sábado, 29 de junio de 2013

El Ministerio Petrino: CONFIRMAR, por el papa Francisco (29 de junio: San Pedro y San Pablo)


Comentario por el papa Francisco (29 de junio de 2013)

Señores cardenales, venerados hermanos en el episcopado y el sacerdocio, queridos hermanos y hermanas

Celebramos la solemnidad de los santos apóstoles Pedro y Pablo, patronos principales de la Iglesia de Roma: una fiesta que adquiere un tono de mayor alegría por la presencia de obispos de todo el mundo.

Es una gran riqueza que, en cierto modo, nos permite revivir el acontecimiento de Pentecostés: hoy, como entonces, la fe de la Iglesia habla en todas las lenguas y quiere unir a los pueblos en una sola familia.

Saludo cordialmente y con gratitud a la delegación del Patriarcado de Constantinopla, guiada por el Metropolita Ioannis. Agradezco al Patriarca ecuménico Bartolomé I por este Nuevo gesto de fraternidad.

Saludo a los señores embajadores y a las autoridades civiles. Un gracias especial al Thomanerchor, el coro de la Thomaskirche, de Lipsia, la iglesia de Bach, que anima la liturgia y que constituye una ulterior presencia ecuménica.

Tres ideas sobre el ministerio petrino, guiadas por el verbo «confirmar». ¿Qué está llamado a confirmar el Obispo de Roma?

— 1. Ante todo, confirmar en la fe. El Evangelio habla de la confesión de Pedro: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo» (Mt, 16,16), una confesión que no viene de él, sino del Padre celestial. Y, a raíz de esta confesión, Jesús le dice: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (v. 18).

El papel, el servicio eclesial de Pedro tiene su en la confesión de fe en Jesús, el Hijo de Dios vivo, en virtud de una gracia donada de lo alto. En la segunda parte del Evangelio de hoy vemos el peligro de pensar de manera mundana. Cuando Jesús habla de su muerte y resurrección, del camino de Dios, que no se corresponde con el camino humano del poder, afloran en Pedro la carne y la sangre: «Se puso a increparlo: "¡Lejos de ti tal cosa, Señor!"» (16,22). Y Jesús tiene palabras duras con él: «Aléjate de mí, Satanás. Eres para mí piedra de tropiezo» (v. 23). 

Cuando dejamos que prevalezcan nuestras Ideas, nuestros sentimientos, la lógica del poder humano, y no nos dejamos instruir y guiar por la fe, por Dios, nos convertimos en piedras de tropiezo. La fe en Cristo es la luz de nuestra vida de cristianos y de ministros de la Iglesia.

— 2. Confirmar en el amor. En la Segunda Lectura hemos escuchado las palabras conmovedoras de san Pablo: «He luchado el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe» (2 Tm 4,7). 

¿De qué combate se trata? No el de las armas humanas, que por desgracia todavía ensangrientan el mundo; sino el combate del martirio. San Pablo sólo tiene un arma: el mensaje de Cristo y la entrega de toda su vida por Cristo y por los demás. Y es precisamente su exponerse en primera persona, su dejarse consumar por el evangelio, el hacerse todo para todos, sin reservas, lo que lo ha hecho creíble y ha edificado la Iglesia. El Obispo de Roma está llamado a vivir y a confirmar en este amor a Jesús y a todos sin distinción, límites o barreras.

— 3. Confirmar en la unidad. Aquí me refiero al gesto que hemos realizado. El palio es símbolo de comunión con el Sucesor de Pedro, «principio y fundamento, perpetuo y visible, de la unidad de la fe y de la comunión» (Lumen gentium, 18). Y vuestra presencia hoy, queridos hermanos, es el signo de que la comunión de la Iglesia no significa uniformidad.

El Vaticano II, refiriéndose a la estructura jerárquica de la Iglesia, afirma que el Señor «con estos apóstoles formó una especie de Colegio o grupo estable, y eligiendo de entre ellos a Pedro lo puso al frente de él» (ibíd. 19). 

Y prosigue: «Este Colegio, en cuanto compuesto de muchos, expresa la diversidad y la unidad del Pueblo de Dios» (ibíd. 22). La variedad en la Iglesia, que es una gran riqueza, se funde siempre en la armonía de la unidad, como un gran mosaico en el que las teselas se juntan para formar el único gran diseño de Dios. Y esto debe impulsar a superar siempre cualquier conflicto que hiere el cuerpo de la Iglesia. Unidos en las diferencias: éste es el camino de Jesús.

El palio, siendo signo de la comunión con el Obispo de Roma, con la Iglesia universal, supone también para cada uno de vosotros el compromiso de ser instrumentos de comunión.

Confesar al Señor dejándose instruir por Dios; consumarse por amor de Cristo y de su evangelio; ser servidores de la unidad. Queridos hermanos en el episcopado, estas son las consignas que los santos apóstoles Pedro y Pablo confían a cada uno de nosotros, para que sean vividas por todo cristiano. Que la santa Madre de Dios nos guíe y acompañe siempre con su intercesión: Reina de los apóstoles, reza por nosotros. Amén.

