Una niña cristiana de 12 años, Inés, da en favor de Cristo un testimonio que sella con su sangre. Esto sucedió en Roma hacia el 304, en los años del emperador Diocleciano (284-305), y después de 1700 años seguimos recordando siempre en la Iglesia la firmeza de su fe y el heroísmo de su amor a Cristo.
Faltaban unos pocos años para que el emperador Constantino cesara la persecución anticristiana (edicto de Milán, 313). Y ya durante su imperio se edificó una basílica en honor de Santa Inés, en la vía Nomentana, donde se conservaba su sepulcro. Poco después se invocaba su santo nombre durante la Misa en el Canon romano, cuya formulación, muy semejante a la actual, se inicia en la segunda mitad del siglo IV.
Entre tantos miles de cristianos, de toda edad y condición, que hasta entonces habían padecido el martirio en Roma, algo tuvo que haber en el martirio de santa Inés que fomentara una devoción tan pronta y grande en la Iglesia.
El papa san Dámaso (304-366), nacido el año de su muerte, le dedica un epitafio largo y precioso en dieciséis versos, que se conservan grabados en mármol en el sepulcro de la basílica Nomentana: «… ¡Oh digno objeto de mi veneración, santa gloria de la pureza, excelsa mártir, muéstrate benigna a las súplicas de Dámaso». Este santo Papa poeta, tan devoto de los mártires, se informaba cuidadosamente de los casos de martirio que cantaba en sus poesías, y esa alusión a la «santa gloria de la pureza» de Inés confirma la tradición conservada por varios autores de que Inés murió mártir por rechazar los requerimientos de un alto dignatario de Roma. Mártir de la pureza y de la virginidad.
Aurelio Prudencio (318-413), poeta, en el Peristephanon, le dedica uno de los catorce poemas, basándose en las Actas martiriales. Y no pocos Santos Padres le dedicaron homilías y escritos. Destaca entre ellos:
San Ambrosio de Milán (340-397), en su tratado De virginibus, que recoge un conjunto de sus homilías, trata con especial admiración de santa Inés, dando por supuesto que su auditorio conoce los gloriosos detalles de su martirio. Y aludiendo a la etimología de su nombre (en latín "agnes", de "agnus", cordero; en griego agnos, pura), escribe: «¿Qué podemos decir nosotros que sea digno de aquella cuyo nombre mismo entraña un elogio?… Esta mártir tiene tantos heraldos que la alaban como personas que pronuncian su nombre».
Transcribo el texto ambrosiano que nos ofrece hoy, 21 de enero, la Liturgia de las Horas:
“Celebramos hoy el nacimiento para el cielo de una virgen, imitemos su integridad [de pureza]; se trata también de una mártir, ofrezcamos el sacrificio. Es el día natalicio de santa Inés. Sabemos por tradición que murió mártir a los doce años de edad. Destaca en su martirio, por una parte, la crueldad que no se detuvo ni ante una edad tierna; por otra, la fortaleza que infunde la fe, capaz de dar testimonio en la persona de una niña.
¿Es que en aquel cuerpo tan pequeño cabía herida alguna? Y, con todo, aunque en ella no encontraba la espada donde descargar su golpe, fue ella capaz de vencer a la espada. Y eso que a esta edad las niñas no pueden soportar ni la severidad del rostro de sus padres, y si distraídamente se pinchan con una aguja, se poner a llorar como si se tratara de una herida.
Pero ella, impávida entre las sangrientas manos del verdugo, inalterable al ser arrastrada por pesadas y chirriantes cadenas, ofrece todo su cuerpo a la espada del enfurecido soldado, ignorante aún de lo que es la muerte, pero dispuesta a sufrirla. Al ser arrastrada por la fuerza al altar idolátrico, entre las llamas tendía hacia Cristo sus manos [en oración], y así, en medio de la sacrílega hoguera, significaba con esta posición el estandarte triunfal de la victoria del Señor. Intentaban aherrojar su cuello y sus manos con grilletes de hierro, pero sus miembros resultaban demasiado pequeños para quedar encerrados en ellos.
