El presidente del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización, Rino Fisichella, se ganó la ovación de las más de 200 personas que participaban en las VIII Jornadas de Teología de la Universidad Pontificia Comillas. Rino Fisichella presentó "una apologética positiva", que nada tiene que ver con la rancia apologética que trataba de imponer, en vez de ofrecer. La apologética de "una conducta vital irreprochable y creíble" de hombres y mujeres "tocados por Dios".
El arzobispo Fisichella comenzó precisando el nombre de su propio consejo pontificio, que, a su juicio, no debería llamarse de la nueva evangelización, sino de la "evangelización nueva". Porque evangelizar es "anunciar un mensaje con alegría", dado que "no es sólo el testimonio de un hecho histórico, sino también una fuerza creadora".
De ahí la recuperación del mismo término evangelización (antaño tachado de connotaciones protestantes). De hecho, en el Vaticano I sólo aparece una vez la palabra Evangelio. En cambio, en el Vaticano II, Evangelio se cita 157 veces, evangelizar, 18, y evangelización, 31.
Según Fisichella, la evangelización "es el primer deber del cristiano". Un deber al que no se puede renunciar "sin traicionar el bautismo". Y teniendo siempre en cuenta que "la eficacia de la evangelización no se agota en la predicación, sino en el testimonio: creer no es adhesión a una teoría, sino compromiso de vida y entrega personales".
"Llamados a dar razón de la fe"
Una vez sentado este principio, Fisichella abordó el segundo: "Los creyentes son llamados a dar razón de su fe", porque "la apología no es extraña a creer, pertenece al acto por el que se entra en la lógica de la fe".
Una lógica que, en las últimas décadas, "no parece haber apasionado mucho a los creyentes", que escaparon de la repetición de meras formulas de fe, a veces esclerotizadas, para caer, en la extravagancia de las innovaciones al intentar atraer al hombre contemporáneo. El punto medio evangelizador actual sería "permanecer fieles a los fundamentos y construir algo coherente que pueda ser comprendido por el hombre de hoy".
Es decir, una nueva apologética que, en la nueva evangelización, tiene que basarse en "la dulzura, el respeto y la recta conciencia", sin "recurrir a la arrogancia, al orgullo o a la superioridad respecto a otras doctrinas".
Una dulzura que, para Fisichella, es "sinónimo de mansedumbre" y de su correspondiente bienaventuranza. Un respeto entendido como "la capacidad de entender al interlocutor" y el sentido de la responsabilidad para "no atenuar la radicalidad del Evangelio ni limitar instrumentalmente sus contenidos". Y, por último, la recta conciencia o la coherencia vital o "una conducta vital irreprochable y creíble".
Ésta es la apologética de la nueva evangelización. "Una apologética positiva" o "presentación del acontecimiento cristiano como anuncio de una novedad esperada" y sin repetir los errores del pasado. Por ejemplo, sin caer en la trampa de reducirlo todo a "demostraciones", a la simple ratio sin fides.
De hecho, "el objetivo de la nueva apologética no es demostrar la existencia de Dios y la veracidad de la redención, sino de demostrar que sin su presencia y cercanía el hombre se transforma en un extraño para sí mismo y pierde incluso la alegría de vivir".
En el diálogo posterior, Fisichella ahondó en alguna de sus tesis y lo hizo con un peculiar sentido del humor, lo que, unido a la profundidad de su mensaje, le hizo ganarse las simpatías del auditorio, que le premió con una cerrada ovación.
Fuente: religiondigital.com
El arzobispo Fisichella comenzó precisando el nombre de su propio consejo pontificio, que, a su juicio, no debería llamarse de la nueva evangelización, sino de la "evangelización nueva". Porque evangelizar es "anunciar un mensaje con alegría", dado que "no es sólo el testimonio de un hecho histórico, sino también una fuerza creadora".
De ahí la recuperación del mismo término evangelización (antaño tachado de connotaciones protestantes). De hecho, en el Vaticano I sólo aparece una vez la palabra Evangelio. En cambio, en el Vaticano II, Evangelio se cita 157 veces, evangelizar, 18, y evangelización, 31.
Según Fisichella, la evangelización "es el primer deber del cristiano". Un deber al que no se puede renunciar "sin traicionar el bautismo". Y teniendo siempre en cuenta que "la eficacia de la evangelización no se agota en la predicación, sino en el testimonio: creer no es adhesión a una teoría, sino compromiso de vida y entrega personales".
"Llamados a dar razón de la fe"
Una vez sentado este principio, Fisichella abordó el segundo: "Los creyentes son llamados a dar razón de su fe", porque "la apología no es extraña a creer, pertenece al acto por el que se entra en la lógica de la fe".
Una lógica que, en las últimas décadas, "no parece haber apasionado mucho a los creyentes", que escaparon de la repetición de meras formulas de fe, a veces esclerotizadas, para caer, en la extravagancia de las innovaciones al intentar atraer al hombre contemporáneo. El punto medio evangelizador actual sería "permanecer fieles a los fundamentos y construir algo coherente que pueda ser comprendido por el hombre de hoy".
Es decir, una nueva apologética que, en la nueva evangelización, tiene que basarse en "la dulzura, el respeto y la recta conciencia", sin "recurrir a la arrogancia, al orgullo o a la superioridad respecto a otras doctrinas".
Una dulzura que, para Fisichella, es "sinónimo de mansedumbre" y de su correspondiente bienaventuranza. Un respeto entendido como "la capacidad de entender al interlocutor" y el sentido de la responsabilidad para "no atenuar la radicalidad del Evangelio ni limitar instrumentalmente sus contenidos". Y, por último, la recta conciencia o la coherencia vital o "una conducta vital irreprochable y creíble".
Ésta es la apologética de la nueva evangelización. "Una apologética positiva" o "presentación del acontecimiento cristiano como anuncio de una novedad esperada" y sin repetir los errores del pasado. Por ejemplo, sin caer en la trampa de reducirlo todo a "demostraciones", a la simple ratio sin fides.
De hecho, "el objetivo de la nueva apologética no es demostrar la existencia de Dios y la veracidad de la redención, sino de demostrar que sin su presencia y cercanía el hombre se transforma en un extraño para sí mismo y pierde incluso la alegría de vivir".
En el diálogo posterior, Fisichella ahondó en alguna de sus tesis y lo hizo con un peculiar sentido del humor, lo que, unido a la profundidad de su mensaje, le hizo ganarse las simpatías del auditorio, que le premió con una cerrada ovación.
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