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jueves, 27 de junio de 2013

Jueves de la 12 Semana del Tiempo Ordinario, por el papa Francisco

Génesis 16,1-12.15-16
Salmo 105: Dad gracias al Señor porque es bueno
Mateo 7,21-29

Génesis 16,1-12.15-16

[Saray, la mujer de Abrán, no le daba hijos; pero tenía una sierva egipcia llamada Hagar. Y Saray dijo a Abrán: "El Señor no me deja tener hijos; llégate a mi sierva a ver si ella me da hijos." Abrán aceptó la propuesta. A los diez años de habitar Abrán en Canaán, Saray, la mujer de Abrán, tomó a Hagar, la esclava egipcia, y se la dio a Abrán, su marido, como esposa. Él se llegó a Hagar, y ella concibió. Y, al verse encinta, le perdió el respeto a su señora. Entonces Saray dijo a Abrán: "Tú eres responsable de esta injusticia; yo he puesto en tus brazos a mi esclava, y ella, al verse encinta, me pierde el respeto. Sea el Señor nuestro juez." Abrán dijo a Saray: "De tu esclava dispones tú; trátala como te parezca."] Saray la maltrató, y ella se escapó. El ángel del Señor la encontró junto a la fuente del desierto, la fuente del camino de Sur, y le dijo: "Hagar, esclava de Saray, ¿de dónde vienes y adónde vas?" Ella respondió: "Vengo huyendo de mi señora." El ángel del Señor le dijo: "Vuelve a tu señora y sométete a ella." Y el ángel del Señor añadió: "Haré tan numerosa tu descendencia que no se podrá contar." Y el ángel del Señor concluyó: "Mira, estás encinta y darás a luz un hijo y lo llamarás Ismael, porque el Señor te ha escuchado en la aflicción. Será un potro salvaje: él contra todos y todos contra él; vivirá separado de sus hermanos." Hagar dio un hijo a Abrán, y Abrán llamó Ismael al hijo que le había dado Hagar. Abrán tenía ochenta y seis años cuando Hagar dio a luz a Ismael.

Salmo 105: Dad gracias al Señor porque es bueno

Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
¿Quién podrá contar las hazañas de Dios,
pregonar toda su alabanza?
R. Dad gracias al Señor porque es bueno

Dichosos los que respetan el derecho
y practican siempre la justicia.
Acuérdate de mí por amor a tu pueblo.
R. Dad gracias al Señor porque es bueno

Visítame con tu salvación:
para que vea la dicha de tus escogidos,
y me alegre con la alegría de tu pueblo,
y me gloríe con tu heredad.
R. Dad gracias al Señor porque es bueno

Mateo 7,21-29

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "No todo el que me dice "Señor, Señor" entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Aquel día muchos dirán: "Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre, y en tu nombre echado demonios, y no hemos hecho en tu nombre muchos milagros?" Yo entonces les declararé: "Nunca os he conocido. Alejaos de mí, malvados." El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca. El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se hundió totalmente." Al terminar Jesús este discurso, la gente estaba admirada de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad, y no como los escribas.

Comentario por el papa Francisco:
¿Alegría superficial o continua vigilia fúnebre?


Hay personas que "se hacen pasar por cristianos", y pecan o de superficialidad excesiva o de demasiada rigidez, olvidando que un verdadero cristiano es el hombre de la alegría, que apoya la fe sobre la roca de Cristo. Esta ha sido la idea básica del papa Francisco en la misa de esta mañana en la Casa Santa Marta.

Rígido y triste. O feliz, pero sin tener ni idea de la alegría cristiana. Hay dos "casos", en un modo opuesto, en que viven dos categorías de los creyentes, y que en ambos casos tienen un grave defecto: se basan en un cristianismo hecho de palabras, y no se basan en la "roca" de la Palabra de Cristo. Francisco identifica este doble grupo comentando el evangelio de Mateo de hoy, aquel famoso pasaje de las casas de arena y de piedra.

— Cristianos de palabra

"En la historia de la Iglesia han habido dos clases de cristianos: los cristianos de las palabras, aquellos del Señor, Señor, Señor, y los cristianos de la acción, en la verdad. Siempre ha habido la tentación de vivir nuestro cristianismo fuera de la roca que es Cristo. El único que nos da la libertad de decir Padre a Dios es Cristo o la roca. Es el único que nos sostiene en los momentos difíciles, ¿no?

Como dijo Jesús: la lluvia cae, se desbordan los ríos, soplan los vientos, pero cuando se está en la roca es seguro, pero cuando son sólo palabras, las palabras se vuelan, no sirven. Pero permanece la tentación de estos cristianos de palabras, de un cristianismo sin Jesús, un cristianismo sin Cristo. Y esto ha sucedido y está sucediendo hoy en día en la Iglesia: ser cristianos sin Cristo".

El papa mira más de cerca a estos "cristianos de palabras", revelando sus características específicas. Hay un primer tipo, llamado ‘gnóstico’, “que en lugar de amar a la roca, le gustan las palabras hermosas", y por lo tanto vive flotando en la superficie de la vida cristiana. Y luego está la otra, que Francisco llama "pelagiano", que tiene un estilo de vida serio y almidonada. Cristianos, ironiza, que "miran al suelo":

"Y esta tentación existe hoy. Cristianos superficiales que creen, sí en Dios, en Cristo, pero demasiado ‘difuso’: no es Jesucristo el que le da fundamento. Son los gnósticos modernos. La tentación del gnosticismo. Un cristianismo "líquido".

