cautivos, a los ciegos y a los oprimidos. Algunos tal vez echen de menos que no diga nada a los del Templo, o a los pecadores, o a los opresores del pueblo.
La Buena Noticia es consolación para los pobres, es libertad para los cautivos y a los oprimidos, es vista a los ciegos. Todos ellos son gente que sufre, y en la mayoría de los casos porque los otros, los poderosos, políticos, líderes de un tipo u otro están muy interesados en su propio beneficio, en su bienestar. Se podría decir que ellos no están interesados en la Buena Noticia de Cristo, ya que el aceptarla exige un cambio, un cambio que nos lleve a trabajar por una humanidad en solidaridad, por una humanidad dedicada a paliar el sufrimiento del ser humano, humanidad que vive en la libertad de los hijos/as de Dios.
Ojalá que la evangelización no sea simplemente o únicamente doctrina, sino fe viva, capaz de mover, de remover las montañas del egoísmo, el gran impedimento para “allanar los caminos del Señor”.
Salmo 18
1 Corintios 12,12-30
Lucas 1,1-4; 4,14-21
Nehemías 8,2-4.5-6.8-10
En aquellos días, el sacerdote Esdrás, trajo el libro a la asamblea de hombres y mujeres y de todos los que podían comprender. Era mediados del mes séptimo. Leyó el libro, en la plaza de la puerta del agua, desde el amanecer hasta el mediodía, en presencia de hombres, mujeres y a los que tenían uso de razón; y todo el pueblo estaba atento al libro de la ley. Esdras, el sacerdote, estaba de pie sobre un estrado de madera, que habían hecho para el caso. Esdrás abrió el libro a vista de todo el pueblo, pues se hallaba en un puesto elevado, y cuando lo abrió, el pueblo entero se puso de pie. Esdrás pronunció la bendición del Señor Dios grande y el pueblo entero alzando las manos respondió: "Amén", Amén"; se inclinó y se postró rostro a tierra ante el Señor. Los levitas leían el libro de la ley de Dios con claridad y explicando el sentido, de forma que comprendieron la lectura. Nehemías, el Gobernador, Esdras, el sacerdote y letrado, y los levitas que enseñaban al pueblo decían al pueblo entero:
– Hoy es un día consagrado a nuestro Dios: No hagáis duelo no lloréis: (Porque el pueblo entero lloraba al escuchar las palabras de la ley.)
Y añadieron:
– Andad, comed buenas tajadas, bebed vino dulce y enviad porciones a quien no tiene, pues es un día consagrado a nuestro Dios. No estéis tristes, pues el gozo del Señor es vuestra fortaleza.
Salmo 18: Tus palabras, Señor, son espíritu y vida
La Ley del Señor es perfecta
y es descanso del alma;
el precepto del Señor es fiel
e instruye al ignorante.
R. Tus palabras, Señor, son espíritu y vida
Los mandatos del Señor son rectos
y alegran el corazón;
la norma del Señor es límpida
y da luz a los ojos.
R. Tus palabras, Señor, son espíritu y vida
La voluntad del Señor es pura
y eternamente estable;
los mandamientos del Señor son verdaderos
y enteramente justos.
R. Tus palabras, Señor, son espíritu y vida
Que te agraden las palabras de mi boca,
y llegue a tu presencia el meditar de mi corazón
Señor, roca mía, redentor mío.
R. Tus palabras, Señor, son espíritu y vida
1 Corintios 12,12-30
Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, con un solo cuerpo, así también Cristo. Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu. El cuerpo tiene muchos miembros, no uno solo. Si el pie dijera. "No soy mano, luego no formo parte del cuerpo", dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el oído dijera: "No soy ojo, luego no formo parte del cuerpo", ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el cuerpo entero fuera ojo, ¿como oiría? Si el cuerpo entero fuera oído, ¿cómo olería? Pues bien. Dios distribuyó el cuerpo y cada uno de los miembros como él quiso. Si todos fueran un mismo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Los miembros son muchos, es verdad, pero el cuerpo es uno solo. El ojo no puede decir a la mano: "no te necesito"; y la cabeza no puede decir a los pies: "no os necesito". Más aún, los miembros que parecen más débiles son más necesarios. Los que nos parecen despreciables, los apreciamos más. Los menos decentes, los tratamos con más decoro. Porque los miembros más decentes no lo necesitan. Ahora bien, Dios organizó los miembros del cuerpo dando mayor honor a los más necesitados. Así no hay divisiones en el cuerpo, porque todos los miembros por igual se preocupan unos de otros. Cuando un miembro sufre, todos sufren con él; cuando un miembro es honrado, todos le felicitan. Vosotros sois el cuerpo de Cristo y cada uno es un miembro. Y Dios os ha distribuido en la Iglesia: en el primer puesto los apóstoles, en el segundo los profetas, en el tercero los maestros, después vienen los milagros, luego el don de curar, la beneficencia, el gobierno, la diversidad de lenguas, el don de interpretarlas ¿Acaso son todos apóstoles?, ¿o todos son profetas?, ¿o todos maestros?, ¿o hacen todos milagros?, ¿tienen todos don para curar?, ¿hablan todos en lenguas o todos las interpretan?
