sábado, 23 de febrero de 2013

2 DOMINGO DE CUARESMA, C


Génesis 15, 5-12. 17-18
Salmo 26: El Señor es mi luz y mi salvación
Filipenses 3,20-4,1
Lucas 9,28b-36

Génesis 15, 5-12. 17-18

En aquellos días, Dios sacó afuera a Abrán y le dijo:
— Mira al cielo; cuenta las estrellas, si puedes.
Y añadió:
— Así será tu descendencia.
Abrán creyó al Señor, y se le contó en su haber. El Señor le dijo:
— Yo soy el Señor, que te sacó de Ur de los Caldeos, para darte en posesión esta tierra.
Él replicó:
— Señor Dios, ¿cómo sabré yo que voy a poseerla?
Respondió el Señor:
— Tráeme una ternera de tres años, una cabra de tres años, un carnero de tres años, una tórtola y un pichón.
Abrán los trajo y los cortó por el medio, colocando cada mitad frente a la otra, pero no descuartizó las aves. Los buitres bajaban a los cadáveres, y Abrán los espantaba. Cuando iba a ponerse el sol, un sueño profundo invadió a Abrán, y un terror intenso y oscuro cayó sobre él.
El sol se puso, y vino la oscuridad; una humareda de horno y una antorcha ardiendo pasaban entre los miembros descuartizados. Aquel día el Señor hizo alianza con Abrán en estos términos:
— A tus descendientes les daré esta tierra, desde el río de Egipto al Gran Río Éufrates.

Salmo 26: El Señor es mi luz y mi salvación

El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién me hará temblar?
R. El Señor es mi luz y mi salvación

Escúchame, Señor, que te llamo;
ten piedad, respóndeme.
Oigo en mi corazón:
"Buscad mi rostro."
R. El Señor es mi luz y mi salvación

Tu rostro buscaré, Señor,
no me escondas tu rostro.
No rechaces con ira a tu siervo,
que tú eres mi auxilio.
R. El Señor es mi luz y mi salvación

Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida.
Espera en el Señor, sé valiente,
ten ánimo, espera en el Señor.
R. El Señor es mi luz y mi salvación

Filipenses 3,20-4,1

Hermanos: Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con esa energía que posee para sometérselo todo. Así, pues, hermanos míos queridos y añorados, mi alegría y mi corona, manteneos así, en el Señor, queridos.

Lucas 9,28b-36

En aquel tiempo, Jesús cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña, para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos. De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño; y, espabilándose, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: "Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías." No sabía lo que decía. Todavía estaba hablando, cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía: "Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle." Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.

Comentario de Mons. Francisco González, S.F.
Obispo Auxiliar de Washington, D.C.

Ya ha pasado la primera semana de Cuaresma. Una semana que ya no volverá. El llamado que recibimos claramente el Miércoles de Ceniza de “convertirnos y creer en el Evangelio” posiblemente nos llegó al fondo del corazón y decidimos hacer un cambio en dicha dirección. No sería de extrañar que movidos por esa manifestación de fe del pueblo cristiano nos decidiéramos a profundizar en nuestra oración, a renunciar a ciertas cosas y a compartir lo nuestro. Y ahora echando una mirada a esos días y a esos propósitos cabe la pregunta: ¿Cómo nos ha ido?

Si hemos cumplido, demos gracias a Dios y tengamos cuidado de que no se nos suba a la cabeza esos peldaños conquistados. Si hemos fracasado, no nos desanimemos, la misericordia de Dios es infinita y ahí está Él para alentarnos, guiarnos, fortalecernos y perdonarnos, si es necesario, con tal de no ceder ante el enemigo, que como veíamos la semana pasado, hasta al mismo Jesús tentó y lo hizo con todos los artilugios propios del ser que solo desea nuestra perdición.

Para esta segunda semana la lectura evangélica está tomada del capítulo 9 de San Lucas. Nos habla de la Transfiguración.

Parece que en este caminar hacia Jerusalén Jesús vive una cierta crisis. Ve la necesidad de preguntar qué es lo que la gente piensa de Él. En segundo lugar, les anuncia algo que no esperan: va a ser ejecutado. Al mismo tiempo les habla de lo que se requiere, de las exigencias para poder catalogarse como discípulo de Él. Todo en contra de lo que por otros pasajes del evangelio, sabemos que ellos pensaban.

Ocho días después de todo eso, toma a tres de sus más allegados seguidores: Pedro, Juan y Santiago y sube con ellos a lo alto del monte. ¿Para qué? Pues para orar. Durante esta oración, durante este diálogo con el Padre, el Maestro se transforma, su rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor. Pero solo Él, no los otros dos que le acompañaban y con los que conversaban de su destino: Jerusalén.

Los apóstoles quieren quedarse allí, incluso construyendo tres tiendas, una para cada uno de los tres personajes importantes: Jesús, Moisés y Elías. Parece ser que los apóstoles no habían llegado a distinguir, a separar a Jesús de los otros dos, todavía lo catalogaban en el mismo nivel.

