Estamos en la fiesta de la Asunción en cuerpo y alma a los cielos de la Santísima Virgen María. Este dogma católico, del cuál ya hemos hablado en otras ocasiones y hemos proporcionado las evidencias bíblicas al respecto, también tiene apoyo en la Tradición de la Iglesia.
Veamos entonces algunos textos que nos hablan sobre la asunción:
¿Cuales son los textos más antiguos?
El primer testimonio de la fe en la Asunción de la Virgen aparece en los relatos apócrifos, titulados «Transitus Mariae», cuyo núcleo originario se remonta a los siglos II-III. Se trata de representaciones populares, a veces noveladas, pero que en este caso reflejan una intuición de fe del pueblo de Dios. Después de este testimonio podemos citar otros en orden claro está a su antigüedad:
A finales del siglo III y principios del siglo IV tenemos un carta que escribió Dionisio el Egipcio, al Obispo de Creta, llamado Tito, su fecha de composición puede ser el año 363 d. C. Es un documento histórico importantísimo para conocer que pensaba la Iglesia de Jerusalén y de Creta sobre la Asunción de la Santa Madre de Dios:
“Debes saber, ¡oh noble Tito!, según tus sentimientos fraternales, que al tiempo en que María debía pasar de este mundo al otro, es a saber a la Jerusalén Celestial, para no volver jamás, conforme a los deseos y vivas aspiraciones del hombre interior, y entrar en las tiendas de la Jerusalén superior, entonces, según el aviso recibido de las alturas de la gran luz, en conformidad con la santa voluntad del orden divino, las turbas de los santos Apóstoles se juntaron en un abrir y cerrar de ojos, de todos los puntos en que tenían la misión de predicar el Evangelio. Súbitamente se encontraron reunidos alrededor del cuerpo todo glorioso y virginal. Allí figuraron como doce rayos luminosos del Colegio Apostólico. Y mientras los fieles permanecían alrededor, Ella se despidió de todos, la augusta (Virgen) que, arrastrada por el ardor de sus deseos, elevó a la vez que sus plegarias, sus manos todas santas y puras hacia Dios, dirigiendo sus miradas, acompañadas de vehementes suspiros y aspiraciones a la luz, hacia Aquél que nació de su seno, Nuestro Señor, su Hijo. Ella entregó su alma toda santa, semejante a las esencias de buen olor y la encomendó en las manos del Señor. Así es como, adornada de gracias, fue elevada a la región de los Ángeles, y enviada a la vida inmutable del mundo sobrenatural.
“Al punto, en medio de gemidos mezclados de llantos y lágrimas, en medio de la alegría inefable y llena de esperanza que se apoderó de los Apóstoles y de todos los fieles presentes, se dispuso piadosamente, tal y como convenía hacerlo con la difunta, el cuerpo que en vida fue elevado sobre toda ley de la naturaleza, el cuerpo que recibió a Dios, el cuerpo espiritualizado, y se le adornó con flores en medio de cantos instructivos y de discursos brillantes y piadosos, como las circunstancias lo exigían. Los Apóstoles inflamados enteramente en amor de Dios, y en cierto modo, arrebatados en éxtasis, lo cargaron cuidadosamente sobre sus brazos, como a la Madre de la Luz, según la orden de las alturas del Salvador de todos. Lo depositaron en el lugar destinado para la sepultura, en el lugar llamado Getsemaní.
“Durante tres días seguidos, ellos oyeron sobre aquel lugar los aires armoniosos de la salmodia, ejecutada por voces angélicas, que extasiaban a los que las escuchaban; después nada más.
“Eso supuesto para confirmación de lo que había sucedido, ocurrió que faltaba uno de los santos Apóstoles al tiempo de su reunión. Este llegó más tarde y obligó a los Apóstoles que le enseñasen de una manera palpable y al descubierto el precioso tesoro, es decir, el mismo cuerpo que encerró al Señor. Ellos se vieron, por consiguiente, obligados a satisfacer el ardiente deseo de su hermano. Pero cuando abrieron el sepulcro que había contenido el cuerpo sagrado, lo encontraron vacío y sin los restos mortales. Aunque tristes y desconsolados, pudieron comprender que, después de terminados los cantos celestiales, había sido arrebatado el santo cuerpo por las potestades etéreas, después de estar preparado sobrenaturalmente para la mansión celestial de la luz y de la gloria oculto a este mundo visible y carnal, en Jesucristo Nuestro Señor, a quien sea gloria y honor por los siglos de los siglos. Amén”.
