San Lázaro es uno de los grandes personajes secundarios de los Evangelios. Cuando se habla de Lázaro en los evangelios se hace referencia a dos personajes diferentes:
- el primero de ellos es un personaje de ficción, protagonista de una parábola, la de Lázaro y el rico Epulón, que recoge Lucas (Lc. 16, 19-31) y que no es, obviamente, a quien celebramos hoy.
- El segundo es Lázaro de Betania, gran amigo de Jesús, que es mencionado por su nombre en hasta doce ocasiones, todas ellas en el Evangelio de Juan, -es decir, es un personaje absolutamente desconocido en los evangelios sinópticos-, las cuales se reducen, en realidad, a dos episodios.
El primero es el de su resurrección por Jesús, que Juan recoge así:
“Había un enfermo, Lázaro, de Betania, pueblo de María y de su hermana Marta. María era la que ungió al Señor con perfumes y le secó los pies con sus cabellos; su hermano Lázaro era el enfermo. Las hermanas enviaron a decir a Jesús: ‘Señor, aquel a quien tú quieres, está enfermo’. Al oírlo Jesús, dijo: ‘Esta enfermedad no es de muerte, es para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella’ Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro.
Cuando se enteró de que estaba enfermo, permaneció dos días más en el lugar donde se encontraba. Al cabo de ellos, dice a sus discípulos: ‘Volvamos de nuevo a Judea. […] Nuestro amigo Lázaro duerme; pero voy a despertarle’ […]
Cuando llegó Jesús, se encontró con que Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Betania estaba cerca de Jerusalén como a unos quince estadios, y muchos judíos habían venido a casa de Marta y María para consolarlas por su hermano. Cuando Marta supo que había venido Jesús, le salió al encuentro, mientras María permanecía en casa. Dijo Marta a Jesús: ‘Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aun ahora yo sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá’. Le dice Jesús: ‘Tu hermano resucitará’. Le respondió Marta: ‘Ya sé que resucitará en la resurrección, el último día’. Jesús le respondió: ‘Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?’ Le dice ella: ‘Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo’.
Dicho esto, fue a llamar a su hermana María y le dijo al oído: ‘El Maestro está ahí y te llama’ […] Cuando María llegó donde estaba Jesús, al verle, cayó a sus pies y le dijo: ‘Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto’. Viéndola llorar Jesús y que también lloraban los judíos que la acompañaban, se conmovió interiormente, se turbó y dijo: ‘¿Dónde lo habéis puesto?’. Le responden: ‘Señor, ven y lo verás’. Jesús derramó lágrimas. Los judíos entonces decían: ‘Mirad cómo le quería’. Pero algunos de ellos dijeron: ‘Éste, que abrió los ojos del ciego, ¿no podía haber hecho que éste no muriera?’. Entonces Jesús se conmovió de nuevo en su interior y fue al sepulcro. Era una cueva, y tenía puesta encima una piedra. Dice Jesús: ‘Quitad la piedra’. Le responde Marta, la hermana del muerto: ‘Señor, ya huele; es el cuarto día’ Le dice Jesús: ‘¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?’. Quitaron, pues, la piedra. Entonces Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo: ‘Padre, te doy gracias por haberme escuchado. Ya sabía yo que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho por estos que me rodean, para que crean que tú me has enviado’.
Dicho esto, gritó con fuerte voz: ‘¡Lázaro, sal afuera!’ Y salió el muerto, atado de pies y manos con vendas y envuelto el rostro en un sudario. Jesús les dice: ‘Desatadlo y dejadle andar’.
Muchos de los judíos que habían venido a casa de María, viendo lo que había hecho, creyeron en él” (Jn. 11, 1-44).
El impresionante milagro no permite fraude alguno: los muchos testigos presentes (“muchos judíos habían venido a casa de Marta y María para consolarlas por su hermano”, “los judíos, que estaban con María en casa consolándola”, “muchos de los judíos que habían venido a casa de María”), la constatación de que lleva nada menos que cuatro días enterrado… todo dirigido a demostrar lo cierto de la muerte de Lázaro, y en consecuencia, la dificultad y el mérito del milagro realizado.
El segundo episodio en el que aparece Lázaro tiene lugar muy pocos días antes de que Jesús sea crucificado. Otra vez lo refiere Juan, haciéndolo ahora de esta manera:
“Seis días antes de la Pascua, Jesús se fue a Betania, donde estaba Lázaro, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos. Le dieron allí una cena. Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa. Entonces María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. Y la casa se llenó del olor del perfume. […] Gran número de judíos supieron que Jesús estaba allí y fueron, no sólo por Jesús, sino también por ver a Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes decidieron dar muerte también a Lázaro, porque a causa de él muchos judíos se les iban y creían en Jesús” (Jn. 12, 1-11).