En medio del aturdimiento en que estaban, les cubre una nube que aumenta su temor y se oye una voz: “Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo”.

Esa voz sigue resonando en todos los tiempos, incluso en el nuestro, cuando hablamos tanto y escuchamos poco, tal vez menos que antes. ¿Por qué? Parece ser que nos faltan puntos de referencia, nos centralizamos en nosotros mismos, nos escuchamos a nosotros mismos, solo nosotros tenemos la verdad, una verdad un tanto egoísta, pues nos preocupamos con mucha frecuencia de lo que yo quiero, de lo que a mí me satisface, de lo que a mí me place, de ser el centro del universo, de imitar más a la criatura (“Seremos como dioses”) que al Creador (“Yo seré vuestro Dios y vosotros mi pueblo”).

En el mundo estamos oyendo, lo que algunos llaman, la sinfonía del dinero; hay también los aullidos del hambre, de la corrupción, de la opresión y del rechazo; el bramido de los cañones de la guerra y el terrorismo; el quejido de los enfermos abandonados y los encarcelados olvidados, incluso el alarido que produce el silencio ante tanta injusticia y deshumanización. Unos oyen unas cosas y otros otras para justificar sus propios comportamientos. ¡Qué lástima! Jesús sigue hablando y no se le oye, siendo Él el elegido para darle la vuelta a todo lo que no viene del Padre que quiere volvamos al paraíso del principio, cuando todo estaba bien.

Sí, Jesús sigue hablando y esta es la gran esperanza para todos nosotros. ¿Qué sucedería si con todo respeto pusiéramos un stop temporal en la producción y lectura de libros religiosos, y nos dedicáramos exclusivamente a la lectura y reflexión de los evangelios para conocer mejor a Jesús, y unirnos a Él para que sea Él quien viva en nosotros?

viernes, 15 de febrero de 2013

1 DOMINGO DE CUARESMA, C


Deuteronomio 26, 4-10
Salmo 90: Está conmigo, Señor, en la tribulación
Romanos 10, 8-13
Lucas 4, 1-13

Deuteronomio 26, 4-10

Dijo Moisés al pueblo: "El sacerdote tomará de tu mano la cesta con las primicias y la pondrá ante el altar del Señor, tu Dios. Entonces tú dirás ante el Señor, tu Dios: "Mi padre fue un arameo errante, que bajó a Egipto, y se estableció allí, con unas pocas personas. Pero luego creció, hasta convertirse en una raza grande, potente y numerosa. Los egipcios nos maltrataron y nos oprimieron, y nos impusieron una dura esclavitud. Entonces clamamos al Señor, Dios de nuestros padres, y el Señor escuchó nuestra voz, miró nuestra opresión, nuestro trabajo y nuestra angustia. El Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido, en medio de gran terror, con signos y portentos. Nos introdujo en este lugar, y nos dio esta tierra, una tierra que mana leche y miel. Por eso, ahora traigo aquí las primicias de los frutos del suelo que tú, Señor, me has dado." Lo pondrás ante el Señor, tu Dios, y te postrarás en presencia del Señor, tu Dios."

Salmo 90: Está conmigo, Señor, en la tribulación

Tú que habitas al amparo del Altísimo,
que vives a la sombra del Omnipotente,
di al Señor: "Refugio mío, alcázar mío,
Dios mío, confío en ti."
R. Está conmigo, Señor, en la tribulación

No se te acercará la desgracia,
ni la plaga llegará hasta tu tienda,
porque a sus ángeles ha dado órdenes
para que te guarden en tus caminos.
R. Está conmigo, Señor, en la tribulación

Te llevarán en sus palmas,
para que tu pie no tropiece en la piedra;
caminarás sobre áspides y víboras,
pisotearás leones y dragones.
R. Está conmigo, Señor, en la tribulación

"Se puso junto a mí: lo libraré;
lo protegeré porque conoce mi nombre,
me invocará y lo escucharé.
Con él estaré en la tribulación,
lo defenderé, lo glorificaré."
R. Está conmigo, Señor, en la tribulación

Romanos 10, 8-13

Hermanos: La Escritura dice: "La palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón." Se refiere a la palabra de la fe que os anunciamos. Porque, si tus labios profesan que Jesús es el Señor, y tu corazón cree que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás. Por la fe del corazón llegamos a la justificación, y por la profesión de los labios, a la salvación. Dice la Escritura: "Nadie que cree en él quedará defraudado." Porque no hay distinción entre judío y griego; ya que uno mismo es el Señor de todos, generoso con todos los que lo invocan. Pues "todo el que invoca el nombre del Señor se salvará."

Lucas 4, 1-13

En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y, durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo. Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: "Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan." Jesús le contestó: "Está escrito: «No sólo de pan vive el hombre»". Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: "Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo." Jesús le contestó: "Está escrito: «Al Señor, tu Dios, adorarás y a él sólo darás culto»". Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: "Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: «Encargará a los ángeles que cuiden de ti», y también: «Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras»". Jesús le contestó: "Está mandado: «No tentarás al Señor, tu Dios»". Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión.

