El sacerdote en la Pastoral Familiar
— ¿Cuál es la tarea del sacerdote en la pastoral familiar?
La tarea de los sacerdotes dentro de la Pastoral Familiar es "una parte esencial del ministerio de la Iglesia hacia el matrimonio y la familia" (Familiaris Consortio, FC 73).
Los sacerdotes no somos hombres sin familia. Nuestro celibato no es una renuncia a la paternidad, ni un desprecio del matrimonio. Los sacerdotes vivimos la paternidad y el matrimonio de una forma diferente porque el sacramento del orden es una consagración de nuestro amor a la Iglesia. Jesucristo es esposo de la Iglesia, por lo que el sacramento del orden nos permite participar de la unión conyugal de Cristo y la Iglesia.
Como sacerdotes nos ha de interesar todo el ámbito de la vida conyugal y familiar. El Papa nos advierte de que nuestra responsabilidad "se extiende no sólo a los problemas morales y litúrgicos sino también a los de carácter personal y social".
No sólo debemos interesarnos en si las familias van a misa o no, si se confiesan o no, si bautizan a sus hijos o no, si están casados o no. Debe interesarnos también:
si se aman,
si se pelean y cómo resuelven sus conflictos,
si se perdonan,
si se respetan,
si se ayudan,
si son cariñosos entre sí,
si tienen trabajo,
si dialogan,
si se divierten juntos, si cultivan la alegría
por el estilo de educación humana y cristiana que están dando a sus hijos qué valores les inculcan,
cómo ejercen la autoridad con ellos.
La exhortación apostólica Familiaris Consortio dice: "Ellos (los sacerdotes) deben sostener a la familia en sus dificultades y sufrimientos, acercándose a sus miembros, ayudándoles a ver su vida a través del Evangelio" (FC 73). Una frase clave en este número es la expresión "ayudarles a ver su vida a través del Evangelio".
Nuestra labor es diferente de la de un trabajador social o de un consejero familiar. Nos corresponde ayudar a que las parejas y sus hijos aprendan a examinar su vida diaria a la luz del mensaje de Jesús, no sólo con la palabra sino también y especialmente con nuestro ejemplo.
Familiaris Consortio n. 73 define la tarea del sacerdote en dos sentidos:
a. "Con el debido discernimiento": se trata de una actitud que nos permite distinguir en nuestras propias vidas lo que nos impulsa a obrar. Esta actitud es la base para poder ayudar a los fieles a realizar su propio discernimiento.
b. "Con un verdadero espíritu apostólico": porque somos "apóstoles", es decir, "enviados" por Alguien. Ese "Alguien" (Jesús) es quien da sentido a nuestra vida y a nuestra misión. Somos enviados a llevar su mensaje y no a enseñar nuestras opiniones personales como sustituto de su verdad y de su evangelio. Como apóstoles debemos una fidelidad sin reservas a la Iglesia de Jesús, encargada de transmitir sin recortes ni adulteraciones la verdad que le ha sido encomendada por Jesús. Así nos lo recuerda el Papa:
"Por lo tanto su enseñanza y sus consejos deben estar siempre en plena consonancia con el magisterio de la Iglesia, de modo que ayude al Pueblo de Dios a formarse un recto sentido de la fe, que ha de aplicarse luego en la vida concreta. Esta fidelidad al magisterio permitirá también a los sacerdotes lograr una perfecta unidad de criterios con el fin de evitar ansiedades de conciencia en los fieles" (FC 73).
Este envío en la Pastoral Familiar no está solo en función de los destinatarios. También los sacerdotes somos destinatarios de las riquezas de naturaleza y de gracia que circulan en el interior de las parejas y de las familias en la medida en que van siendo evangelizadas:
- Muchos sacerdotes hemos redescubierto el valor del celibato a contraluz del amor sencillo y tierno de las parejas.
- Muchos hemos descubierto a través del amor coyugal cómo es el amor que Cristo demuestra a la Iglesia.
- Muchas veces hemos recibido lecciones imborrables de generosidad, de perdón, de entrega y de sacrificio, que superan por completo las teorías que conocemos.
- Muchas las familias y los matrimonios nos sirven de parámetro para equilibrar nuestra afectividad, contra los desbordes, producto en ocasiones de la inmadurez que podemos vivir en los inicios del ministerio, o por situaciones no resueltas en nuestra vida, o por frustraciones o conflictos de los que no estamos exentos.