Episodio que como se ve, convierte al hermano de Marta y María en el personaje que referencia los eventos que habrán de ocurrir muy pocos días después, tan importante que, junto a la decisión ya tomada por los judíos de matar a Jesús, se encuadra ahora la de matar, también, a Lázaro.
Y poco más, queridos amigos, porque poco más es lo que se dice de Lázaro en los Evangelios. Ni siquiera aparece, como alguno podría haber esperado, entre los testigos de la Pasión, algo en lo que, sin duda, pesaría esa decisión de los judíos de acabar también con la vida de Lázaro, y que como veremos, va a condicionar en gran medida la tradición que sobre él existe. Pero eso será mañana, que hoy, amables lectores, esto es todo. Salvo desearles, claro está y como siempre, que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Mañana más.
Después de conocer lo que sobre la figura de Lázaro nos dice San Juan, único evangelista que se refiere a él, corresponde ahora entrar en lo que sobre su trayectoria postevangélica ha consolidado la tradición cristiana, que no es poco.
- Siglos X y XI
Las fuentes más antiguas que se conocen sobre Lázaro, no siendo el Evangelio, son dos: una supuesta carta del Papa Benedicto IX con ocasión de la consagración de la iglesia de San Víctor, en Marsella, y una obra del inglés nacido en Essex y trasladado a Arles en Francia, Gervasio de Tilbury (h.1150-h.1228), titulada “Otia imperialia” “Ocios del Emperador”, dedicada al Emperador Otón IV, escrita entre 1210 y 1214, a partir de las cuales, se conforma la tradición que recoge el gran tratado hagiográfico medieval que es la “Leyenda Aurea” del dominico Jacobo De la Vorágine (1228-1298).
En cuanto a sus datos civiles, Lázaro aparece como hermano de Marta y de María, una María que durante mucho tiempo se ha identificado en la tradición de la Iglesia con María Magdalena. De la Vorágine lo convierte en “hijo de Siro y Eucaria”, de noble y regia estirpe, militar de profesión y dueño de gran parte de la ciudad de Jerusalén, desahogada posición que deriva, con toda seguridad, del detalle contenido en el Evangelio en el que Juan explica que “entonces María [la hermana de Lázaro], tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos” (Jn. 12, 3).
Es tradición muy consolidada la historia que nos cuenta De la Vorágine:
“Después de la Ascensión del Señor se desencadenó una grave persecución contra los cristianos. Los judíos prendieron a Lázaro, a sus hermanas y a muchísimos creyentes, los embarcaron en un navío, condujeron la nave hasta alta mar y allí la dejaron abandonada a su suerte, sin remos, sin velas, sin timón, a merced de las olas y con la mal intención de que naufragase para que perecieses todos sus ocupantes; pero un ángel enviado por Dios se hizo cargo de la embarcación y la condujo hasta el puerto de Marsella, en donde todos sus pasajeros desembarcaron” (op. cit. 235).
Que Lázaro fuera uno de los primeros en ser perseguido poco tiene de particular, y de hecho, viene ya anticipado en el Evangelio de Juan, donde con ocasión de la visita que le realiza Jesús seis días antes de la Pascua final se dice que “los sumos sacerdotes decidieron dar muerte también a Lázaro, porque a causa de él muchos judíos se les iban y creían en Jesús” (Jn. 12, 11).
Continúa De la Vorágine diciendo que “en esta mencionada ciudad [Marsella] predicó Lázaro el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, organizó la Iglesia marsellesa, fue su primer obispo, convirtió a las gentes de aquel país, y después de una vida santa murió por segunda vez y emigró al Señor el año 13 del imperio de Claudio. Sus restos se conservan con suma veneración en la ciudad de Marsella”
Otra tradición habla de que durante la primera persecución de los cristianos en tiempos de Nerón, Lázaro se escondió en una cripta, sobre la cual se construiría en el s. V la abadía de San Víctor. En dicha cripta se ha descubierto un epitafio de esa misma época informando sobre un obispo de nombre Lázaro, que bien puede referirse al amigo de Jesús, único hombre de la historia muerto dos veces (bueno, junto a la hija de Jairo y al de la viuda de Naim), o a otro obispo de la región del propio s. V.
Curiosamente no se atribuye a Lázaro de Betania ningún escrito apócrifo conocido, siendo como es, tanto por su cercanía con Jesús como por el extraordinario prodigio del que fue objeto, personaje propicio a atribución de semejante tipo de literatura.