Comentario de Mons. Francisco González, S.F.
Obispo Auxiliar de Washington, D.C.

Hace cuatro días dimos comienzo oficial a la Santa Cuaresma. Cuarenta días de preparación para las grandes y hermosas celebraciones de la Semana Santa. Cuaresma, tiempo de cambio, de conversión, como se nos recordó el Miércoles de Ceniza. La Cuaresma, tiempo fuerte, como también se le conoce.

En la primera carta de Pedro leemos: “Sed sobrios, estad despiertos: vuestro enemigo, el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quien devorar; resistidle, firmes en la fe”.

Estas palabras de Pedro nos pueden servir muy bien como introducción al pasaje evangélico de hoy, donde leemos ese evento en la vida de Cristo cuando Él mismo, es tentado por el diablo, y donde sabe resistirlo y vencerle. A pesar de esta derrota el Diablo no se da por vencido, como nos lo recuerda la última frase de la lectura evangélica: “el demonio se marchó hasta otra ocasión”.

Comenzamos con el cuatro capítulo de San Lucas. Jesús ha sido bautizado y va a experimentar un cambio rotundo en su vida pasando de ciudadano de pie, podríamos decir, a misionero, predicador, profeta, evangelizador. Tiene un mensaje que comunicar. En su bautismo se oyó la voz del Padre, que no solo lo proclamaba su hijo predilecto, sino que instaba a todos a escucharle.

Y así, lleno del Espíritu Santo, Jesús pasa cuarenta días en el desierto, y lo hace sin comer y sufriendo las constantes tentaciones del diablo. Al final de esa permanencia en el desierto, permanencia que nunca es permanente sino transitoria, como en el caso del pueblo elegido, Jesús sintió hambre. Y así comienza su prueba, el diablo lo ha estado tentando, pero ahora Jesús está sintiendo una debilidad y una necesidad, y el enemigo con cara de buen amigo se le acerca para ayudarle.

El diablo comienza su ataque, como siempre, haciendo que nos fijemos en nosotros mismos, en nuestra necesidad, y así reta a Jesús: Si eres Hijo de Dios, si tienes hambre, la solución está en tus manos convirtiendo estas piedras en pan. ¿Cuántos de nosotros habríamos optado por esta solución? Posiblemente bastantes, pero con la respuesta de Jesús, Él nos hace pensar e ir un poco más lejos. Si necesitamos comer para vivir, pero eso no es lo único. Para ser verdaderamente personas ese pan debe ser mucho más que lo que nosotros entendemos por pan. Nuestro verdadero alimento, el alimento del ser humano, o mejor dicho el ser humano para verdaderamente serlo necesita del alimento que nos ponen en la mesa, sino de otras muchas cosas más.

La tentación continúa, pues el diablo lleva a Jesús bien alto desde donde se pueden observar todos los reinos del mundo, y le ofrece el poder y la gloria, con el pequeño requisito de tenerse que hincar de rodillas delante del maligno. Esta sí que es una tentación muy atractiva: poder y gloria. ¿Cuántas vidas ha sacrificado la humanidad para que algunos consigan ese poder y gloria?

Recientemente hemos recibido una lección extraordinaria con la renuncia del Santo Padre. Dentro de lo que es la Iglesia todo el poder reside en el Papa, y millones y millones lo admiran, hay quienes darían todo por una audiencia privada con él, etc. etc. y de repente dice que lo abandona todo para irse a un monasterio. Lo deja todo en las manos de otro, y no pide nada en recompensa. Posiblemente no le habrá sido tan difícil como piensan algunos, ya que él siempre ha sabido que su ministerio era servicio, aunque hubiera gloria y poder, y cuando ha creído que no podía ofrecer el servicio, renuncia en favor del bien de la Iglesia. Una gran lección para todos, especialmente para los que tienen un cierto poder y gozan de una cierta gloria.

Por último una tentación sobre seguridad, la seguridad de que hagas lo que hagas, tienes unos ángeles que te van a cuidar para que no te rompas la cabeza al caer. Y Jesús vuelve a resolver la situación de la misma manera: Déjate ya de tentar al Señor, pues es tu Dios.

Comencemos la Santa Cuaresma pidiendo a Dios que nos llene del Espíritu Santo para poder escuchar e imitar a su Hijo predilecto.

martes, 12 de febrero de 2013

BENEDICTO XVI: "Creer en la caridad suscita caridad" (mensaje para la cuaresma 2013)


«Hemos conocido el amor que Dios nos tiene 
y hemos creído en él» (1 Jn 4,16) 

Queridos hermanos y hermanas:

La celebración de la Cuaresma, en el marco del Año de la fe, nos ofrece una ocasión preciosa para meditar sobre la relación entre fe y caridad: entre creer en Dios, el Dios de Jesucristo, y el amor, que es fruto de la acción del Espíritu Santo y nos guía por un camino de entrega a Dios y a los demás.