— Excesiva rigidez

Por otro lado, están los que creen que la vida cristiana debe ser tomada tan en serio que terminan por confundir solidez y firmeza, con rigidez. ¡Son rígidos! Estos creen que para ser cristiano se necesita estar de luto, siempre".

El hecho, dijo, es que de estos cristianos "hay muchos". Sin embargo, indica, "no son cristianos, se disfrazan como cristianos". "No saben –insiste– quién es el Señor, no saben lo que es la roca, no tienen la libertad de los cristianos. Y, para decirlo de un modo simple, no tienen alegría":

"Los primeros tienen una cierta ‘alegría’ superficial. Los otros viven en una continua vigilia fúnebre, pero no saben lo que es la alegría cristiana. No saben cómo disfrutar de la vida que Jesús nos da, porque no saben hablar con Jesús. No se afirman sobre Jesús, con la firmeza que da la presencia de Jesús. Y no solo no tienen alegría: no tienen libertad. Son esclavos de la superficialidad, de esta vida generalizada, y estos son los esclavos de la rigidez, no son libres.

En su vida, el Espíritu Santo no tiene cabida. ¡Es el Espíritu quien nos da la libertad! El Señor hoy nos invita a construir nuestra vida cristiana en Él, la roca, Aquel que nos da la libertad, que nos envía el Espíritu, que te hace ir adelante con alegría, en su camino, en sus propuestas".

miércoles, 26 de junio de 2013

PAPA FRANCISCO: "¿Somos piedras vivas, o somos piedras cansadas?" Homlía del papa Francisco en la audiencia del miércoles, 26 de junio de 2013.


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy me gustaría hacer una breve referencia a una imagen más que nos ayuda a ilustrar el misterio de la Iglesia: la del templo.

¿Qué nos hace pensar en la palabra templo? Nos hace pensar en un edificio, en una construcción de este tipo. En particular, la mente de muchos se dirige a la historia del pueblo de Israel narrada en el Antiguo Testamento.

En Jerusalén, el gran templo de Salomón era el lugar del encuentro con Dios en la oración; en el interior del Templo estaba el Arca de la Alianza, signo de la presencia de Dios entre la gente; y en el Arca estaban las Tablas de la Ley, el maná y la vara de Aarón: un recordatorio de que Dios siempre había estado en la historia de su pueblo, que lo había acompañado durante el viaje, que había guiado sus pasos.

El templo recuerda esta historia: también nosotros, cuando vamos al templo, debemos recordar esta historia, la historia de cada uno de nosotros, el modo en que Jesús me encontró, cómo Jesús anduvo conmigo, cómo Jesús me ama y me bendice.

Aquí, lo que fue prefigurado en el antiguo templo, se hace, por el poder del Espíritu Santo, en la Iglesia: la Iglesia es la "casa de Dios", el lugar de su presencia, donde podemos encontrar al Señor; la Iglesia es el templo en el que habita el Espíritu Santo que la anima, la guía y la sostiene.

Si nos preguntamos: ¿dónde podemos encontrar a Dios? ¿Dónde podemos entrar en comunión con Él por medio de Cristo? ¿Dónde podemos encontrar la luz del Espíritu Santo para que ilumine nuestras vidas? La respuesta es: en el pueblo de Dios, en medio de nosotros, que somos la Iglesia. Aquí encontraremos a Jesús, al Espíritu Santo y al Padre.

El antiguo Templo fue construido por manos de hombres: se quería “dar una casa" a Dios, para tener un signo visible de su presencia en medio del pueblo. Con la encarnación del Hijo de Dios, se cumple la profecía de Natán al rey David (2 Sam. 7,1-29): no es el rey, no somos nosotros quienes "daremos una casa a Dios", sino que es el mismo Dios quien "construye su casa" para venir a habitar en medio de nosotros, como escribe san Juan en su evangelio (1,14).

Cristo es el Templo viviente del Padre, y Cristo mismo edifica su "hogar espiritual", la Iglesia, no hecha de piedras materiales, sino de "piedras vivas" que somos nosotros.

El apóstol Pablo dice a los cristianos de Éfeso: "Ustedes están edificados sobre los apóstoles y los profetas, que son los cimientos, mientras que la piedra angular es el mismo Jesucristo. En Él, todo el edificio, bien trabado, va creciendo para constituir un templo santo en el Señor. En Él, también ustedes son incorporados al edificio, para llegar a ser una morada de Dios en el Espíritu”. (Ef. 2,20-22).

¡Esto es algo hermoso! Somos las piedras vivas de Dios, profundamente unidos a Cristo, quien es la roca de apoyo, y también un apoyo entre nosotros. ¿Qué quiere decir esto? Esto significa que el templo somos nosotros, somos la Iglesia viva, el templo vivo, y cuando estamos juntos, entre nosotros está también el Espíritu Santo, que nos ayuda a crecer como Iglesia. No estamos aislados, sino que somos el pueblo de Dios: ¡esta es la Iglesia!

Y es el Espíritu Santo, con sus dones, que armoniza la variedad. Esto es importante: ¿qué hace el Espíritu Santo en medio de nosotros? Armoniza la variedad que es la riqueza de la Iglesia y une todo y a todos, a fin de constituir un templo espiritual, donde no ofrecemos sacrificios materiales, sino a nosotros mismos, nuestra vida (cf. 1 Pe. 2,4-5).

