sábado, 21 de septiembre de 2013

Lucas 16:1-13, por M. Dolors Gaja, M.N.

Lucas 16,1-13
25 Domingo del tiempo ordinario, C

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Un hombre rico tenía un administrador, y le llegó la denuncia de que derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: "¿Qué es eso que me cuentan de ti? Entrégame el balance de tu gestión, porque quedas despedido. "El administrador se puso a echar sus cálculos: "¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa. "Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero: "¿Cuánto debes a mi amo?" Éste respondió: "Cien barriles de aceite. "Él le dijo: "Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta. "Luego dijo a otro: "Y tú, ¿cuánto debes?" Él contestó: "Cien fanegas de trigo." Le dijo: "Aquí está tu recibo, escribe ochenta." Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz. Y yo os digo: ganaos amigos con el dinero injusto, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas. El que es de fiar en lo menudo también en lo importante es de fiar; el que no es honrado en lo menudo tampoco en lo importante es honrado. Si no fuisteis de fiar en el injusto dinero, ¿quién os confiará lo que vale de veras? Si no fuisteis de fiar en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará? Ningún siervo puede servir a dos amos, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero."

— Comentario por M. Dolors Gaja, M.N.

Lucas es el evangelista que hace mayor hincapié en el  tema del dinero. Recoge, más que los otros, las diversas enseñanzas que Jesús dio acerca de él. Este domingo lo hace con una parábola algo extraña pues parece que Jesús alabe la falta de honradez del mal administrador. Y no es así. Pero vamos a la parábola:

DERROCHADOR DE BIENES

Por cercanía – se relata un capítulo antes – recordamos otro derrochador: el hijo pródigo. Tanto en una parábola como en otra queda claro que los bienes no son propios. Somos sólo administradores de todos los bienes que el Señor nos ha dado: la naturaleza – y ay de los que la explotan hasta hacerla agonizar- los talentos personales y, también, las posesiones materiales.

A lo largo del evangelio Jesús refleja distintas posturas ante los bienes que debemos, tan sólo, administrar: hay quien los entierra, como el criado de la parábola de los talentos; hay quien los derrocha, como este administrador o el hijo pródigo; hay quien sirve al dinero, como el rico Epulón o el hombre que duerme preocupado por construir silos para el grano…cuando esa misma noche se le pedirá la vida.

La única postura válida es la de la libertad, la del buen uso, la del compartir, como Zaqueo. Jesús no fue un ingenuo que rechazara el dinero, en su grupo había un tesorero. No maldijo el dinero pero criticó la dependencia de éste. Lo decía más fuerte, pues criticaba a los que “adoraban” el dinero.

Preguntémonos qué hacemos con los bienes recibidos, del tipo que sean (inteligencia, espiritualidad, bienes materiales…): ¿los entierro? ¿los dejo perder, los malgasto? ¿los convierto en centro de mi vida? (hay quien vive para el deporte, para el cuerpo, para el éxito, para el trabajo…) ¿ O los uso y comparto?

Jesús, como buen semita, usa cifras muy exageradas para captar la atención:  las cien medidas de aceite equivalen a 3.500 litros, que se reducen luego a la mitad; las cien medidas de trigo equivalen a 600 quintales o 27.600 kg  y la deuda se reduce a ochenta medidas lo cual supone un ahorro de 120 quintales o 5.520 kg

Los comentaristas discuten si este administrador sigue estafando a su señor cuando se ve descubierto, lo cual no parece muy lógico,  o lo que hace es renunciar a su parte, al margen de ganancia que el amo permitía a los administradores para así ganarse el favor de los “deudores”. Muchos se inclinan por esta interpretación, lo cual nos indica que si somos buenos administradores de los talentos recibidos nuestro “margen de ganancia” es también muy amplio. El caso es que, de nuevo, entramos en el perenne juego del evangelio, “perder para ganar” porque este administrador que pierde, gana la gratitud y la benevolencia de los deudores.

LOS DEUDORES DEL AMO

Hace años, cuando rezábamos el padrenuestro, nos reconocíamos deudores. Nuestra sociedad materialista fue limitando el concepto de deuda a “deber dinero” pero todos sabemos que las deudas más grandes nunca podremos pagarlas: el amor recibido, la educación, la confianza, las oportunidades, la fe transmitida, la vida misma…Ante estas deudas solo hay una manera de intentar pagar: reconocer que nunca podremos pagarlas. Y ese es el inicio de la gratitud.

Dios sólo puede tener deudores. Reconocer que nunca podré pagar a Dios sus beneficios y saberme en deuda es el inicio de la vida espiritual, de la humildad.

La deuda que yo tengo que “pagar a Dios” la cobra otro. Ese es el camino: de los bienes recibidos, son mis hermanos los beneficiarios.

LA FIDELIDAD

Hay que entender que Jesús, en esta parábola, elogia la astucia del administrador, no su deshonestidad. Y viene a decirnos que ojalá fuéramos tan espabilados como él para alcanzar la Luz. Para ello, para esa astucia que nos lleva a una vida luminosa, Jesús mismo nos indica el camino: la fidelidad a las pequeñas cosas. Porque la infidelidad se prepara cada día antes de abrazarla y lo mismo ocurre con la fidelidad: es un mosaico de pequeñas teselas. Teselas que hay que poner cada día con la certeza de que un día brillará, con todo esplendor, el mosaico de la imagen divina.

CORAZÓN PARTÍO

La persona, imagen e Dios, solo puede adorar a Dios. Y Dios es absoluto. Servir a Dios y al dinero es como pretender jugar un partido de fútbol con dos balones: no sabremos a cuál dar.  Pocas veces es Jesús tan rotundo, tan claro: No podéis servir a Dios y al dinero.

La sabiduría popular sabe que hay personas que encienden “una vela a Dios y otra al diablo” y contra eso nos previene Jesús: no se puede, tarde o temprano te inclinas por Dios o por el diablo.

Optar bien es lo que nos pide hoy la Palabra.  Servir y amar a Dios de todo corazón es nuestra única felicidad.

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