— La fe como respuesta al amor de Dios

En mi primera encíclica expuse ya algunos elementos para comprender el estrecho vínculo entre estas dos virtudes teologales, la fe y la caridad. Partiendo de la afirmación fundamental del apóstol Juan: «Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4,16), recordaba que «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva… Y puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4,10), ahora el amor ya no es sólo un “mandamiento”, sino la respuesta al don del amor, con el cual Dios viene a nuestro encuentro» (Deus caritas est, 1).

La fe constituye la adhesión personal – que incluye todas nuestras facultades – a la revelación del amor gratuito y apasionado que Dios tiene por nosotros y que se manifiesta plenamente en Jesucristo. El encuentro con Dios Amor no sólo comprende el corazón, sino también el entendimiento: «El reconocimiento del Dios vivo es una vía hacia el amor, y el sí de nuestra voluntad a la suya abarca entendimiento, voluntad y sentimiento en el acto único del amor. Sin embargo, éste es un proceso que siempre está en camino: el amor nunca se da por “concluido” y completado» (ibídem, 17).

De aquí deriva para todos los cristianos y, en particular, para los agentes de la caridad, la necesidad de la fe, del «encuentro con Dios en Cristo que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro, de modo que, para ellos, el amor al prójimo ya no sea un mandamiento por así decir impuesto desde fuera, sino una consecuencia que se desprende de su fe, la cual actúa por la caridad» (ib., 31a).

El cristiano es una persona conquistada por el amor de Cristo y movido por este amor -«caritas Christi urget nos» (2 Co 5,14)-, está abierto de modo profundo y concreto al amor al prójimo (cf. ib., 33). Esta actitud nace ante todo de la conciencia de que el Señor nos ama, nos perdona, incluso nos sirve, se inclina a lavar los pies de los apóstoles y se entrega a sí mismo en la cruz para atraer a la humanidad al amor de Dios.

«La fe nos muestra a Dios que nos ha dado a su Hijo y así suscita en nosotros la firme certeza de que realmente es verdad que Dios es amor… La fe, que hace tomar conciencia del amor de Dios revelado en el corazón traspasado de Jesús en la cruz, suscita a su vez el amor. El amor es una luz -en el fondo la única- que ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar» (ib., 39). Todo esto nos lleva a comprender que la principal actitud característica de los cristianos es precisamente «el amor fundado en la fe y plasmado por ella» (ib., 7).

— La caridad como vida en la fe

Toda la vida cristiana consiste en responder al amor de Dios. La primera respuesta es precisamente la fe, acoger llenos de estupor y gratitud una inaudita iniciativa divina que nos precede y nos reclama. Y el «sí» de la fe marca el comienzo de una luminosa historia de amistad con el Señor, que llena toda nuestra existencia y le da pleno sentido. Sin embargo, Dios no se contenta con que nosotros aceptemos su amor gratuito. No se limita a amarnos, quiere atraernos hacia sí, transformarnos de un modo tan profundo que podamos decir con san Pablo: ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí (cf. Ga 2,20).

Cuando dejamos espacio al amor de Dios, nos hace semejantes a él, partícipes de su misma caridad. Abrirnos a su amor significa dejar que él viva en nosotros y nos lleve a amar con él, en él y como él; sólo entonces nuestra fe llega verdaderamente «a actuar por la caridad» (Ga 5,6) y él mora en nosotros (cf. 1 Jn 4,12).

La fe es conocer la verdad y adherirse a ella (cf. 1 Tm 2,4); la caridad es «caminar» en la verdad (cf. Ef 4,15). Con la fe se entra en la amistad con el Señor; con la caridad se vive y se cultiva esta amistad (cf. Jn 15,14s). La fe nos hace acoger el mandamiento del Señor y Maestro; la caridad nos da la dicha de ponerlo en práctica (cf. Jn 13,13-17). En la fe somos engendrados como hijos de Dios (cf. Jn 1,12s); la caridad nos hace perseverar concretamente en este vínculo divino y dar el fruto del Espíritu Santo (cf. Ga 5,22). La fe nos lleva a reconocer los dones que el Dios bueno y generoso nos encomienda; la caridad hace que fructifiquen (cf. Mt 25,14-30).

— El lazo indisoluble entre fe y caridad

A la luz de cuanto hemos dicho, resulta claro que nunca podemos separar, o incluso oponer, fe y caridad. Estas dos virtudes teologales están íntimamente unidas por lo que es equivocado ver en ellas un contraste o una «dialéctica». Por un lado, en efecto, representa una limitación la actitud de quien hace fuerte hincapié en la prioridad y el carácter decisivo de la fe, subestimando y casi despreciando las obras concretas de caridad y reduciéndolas a un humanitarismo genérico. Por otro, sin embargo, también es limitado sostener una supremacía exagerada de la caridad y de su laboriosidad, pensando que las obras puedan sustituir a la fe. Para una vida espiritual sana es necesario rehuir tanto el fideísmo como el activismo moralista.