La Iglesia considera necesario que se tengan en cuenta dos aspectos en nuestra asesoría en la Pastoral Familiar, que son:
– Los conocimientos teóricos, necesarios sobre lo que implica la vida matrimonial y familiar.
– La metodología de trabajo, es decir, el "saber hacer", el "saber actuar".
En este sentido la Familiaris Consortio define así los roles específicos en los que se debe desenvolver el asesor en la pastoral familiar:
"El sacerdote debe comportarse con respecto a las familias como padre, hermano, pastor y maestro, ayudándolos con los recursos de la gracia e iluminándolos con la luz de la verdad" (FC 73).
El Papa considera estos cuatro roles como la base sobre la que debe estar nuestro estilo habitual de trabajo. Estos roles provienen de la naturaleza misma del sacerdocio y de su misión. Participamos de la misión sacerdotal de Jesucristo y nuestra tarea en la Iglesia es hacerlo vivo y presente de esta manera:
– Ser padres: porque hemos de darles vida, vida espiritual, fomentar su unidad y estimular el liderazgo de los mismos dentro de su familia y con respecto a otros.
– Ser hermanos: reconociendo los vínculos que nos atan a ellos, que no es otro que la fraternidad, porque pertenecemos con ellos a una misma familia, que es la Iglesia. No somos ni mejores ni peores, por lo que a pesar de estar a su servicio necesitamos estar abiertos para aprender de ellos, ser solidarios con ellos siendo receptivos a su apoyo, que en esta tarea es fundamental. Solos no podemos llevar a cabo esta tarea pastoral.
– Ser pastores: porque estamos para cuidar un rebaño, que es del Señor, y apacentarlo con la verdad del evangelio y de los sacramentos. Ser pastores al estilo de Jesús: dando nuestra vida por la grey, sabiéndonos entregar en sacrificio.
– Ser maestros: porque estamos para enseñarles la verdad de Jesús con el ejemplo y con la palabra, es decir, ser hijos y testigos para luego ser apóstoles. El sacerdote no puede renunciar a ser maestro, pero no puede pretender ser el único maestro.
— ¿Cuál es la tarea del sacerdote en la pastoral familiar?
La tarea de los sacerdotes dentro de la Pastoral Familiar es "una parte esencial del ministerio de la Iglesia hacia el matrimonio y la familia" (Familiaris Consortio, FC 73).
Los sacerdotes no somos hombres sin familia. Nuestro celibato no es una renuncia a la paternidad, ni un desprecio del matrimonio. Los sacerdotes vivimos la paternidad y el matrimonio de una forma diferente porque el sacramento del orden es una consagración de nuestro amor a la Iglesia. Jesucristo es esposo de la Iglesia, por lo que el sacramento del orden nos permite participar de la unión conyugal de Cristo y la Iglesia.
Como sacerdotes nos ha de interesar todo el ámbito de la vida conyugal y familiar. El Papa nos advierte de que nuestra responsabilidad "se extiende no sólo a los problemas morales y litúrgicos sino también a los de carácter personal y social".
No sólo debemos interesarnos en si las familias van a misa o no, si se confiesan o no, si bautizan a sus hijos o no, si están casados o no. Debe interesarnos también:
si se aman,
si se pelean y cómo resuelven sus conflictos,
si se perdonan,
si se respetan,
si se ayudan,
si son cariñosos entre sí,
si tienen trabajo,
si dialogan,
si se divierten juntos, si cultivan la alegría
por el estilo de educación humana y cristiana que están dando a sus hijos qué valores les inculcan,
cómo ejercen la autoridad con ellos.
La exhortación apostólica Familiaris Consortio dice: "Ellos (los sacerdotes) deben sostener a la familia en sus dificultades y sufrimientos, acercándose a sus miembros, ayudándoles a ver su vida a través del Evangelio" (FC 73). Una frase clave en este número es la expresión "ayudarles a ver su vida a través del Evangelio".
Nuestra labor es diferente de la de un trabajador social o de un consejero familiar. Nos corresponde ayudar a que las parejas y sus hijos aprendan a examinar su vida diaria a la luz del mensaje de Jesús, no sólo con la palabra sino también y especialmente con nuestro ejemplo.