¿Una nueva clase de martirio? No tenía aún edad de ser condenada, pero estaba ya madura para la victoria. La lucha se presentaba difícil, la corona fácil. Lo que parecía imposible por su poca edad lo hizo posible su virtud consumada. Una recién casada no iría al tálamo nupcial con la alegría con que iba esta doncella al lugar del suplicio, con prisa y contenta de su suerte, adornada su cabeza no con rizos, sino con el mismo Cristo, coronada no de flores, sino de virtudes.
Todos lloraban, menos ella. Todos se admiraban de que, con tanta generosidad, entregara una vida de la que aún no había comenzado a gozar, como si ya la hubiese vivido plenamente. Todos se asombraban de que fuera ya testigo de Cristo una niña que, por su edad, no podía aún dar testimonio de sí misma. Resultó así que fue capaz de dar fe de las cosas de Dios una niña que era incapaz legalmente [según las leyes del Derecho Romano] de dar fe de las cosas humanas, porque el Autor de la naturaleza puede hacer que sean superadas las leyes naturales.
El verdugo hizo lo posible para aterrorizarla, para atraerla con halagos, muchos desearon casarse con ella. Pero ella dijo: «Sería una injuria para mi Esposo esperar a ver si me gusta otro; él me ha elegido primero, él me tendrá. ¿A qué esperas, verdugo, para asestar el golpe?…».
Se detuvo, oró, doblegó la cerviz. Hubieras visto cómo temblaba el verdugo, como si él fuese el condenado; como temblaba su diestra al ir a dar el golpe, cómo palidecían los rostros al ver lo que le iba a suceder a la niña, mientras ella se mantenía serena. En una sola víctima tuvo lugar un doble martirio: el de la castidad y el de la fe. Permaneció virgen y obtuvo la gloria del martirio». Santa Inés, virgen y mártir".
Oración:
Dios todopoderoso y eterno, que eliges a los débiles para confundir a los fuertes de este mundo, concédenos a cuantos celebramos el triunfo de tu mártir santa Inés imitar la firmeza de su fe. Por nuestro Señor Jesucristo.
Gloria a Santa Inés bendita, pero aún más gloria, honor y gratitud a nuestro Señor y Salvador Jesucristo, que la re-creó con su gracia sobrenatural, sobrehumana, y la sostuvo firme y alegre en el martirio. Esto es lo que da de sí la gracia de Cristo en una persona humana, aunque tenga pocos años. Y como con ella, ha hecho Cristo con muchos, con muchísimos, también hoy.
Gloria tibi, Domine!
Faltaban unos pocos años para que el emperador Constantino cesara la persecución anticristiana (edicto de Milán, 313). Y ya durante su imperio se edificó una basílica en honor de Santa Inés, en la vía Nomentana, donde se conservaba su sepulcro. Poco después se invocaba su santo nombre durante la Misa en el Canon romano, cuya formulación, muy semejante a la actual, se inicia en la segunda mitad del siglo IV.
Entre tantos miles de cristianos, de toda edad y condición, que hasta entonces habían padecido el martirio en Roma, algo tuvo que haber en el martirio de santa Inés que fomentara una devoción tan pronta y grande en la Iglesia.
El papa san Dámaso (304-366), nacido el año de su muerte, le dedica un epitafio largo y precioso en dieciséis versos, que se conservan grabados en mármol en el sepulcro de la basílica Nomentana: «… ¡Oh digno objeto de mi veneración, santa gloria de la pureza, excelsa mártir, muéstrate benigna a las súplicas de Dámaso». Este santo Papa poeta, tan devoto de los mártires, se informaba cuidadosamente de los casos de martirio que cantaba en sus poesías, y esa alusión a la «santa gloria de la pureza» de Inés confirma la tradición conservada por varios autores de que Inés murió mártir por rechazar los requerimientos de un alto dignatario de Roma. Mártir de la pureza y de la virginidad.
Aurelio Prudencio (318-413), poeta, en el Peristephanon, le dedica uno de los catorce poemas, basándose en las Actas martiriales. Y no pocos Santos Padres le dedicaron homilías y escritos. Destaca entre ellos:
San Ambrosio de Milán (340-397), en su tratado De virginibus, que recoge un conjunto de sus homilías, trata con especial admiración de santa Inés, dando por supuesto que su auditorio conoce los gloriosos detalles de su martirio. Y aludiendo a la etimología de su nombre (en latín "agnes", de "agnus", cordero; en griego agnos, pura), escribe: «¿Qué podemos decir nosotros que sea digno de aquella cuyo nombre mismo entraña un elogio?… Esta mártir tiene tantos heraldos que la alaban como personas que pronuncian su nombre».