La existencia cristiana consiste en un continuo subir al monte del encuentro con Dios para después volver a bajar, trayendo el amor y la fuerza que derivan de éste, a fin de servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios.

En la Sagrada Escritura vemos que el celo de los apóstoles en el anuncio del Evangelio que suscita la fe está estrechamente vinculado a la solicitud caritativa respecto al servicio de los pobres (cf. Hch 6,1-4). En la Iglesia, contemplación y acción, simbolizadas de alguna manera por las figuras evangélicas de las hermanas Marta y María, deben coexistir e integrarse (cf. Lc 10,38-42). La prioridad corresponde siempre a la relación con Dios y el verdadero compartir evangélico debe estar arraigado en la fe (cf. Audiencia general 25 abril 2012). A veces, de hecho, se tiene la tendencia a reducir el término «caridad» a la solidaridad o a la simple ayuda humanitaria. En cambio, es importante recordar que la mayor obra de caridad es precisamente la evangelización, es decir, el «servicio de la Palabra». Ninguna acción es más benéfica y, por tanto, caritativa hacia el prójimo que partir el pan de la Palabra de Dios, hacerle partícipe de la Buena Nueva del Evangelio, introducirlo en la relación con Dios: la evangelización es la promoción más alta e integral de la persona humana.

Como escribe el siervo de Dios el Papa Pablo VI en la encíclica Populorum progressio, es el anuncio de Cristo el primer y principal factor de desarrollo (cf. n. 16). La verdad originaria del amor de Dios por nosotros, vivida y anunciada, abre nuestra existencia a aceptar este amor haciendo posible el desarrollo integral de la humanidad y de cada hombre (cf. Caritas en veritate, 8).

En definitiva, todo parte del amor y tiende al amor. Conocemos el amor gratuito de Dios mediante el anuncio del Evangelio. Si lo acogemos con fe, recibimos el primer contacto – indispensable – con lo divino, capaz de hacernos «enamorar del Amor», para después vivir y crecer en este Amor y comunicarlo con alegría a los demás.

A propósito de la relación entre fe y obras de caridad, unas palabras de la Carta de san Pablo a los Efesios resumen quizá muy bien su correlación: «Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es un don de Dios; tampoco viene de las obras, para que nadie se gloríe. En efecto, hechura suya somos: creados en Cristo Jesús, en orden a las buenas obras que de antemano dispuso Dios que practicáramos» (2,8-10). Aquí se percibe que toda la iniciativa salvífica viene de Dios, de su gracia, de su perdón acogido en la fe; pero esta iniciativa, lejos de limitar nuestra libertad y nuestra responsabilidad, más bien hace que sean auténticas y las orienta hacia las obras de la caridad. Éstas no son principalmente fruto del esfuerzo humano, del cual gloriarse, sino que nacen de la fe, brotan de la gracia que Dios concede abundantemente.

Una fe sin obras es como un árbol sin frutos: estas dos virtudes se necesitan recíprocamente. La cuaresma, con las tradicionales indicaciones para la vida cristiana, nos invita precisamente a alimentar la fe a través de una escucha más atenta y prolongada de la Palabra de Dios y la participación en los sacramentos y, al mismo tiempo, a crecer en la caridad, en el amor a Dios y al prójimo, también a través de las indicaciones concretas del ayuno, de la penitencia y de la limosna.

— Prioridad de la fe, primado de la caridad

Como todo don de Dios, fe y caridad se atribuyen a la acción del único Espíritu Santo (cf. 1 Co 13), ese Espíritu que grita en nosotros «¡Abbá, Padre!» (Ga 4,6), y que nos hace decir: «¡Jesús es el Señor!» (1 Co 12,3) y «¡Maranatha!» (1 Co 16,22; Ap 22,20).

La fe, don y respuesta, nos da a conocer la verdad de Cristo como Amor encarnado y crucificado, adhesión plena y perfecta a la voluntad del Padre e infinita misericordia divina para con el prójimo; la fe graba en el corazón y la mente la firme convicción de que precisamente este Amor es la única realidad que vence el mal y la muerte.

La fe nos invita a mirar hacia el futuro con la virtud de la esperanza, esperando confiadamente que la victoria del amor de Cristo alcance su plenitud. Por su parte, la caridad nos hace entrar en el amor de Dios que se manifiesta en Cristo, nos hace adherir de modo personal y existencial a la entrega total y sin reservas de Jesús al Padre y a sus hermanos. Infundiendo en nosotros la caridad, el Espíritu Santo nos hace partícipes de la abnegación propia de Jesús: filial para con Dios y fraterna para con todo hombre (cf. Rm 5,5).