La Iglesia no es una mezcla de cosas e intereses, sino que es el templo del Espíritu Santo, el templo por medio del cual Dios obra, el templo del Espíritu Santo, el templo en el que cada uno de nosotros, con el don del bautismo, es una piedra viva. Esto nos dice que nadie es inútil en la Iglesia y si a veces, alguien le dice al otro: "Vete a tu casa, eres inútil", ¡esto no es cierto, porque nadie es inútil en la Iglesia, ¡todos somos necesarios para construir este templo! Nadie es secundario. Ninguno es el más importante en la Iglesia, todos somos iguales ante los ojos de Dios.

Alguno de ustedes podría decir: 'Fíjese, señor papa, usted no es igual a nosotros’. Sí, soy como ustedes, todos somos iguales, ¡somos hermanos! Nadie es anónimo: todos formamos y edificamos la Iglesia. Esto también nos invita a reflexionar sobre el hecho de que si faltara el ladrillo de nuestra vida cristiana, le falta algo a la belleza de la Iglesia.

Algunas personas dicen: ‘No tengo nada que ver con la Iglesia’, por lo que cae el ladrillo de una vida en este hermoso templo. Nadie puede irse, todos tenemos que ofrecerle a la Iglesia nuestra vida, nuestro corazón, nuestro amor, nuestro pensamiento y nuestro trabajo: todo junto.

Así es que me gustaría que nos preguntemos: ¿cómo vivimos nuestro ser Iglesia? ¿Somos piedras vivas, o somos, por así decirlo, piedras cansadas, aburridas, indiferentes? ¿Han visto lo feo que es ver a un cristiano cansado, aburrido, indiferente? Un cristiano así no es bueno, el cristiano tiene que estar vivo, feliz de ser cristiano; debe vivir esta belleza de ser parte del pueblo de Dios que es la Iglesia. ¿Nos abrimos a la acción del Espíritu Santo para ser parte activa en nuestras comunidades, o nos cerramos en nosotros mismos, diciendo: "tengo tantas cosas que hacer, no es mi obligación”?

Que el Señor nos conceda a todos su gracia, su fuerza, para que estemos profundamente unidos a Cristo, que es la piedra angular, el pilar, la roca de apoyo de nuestra vida y de toda la vida de la Iglesia. Oremos para que, animados por su Espíritu, siempre seamos piedras vivas de su Iglesia.

viernes, 21 de junio de 2013

LA CRUZ, EL CAMINO, por M. Dolors Gaja, M.N.


Lucas 9:18-24
12 Domingo del tiempo ordinario, año C

Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?» Ellos contestaron: «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.» Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Pedro tomó la palabra y dijo: «El Mesías de Dios.» Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y añadió: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.» Y, dirigiéndose a todos, dijo: «El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará.

Del relato evangélico de este domingo me parece vital subrayar el marco en que se halla incrustada la confesión de Pedro, pues la escena precedente y subsiguiente se proyectan, como focos potentes, sobre la que leemos este domingo.

Lucas acaba de relatar la multiplicación de los panes: Jesús, nuevo Moisés, da de comer a una muchedumbre. Es el banquete mesiánico, banquete de abundancia que preludia el Reino.
En este contexto – que debía ser de euforia y gozo- Jesús hace su pregunta que, en realidad, son dos:

¿Quién dice la gente que soy yo?
¿Quién soy para vosotros?

Son preguntas que sigue haciendo  hoy y es esencial contestar, sobre todo, a la segunda. Pedro toma la palabra y en nombre de toda la comunidad eclesial da una respuesta: el Mesías de Dios.

Mesías significa “ungido”. Es título de gloria pero en absoluto significa que Pedro reconozca a Jesús como Hijo de Dios. Esta afirmación sólo nace de la fe post-pascual. La de Pedro nace, en parte, del banquete mesiánico precedente. ¿De dónde nace lo que yo afirmo sobre Jesús? Y sobre todo…¿qué digo yo sobre Jesús con mi vida?

La respuesta de Pedro nos puede hacer ver que todas nuestras propias respuestas sobre Dios son siempre incompletas y, a veces, deformantes. Nunca llegamos a conocer a Dios. Tenemos experiencia de su grandeza pero no la abarcamos. Tenemos experiencia de su bondad y amor pero somos incapaces de imitarlo en plenitud… A veces, tenemos también imágenes falsas sobre Dios.

Hay que aprender a vivir con el Dios que nos desconcierta. Pedro y los otros estaban eufóricos: ¡lo de los panes había sido maravilloso!

Y entonces Jesús viene a “completar” (y fastidiar) la afirmación de Pedro. No niega que sea el Mesías pero ordena que callen y  escoge para sí un título muy alejado de la gloria: Hijo del Hombre. Y por si acaso lo de los panes fuera la motivación del entusiasmo de Pedro lo enfrenta a la realidad: no me puedes seguir por los panes sino por la cruz.

Podríamos preguntarnos si no añoramos a veces para la Iglesia un cierto reconocimiento, prestigio, una gloria e influencia en la sociedad que nada tiene que ver con su esencia. Preguntémonos si nuestra concepción de la Iglesia es algo mesiánica o se acerca más al sueño del papa Francisco: “¡cómo me gustaría una iglesia pobre para los pobres!”

