domingo, 27 de marzo de 2022

4 DOMINGO DE CUARESMA, C, por Mons. Francisco González SF


Josué 5,9a.10-12
Salmo 33
2 Corintios 5,17-21
Lucas 15,1-3.11-32


Josué 5,9a.10-12

En aquellos días, el Señor dijo a Josué: "Hoy os he despojado del oprobio de Egipto." Los israelitas acamparon en Guilgal y celebraron la Pascua al atardecer del día catorce del mes, en la estepa de Jericó. El día siguiente a la Pascua, ese mismo día, comieron del fruto de la tierra: panes ázimos y espigas fritas. Cuando comenzaron a comer del fruto de la tierra, cesó el maná. Los israelitas ya no tuvieron maná, sino que aquel año comieron de la cosecha de la tierra de Canaán.

Salmo 33: Gustad y ved qué bueno es el Señor

Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren.
R. Gustad y ved qué bueno es el Señor

Proclamad conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor, y me respondió,
me libró de todas mis ansias.
R. Gustad y ved qué bueno es el Señor

Contempladlo, y quedaréis radiantes,
vuestro rostro no se avergonzará.
Si el afligido invoca al Señor,
él lo escucha y lo salva de sus angustias.
R. Gustad y ved qué bueno es el Señor

2 Corintios 5, 17-21

Hermanos: El que es de Cristo es una criatura nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado. Todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió consigo y nos encargó el ministerio de la reconciliación. Es decir, Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirle cuentas de sus pecados, y a nosotros nos ha confiado la palabra de la reconciliación. Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por nuestro medio. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. Al que no había pecado Dios lo hizo expiación por nuestro pecado, para que nosotros, unidos a él, recibamos la justificación de Dios.

Lucas 15,1-3.11-32

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: "Ése acoge a los pecadores y come con ellos." Jesús les dijo esta parábola: "Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte que me toca de la fortuna." El padre les repartió los bienes.

No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo: "Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros."

Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. " Pero el padre dijo a sus criados: "Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado." Y empezaron el banquete.

Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Éste le contesto: "Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud." Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: "Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado." El padre le dijo: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.""

Comentario de Mons. Francisco González, S.F.,
Obispo Auxiliar de Washington, D.C.

Estamos ya en el cuarto domingo, en la segunda parte de la Santa Cuaresma. La semana pasada habíamos reflexionado un poco sobre la misericordia de Dios y, también, la necesidad de una conversión, de una conversión que nunca acaba, de una forma especial, el evangelio nos recuerda el mismo tema: "Volver a la casa del padre". El primer domingo se nos hablaba del comienzo, las tentaciones y del final; la transfiguración, en el segundo. Los domingos restantes se nos habla de temas sacramentales. En este cuarto domingo tenemos un tema muy propio del evangelio de San Lucas: la misericordia divina.

En la primera lectura nos encontramos a Josué y el pueblo elegido celebrando la Pascua por primera vez en la Tierra Prometida. Se purifica la memoria del pasado, las infidelidades del pueblo en el desierto y ahora se renueva la Alianza, ofreciendo los frutos de la Nueva Tierra, de la nueva vida.

En la segunda lectura Pablo recuerda a la comunidad de Corinto de que han sido reconciliados con Dios en Cristo Jesús. Todo lo viejo, todo lo anterior queda ya superado, pues unidos a Cristo somos criaturas nuevas. Nosotros también, por el bautismo que hemos recibido participamos de la muerte y resurrección del Señor, pues morimos al pecado y recibimos la vida nueva: la vida divina.

Dentro de muy pocos días algunas de nuestras amistades van a ser bautizadas o van a ser admitidas en plenitud a nuestra comunidad eclesial. Tal vez la mayoría de nosotros ya hace tiempo que fuimos bautizados y nuestros padres y padrinos hicieron unas promesas en nuestro nombre. En unas pocas semanas se nos va a invitar a que NOSOTROS MISMOS renovemos esas promesas de renuncia a Satanás y al pecado: ¿Cuál es nuestra respuesta VERDADERA a esa invitación? ¿Es pura palabra o es una respuesta firme y sin equívocos al Dios que nos invita a la CONVERSIÓN constante?

En la parábola que hoy nos presenta el evangelio, Jesús está comiendo con publicanos y pecadores públicos. Los líderes del pueblo, tanto religiosos como políticos, no ven con buenos ojos que todo un señor, profeta y maestro le llamen algunos, se mezcle con semejante chusma.

Jesús les propone tres parábolas: la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo perdido. En estas tres parábolas hay un cierto denominador común: pérdida, búsqueda/encuentro y celebración.

En las dos primeras y que no leemos en este domingo, el aspecto de celebración, a decir verdad, me parece un tanto exagerado. Ese de que la señora de la casa llame a todas las vecinas para decirles que ha encontrado la moneda que había perdido o que el pastor que ha encontrado la oveja perdida tenga que reunir a todos los pastores que están por los apriscos cuidando a sus ovejas, pues a mí me parece un poco exagerado y como si el pastor y la buena señora no las tuvieran todas consigo. Sin embargo, cuando nos damos cuenta de que Jesús está hablando de Dios, debemos admitir que Él está tan locamente enamorado de nosotros, que no le importa hacer el ridículo con tal de recuperar a todos y cada uno de los extraviados.

La parábola del “Hijo Pródigo” se entiende mucho mejor cuando nos damos cuenta de todo ese amor rebosante que Dios siente por todos nosotros, que no le importa lo que digan los vecinos, su interés está en que el hijo “perdido y muerto” ha “resucitado y se le ha encontrado”.

Esta parábola del “Hijo Prodigo” está situada en el medio de lo que conocemos en San Lucas como "El viaje a Jerusalén" (9, 51 a 19, 28). Jesús va camino de la Ciudad Santa y durante el trayecto instruye a los discípulos y de una forma especial durante las cuatro comidas en las que Jesús participa, habla, podríamos decir, de lo que la futura iglesia, peregrina siempre, debe hacer (E. LaVerdier). En éste, su curso de formación de los discípulos, hace como un alto, una pausa, para hablar del Padre y así nos encontramos con el pasaje que hoy nos presenta la liturgia.

Por nuestra parte recordemos que la CONVERSIÓN, de la que tanto se habla hoy en día, es “una decisión viva/activa, consciente y expresada en la acción”, realizada desde lo más profundo del corazón.

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