Y con esto pongo punto y seguido por hoy, no sin desearles, como siempre, que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Mañana más, y si podemos, mejor.
Fuente: religionenlibertad.com
- el primero de ellos es un personaje de ficción, protagonista de una parábola, la de Lázaro y el rico Epulón, que recoge Lucas (Lc. 16, 19-31) y que no es, obviamente, a quien celebramos hoy.
- El segundo es Lázaro de Betania, gran amigo de Jesús, que es mencionado por su nombre en hasta doce ocasiones, todas ellas en el Evangelio de Juan, -es decir, es un personaje absolutamente desconocido en los evangelios sinópticos-, las cuales se reducen, en realidad, a dos episodios.
El primero es el de su resurrección por Jesús, que Juan recoge así:
“Había un enfermo, Lázaro, de Betania, pueblo de María y de su hermana Marta. María era la que ungió al Señor con perfumes y le secó los pies con sus cabellos; su hermano Lázaro era el enfermo. Las hermanas enviaron a decir a Jesús: ‘Señor, aquel a quien tú quieres, está enfermo’. Al oírlo Jesús, dijo: ‘Esta enfermedad no es de muerte, es para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella’ Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro.
Cuando se enteró de que estaba enfermo, permaneció dos días más en el lugar donde se encontraba. Al cabo de ellos, dice a sus discípulos: ‘Volvamos de nuevo a Judea. […] Nuestro amigo Lázaro duerme; pero voy a despertarle’ […]
Cuando llegó Jesús, se encontró con que Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Betania estaba cerca de Jerusalén como a unos quince estadios, y muchos judíos habían venido a casa de Marta y María para consolarlas por su hermano. Cuando Marta supo que había venido Jesús, le salió al encuentro, mientras María permanecía en casa. Dijo Marta a Jesús: ‘Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aun ahora yo sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá’. Le dice Jesús: ‘Tu hermano resucitará’. Le respondió Marta: ‘Ya sé que resucitará en la resurrección, el último día’. Jesús le respondió: ‘Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?’ Le dice ella: ‘Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo’.
Dicho esto, fue a llamar a su hermana María y le dijo al oído: ‘El Maestro está ahí y te llama’ […] Cuando María llegó donde estaba Jesús, al verle, cayó a sus pies y le dijo: ‘Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto’. Viéndola llorar Jesús y que también lloraban los judíos que la acompañaban, se conmovió interiormente, se turbó y dijo: ‘¿Dónde lo habéis puesto?’. Le responden: ‘Señor, ven y lo verás’. Jesús derramó lágrimas. Los judíos entonces decían: ‘Mirad cómo le quería’. Pero algunos de ellos dijeron: ‘Éste, que abrió los ojos del ciego, ¿no podía haber hecho que éste no muriera?’. Entonces Jesús se conmovió de nuevo en su interior y fue al sepulcro. Era una cueva, y tenía puesta encima una piedra. Dice Jesús: ‘Quitad la piedra’. Le responde Marta, la hermana del muerto: ‘Señor, ya huele; es el cuarto día’ Le dice Jesús: ‘¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?’. Quitaron, pues, la piedra. Entonces Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo: ‘Padre, te doy gracias por haberme escuchado. Ya sabía yo que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho por estos que me rodean, para que crean que tú me has enviado’.
Dicho esto, gritó con fuerte voz: ‘¡Lázaro, sal afuera!’ Y salió el muerto, atado de pies y manos con vendas y envuelto el rostro en un sudario. Jesús les dice: ‘Desatadlo y dejadle andar’.
Muchos de los judíos que habían venido a casa de María, viendo lo que había hecho, creyeron en él” (Jn. 11, 1-44).
La resurrección de San Lázaro. Giuseppe Cesari (1592).
El segundo episodio en el que aparece Lázaro tiene lugar muy pocos días antes de que Jesús sea crucificado. Otra vez lo refiere Juan, haciéndolo ahora de esta manera:
“Seis días antes de la Pascua, Jesús se fue a Betania, donde estaba Lázaro, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos. Le dieron allí una cena. Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa. Entonces María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. Y la casa se llenó del olor del perfume. […] Gran número de judíos supieron que Jesús estaba allí y fueron, no sólo por Jesús, sino también por ver a Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes decidieron dar muerte también a Lázaro, porque a causa de él muchos judíos se les iban y creían en Jesús” (Jn. 12, 1-11).
Episodio que como se ve, convierte al hermano de Marta y María en el personaje que referencia los eventos que habrán de ocurrir muy pocos días después, tan importante que, junto a la decisión ya tomada por los judíos de matar a Jesús, se encuadra ahora la de matar, también, a Lázaro.