Lucas 1,1-4; 4,14-21
Ilustre Teófilo, muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han verificado entre nosotros, siguiendo las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la Palabra. Yo también, después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he resuelto escribírtelos por su orden, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido. En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea, con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan. Fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el Libro del Profeta Isaías y desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
– “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor".
Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba, y se sentó.
Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles:
– Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír.
Comentario de Mons. Francisco González, S.F.
Obispo Auxiliar de Washington, D.C.
La primera lectura nos habla de Nehemías, gobernador de Jerusalén, del sacerdote Esdras y de los levitas que durante toda una mañana en la plaza del Templo han estado proclamando y explicando el Libro, o sea la Ley a la cual el pueblo entero ha respondido con un profundo y comprometido: “Amén, Amén”. Este día fue declarado sagrado, pues comienza una nueva alianza.
En la segunda lectura nos presenta un aspecto de la comunidad de Corinto, una ciudad importante, viva, donde se encuentra de todo. La comunidad de creyentes tiene grandes obras y muestra sus virtudes, aunque también sus deficiencias y una, principal, es la división que existe. Pablo nos recuerda la diversidad que debe existir, dentro de la unidad, que no quiere decir uniformidad. Él usa la metáfora del cuerpo, compuesto de tantos miembros, unidos entre sí para la vida saludable del mismo.
Así la Iglesia, donde los miembros todos han sido bautizados en un mismo Espíritu, creador de la unidad. Sí a un cuerpo que aglutina la diversidad de sus miembros, y no a la uniformidad que destruye la variedad de dones, no a la división que destroza la armonía del cuerpo.
Estamos viviendo en la Iglesia momentos extraordinarios y de gran oportunidad. Sí, lo mismo que en Corinto encontramos divisiones, no todos parecen seguir el mismo Espíritu. A veces damos la impresión de que en vez de escucharle y dejarnos guiar por Él, le decimos cómo queremos ser conducidos y hacia donde orientamos nuestra meta u objetivo personal. Nos lamentamos que la Iglesia está sufriendo ataques de unos u otros, de fuera y de dentro. Y aunque todo eso es verdad, creo que nuestra gran preocupación, no es necesariamente lo que la gente dice de la Iglesia, sino lo que Cristo dice de la misma y a la misma.
La lectura evangélica para este tercer domingo del Tiempo Ordinario consta de dos capítulos distintos. La primera parte es el comienzo del evangelio donde Lucas presenta su obra a Teófilo, dándole una explicación de cómo ha conseguido la información, a quienes ha consultado, la forma en la que se ha asegurado de lo que ha recogido, y el orden de la exposición de todo lo averiguado.
La segunda parte, que proviene del capítulo cuarto, es como el discurso programático de su futuro ministerio, algo de gran importancia, según mí entender, ya que estamos envueltos en este esfuerzo extraordinario de la llamada “Nueva Evangelización”.
Evangelio significa “Buena Nueva, Buena Noticia”, y esa cosa Buena es sin lugar a dudas la persona de Cristo. El evangelista nos ha presentado la infancia de Jesús, el ministerio de Juan el Bautista, incluido el Bautismo de Jesús, su genealogía y las tentaciones. Hoy, siguiendo al Maestro, le acompañamos a Galilea, a su pueblo, donde como ha hecho con frecuencia, va a la sinagoga, donde le entregan el rollo del profeta Isaías y elige el pasaje con el que explica lo que será su trayectoria.
Primero de todo anuncia que ha sido elegido, ungido por el Espíritu del Señor, con el propósito de dar la Buena Noticia. Uno cabe preguntarse: ¿A quién le va a dar esa buena noticia? Él mismo señala a cuatro grupos de personas: a los pobres, a los cautivos, a los ciegos y a los oprimidos. Algunos tal vez echen de menos que no diga nada a los del Templo, o a los pecadores, o a los opresores del pueblo.
La Buena Noticia es consolación para los pobres, es libertad para los cautivos y a los oprimidos, es vista a los ciegos. Todos ellos son gente que sufre, y en la mayoría de los casos porque los otros, los poderosos, políticos, líderes de un tipo u otro están muy interesados en su propio beneficio, en su bienestar. Se podría decir que ellos no están interesados en la Buena Noticia de Cristo, ya que el aceptarla exige un cambio, un cambio que nos lleve a trabajar por una humanidad en solidaridad, por una humanidad dedicada a paliar el sufrimiento del ser humano, humanidad que vive en la libertad de los hijos/as de Dios.
Ojalá que la evangelización no sea simplemente o únicamente doctrina, sino fe viva, capaz de mover, de remover las montañas del egoísmo, el gran impedimento para “allanar los caminos del Señor”.
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