viernes, 23 de septiembre de 2011

Domingo 25 del Tiempo Ordinario, Año A: "Si pero no".

Domingo 26 del Tiempo Ordinario, año A, por Mons. Francisco González, S.F.



Otro domingo más y de nuevo estamos con el profeta Ezequiel. La lectura de este pasaje me recuerda al comediante Flip Wilson, quien hizo famosa la frase: “The devil made me do it”. El profeta nos recuerda que el ser humano es libre, algo que le puede traer gloria y honor, pero también dificultades pues al ser libre es responsable del bien y del mal que hace.

La responsabilidad personal. Cada uno es protagonista de su vida. Dios llama a todos a la salvación, unos la aceptan cumpliendo lo establecido y otros responden en forma negativa. Ni los ángeles lo salvan, ni los demonios lo condenan. La elección de vida o muerte está en cada uno.

El santo evangelio está tomado, como en la mayoría de los domingos de este año, de san Mateo. El comienzo de este capítulo nos presenta a Jesús entrando en Jerusalén, y así comienza su última semana aquí en la tierra. Es una semana dura, de constante confrontación con el Templo y los líderes del pueblo. Hoy son cuatro versículos y en ellos Jesús se dirige, no a sus discípulos o apóstoles, sino a los sumos sacerdotes.

Sumos sacerdotes, jerarquía sacerdotal, los que sólo podían entrar en el Santo de los Santos del Templo y en raras ocasiones. Son los profesionales de la religión y la santidad. Los ancianos son los gobernadores del pueblo. A estos dos grupos, la crema de la religiosidad y la autoridad, se enfrenta Jesús. Unos son los profesionales de la adoración y alabanza a Dios, y los otros son los que en nombre del Señor gobiernan a su pueblo.

A este grupo Jesús les habla del padre con dos hijos a los que pide que vayan a trabajar a la viña. El primero dice que no, pero después se arrepiente y va, y el segundo dice que sí, que ya va para la viña, pero nunca llega. Jesús pregunta a su audiencia: ¿cuál de los dos hizo la voluntad del padre?

La respuesta de los oyentes fue correcta. Y ahora Jesús viene con la puntilla. Mirándoles les dice: “Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios”.

Con frecuencia, los clérigos nos subimos al púlpito y desde allí impartimos religiosidad y autoridad. Nos sentamos en sillas que en ocasiones son verdaderos tronos, presidimos, ordenamos, se nos sirve y nadie más habla. Este domingo alguien nos habla muy directamente y nos recuerda todas nuestras firmas sobre el altar consagrado, nuestras múltiples profesiones de fe, nuestra cercanía al altar, al púlpito y al sagrario. Somos profesionales y usamos la palabra correcta. La pregunta es: ¿La cumplimos? ¿Es posible que haya muchos que vayan por delante de nosotros en el camino del Reino? ¿Quiénes son? ¿Drogadictos... prostitutas... enfermos del SIDA... borrachos...?

Es fácil caer en las redes del deseo de poder, del prestigio, de la fama, del lujo aunque sea bajo la excusa del culto, de la comida bien servida, de los premios de una clase u otra. Nuestros estudios nos han abierto un gran conocimiento acerca de la persona de Cristo, ¿pero le conocemos personalmente?

Tal vez, el ver quien va primero o por delante de uno, o más bien si yo voy a la velocidad que Dios me ha señalado, pues al señalarme esa velocidad me ha dado todo lo necesario para mantenerla. Cada uno es responsable y debe usar la libertad para buscar la verdad, para hacer lo correcto, para agradar al Padre que nos pide nuestra ayuda para trabajar la viña. No es suficiente decirle que sí, es necesario que vayamos. No es suficiente recitar, cantar o proclamar en voz más o menos alta nuestra fe, es cuestión de vivirla desde lo más profundo del corazón.