Y poco más, queridos amigos, porque poco más es lo que se dice de Lázaro en los Evangelios. Ni siquiera aparece, como alguno podría haber esperado, entre los testigos de la Pasión, algo en lo que, sin duda, pesaría esa decisión de los judíos de acabar también con la vida de Lázaro, y que como veremos, va a condicionar en gran medida la tradición que sobre él existe. Pero eso será mañana, que hoy, amables lectores, esto es todo. Salvo desearles, claro está y como siempre, que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Mañana más.
Después de conocer lo que sobre la figura de Lázaro nos dice San Juan, único evangelista que se refiere a él, corresponde ahora entrar en lo que sobre su trayectoria postevangélica ha consolidado la tradición cristiana, que no es poco.
- Siglos X y XI
Las fuentes más antiguas que se conocen sobre Lázaro, no siendo el Evangelio, son dos: una supuesta carta del Papa Benedicto IX con ocasión de la consagración de la iglesia de San Víctor, en Marsella, y una obra del inglés nacido en Essex y trasladado a Arles en Francia, Gervasio de Tilbury (h.1150-h.1228), titulada “Otia imperialia” “Ocios del Emperador”, dedicada al Emperador Otón IV, escrita entre 1210 y 1214, a partir de las cuales, se conforma la tradición que recoge el gran tratado hagiográfico medieval que es la “Leyenda Aurea” del dominico Jacobo De la Vorágine (1228-1298).
En cuanto a sus datos civiles, Lázaro aparece como hermano de Marta y de María, una María que durante mucho tiempo se ha identificado en la tradición de la Iglesia con María Magdalena. De la Vorágine lo convierte en “hijo de Siro y Eucaria”, de noble y regia estirpe, militar de profesión y dueño de gran parte de la ciudad de Jerusalén, desahogada posición que deriva, con toda seguridad, del detalle contenido en el Evangelio en el que Juan explica que “entonces María [la hermana de Lázaro], tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos” (Jn. 12, 3).
Es tradición muy consolidada la historia que nos cuenta De la Vorágine:
Magdalena, Lázaro y demás cristianos obligados a subir a la barca
(Obsérvese el tarrito de perfume que aún porta Magdalena)
“Después de la Ascensión del Señor se desencadenó una grave persecución contra los cristianos. Los judíos prendieron a Lázaro, a sus hermanas y a muchísimos creyentes, los embarcaron en un navío, condujeron la nave hasta alta mar y allí la dejaron abandonada a su suerte, sin remos, sin velas, sin timón, a merced de las olas y con la mal intención de que naufragase para que perecieses todos sus ocupantes; pero un ángel enviado por Dios se hizo cargo de la embarcación y la condujo hasta el puerto de Marsella, en donde todos sus pasajeros desembarcaron” (op. cit. 235).
Que Lázaro fuera uno de los primeros en ser perseguido poco tiene de particular, y de hecho, viene ya anticipado en el Evangelio de Juan, donde con ocasión de la visita que le realiza Jesús seis días antes de la Pascua final se dice que “los sumos sacerdotes decidieron dar muerte también a Lázaro, porque a causa de él muchos judíos se les iban y creían en Jesús” (Jn. 12, 11).
Continúa De la Vorágine diciendo que “en esta mencionada ciudad [Marsella] predicó Lázaro el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, organizó la Iglesia marsellesa, fue su primer obispo, convirtió a las gentes de aquel país, y después de una vida santa murió por segunda vez y emigró al Señor el año 13 del imperio de Claudio. Sus restos se conservan con suma veneración en la ciudad de Marsella”
Otra tradición habla de que durante la primera persecución de los cristianos en tiempos de Nerón, Lázaro se escondió en una cripta, sobre la cual se construiría en el s. V la abadía de San Víctor. En dicha cripta se ha descubierto un epitafio de esa misma época informando sobre un obispo de nombre Lázaro, que bien puede referirse al amigo de Jesús, único hombre de la historia muerto dos veces (bueno, junto a la hija de Jairo y al de la viuda de Naim), o a otro obispo de la región del propio s. V.
Curiosamente no se atribuye a Lázaro de Betania ningún escrito apócrifo conocido, siendo como es, tanto por su cercanía con Jesús como por el extraordinario prodigio del que fue objeto, personaje propicio a atribución de semejante tipo de literatura.
Y con esto pongo punto y seguido por hoy, no sin desearles, como siempre, que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Mañana más, y si podemos, mejor.
Fuente: religionenlibertad.com
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