Familiaris Consortio n. 73 define la tarea del sacerdote en dos sentidos:
a. "Con el debido discernimiento": se trata de una actitud que nos permite distinguir en nuestras propias vidas lo que nos impulsa a obrar. Esta actitud es la base para poder ayudar a los fieles a realizar su propio discernimiento.
b. "Con un verdadero espíritu apostólico": porque somos "apóstoles", es decir, "enviados" por Alguien. Ese "Alguien" (Jesús) es quien da sentido a nuestra vida y a nuestra misión. Somos enviados a llevar su mensaje y no a enseñar nuestras opiniones personales como sustituto de su verdad y de su evangelio. Como apóstoles debemos una fidelidad sin reservas a la Iglesia de Jesús, encargada de transmitir sin recortes ni adulteraciones la verdad que le ha sido encomendada por Jesús. Así nos lo recuerda el Papa:
"Por lo tanto su enseñanza y sus consejos deben estar siempre en plena consonancia con el magisterio de la Iglesia, de modo que ayude al Pueblo de Dios a formarse un recto sentido de la fe, que ha de aplicarse luego en la vida concreta. Esta fidelidad al magisterio permitirá también a los sacerdotes lograr una perfecta unidad de criterios con el fin de evitar ansiedades de conciencia en los fieles" (FC 73).
Este envío en la Pastoral Familiar no está solo en función de los destinatarios. También los sacerdotes somos destinatarios de las riquezas de naturaleza y de gracia que circulan en el interior de las parejas y de las familias en la medida en que van siendo evangelizadas:
- Muchos sacerdotes hemos redescubierto el valor del celibato a contraluz del amor sencillo y tierno de las parejas.
- Muchos hemos descubierto a través del amor coyugal cómo es el amor que Cristo demuestra a la Iglesia.
- Muchas veces hemos recibido lecciones imborrables de generosidad, de perdón, de entrega y de sacrificio, que superan por completo las teorías que conocemos.
- Muchas las familias y los matrimonios nos sirven de parámetro para equilibrar nuestra afectividad, contra los desbordes, producto en ocasiones de la inmadurez que podemos vivir en los inicios del ministerio, o por situaciones no resueltas en nuestra vida, o por frustraciones o conflictos de los que no estamos exentos.
La Iglesia considera necesario que se tengan en cuenta dos aspectos en nuestra asesoría en la Pastoral Familiar, que son:
– Los conocimientos teóricos, necesarios sobre lo que implica la vida matrimonial y familiar.
– La metodología de trabajo, es decir, el "saber hacer", el "saber actuar".
En este sentido la Familiaris Consortio define así los roles específicos en los que se debe desenvolver el asesor en la pastoral familiar:
"El sacerdote debe comportarse con respecto a las familias como padre, hermano, pastor y maestro, ayudándolos con los recursos de la gracia e iluminándolos con la luz de la verdad" (FC 73).
El Papa considera estos cuatro roles como la base sobre la que debe estar nuestro estilo habitual de trabajo. Estos roles provienen de la naturaleza misma del sacerdocio y de su misión. Participamos de la misión sacerdotal de Jesucristo y nuestra tarea en la Iglesia es hacerlo vivo y presente de esta manera:
– Ser padres: porque hemos de darles vida, vida espiritual, fomentar su unidad y estimular el liderazgo de los mismos dentro de su familia y con respecto a otros.
– Ser hermanos: reconociendo los vínculos que nos atan a ellos, que no es otro que la fraternidad, porque pertenecemos con ellos a una misma familia, que es la Iglesia. No somos ni mejores ni peores, por lo que a pesar de estar a su servicio necesitamos estar abiertos para aprender de ellos, ser solidarios con ellos siendo receptivos a su apoyo, que en esta tarea es fundamental. Solos no podemos llevar a cabo esta tarea pastoral.
– Ser pastores: porque estamos para cuidar un rebaño, que es del Señor, y apacentarlo con la verdad del evangelio y de los sacramentos. Ser pastores al estilo de Jesús: dando nuestra vida por la grey, sabiéndonos entregar en sacrificio.
– Ser maestros: porque estamos para enseñarles la verdad de Jesús con el ejemplo y con la palabra, es decir, ser hijos y testigos para luego ser apóstoles. El sacerdote no puede renunciar a ser maestro, pero no puede pretender ser el único maestro.
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