El diálogo hace posible la presencia de una corriente de significado que fluye entre personas, en el seno de un grupo, a partir de la cual puede emerger una nueva comprensión, que no existía en el momento de partida. Este significado compartido es el “aglutinante”, el “cemento”, el “pegamento”, por decirlo así, que sostiene los vínculos entre las personas.
De este modo, el diálogo se diferencia tanto de una conversación rutinaria cualquiera, de la simple habladuría que carece de propósito, como de la discusión que produce disgregación, separación, desencuentro; discusión en la que algunos ganan y otros pierden. El espíritu del diálogo es diferente, porque en él no se trata de hacer prevalecer una determinada perspectiva; en un diálogo no estamos jugando contra los demás sino con ellos. No necesariamente se requiere llegar a un consenso ni lograr un pensamiento homogéneo, pueden permanecer las distintas perspectivas y enriquecerse mutuamente.
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