Es hija del rey Pedro III de Aragón, nieta de Jaime I y biznieta del emperador Federico II. Precisamente le pusieron por nombre Isabel en honor de su tía abuela Santa Isabel de Hungría.
Se convirtió en reina de Portugal al casarla, con tan solo 12 años de edad, con el rey Dionisio, que, por cierto, era un sinvergüenza de siete suelas, bruto como un arado y más infiel que un gallo en un gallinero. Ya podéis imaginar que eso de “vives como una reina” no se le puede aplicar a Santa Isabel.
Ella por su parte destacó desde muy niña por su piedad, austeridad y caridad, apoyada en la oración. Si hemos de creer a la Leyenda Dorada, rezaba el oficio divino desde los ocho años de edad y, siendo ya reina, ayunaba durante la cuaresma de la Asunción y de los ángeles, en Adviento y tres días semanales, muchas veces a pan y agua. Ella se mortificaba pero para los pobres todo le parecía poco.
Dice la misma leyenda que un día, un paje mala uva acusó a nuestra santa ante el rey de serle infiel con otro paje. El rey se propuso dar un castigo ejemplar que sirviera de escarmiento a quienes pudieran tener ideas semejantes y ordenó al jefe de su cantera que echara en el horno al primero que llegara preguntándole si ya había cumplido el encargo del rey. A continuación, envió al paje bueno a preguntar.
El sirviente iba más tranquilo que unas pascuas a cumplir con la orden recibida pero, al pasar por delante de una iglesia, oyó la campanilla de la consagración y, siguiendo los buenos consejos recibidos de la reina Isabel, entró en el templo, dispuesto a quedarse hasta que terminara la misa; pero seguramente era el día de los Fieles Difuntos y hubo tres misas seguidas, con lo que se retrasó un pelín más de lo esperado.
Mientras tanto, el rey, impaciente por saber el resultado de su plan, y como en ese tiempo aún no se había inventado el celular, envió al paje mala uva y bocón a preguntar si ya se había cumplido el encargo del rey. Oír eso el “canterano” y zampar de cabeza al chismoso en el horno todo fue una. El rey Dionisio se convirtió al instante, viendo la mano de Dios en este hecho.
Yo creo que, más bien, fue la piedad, generosidad, docilidad y humildad de Isabel lo que consiguió dulcificar un tanto el carácter del rey y pudo dedicarse ella a las buenas obras entre las que destacan la construcción de hogares para huérfanos y residencias para la tercera edad, una escuela, conventos y casas de oración. También tenía la costumbre de prestar sus vestidos e incluso la corona para que los pudieran lucir las jóvenes pobres el día de su boda.
Tuvo dos hijos: Alfonso que sería rey de Portugal y Constanza, reina de Castilla.
El 4 de Julio, desde el Convento de las Clarisas, partió para un nuevo reino, el de la paz, la justicia, la verdad y la vida, el Reino de los Cielos.
Felicidades a las Isabeles, especialmente a mi madre que lo estará leyendo desde el Cielo.
Buenos días.
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