La consolación para este nuestro Pueblo de Dios es que nos ha mandado infinidad de buenos, comprometidos, felices, generosos, competentes sacerdotes consagrados a él, y dados a su pueblo, dispuestos a morir, no sólo una vez si no mil, si fuera necesario para bien de la comunidad y gloria del que nos ha llamado a la vida, nos ha congregado como su familia (Padrenuestro), nos ha salvado por su amor, colgado en la cruz y vuelto a la vida.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Domingo 24 del Tiempo Ordinario, año A, por Mons. Francisco González, S.F.



La primera lectura para este domingo 24 del Tiempo Ordinario está tomada del libro de la Sabiduría de Ben Sira, mayormente conocido como Eclesiástico, nombre que le viene por haber sido leído con mucha frecuencia en la Iglesia primitiva, o sea en la asamblea.

Esta primera lectura y el santo evangelio de este domingo tienen mucho que ver con algo que es clave para la buena salud de las relaciones humanas, tanto individuales como a nivel comunitario, ya sea entre familias, países, etnias: el perdón, en su doble pendiente, pedirlo y darlo para luchar en contra de las peleas y rencores.

El autor atribuye tanto la ira como el rencor al pecador, eso es lo que lleva en su interior. Todo lo contrario de lo que Dios quiere y aprueba. Tanto el sabio como el religioso buscan la reconciliación, y sugiere acordarse de los mandamientos y de la alianza. En contra del odio, rencor, venganza y ofensa, cuyas consecuencias son muerte y corrupción se ofrece perdón, compasión. Todo lo contrario a aquella ley del talión: ojo por ojo y diente por diente, que nos llevaría a un mundo de ciegos y en necesidad de dentadura postiza.

Continuamos en el discurso eclesial o comunitario del domingo pasado. Como indica el título está dirigido a la comunidad, no a los extraños. Pedro, consciente de que todo ser humano tiene sus límites, hace una pregunta sobre los límites o número, aunque sea aproximado, de las veces que debemos perdonar al hermano que nos ofende. El número que ofrece él se puede considerar como bastante generoso y Jesús le responde con una parábola, y así el que quiera entender que entienda y el que no, él/ella se lo pierde.

Un súbdito debe al rey unos 100 millones de denarios (un denario es el jornal de un día de trabajo). El súbdito no tiene para pagar la deuda y el rey manda venderlo, junto con toda su familia y posesiones. El trabajador pide misericordia, y cosa insólita, el rey se compadece y le perdona la deuda.

Al salir de la presencia del rey se encuentra con un compañero que le debe 100 denarios, y aunque le promete que se los pagará y le pide tiempo y perdón, el que había recibido la cancelación de la deuda por parte del rey, ahora se vuelve violento, casi lo ahoga y lo hace encarcelar. Menos mal que los compañeros no quisieron ser cómplices y avisaron al rey, quien inmediatamente lo entregó a la justicia para que recibiera el castigo merecido, una especie de cadena perpetua pues nunca podría pagar la deuda que tenía con el rey.

A esas siete veces siete de Pedro, Jesús le responde con un setenta veces siete. Ambos números tienen un significado simbólico, indicando una cifra generosa, siendo mucho más generosa la de Cristo, como indicando sin límite alguno, no sólo esas 460 veces que indica el número.

Durante la visita del Papa a Madrid se levantaron en el Parque del Retiro unos doscientos confesionarios. Hace unas pocas semanas la Renovación Carismática de la Arquidiócesis celebró su VIII Congreso se confesaron, unas cuatrocientas personas. Ya llevamos varios años que los miércoles de Cuaresma, todas las iglesias de la arquidiócesis están abiertas para el que se quiera confesar. Mucha gente se confiesa, pide perdón a Dios. Pero no nos olvidemos que el pedir perdón y perdonar es también algo profundamente humano, genera paz y no sólo entre personas, sino en uno mismo. Las víctimas, sean de la clase que sea, nunca alcanzarán paz interior y liberación hasta que perdonen. La justicia seguirá su curso, pero el perdón es indispensable para la sanación.

