viernes, 10 de febrero de 2012

6 DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, B, por Mons. Francisco González, S.F.

Levítico 13,1-2. 44-46
Salmo 32: Tú eres mi refugio; 
me rodeas de cantos de liberación
1 Corintios 10,31-11,1
Marcos 1,40-45


Levítico 13,1-2. 44-46

El Señor dijo a Moisés y a Aarón: Cuando alguno tenga una inflamación, una erupción o una mancha en la piel y se le produzca la lepra, será llevado ante el sacerdote Aarón o cualquiera de sus hijos sacerdotes. Se trata de un hombre con lepra, y es impuro. El sacerdote lo declarará impuro de lepra en la cabeza. El que haya sido declarado enfermo de lepra, andará harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando: «¡Impuro, impuro!» Mientras le dure la lepra, seguirá impuro: vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento.

Salmo 32: Tú eres mi refugio; 
me rodeas de cantos de liberación

Dichoso el que está absuelto de su culpa,
a quien le han sepultado su pecado;
dichoso el hombre a quien el Señor
no le apunta el delito.
R. Tú eres mi refugio; 
me rodeas de cantos de liberación

Había pecado, lo reconocí,
no te encubrí mi delito;
propuse: «confesaré al Señor mi culpa»,
y tú perdonaste mi culpa y mi pecado.
R. Tú eres mi refugio; 
me rodeas de cantos de liberación

Alegraos, justos, con el Señor,
aclamadlo, los de corazón sincero.
R. Tú eres mi refugio; 
me rodeas de cantos de liberación

1 Corintios 10,31-11,1

Hermanos: Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios. No deis motivo de escándalo a los judíos, ni a los griegos, ni a la Iglesia de Dios. Por mi parte, yo procuro contentar en todo a todos, no buscando mi propio bien, sino el de ellos, para que todos se salven. Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo.

Marcos 1,40-45

En aquel tiempo se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas:
-Si quieres, puedes limpiarme.
Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó diciendo:
-Quiero: queda limpio.
La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio.
El lo despidió, encargándole severamente:
-No se lo digas. a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.
Pero cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.

Comentario por Mons. Francisco Gonzalez, S.F.
Obispo Auxiliar de Washington, D.C.

Nos estamos acercando a la santa cuaresma, cuando de una forma muy especial se nos llama a la constante conversión. Algo que todos necesitamos, incluso los que se creen santos y los que verdaderamente lo son. Conversión, el cambio radical: salir de nosotros mismos y hacer a Dios el centro de nuestra vida. Este domingo en muchos lugares del mundo se tiene la "campaña contra el hambre".

Dicho todo lo anterior, hoy la sagrada liturgia nos presenta un pasaje del evangelio de Marcos que nos debe hacer pensar mucho en nuestras actitudes. Quien más quien menos sufrimos un tanto o un mucho de eso que llamamos egocentrismo, o sea, yo y todos como yo. Y como consecuencia de lo dicho, excluimos de nuestra amistad todo lo que no nos gusta. Si extendemos eso a círculos mayores, encontramos a muchos hombres y mujeres, hermanos y hermanas nuestras, queramos o no, que se quedan fuera de la sociedad.

Jesús nos narra el evangelio de Marcos, va predicando en las sinagogas y fuera de ellas, y en un momento dado algo insólito sucede: un leproso se le acerca, y aunque no lo menciona el escrito, seguro que se formó una gran algarabía.

Era inconcebible, además de prohibido que un leproso se acercara a un grupo de personas, sin haber gritado o anunciado a voces que era leproso, para que la gente tuviera la oportunidad de apartarse de semejante persona. Y Jesús rompe con la norma, con la ley, y el leproso que se ha arrodillado diciéndole: ‘Si quieres, puedes limpiarme’. Extiende su mano y le toca. Jesús había sentido lástima por este hombre que sufría enfermedad y rechazo, y contesta a su súplica: "Sí quiero, queda limpio". Y así sucedió.

Los medios de comunicación no se cansan de darnos ejemplos de todos esos casos en que constantemente nos separamos unos de otros, nos excluimos unos a otros. Diferentes tribus en ciertos países, ciertas enfermedades, posición social o económica, ideologías, partidos políticos, incluso grupos religiosos abanderando sus propias prácticas y declarándose superiores a los otros, algo que también sucedía en los tiempos de Cristo. Siempre creando barreras para "protegernos" de los demás.

Muchas veces nos arropamos con eso de que la "ley manda", que esto siempre se ha hecho así, que la tradición exige, etcétera, y cerramos el corazón, y continuamos manteniendo a distancia al "leproso", o sea, al que no es de mi gusto y pongo por encima de todo lo mío, como si yo fuera el único que tengo comunicación directa con Dios, el único que tengo su número privado.

¿Qué pasará si cuando tengamos que dar cuenta ante el Señor, el Rey del Universo, nos trata lo mismo que nosotros hemos tratado a los demás, que cuando nos pedían una cita tardábamos meses en contestar por "estar muy ocupados"; cuando nunca permitimos que comieran con nosotros en nuestra mesa, o se sentaran en nuestra silla; cuando ante las tempestades de la vida nunca les dimos cobijo o aposento en nuestra casa; cuando les encontramos tirado por el camino y no les levantamos y les llevamos a la casa de socorro porque la norma decía que era un crimen transportar a los que no tenían papeles.

Este santo evangelio que la Liturgia de la Palabra nos ofrece este sexto domingo del Tiempo Ordinario es una oportunidad para enfrentar nuestra actitudes hacia los demás. Esta es una oportunidad, ahora que las legislaturas proponen infinidad de leyes y ya pensamos en las próximas elecciones, para que hayan los cambios necesarios y creemos una sociedad sin extraños, donde la sensibilidad y solidaridad nos ayude a crear esa hermandad que tanto bien nos haría.

Estamos también viviendo la euforia de la Nueva Evangelización. Tal vez sea bueno recordar la sabiduría popular expresada en el dicho: "Obras son amores, y no buenas razones". La Iglesia, como ya se ha dicho, necesita, y por eso rezamos, para que asuma de forma clara la defensa y liberación de los excluidos y marginados.

No hay comentarios: