Comentario por Francisco González, S.F.
La primera lectura señalada para la liturgia de la palabra de este domingo y el evangelio coinciden en el tema: la opción.
Ya sea para bien o para mal, nuestras decisiones tienen consecuencias. Nuestra vida puede ser una gloria o un infierno, un éxito o un fracaso, un valle de lágrimas o un jardín de rosas dependiendo de las opciones que llevamos a cabo. La vida, es verdad, no suele ser tan clara como la diferencia entre el día y la noche y por eso habrá opciones/decisiones de poca importancia que no nos van a afectar de una manera profunda, pero sí que habrá otras que pueden afectarnos en lo más profundo de nuestro ser.
Josué confronta al pueblo con unas opciones de suma importancia, algo de vida o muerte: "Digan ya mismo a quien quieren servir, ¿al Señor o a los otros dioses?" Josué no se anda por las ramas. Exige una decisión: "Digan ya de una vez qué es lo que van a hacer". Ellos respondieron: "El Señor es nuestro Dios; Él fue quien nos sacó de la esclavitud de Egipto a nosotros y a nuestros padres… Así que también nosotros serviremos al Señor, porque Él es nuestro Dios."
Jesús tiene también una pregunta para sus apóstoles. No me extrañaría que tanto el semblante como la voz de Jesús denotaran en ese momento crucial de su predicación un cierto pesar, tal vez una grave preocupación.
En la segunda lectura, Pablo compara el amor de un esposo por su esposa con el amor que Cristo tiene por su Iglesia, como Cristo ama a su Iglesia, así los esposos deben amarse mutuamente: "El que ama a su mujer, a sí mismo se ama; pues nadie odia a su propio cuerpo, antes bien lo alimenta y lo cuida como hace Cristo con su Iglesia, que es su cuerpo, del cual nosotros somos miembros."
Durante cuatro semanas hemos estado leyendo el capítulo 6 de San Juan. En él nos hemos encontrado diferentes clases de gente. Primero fue un gran grupo de gente, que le seguían porque les había proporcionado comida hasta saciarse; otro grupo, éste es más concreto, los judíos, lo encuentran superior a sus fuerzas y por eso discuten y murmuran. Nos encontramos con sus propios discípulos que critican su discurso, se sienten desconcertados y le abandonan. Por último tenemos a los apóstoles, sus íntimos, a quienes confronta, como el patriarca Josué hiciera con el pueblo siglos antes: ¿Qué vais a hacer, seguís conmigo o me abandonáis?
En ese momento se oyeron unas palabras que debieron endulzar los oídos de Jesús y, mucho más, su corazón. Fueron dichas por Pedro: "Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna". Podían irse, otros lo habían hecho. Podían quedarse lo cual no era fácil. Seguir a Jesús podía acarrearles disgustos, dificultades, incluso la pérdida de ciertos privilegios, además que lo que decía era difícil de comprender y no muy fácil de aceptar.
Sin embargo sus íntimos, sus apóstoles, habían optado por Él con todas las consecuencias, como se vio al final de sus vidas.
Después de la lectura atenta de estos fragmentos de la Sagrada Escritura podemos, debemos tal vez, hacernos algunas preguntas. Ante las múltiples ofertas que recibimos por parte de todo lo que nos rodea y las innumerables opciones con las que nos enfrentamos: ¿Qué hemos decidido? ¿Por qué/ quién nos hemos determinado? Si como Pedro hemos dicho al Señor que Él es el que tiene palabras de vida eterna: ¿Somos fieles a esa decisión por la que nos hemos decantado?
Hoy se habla tanto de los mártires del siglo XX. Tal vez tú has conocido a alguno personalmente. Ha habido mártires de toda clase social y procedentes del mundo entero. Esas mujeres y hombres son personas que dieron un "SÍ" claro y sin restricciones. Hay mucha gente que ha dicho "sí" al Señor. Hemos visto un signo de esperanza en esos millones de jóvenes que se reúnen en las Jornadas Mundiales de la Juventud y tantos otros muchos millones que no pueden asistir, pero que comparten con ellos su fe, su compromiso, su alegría, su juventud, su generosidad. "Bienaventurados aquellos que saben decir SÍ a Jesús, el Señor".
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