La relación entre estas dos virtudes es análoga a la que existe entre dos sacramentos fundamentales de la Iglesia: el bautismo y la eucaristía. El bautismo (sacramentum fidei) precede a la eucaristía (sacramentum caritatis), pero está orientado a ella, que constituye la plenitud del camino cristiano. Análogamente, la fe precede a la caridad, pero se revela genuina sólo si culmina en ella. Todo parte de la humilde aceptación de la fe («saber que Dios nos ama»), pero debe llegar a la verdad de la caridad («saber amar a Dios y al prójimo»), que permanece para siempre, como cumplimiento de todas las virtudes (cf. 1 Co 13,13).

Queridos hermanos y hermanas, en este tiempo de cuaresma, durante el cual nos preparamos a celebrar el acontecimiento de la cruz y la resurrección, mediante el cual el amor de Dios redimió al mundo e iluminó la historia, os deseo a todos que viváis este tiempo precioso reavivando la fe en Jesucristo, para entrar en su mismo torrente de amor por el Padre y por cada hermano y hermana que encontramos en nuestra vida. Por esto, elevo mi oración a Dios, a la vez que invoco sobre cada uno y cada comunidad la Bendición del Señor.

lunes, 11 de febrero de 2013

BENEDICTO XVI: "Declaro que renuncio al ministerio de Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro (febrero 11, 2013)




Queridísimos hermanos,

Os he convocado a este Consistorio, no sólo para las tres causas de canonización, sino también para comunicaros una decisión de gran importancia para la vida de la Iglesia. Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino.

Soy muy consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también y en no menor grado sufriendo y rezando. Sin embargo, en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado.

Por esto, siendo muy consciente de la seriedad de este acto, con plena libertad, declaro que renuncio al ministerio de Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro, que me fue confiado por medio de los Cardenales el 19 de abril de 2005, de forma que, desde el 28 de febrero de 2013, a las 20.00 horas, la sede de Roma, la sede de San Pedro, quedará vacante y deberá ser convocado, por medio de quien tiene competencias, el cónclave para la elección del nuevo Sumo Pontífice.

Queridísimos hermanos, os doy las gracias de corazón por todo el amor y el trabajo con que habéis llevado junto a mí el peso de mi ministerio, y pido perdón por todos mis defectos. Ahora, confiamos la Iglesia al cuidado de su Sumo Pastor, Nuestro Señor Jesucristo, y suplicamos a María, su Santa Madre, que asista con su materna bondad a los Padres Cardenales al elegir el nuevo Sumo Pontífice.

Por lo que a mi respecta, también en el futuro, quisiera servir de todo corazón a la Santa Iglesia de Dios con una vida dedicada a la plegaria.

Vaticano, 10 de febrero 2013.

BENEDICTUS PP XVI

lunes, 4 de febrero de 2013

JUEVES DE LA CUARTA SEMANA, Años impares

Hebreos 12,18-19.21-24
Salmo 48(47),2-3a.3b-4.9.10-11
Marcos 6,7-13

Hebreos 12,18-19.21-24

Ustedes, en efecto, no se han acercado a algo tangible: fuego ardiente, oscuridad, tinieblas, tempestad, sonido de trompeta, y un estruendo tal de palabras, que aquellos que lo escuchaban no quisieron que se les siguiera hablando. Este espectáculo era tan terrible, que Moisés exclamó: Estoy aterrado y tiemblo. Ustedes, en cambio, se han acercado a la montaña de Sión, a la Ciudad del Dios viviente, a la Jerusalén celestial, a una multitud de ángeles, a una fiesta solemne, a la asamblea de los primogénitos cuyos nombres están escritos en el cielo. Se han acercado a Dios, que es el Juez del universo, y a los espíritus de los justos que ya han llegado a la perfección, a Jesús, el mediador de la Nueva Alianza, y a la sangre purificadora que habla más elocuentemente que la de Abel.

Salmo 48(47): Oh Dios, meditamos tu misericordia en medio de tu templo

Grande es el Señor y muy digno de alabanza
en la ciudad de nuestro Dios,
su monte santo, altura hermosa,
alegría de toda la tierra.
R. Oh Dios, meditamos tu misericordia en medio de tu templo

El monte Sión, vértice del cielo,
ciudad del gran rey;
entre sus palacios,
Dios descuella como un alcázar.
R. Oh Dios, meditamos tu misericordia en medio de tu templo

Lo que habíamos oído lo hemos visto
en la ciudad del Señor de los ejércitos,
en la ciudad de nuestro Dios:
que Dios la ha fundado para siempre.
R. Oh Dios, meditamos tu misericordia en medio de tu templo

Oh Dios, meditamos tu misericordia
en medio de tu templo:
como tu renombre, oh Dios, tu alabanza
llega al confín de la tierra;
tu diestra está llena de justicia.
R. Oh Dios, meditamos tu misericordia en medio de tu templo

Marcos 6,7-13

Entonces llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros. Y les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero; que fueran calzados con sandalias, y que no tuvieran dos túnicas. Les dijo: "Permanezcan en la casa donde les den alojamiento hasta el momento de partir. Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos". Entonces fueron a predicar, exhortando a la conversión; expulsaron a muchos demonios y curaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo.