Este evangelio deja claro que pretender seguir a Jesús sin la cruz es pura quimera. Las últimas líneas parecen ya fruto de esta certeza. Jesús no pudo haber dicho “tome su cruz cada día y sígame”. La cruz era tortura y muerte, no algo para cada día, ni siquiera metafóricamente. Pero la Iglesia primitiva ha descubierto ya el camino a Jesús: la cruz. Y ese camino hay que seguirlo día a día.

Sólo si aceptamos la desfiguración de Cristo, su anonadamiento total, seremos llamados a participar en su transfiguración que es la escena, teñida de  cielo, que se relata a continuación de este evangelio.

12 DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, C, por Mons. Francisco González, S.F.


Zacarías 12,10-11;13,1
Salmo 62: Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío
Gálatas 3,26-29
Lucas 9, 18-24

Zacarías 12,10-11;13,1

Así dice el Señor: "Derramaré sobre la dinastía de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de clemencia. Me mirarán a mí, a quien traspasaron, harán llanto como llanto por el hijo Único, y llorarán como se llora al primogénito. Aquel día, será grande el luto en Jerusalén, como el luto de Hadad-Rimón en el valle de Meguido." Aquel día, se alumbrará un manantial, a la dinastía de David y a los habitantes de Jerusalén, contra pecados e impurezas.

Salmo 62: Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío

Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.
R. Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío

¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.
R. Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío

Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré como de enjundia y de manteca,
y mis labios te alabarán jubilosos.
R. Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío

Porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene.
R. Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío

Gálatas 3,26-29

Hermanos: Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Los que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo os habéis revestido de Cristo. Ya no hay distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres, porque todos sois uno en Cristo Jesús. Y, si sois de Cristo, sois descendencia de Abrahán y herederos de la promesa.

Lucas 9, 18-24

Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó:
— ¿Quién dice la gente que soy yo?
Ellos contestaron:
— Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.
Él les preguntó:
— Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Pedro tomó la palabra y dijo:
— El Mesías de Dios.
Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y añadió:
El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.
Y, dirigiéndose a todos, dijo:
— El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará.

Comentario de Mons. Francisco González, S.F.

Una de las cosas que me pone nervioso es cuando visitando las parroquias o en algún evento alguien se me acerca y me pregunta: “¿Se acuerda de mí? ¿Sabe quién soy?” Soy muy malo para acordarme de la fisonomía de la gente que no veo con frecuencia y de sus nombres. Uno no sabe qué responder pues no quieres ofender a la persona. En la mayoría de los casos, como la gente es buena, se dan cuenta de mi apuro y tratan de hacerme sentir bien con el comentario: “Claro, como ve a tanta gente es imposible acordarse de todos”. Les doy las gracias, pero sigo sintiéndome mal.

En el evangelio de este domingo Jesús hace dos preguntas a sus apóstoles, la primera como introducción o apertura para la segunda. El Maestro aprovecha la ocasión para orar, ya que se encuentra solo con sus discípulos, y para hacerles pensar un poco, les pregunta: “¿Quién dice la gente que soy?”

La respuesta, sea cual sea a esta pregunta, no tiene implicaciones positivas ni negativas. Ellos le contestan de acuerdo con lo que han oído: Juan el Bautista, el profeta Elías o algún otro profeta que ha vuelto a la vida.

La segunda pregunta es de mayor envergadura: “Y vosotros, ¿quién decís que soy?”

La respuesta tiene consecuencias, consecuencias serias. Pedro responde: Tú eres el Mesías de Dios. Y como respuesta a la respuesta de Pedro, Jesús les prohibió terminantemente decírselo a nadie, lo cual parece algo sin sentido pues Pedro ha dado en el clavo y Jesús les prohíbe repetirlo. ¿Por qué razón?

El pueblo llevaba siglos esperando el mesías, un mesías libertador, un mesías que echaría fuera a los opresores, un mesías que al arrojar fuera el poder opresor daría al pueblo judío la liberación, la independencia del poder extranjero, pero Jesús no es ese tipo de mesías, es el Mesías de Dios, y la salvación que Él trae va por otros caminos. Y así les anuncia algo, que a los oídos de los discípulos les tuvo que resultar un tanto raro: “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho a manos de los llamados jefes del pueblo, la jerarquía religiosa, y los fiscales hasta el punto de que lo condenarán a muerte, será ejecutado, aunque resucitará al tercer día”.

Pero hay algo más para ellos y todos los que quieran seguirle: deben renunciar al propio egoísmo y estar abiertos o dispuestos a sufrir. Sólo entonces se podrán declarar y presentarse como sus discípulos.

La pregunta que les hizo, la segunda para ser más concretos, nos la sigue hacienda a nosotros hoy en 2013. ¿Quién es Jesús para mí, hoy, en este momento de mi vida? Porque sí, muchos domingos, incluso cada domingo recito el credo durante la santa misa, pero ¿es eso todo? ¿cuáles son las consecuencias de esa profesión dominical? ¿en qué sentido afecta tu vida?

Jesús trajo un nuevo estilo de vida que requería un cambio constante y radical de la persona. Esa profesión que sale de mi boca, ¿procede del corazón? ¿Estoy tratando por todos los medios posibles ser a las exigencias del seguimiento de Cristo?

