sábado, 3 de septiembre de 2011

Domingo 23 del Tiempo Ordinario, año A, por Mons. Francisco Gonzalez, S.F.




En la primera lectura leemos tres versículos del capítulo 33. Ezequiel es un profeta muy preocupado por la ética. En este momento se enfatiza la misión del centinela o vigía, indispensable en momentos de crisis, de ataques militares, de peleas tribales. El vigía hace lo que el nombre indica, está alerta por si viene alguien, el enemigo y como buen centinela identifica si es amigo o enemigo. Mientras el vigilante bueno vigila, los demás pueden descansar, trabajar, comer, disfrutar, etcétera. Cuando el centinela suena la alarma todo el mundo deja todo para defender la ciudad, la casa o lo que desea.

El profeta ha sido encargado por Dios para cumplir con este ministerio. Lo que diga el Señor lo ha de proclamar. Si el Señor le indica la mala conducta del individuo o del pueblo y el profeta no se lo comunica, el malvado morirá, pero le pedirá cuentas al profeta. Si el profeta corrige al malvado y éste no hace caso, también morirá y el profeta se habrá salvado.

Hace unos días cuando el Papa visitó Madrid, días antes algunos grupos escribieron al fiscal general del Estado para que examinara los discursos que haría el Papa en caso que “se metiera contra el Estado o los derechos de los ciudadanos". Estos derechos, me imagino se referían al aborto, el matrimonio entre parejas del mismo sexo, la eutanasia, el suicidio asistido y otros. El profeta no puede callarse lo que viene de Dios que es muy anterior al mismo estado, y aunque respetando los derechos de la gente, también hay que proclamar la verdad.

Es importante recordar que no todo lo que es legal es también moral, y el hecho de que mucha gente actúe de una misma forma no necesariamente cambia la esencia del acto, pues por muchos que fumen no hace saludable el tabaco, y porque haya muchos hombres que golpeen a sus esposas o compañeras, no hace de la violencia doméstica una virtud, y los 65 millones de víctimas del comunismo en China, o los 20 millones de Rusia y los 6 millones de judíos que fueron exterminados por las autoridades de sus países, no legitima el exterminio.

El profeta promueve una secuencia cuando actúa como vigía: critica el pecado, anuncia que es camino hacia el castigo, aunque con la conversión se llega al perdón de Dios.

El evangelio es parte del discurso eclesial o comunitario de Jesús según Mateo, llamado así porque habla de las normas necesarias para el bien de la comunidad cristiana. Comienza con la corrección del pecador que se ha de hacer primero en privado, si no hay resultado se invita a uno o dos testigos. Ante un resultado negativo, se le confía a la comunidad, y ante la obstinación se le trata como a un pagano, o sea, el pecador se está excluyendo del grupo a sí mismo.

Concluye el pasaje con algo que también nos debe hacer pensar a todos, y tal vez de una más profunda a los que gozan de autoridad en la Iglesia. Esa frase de Jesús: “Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.

Hay infinidad de reuniones comenzando por la más sagrada, la Santa Eucaristía y seguida por otras celebraciones sacramentales, paralitúrgias, devocionales, religiosidad popular, grupos de oración, etc.: ¿nos reunimos en el nombre del Señor?

Algo hay que hacer y pronto ya que existen indicaciones negativas que sugieren la necesidad de un examen para encontrar la forma que ayude a la gente a salir de la iglesia los domingos y en otras ocasiones, mejor de cómo entraron. Estamos en medio de la Nueva Evangelización, parte de la cual es el entusiasmo, y eso parece que todavía es un sueño bonito, no una realidad presente.

Ojalá todo católico que asiste a la Santa Misa viva la experiencia de la presencia real de Jesús en el altar, en la boca al recibir la sagrada comunión, y también en el corazón, pues bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios, reinará la paz en los mismos, y cumpliremos ese “hacer en memoria de mí, estando reunidos en su nombre”.

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