LUNES DE LA CUARTA SEMANA, Año I (Lecturas)

Hebreos 11,32-40
Salmo 30: Sed fuertes y valientes de corazón, 
los que esperáis en el Señor
Marcos 5,1-20

Hebreos 11,32-40

"Por medio de la fe, subyugaron reinos. Dios tiene preparado algo mejor para nosotros" Hermanos: ¿Para qué seguir? No me da tiempo de referir la historia de Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David, Samuel y los profetas; éstos, por medio de la fe, subyugaron reinos, practicaron la justicia, obtuvieron promesas, amordazaron fauces de leones, apagaron hogueras voraces, esquivaron el filo de la espada, se curaron de enfermedades, fueron valientes en la guerra, derrotaron ejércitos extranjeros; hubo mujeres que recobraron resucitados a sus difuntos. Pero otros fueron tundidos a golpes y rehusaron el rescate, para obtener una resurrección mejor; otros pasaron por la prueba de la flagelación ignominiosa, de las cadenas y la cárcel; los apedrearon, los serraron, murieron a espada, rodaron por el mundo vestidos con pieles de oveja y de cabra, faltos de todo, oprimidos, maltratados; el mundo no era digno de ellos: vagabundos por desiertos y montañas, por grutas y cavernas de la tierra. Y todos éstos, aun acreditados por su fe, no consiguieron lo prometido; Dios tenía preparado algo mejor para nosotros, para que no llegaran sin nosotros a la perfección.

Salmo 30: Sed fuertes y valientes de corazón, 
los que esperáis en el Señor

Qué bondad tan grande, Señor,
reservas para tus fieles,
y concedes a los que a ti se acogen
a la vista de todos.
R. Sed fuertes y valientes de corazón, 
los que esperáis en el Señor

En el asilo de tu presencia los escondes
de las conjuras humanas;
los ocultas en tu tabernáculo,
frente a las lenguas pendencieras.
R. Sed fuertes y valientes de corazón, 
los que esperáis en el Señor

Bendito el Señor, que ha hecho por mí
prodigios de misericordia
en la ciudad amurallada.
R. Sed fuertes y valientes de corazón, 
los que esperáis en el Señor

Yo decía en mi ansiedad:
"Me has arrojado de tu vista"
pero tú escuchaste mi voz suplicante
cuando yo te gritaba.
R. Sed fuertes y valientes de corazón, 
los que esperáis en el Señor

Amad al Señor, fieles suyos
el Señor guarda a sus leales,
y a los soberbios les paga con creces.
R. Sed fuertes y valientes de corazón, 
los que esperáis en el Señor

Marcos 5,1-20

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a la orilla del lago, en la región de los gerasenos. Apenas desembarcó, le salió al encuentro, desde el cementerio, donde vivía en los sepulcros, un hombre poseído de espíritu inmundo; ni con cadenas podía ya nadie sujetarlo; muchas veces lo habían sujetado con cepos y cadenas, pero él rompía las cadenas y destrozaba los cepos, y nadie tenía fuerza para domarlo. Se pasaba el día y la noche en los sepulcros y en los montes, gritando e hiriéndose con piedras. Viendo de lejos a Jesús, echó a correr, se postró ante él y gritó a voz en cuello: "¿Qué tienes que ver conmigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Por Dios te lo pido, no me atormentes." Porque Jesús le estaba diciendo: "Espíritu inmundo, sal de este hombre." Jesús le preguntó: "¿Cómo te llamas?" Él respondió: "Me llamo Legión, porque somos muchos." Y le rogaba con insistencia que no los expulsara de aquella comarca.

Había cerca una gran piara de cerdos hozando en la falda del monte. Los espíritus le rogaron: "Déjanos ir y meternos en los cerdos." Él se lo permitió. Los espíritus inmundos salieron del hombre y se metieron en los cerdos; y la piara, unos dos mil, se abalanzó acantilado abajo al lago y se ahogó en el lago. Los porquerizos echaron a correr y dieron la noticia en el pueblo y en los cortijos. Y la gente fue a ver qué había pasado. Se acercaron a Jesús y vieron al endemoniado que había tenido la legión, sentado, vestido y en su juicio. Se quedaron espantados. Los que lo habían visto les contaron lo que había pasado al endemoniado y a los cerdos. Ellos le rogaban que se marchase de su país.

Mientras se embarcaba, el endemoniado le pidió que lo admitiese en su compañía. Pero no se lo permitió, sino que le dijo: "Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo por su misericordia." El hombre se marchó y empezó a proclamar por la Decápolis lo que Jesús había hecho con él; todos se admiraban.

viernes, 1 de febrero de 2013

2 de febrero: PRESENTACIÓN DEL SEÑOR EN EL TEMPLO (origen y evolución de la fiesta)




— Fiesta mariana antes del Concilio Vaticano II (1962-1965)

Esta fiesta solía llamarse antes del Concilio Vaticano II “de la Candelaria o de la Purificación de la Virgen”. Era una de las fiestas importantes de Nuestra Señora. Lo más llamativo era la procesión de las candelas. De ahí le viene el nombre de “Candelaria”. 