No hay otro remedio, debemos reorientar nuestra vida, y cada día mirar la brújula para ver si vamos bien, por el camino correcto, con la actitud que no solamente nos hace vivir la felicidad, sino también comunicarla a los demás con una buena dosis de esperanza para evitar la tristeza, el desasosiego, el desencanto por la vida, el no vale la pena, etc. Necesitamos acercarnos más y más a ese “Mesías de Dios” que nos da a conocer a Dios, que nos guía por el camino de la salvación, que nos alumbra el futuro, que nos acompaña hacia la verdad, que nos protege del desánimo, que nos fortalece ante el enemigo, que siempre va delante, tal vez a nuestro lado para ayudarnos con nuestra cruz, para levantarnos cuando caemos.

¿Quién decís que soy? No tengas miedo a contestar, el que te pregunta es el que tiene el poder y el deseo de salvarte, de compartir contigo toda una eternidad feliz.

ORACIÓN, de Teillard de Chardin

“¡Te necesito, Señor!,
porque sin Ti mi vida se seca.
Quiero encontrarte en la oración,
en tu presencia inconfundible,
durante esos momentos en los que el silencio
se sitúa de frente a mí, ante Ti.
¡Quiero buscarte!
Quiero encontrarte dando vida a la naturaleza que Tú has creado;
en la transparencia del horizonte lejano desde un cerro,
y en la profundidad de un bosque
que protege con sus hojas los latidos escondidos
de todos sus inquilinos.
¡Necesito sentirte alrededor!
Quiero encontrarte en tus sacramentos,
En el reencuentro con tu perdón,
en la escucha de tu palabra,
en el misterio de tu cotidiana entrega radical.
¡Necesito sentirte dentro!
Quiero encontrarte en el rostro de los hombres y mujeres,
en la convivencia con mis hermanos;
en la necesidad del pobre
y en el amor de mis amigos;
en la sonrisa de un niño
y en el ruido de la muchedumbre.
¡Tengo que verte!
Quiero encontrarte en la pobreza de mi ser,
en las capacidades que me has dado,
en los deseos y sentimientos que fluyen en mí,
en mi trabajo y mi descanso
y, un día, en la debilidad de mi vida,
cuando me acerque a las puertas del encuentro cara a cara contigo”.

Pierre Teillard de Chardin

San José “entra” también en las otras Plegarias Eucarísticas


Décadas después de que el Beato Juan XXIII determinara que el nombre de San José fuese incluido en el venerable Canon Romano, el Santo Padre Francisco, a través de un decreto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, ha decidido que San José sea invocado también en las Plegarias Eucarísticas II, III y IV. 

El decreto Paternas Vices, firmado por el Cardenal Prefecto Antonio Cañizares y el Arzobispo Secretario Arthur Roche, manifiesta así la decisión del Papa Benedicto XVI de acoger las numerosas peticiones recibidas desde muchos lugares en este sentido, una decisión confirmada por su sucesor, el Papa Francisco.

De este modo, en la tercera edición típica del Misal Romano deberá decir, respectivamente:

II: “con María, la Virgen Madre de Dios, su esposo san José, los apóstoles y…”

III: “con María, la Virgen Madre de Dios, su esposo san José, los apóstoles y los mártires…”

IV: “con María, la Vigen Madre de Dios, con su esposo san José, con los apóstoles y los santos…”

sábado, 8 de junio de 2013

Lucas 7,11-17: Corazón compasivo, por M. Dolors Gaja, M.N.

Lucas 7,11-17

En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y mucho gentío. Cuando estaba cerca de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba. Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo:
– No llores.
Se acercó al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo:
– ¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!
El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre. Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo:
– Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.
La noticia del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea entera”

Comentario por M. Dolors Gaja, M.N.

Acabamos de celebrar la fiesta del Corazón de Jesús. Un corazón herido de amor, un corazón que se dejó dañar por el dolor ajeno, que supo sufrir con el dolor del otro; un corazón que fue moldeado, no lo olvidemos, por José y María. Este sábado celebramos también el Corazón inmaculado de María (por lo visto a nadie se le ocurre pensar en el corazón de José…)

Corazón, sede de sentimientos, de afecto. Dios no vino a salvarnos de un mal más o menos teórico. Vino a “cambiar nuestro corazón de piedra por un corazón de carne”. Eso es estar salvado: tener un corazón de carne. Como el de Jesús.

Veamos a ese Corazón sagrado en sus acciones:

El encuentro entre la procesión de la muerte, que sale de la ciudad, y la procesión de la vida, que entra en ella. Jesús va con alguna intención a Naín. Pero las intenciones de Jesús, sus planes, siempre quedan trastocados por la vida.

Primera lección: estar atentos a la vida. Y dar respuesta. Al dolor de la madre por la muerte de su hijo se suma el desamparo en que ésta queda. Las mujeres que no tenían un varón que las atendiera – esposo o hijo, también padre – quedaban expuestas a la mendicidad y a todo tipo de sufrimiento. Jesús se encuentra por tanto con una situación de profundo dolor y profundo desamparo.

Y se conmueve. Y su com-pasión lo pone en movimiento. Primero mira. Ve a la mujer en su totalidad. Y le ruega: “No llores”. Al hombre Jesús no le gusta ver llorar una mujer, parece desestabilizarlo. También a María Magdalena le dirá ¿Por qué lloras?

Fijémonos en las acciones de Jesús: mirar, hablar, acercarse, tocar. Son, en realidad, un buen programa pastoral: miremos la persona, esa que tenemos al lado, esa que han puesto a nuestro cargo; hablémosle, individualicemosla, hagámosle sentir que la hemos visto. Y acerquémonos. Acercarse en totalidad, no un poquito. Eso implica tocar.