Transcribo el texto ambrosiano que nos ofrece hoy, 21 de enero, la Liturgia de las Horas:
“Celebramos hoy el nacimiento para el cielo de una virgen, imitemos su integridad [de pureza]; se trata también de una mártir, ofrezcamos el sacrificio. Es el día natalicio de santa Inés. Sabemos por tradición que murió mártir a los doce años de edad. Destaca en su martirio, por una parte, la crueldad que no se detuvo ni ante una edad tierna; por otra, la fortaleza que infunde la fe, capaz de dar testimonio en la persona de una niña.
¿Es que en aquel cuerpo tan pequeño cabía herida alguna? Y, con todo, aunque en ella no encontraba la espada donde descargar su golpe, fue ella capaz de vencer a la espada. Y eso que a esta edad las niñas no pueden soportar ni la severidad del rostro de sus padres, y si distraídamente se pinchan con una aguja, se poner a llorar como si se tratara de una herida.
Pero ella, impávida entre las sangrientas manos del verdugo, inalterable al ser arrastrada por pesadas y chirriantes cadenas, ofrece todo su cuerpo a la espada del enfurecido soldado, ignorante aún de lo que es la muerte, pero dispuesta a sufrirla. Al ser arrastrada por la fuerza al altar idolátrico, entre las llamas tendía hacia Cristo sus manos [en oración], y así, en medio de la sacrílega hoguera, significaba con esta posición el estandarte triunfal de la victoria del Señor. Intentaban aherrojar su cuello y sus manos con grilletes de hierro, pero sus miembros resultaban demasiado pequeños para quedar encerrados en ellos.
¿Una nueva clase de martirio? No tenía aún edad de ser condenada, pero estaba ya madura para la victoria. La lucha se presentaba difícil, la corona fácil. Lo que parecía imposible por su poca edad lo hizo posible su virtud consumada. Una recién casada no iría al tálamo nupcial con la alegría con que iba esta doncella al lugar del suplicio, con prisa y contenta de su suerte, adornada su cabeza no con rizos, sino con el mismo Cristo, coronada no de flores, sino de virtudes.
Todos lloraban, menos ella. Todos se admiraban de que, con tanta generosidad, entregara una vida de la que aún no había comenzado a gozar, como si ya la hubiese vivido plenamente. Todos se asombraban de que fuera ya testigo de Cristo una niña que, por su edad, no podía aún dar testimonio de sí misma. Resultó así que fue capaz de dar fe de las cosas de Dios una niña que era incapaz legalmente [según las leyes del Derecho Romano] de dar fe de las cosas humanas, porque el Autor de la naturaleza puede hacer que sean superadas las leyes naturales.
El verdugo hizo lo posible para aterrorizarla, para atraerla con halagos, muchos desearon casarse con ella. Pero ella dijo: «Sería una injuria para mi Esposo esperar a ver si me gusta otro; él me ha elegido primero, él me tendrá. ¿A qué esperas, verdugo, para asestar el golpe?…».
Se detuvo, oró, doblegó la cerviz. Hubieras visto cómo temblaba el verdugo, como si él fuese el condenado; como temblaba su diestra al ir a dar el golpe, cómo palidecían los rostros al ver lo que le iba a suceder a la niña, mientras ella se mantenía serena. En una sola víctima tuvo lugar un doble martirio: el de la castidad y el de la fe. Permaneció virgen y obtuvo la gloria del martirio». Santa Inés, virgen y mártir".
Oración:
Dios todopoderoso y eterno, que eliges a los débiles para confundir a los fuertes de este mundo, concédenos a cuantos celebramos el triunfo de tu mártir santa Inés imitar la firmeza de su fe. Por nuestro Señor Jesucristo.
Gloria a Santa Inés bendita, pero aún más gloria, honor y gratitud a nuestro Señor y Salvador Jesucristo, que la re-creó con su gracia sobrenatural, sobrehumana, y la sostuvo firme y alegre en el martirio. Esto es lo que da de sí la gracia de Cristo en una persona humana, aunque tenga pocos años. Y como con ella, ha hecho Cristo con muchos, con muchísimos, también hoy.
Gloria tibi, Domine!
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