Necesitamos no sólo perdonar a otros, sino perdonarnos a nosotros mismos por nuestras debilidades después de un arrepentimiento sincero. Deberemos pedir perdón a todos esos pobres, hambrientos, rechazados, olvidados que no tienen para vivir, porque la compasión y solidaridad hacia ellos todavía no se la mostramos, aunque la virtud de la justicia nos lo está exigiendo.

sábado, 3 de septiembre de 2011

Domingo 23 del Tiempo Ordinario, año A, por Mons. Francisco Gonzalez, S.F.




En la primera lectura leemos tres versículos del capítulo 33. Ezequiel es un profeta muy preocupado por la ética. En este momento se enfatiza la misión del centinela o vigía, indispensable en momentos de crisis, de ataques militares, de peleas tribales. El vigía hace lo que el nombre indica, está alerta por si viene alguien, el enemigo y como buen centinela identifica si es amigo o enemigo. Mientras el vigilante bueno vigila, los demás pueden descansar, trabajar, comer, disfrutar, etcétera. Cuando el centinela suena la alarma todo el mundo deja todo para defender la ciudad, la casa o lo que desea.

El profeta ha sido encargado por Dios para cumplir con este ministerio. Lo que diga el Señor lo ha de proclamar. Si el Señor le indica la mala conducta del individuo o del pueblo y el profeta no se lo comunica, el malvado morirá, pero le pedirá cuentas al profeta. Si el profeta corrige al malvado y éste no hace caso, también morirá y el profeta se habrá salvado.

Hace unos días cuando el Papa visitó Madrid, días antes algunos grupos escribieron al fiscal general del Estado para que examinara los discursos que haría el Papa en caso que “se metiera contra el Estado o los derechos de los ciudadanos". Estos derechos, me imagino se referían al aborto, el matrimonio entre parejas del mismo sexo, la eutanasia, el suicidio asistido y otros. El profeta no puede callarse lo que viene de Dios que es muy anterior al mismo estado, y aunque respetando los derechos de la gente, también hay que proclamar la verdad.

Es importante recordar que no todo lo que es legal es también moral, y el hecho de que mucha gente actúe de una misma forma no necesariamente cambia la esencia del acto, pues por muchos que fumen no hace saludable el tabaco, y porque haya muchos hombres que golpeen a sus esposas o compañeras, no hace de la violencia doméstica una virtud, y los 65 millones de víctimas del comunismo en China, o los 20 millones de Rusia y los 6 millones de judíos que fueron exterminados por las autoridades de sus países, no legitima el exterminio.

El profeta promueve una secuencia cuando actúa como vigía: critica el pecado, anuncia que es camino hacia el castigo, aunque con la conversión se llega al perdón de Dios.

El evangelio es parte del discurso eclesial o comunitario de Jesús según Mateo, llamado así porque habla de las normas necesarias para el bien de la comunidad cristiana. Comienza con la corrección del pecador que se ha de hacer primero en privado, si no hay resultado se invita a uno o dos testigos. Ante un resultado negativo, se le confía a la comunidad, y ante la obstinación se le trata como a un pagano, o sea, el pecador se está excluyendo del grupo a sí mismo.

Concluye el pasaje con algo que también nos debe hacer pensar a todos, y tal vez de una más profunda a los que gozan de autoridad en la Iglesia. Esa frase de Jesús: “Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.

Hay infinidad de reuniones comenzando por la más sagrada, la Santa Eucaristía y seguida por otras celebraciones sacramentales, paralitúrgias, devocionales, religiosidad popular, grupos de oración, etc.: ¿nos reunimos en el nombre del Señor?

Algo hay que hacer y pronto ya que existen indicaciones negativas que sugieren la necesidad de un examen para encontrar la forma que ayude a la gente a salir de la iglesia los domingos y en otras ocasiones, mejor de cómo entraron. Estamos en medio de la Nueva Evangelización, parte de la cual es el entusiasmo, y eso parece que todavía es un sueño bonito, no una realidad presente.

Ojalá todo católico que asiste a la Santa Misa viva la experiencia de la presencia real de Jesús en el altar, en la boca al recibir la sagrada comunión, y también en el corazón, pues bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios, reinará la paz en los mismos, y cumpliremos ese “hacer en memoria de mí, estando reunidos en su nombre”.