La compasión de los santos ha hecho que tocaran leprosos, que cogieran en brazos moribundos, que acunaran bebés abandonados, que abrieran los brazos para consolar. La cercanía humana nos hace tocar. Y Dios se ha dejado tocar (y hasta comer) para que aprendamos también a tocar.

La palabra de Jesús a la mujer es suave, implorante, llena de ternura. Es una mujer rota. La palabra de Jesús al joven es enérgica, imperativa, vigorosa. Un corazón compasivo es aquel que encuentra siempre el “tono” que el otro precisa.

El muchacho difunto estaba, obviamente, tendido sobre el féretro. Para vivir hay que levantarse. Levantarse cada día de aquello que nos mata, de aquello que nos quita libertad, de aquello que nos aleja de quien nos ha dado vida.

Y Jesús lo entrega a su madre. ¡Quién vería el abrazo del joven y la madre viuda! ¿Sería así el abrazo de Jesús resucitado y María? Quizá Dios Padre no quiso ser superado en compasión por su Hijo y también Él se acercó a la tumba de Jesús y le ordenó:¡levántate! para entregarlo, aunque brevemente, a María.

La conclusión de la gente, maravillada, es fundamental: Dios ha visitado a su pueblo. Porque Dios sólo puede tener gestos de compasión, de misericordia. Pero no olvidemos que lo visita en la persona de su Hijo. Igual que ahora el mundo debe ser visitado por Dios…a través de nuestras obras, de nuestro corazón compasivo.

Somos portadores de Vida. Vayamos a iluminar los espacios de muerte.

jueves, 6 de junio de 2013

10 DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, C, por Mons. Francisco González, S.F.

I Reyes 17,17-24
Salmo 29: Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
Gálatas 1,11-19
Lucas 7,11-17

I Reyes 17, 17-24

En aquellos días, cayó enfermo el hijo de la señora de la casa. La enfermedad era tan grave que se quedó sin respiración. Entonces la mujer dijo a Elías:
— ¿Qué tienes tú que ver conmigo? ¿Has venido a mi casa para avivar el recuerdo de mis culpas y hacer morir a mi hijo?
Elías respondió:
— Dame a tu hijo.
Y, tomándolo de su regazo, lo subió a la habitación donde él dormía y lo acostó en su cama. Luego invocó al Señor:
— Señor, Dios mío, ¿también a esta viuda que me hospeda la vas a castigar, haciendo morir a su hijo?"
Después se echó tres veces sobre el niño, invocando al Señor:
— Señor, Dios mío, que vuelva al niño la respiración.
El Señor escuchó la súplica de Elías: al niño le volvió la respiración y revivió. Elías tomó al niño, lo llevó al piso bajo y se lo entregó a su madre, diciendo:
— Mira, tu hijo está vivo.
Entonces la mujer dijo a Elías:
— Ahora reconozco que eres un hombre de Dios y que la palabra del Señor en tu boca es verdad.

Salmo 29: Te ensalzaré, Señor, porque me has librado

Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Señor, sacaste mi vida del abismo,
me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa.
R. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado

Tañed para el Señor, fieles suyos,
dad gracias a su nombre santo;
su cólera dura un instante;
su bondad, de por vida;
al atardecer nos visita el llanto;
por la mañana, el júbilo.
R. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado

Escucha, Señor, y ten piedad de mí;
Señor, socórreme.
Cambiaste mi luto en danzas.
Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre.
R. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado

Gálatas 1,11-19

Os notifico, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí no es de origen humano; yo no lo he recibido ni aprendido de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo. Habéis oído hablar de mi conducta pasada en el judaísmo: con qué saña perseguía a la Iglesia de Dios y la asolaba, y me señalaba en el judaísmo más que muchos de mi edad y de mi raza, como partidario fanático de las tradiciones de mis antepasados. Pero, cuando aquel que me escogió desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia se dignó revelar a su Hijo en mí, para que yo lo anunciara a los gentiles, en seguida, sin consultar con hombres, sin subir a Jerusalén a ver a los apóstoles anteriores a mí, me fui a Arabia, y después volví a Damasco. Más tarde, pasados tres años, subí a Jerusalén para conocer a Cefas, y me quedé quince días con él. Pero no vi a ningún otro apóstol, excepto a Santiago, el pariente del Señor.

Lucas 7,11-17

En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y mucho gentío. Cuando se acercaba a la entrada de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba. Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo: "No llores." Se acercó al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo: "¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!" El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre. Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo: "Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo." La noticia del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea entera.

Comentario por Mons. Francisco González, S.F.,
Obispo Auxliar de Washington, D.C.


La muerte, ¡qué gran misterio! Sabemos que moriremos, sabemos que todo el que nace muere. Sabemos que tanto niños, como jóvenes, personas maduras y ancianos mueren. No sabemos cuándo ni cómo. Algunos mueren por enfermedad, otros en accidentes, hay quienes son víctimas de terrorismo o guerra. Sea como sea, la muerte es la compañera inseparable del ser humano, y, sin embargo, a pesar de la certeza de la misma empleamos mucha energía en ignorarla, incluso casi queriéndola negar o disimular. Muchos cementerios no permiten monumentos o mausoleos, y los hacen parecer como jardines. Hay que olvidar la muerte.