¿Qué enseñaron los padres de la Iglesia sobre la asunción?
SAN EFREN EL SIRIO:
Se tratan de testimonios indirectos, en sentido asuncionista, pero no explicitos:
“ Entre todos los descendientes de David, escogistes una humilde doncella, hija de la Tierra, y la introdujiste en cielo, tú que del cielo vienes” ( Ed. Assem syr 2,415)
“El haberle engendrado me hermoseó, sobre cuantos sobresalieron en la santidad. Entro ahora en las verdes arboledas del paraíso, y alabo a Dios allí donde Eva cayo miserablemente “ (Ed assem sir 3,600).
TIMOTEO DE JERUSALEN:
Quizás aquí tengamos el primer testimonio explícito de la asunción de la Virgen:
Y tu misma alma traspasada con una espada de aquí algunos opinaron que la Madre del Señor, muerta a espada acabó con fin martirial por decir Simeón: tú misma alma traspasara una espada , mas no es así, porque la espada de bronce traspasa el cuerpo, no separa el alma, por donde también la Virgen es hasta el presente inmortal habiéndola el Señor que moro en ella trasladado a los parajes celestiales (MG 86,245)
HESIQUIO DE JERUSALEN:
“Levántate Señor a tu reposo, tú y el arca de tu santidad, la Virgen, Madre de Dios evidentemente. Pues si tú eres perla, lógicamente ella es arca o concha, si tú eres sol, cielo necesariamente será llamada la virgen, pues si tú eres flor inmarchitable, luego la Virgen será árbol de incorrupción, huerto de inmortalidad “ (MG 93,1464-1465)
SAN GREGORIO DE TOURS:
"Los apóstoles se repartieron por diferentes países para predicar la palabra de Dios. Más tarde, la bienaventurada María llegó al fin de su vida y fue llamada a salir de este mundo. Entonces, todos los apóstoles vinieron a reunirse en la casa de María y, al saber que debía salir de este mundo, permanecieron todos juntos velando. De repente, el Señor apareció con sus ángeles, cogió su alma, se la entregó a Miguel, el arcángel, y desapareció. Al amanecer, los apóstoles tomaron el cuerpo, lo pusieron sobre una camilla y lo colocaron en una tumba, velándolo mientras esperaban la venida del Señor. Y, de nuevo, se presentó el Señor, de repente, y mandó que el santo cuerpo fuera levantado y llevado al paraíso sobre una nube. Allí, reunido con su alma, se llena de gozo con los elegidos de Dios y disfruta de las bendiciones de la eternidad, que nunca terminarán." (Gregorio de Tours, ocho libros de los Milagros, 1:4 (entre 575-593 dC), en JUR, III: 306 )
SAN MODESTO DE JERUSALEM:
"Como la Madre más gloriosa de Cristo, nuestro Salvador y Dios y el dador de la vida y la inmortalidad, se ha dotado a la vida por él, que ha recibido una incorruptibilidad eterna del cuerpo, junto con él que ha levantaron de la tumba y la ha llevado hasta a sí mismo de un modo conocido sólo por él ".
(Modesto de Jerusalem, Encomium in dormitionnem Sanctissimae Dominae nostrae Deiparae semperque Virginis Mariae PG 86-II,3306)
THEOTEKNOS DE LIVIAS:
" Era conveniente que su cuerpo santísimo, que había llevado y contenido dentro de sí a Dios, cuerpo divinizado, incorruptible, iluminado por la luz divina y lleno de gloria, fuese transportado por los apóstoles en compañía de los ángeles, y puesto por poco tiempo en la tierra, fuese alzado gloriosamente al cielo, junto con su alma agradable a Dios".
Theoteknos de Livias, Homilía en la Asunción (ante AD 650),
SAN GERMAN DE CONSTANTINOPLA:
“Tú eres bella y tu cuerpo virginal es totalmente santo, casto, morada de Dios. Por este motivo está exento de la disolución en el polvo. Como cuerpo humano fue transformado hasta la vida excelsa de la incorruptibilidad. Está vivo; es superglorioso, lleno de vida e inmortal” (German de Constantinopla, Moma. In dormí. I: PG 98; 345.)
San Germán utilizaba un argumento teológico muy poderoso, basado en el principio de conveniencia. Bajo este principio habría sido imposible que la morada de Dios, el templo vivo de la santísima divinidad del Unigénito fuera presa de la muerte en la tumba.
Autores: Yasmín Oré y Jesús Urones