Con la reforma del Concilio Vaticano II se le cambió de nombre para dar prioridad al acontecimiento del Niño Dios, que es presentado al Templo conforme a la prescripción que leemos en Ex 13, 1-12. De este modo, volvió a vincularse al ciclo navideño de la manifestación del Señor.

Con el cambio del nombre no se quiso borrar la presencia de María, sino ponerla en segundo lugar, después del Señor. El Evangelio de San Lucas (2, 22-38) funde dos prescripciones legales distintas, ya citadas arriba, que se refieren a la purificación de la Madre y a la consagración del primogénito.

— Sentido original de la fiesta

La fiesta había sido importada de Oriente. Su nombre original -hypapante-, de origen griego, así lo indica. La palabra “hypapante”, que significa “encuentro”, nos muestra su sentido original: es la celebración del encuentro con el Señor, de su presentación en el templo y de la manifestación del día cuarenta.

En el siglo VII la fiesta se introdujo en la liturgia de Occidente. En un principio, al igual que en Oriente, se celebraba la Presentación de Jesús más que la Purificación de María. Los antiguos libros litúrgicos romanos siguieron conservando el nombre original griego para denominar esta fiesta.

— Una de las fiestas más antiguas

El "Itinerarium" de Eteria (390) habla de esta fiesta con el nombre genérico de "Quadragésima de Epiphanía". La fecha de la celebración no era el 2, sino el 14 de febrero, es decir 40 días después de la Epifanía. Hasta el siglo VI se celebró a los cuarenta días de la Epifanía, el 15 de febrero, después pasó a celebrarse el 2, por ser a los cuarenta días de la Navidad, 25 de diciembre.

— Significado de las candelas

En el siglo V se empezaron a usar las veladoras para subrayar las palabras del Cántico de Simeón, "Luz para alumbrar a las naciones", y darle mayor vistosidad a la celebración. Entonces toma el nombre y color de “la fiesta de las luces”. La bendición de las velas es un símbolo de la luz de Cristo que los creyentes se llevan consigo. Durante mucho tiempo se dio gran importancia a los cirios encendidos. Después de usados en la procesión eran llevados a las casas y allí se encendían en algunas necesidades.

La procesión está atestiguada en los antiguos documentos romanos. El Liber Pontificalis nos dice que el Papa Sergio I, a finales del siglo VII, dispuso que se solemnizaran con una procesión las cuatro fiestas marianas más significativas por su antigüedad: la Asunción, la Anunciación, la Natividad y la Purificación.

— Fiesta de la Purificación de María

En la Edad Media la fiesta se reviste de un carácter muy mariano. Así lo demuestra el contenido de las oraciones y antífona, recogidas en el viejo Misal Romano, para ser utilizadas en la bendición y procesión de las candelas y que aparecen por primera vez en libros litúrgicos de los siglos XIII y XIV. El protagonismo de la Virgen pasa a un primer plano y se debe al carácter mariano que la fiesta adquiere en esta época.

Entonces comienza a conocerse como Fiesta de la Purificación de María, recordando la prescripción de Moisés, que leemos en levítico 12, 1-8. La ley de Moisés mandaba que toda mujer que dé a luz un varón, en el plazo de cuarenta días acuda al Templo para purificarse de la mancha legal y allí ofrecer su primogénito a Yahvé. Era lógico que los únicos exentos de esta ley eran Jesús y María: Él por ser superior a esa ley, y Ella por haber concebido milagrosamente por obra del Espíritu Santo. A pesar de ello María oculta este prodigio y... acude humildemente como cualquier otra mujer a purificarse de lo que no estaba manchada.

Una vez cumplido el rito de ofrecer los cinco siclos legales después de la ceremonia de la purificación, la Sagrada Familia estaba dispuesta para salir del templo cuando se realizó el prodigio del “nuevo encuentro” con Simeón, primero, y con la anciana Ana, después.

— Simeón y Ana, ejemplo de vida consagrada

San Lucas nos cuenta los detalles del encuentro: "Ahora, Señor, ya puedes dejar irse en paz a tu siervo, porque han visto mis ojos al Salvador... al que viene a ser luz para las gentes y gloria de tu pueblo Israel..." Y le dijo a la Madre: "Mira, que este Niño está puesto para caída y levantamiento para muchos en Israel... Y tu propia alma la traspasará una espada...".

Jesús está llamado para ser: Luz y gloria y a la vez escándalo y roca dura contra la que muchos se estrellarán. ¡Pobre Madre María, la espada que desde entonces atravesó su Corazón!

La presencia profética de Simeón y Ana es ejemplo de vida consagrada a Dios y de anuncio del misterio de salvación.

2 de febrero: PRESENTACIÓN DEL SEÑOR