Dos de las lecturas de este domingo nos hablan de la muerte, pero también de la vida, y en especial del corazón de Jesús, que se conmueve ante de la situación de la viuda de Naín camino del camposanto para enterrar a su único hijo. Jesús ve a esa madre desconsolada, destrozada y le dice sólo dos palabras: No llores.

El Maestro se acerca a los que llevaban el ataúd, (ellos se pararon) y dijo: “Muchacho, a ti te lo digo, ¡levántate!” El joven muerto se incorporó, empezó a hablar y Jesús se lo entregó a su madre.

Este milagro de Jesús tiene una gran diferencia del que encontramos en la primera lectura, donde el profeta como si hiciera cosas de magia, sigue como una especie de rito. Jesús, no. Simplemente manda, dice unas palabras y el muerto vuelve a la vida. Estos milagros de Jesús son el signo de su mesianismo, signos que anunciaban la llegada del Mesías, pues como podemos leer unos versículos más adelante, cuando Juan el Bautista que se entera de estas cosas, manda a dos de sus discípulos a Jesús para preguntarle si era él el que esperaban o tenían que aguardar a otro. Jesús les responde pidiéndoles que informen a Juan de lo que han visto: “Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, y se anuncia a los pobres la buena nueva”.

Ya desde su discurso programático en la sinagoga de Nazaret, Jesús se nos muestra muy preocupado por los que sufren y él se convierte no solamente en el pregonero de la buena nueva, sino en buena noticia para los que sufren, él es fuente de esperanza para aquel mundo y el nuestro, cargado con pesas muy pesadas que son difíciles de acarrear y que son agobiantes, principalmente para los débiles.

Situaciones como la presentada en este pasaje evangélico, me hace recordar también a esas personas que imitándole también están a nuestro alrededor con esas palabras que suavizan el dolor: no llores, e inmediatamente se ponen a nuestro lado para ir dándonos esa vida, esa felicidad y ganas de vivir que habíamos perdido.

El mensaje del Mesías es trabajar para poder vivir la vida a plenitud, para que en los casos en los que eso no sucede, sepamos ser compasivos y solidarios con los que sufren sed, los que carecen de comida y vestido, los que buscan y no encuentran justicia, los que padecen enfermedad. El mesianismo de Jesús es de salvación, de querer salvar a todo el mundo, de preocupación por la mujer que perdió a su hijo y de toda mujer a quien se le ha negado su dignidad, o la oportunidad de ser quien es.

No llores, nos dice el Señor, pues aquí estoy contigo hasta el final de los tiempos, siendo siempre tu salvador, tu amigo, tu hermano.

martes, 4 de junio de 2013

APOLOGÉTICA, por Martín Gelabert Ballester, O.P.

A FALTA DE TEOLOGÍA, APOLOGÉTICA
por Martín Gelabert Ballester, O.P.


La apologética, o sea, la defensa de la fe cristiana frente a los malentendidos, descalificaciones o ataques venidos del exterior, siempre ha existido en la Iglesia. Ha tenido una doble orientación, que dependía más del talante del apologeta que del tipo de ataque al que había que responder.

Hay una apología que se dedica a descalificar al adversario y lo trata como un enemigo; y hay otra que busca puentes de diálogo con la postura distante, diferente o disidente. Por lo demás, la apología no es la más importante tarea eclesial. La tarea principal de la Iglesia es dar a conocer el Evangelio y ofrecer una reflexión teológica que ayude a comprenderlo mejor, primero por los propios creyentes y luego por los que deben ser evangelizados.

Hoy abunda la apologética y es escasa la buena teología. A falta de propuestas teológicas y de ofertas teologales, hacemos apologética. Y además de la mala, de la que descalifica y es incapaz de ver nada bueno en el diferente o en el distinto. Una apologética que piensa que una tradición humana (Col 2,8) es tanto más divina cuanto más contraria es a las ideas del mundo moderno.

Esta apologética no tiene ideas propias, se alimenta de lo que dicen otros, pero no para dialogar, aprender o aprovecharlo, sino para mostrarse escandalizada y condenar. No aporta nada, sólo critica lo que otros ofrecen. No hace ninguna concesión. Todo es blanco o negro. Para ella no hay escala de grises. No reconoce nada bueno fuera de lo que ella dice. En vez de resaltar el fondo cristiano que pueda haber en las nuevas tendencias, no hace sino provocarlas para que rompan con los pocos vínculos que las unen a la Iglesia. Así el diálogo y el acercamiento con el otro es imposible.

Además de buena teología (reflexión que ayuda a comprender mejor a Dios), necesitamos recursos teologales (que propician el encuentro con Dios), como la oración, el compromiso apostólico, una liturgia viva y comprometida, un servicio de caridad y solidaridad iluminado por la fe, que ve en todo ser humano la imagen misma de Dios. La oferta y vivencia de estos recursos es mucho más eficaz que todas las apologéticas condenatorias.

De entrada y de salida, debemos buscar la salvación. Para que resplandezca la salvación no hace falta estar todo el día lamentando y condenado la oscuridad. La oscuridad desaparece por sí sola cuando se enciende una pequeña luz, una cerilla. La oferta teológica y teologal es esa cerilla que tenemos que cuidar, para que no se apague. No sea que después de tanto lamento lo que tengamos es más oscuridad porque nadie se ha preocupado de encender una cerilla.

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