viernes, 15 de abril de 2011

Domingo de Ramos, por Mons. Francisco Gonzalez, S.F., Obispo Auxiliar de Washington D.C.

Isaias 50,4-7
Salmo 21,8-9.17-24
Filipenses 2,6-11
Matthew 26,14 - 27,66

Entramos en la Semana Santa con el Domingo de Ramos. En esta semana vamos a recordar la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Tendremos la celebración de la Institución de la Eucaristía el Jueves Santo. El Viernes Santo volveremos a escuchar la lectura de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, seguida de la Adoración de la Cruz y la Santa Comunión. Finalmente la Vigilia Pascual, cuando leeremos la historia de la salvación, los catecúmenos serán bautizados, los ya bautizados renovaremos nuestras promesas bautismales y todos celebraremos el triunfo de Jesús sobre el pecado y la muerte.

En la liturgia de este domingo tenemos una procesión y bendición de palmas o ramos en recuerdo de la entrada triunfal de Cristo en la Ciudad Santa donde la gente lo recibió con gritos de “Bendito el que viene en el nombre del Señor”, aunque a decir verdad, pronto cambiaron de opinión. Sin embargo, yo estoy seguro que el Señor gozó aceptando la sencilla, pero gozosa, acogida que le dispensaron ese día.

Este tono de gozo cambia con la primera lectura (Is. 50, 4-7) donde nos encontramos con la figura del “siervo”: “No oculté el rostro a los insultos”. El siervo despreciado, humillado, rechazado, que no es otro que Jesús, que nos redime en su condición de siervo, que es despreciado, rechazado, humillado y sacrificado para obtener nuestra redención.

En la segunda lectura (Flp. 2, 6-11) el apóstol Pablo sigue con el tema del “siervo” que “se rebajó a sí mismo; por eso Dios lo levantó sobre todo”.

Hoy, en nuestra sociedad, en la mayoría de nuestros ambientes, incluido los religiosos, a veces medimos la dignidad humana por el prestigio, el título, la situación económica y no ponemos tanta atención a esos valores que hay por dentro de la persona, pero que la elevan mucho más alto que todas las fuerzas sociales juntas puedan hacerlo. La dignidad del hombre no se mide por el vestido, el color del mismo, el uniforme o la cuenta corriente: “Se rebajó a sí mismo; por eso Dios lo levantó sobre todo”.

La lectura de la Pasión (Mt. 26, 14-27, 66) requiere serenidad de espíritu e intensidad del corazón. Es la narración de esos momentos trágicos, pero de consecuencias grandiosas y victoriosas en la vida de Jesús: pues si es verdad que sufre una muerte trágica, es también muy verdad que resucita a una vida gloriosa, “para nunca más morir” y así nos abre las puertas a todos los que hemos sido bautizados en su nombre.

En el relato de la Pasión vemos que no acepta ser protegido por la espada, las espadas no resuelven los problemas de la vida y Cristo opta por el amor.

De alguna forma, el apóstol que le traiciona y vende, no llega a disfrutar de su ganancia. Más aún confiesa su error, proclama ante las autoridades su equivocación.

Ya en la cruz y ante el reto de uno de los crucificados para bajar de la cruz y quedar libres, Jesús, no puede hacer eso, pues como nos dice un autor moderno, lo que verdaderamente sujetaba a Jesús en la cruz no eran los clavos, sino el amor que sentía por toda la humanidad.

¿Con qué actitud comienzo yo la Semana Santa?

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