jueves, 26 de diciembre de 2019

Día 26 de Diciembre: San Esteban, por Celestino Hueso SF


El sacramento del Orden Sacerdotal tiene tres grados: Diácono, Presbítero (cura, sacerdote) y Obispo. Solamente el obispo tiene el sacramento del orden en plenitud.

Los diáconos surgieron en la Iglesia porque los Apóstoles no daban abasto con todo, pues tenían que celebrar, predicar, administrar los bienes y distribuirlos entre los necesitados.

Cuando estaban ya ahogados por el trabajo alguien dijo “¡Para el carro! Cristo nos mandó ir al mundo entero y proclamar el Evangelio para hacer discípulos suyos a través del bautismo. No nos mandó a manejar plata ni otras zarandajas. Hasta aquí hemos llegado”

Por supuesto que se necesitaba ejercer el amor fraterno y compartir con los más necesitados. Por eso buscaron unos colaboradores que pudieran atender a los huérfanos y las viudas. Así nacieron los diáconos.

En principio fueron siete y entre ellos se encontraba Esteban, nuestro santo de hoy, hombre lleno de fe y Espíritu Santo, que destacó como nadie por su entrega y dedicación a la causa del Evangelio. Por eso los enemigos de la fe decidieron quitárselo de encima y lo apedrearon hasta morir.

Saulo, el futuro San Pablo, no lanzó ni una piedra pero no por falta de ganas, sino porque era menor de edad y la ley no se lo permitía, tuvo que conformarse con vigilar las ropas de los mayores por si los ladrones querían sacar tajada mientras ellos remataban la faena convirtiendo al diácono Esteban en San Esteban, primer mártir de nuestra Iglesia.

Sería lindo que pudiérais leer toda la historia que se encuentra en el libro de los Hechos de los Apóstoles, en la Biblia, capítulos 6 y 7.

+ SOBRE SAN ESTEBAN

miércoles, 25 de diciembre de 2019

26 de diciembre: San Esteban

Juan de Juanes
Museo del Prado

Uno de los primeros diáconos y el primer mártir cristiano.

En los Hechos de los Apóstoles el nombre de Esteban se encuentra por primera vez con ocasión del nombramiento de los primeros diáconos (Hechos, 6,5). Habiéndose suscitado insatisfacción en lo relativo a la distribución de las limosnas del fondo de la comunidad, los Apóstoles eligieron y ordenaron especialmente a siete hombres para que se ocuparan del socorro de los miembros más pobres. De estos siete, Esteban es el primer mencionado y el mejor conocido.

La vida de Esteban anterior a este nombramiento permanece casi enteramente desconocido. Su nombre es griego y sugiere que fuera un helenista, esto es, uno de esos judíos que habían nacido en tierra extranjera y cuya lengua nativa era el griego; sin embargo, según una tradición del Siglo V, el nombre de Stephanos era sólo el equivalente griego del arameo Kelil (del sirio kelila, corona), que puede ser el nombre original del protomártir y fue inscrito en una losa encontrada en su tumba.

Parece que Esteban no era un prosélito, pues el hecho de que Nicolás sea el único de los siete designado como tal hace casi seguro que los otros eran judíos de nacimiento. Que Esteban fuera discípulo de Gamaliel se ha deducido a veces de su hábil defensa ante el Sanedrín; pero no ha sido probado. Ni sabemos tampoco cuando y en qué circunstancias se hizo cristiano; es dudoso que la afirmación de San Epifanio (Haer.,xx, 4) contando a Esteban entre los setenta discípulos merezca algún crédito.

Su ministerio como diácono parece haberse ejercido principalmente entre los conversos helenistas con los que los apóstoles estaban al principio menos familiarizados; y el hecho de que la oposición con la que se enfrentó surgiera en las sinagogas de los “Libertos” (probablemente los hijos de los judíos llevados como cautivos a Roma por Pompeyo el año 63 antes de Cristo y liberados, de ahí el nombre de Libertini ) y “de los Cirineos, y de los Alejandrinos y de los que eran de Cilicia y Asia” muestra que habitualmente predicaba entre los judíos helenistas.

Que era destacadamente idóneo para ese trabajo, sus facultades y carácter, que el autor de los Hechos desarrolla tan fervientemente, son la mejor indicación. La Iglesia, al escogerlo para diácono, le había reconocido públicamente como un hombre “de buena fama, lleno de Espíritu y sabiduría”(Hechos, 6, 3). Era “un hombre lleno de fe y de Espíritu Santo”(6, 5) “lleno de gracia y de poder” (6, 8); nadie era capaz de resistir sus poco comunes facultades oratorias y su lógica impecable, tanto más cuanto que a sus argumentos llenos de la energía divina y la autoridad de la escritura Dios añadía el peso de “grandes prodigios y señales” (6, 8). Grande como era la eficacia de “la sabiduría y el Espíritu con que hablaba” (6, 10), aun así no pudo someter los espíritus de los refractarios; para estos el enérgico predicador se iba a convertir pronto fatalmente en un enemigo.

El conflicto estalló cuando los quisquillosos de las sinagogas “de los Libertos, y de los Cirineos, y de los Alejandrinos, y de los que eran de Cilicia y Asia”, que habían retado a Esteban a una discusión, salieron completamente desconcertados (6,9-10); el orgullo herido inflamó tanto su odio que sobornaron a falsos testigos para que testificaran que “le habían oído pronunciar palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios” (6, 11).

Ninguna acusación podía ser más apta para excitar a la turba; la ira de los ancianos y los escribas ya había sido encendida por los primeros informes de la predicación de los Apóstoles. Esteban fue detenido y llevado ante el Sanedrín, donde fue acusado de decir que “Jesús, ese Nazareno, destruiría este Lugar [el Templo], y cambiaría las costumbres que Moisés nos ha transmitido” (6,12, 14).
Sin duda Esteban había dado con su lenguaje alguna base para la acusación; sus acusadores aparentemente cambiaron en ultraje ofensivo atribuido a él, una declaración de que “el Altísimo no habita en casas hechas por la mano del hombre” (7, 48), alguna mención de Jesús prediciendo la destrucción del Templo y alguna condenando las opresivas tradiciones que acompañaban a la Ley, o más bien que la aseveración tan a menudo repetida por los Apóstoles de que “no hay salvación en ningún otro” (cf. 4, 12) no exceptuaba a la Ley, sino a Jesús. Aunque pueda ser esto así, la acusación le dejó impertérrito y “todos los que se sentaban en el Sanedrín... vieron su rostro como el rostro de un ángel” (6,15).

La respuesta de Esteban (Hechos, 7) fue una larga relación de las misericordias de Dios hacia Israel durante su larga historia y de la ingratitud con que Israel correspondió a esas misericordias. Este discurso contenía muchas cosas desagradables para los oídos judíos; pero la acusación final de haber traicionado y asesinado al Justo cuya venida habían predicho los profetas, provocó la rabia de una audiencia formada no por jueces, sino por enemigos.

Cuando Esteban “miró fijamente al cielo y vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba de pie a la diestra de Dios”, y dijo: “Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre que está en pie a la diestra de Dios”(7, 55), se precipitaron sobre él (7, 56) y le sacaron de la ciudad para apedrearlo hasta la muerte.

La lapidación de Esteban no se presenta en la narración de los Hechos como un acto de violencia popular; debe haber sido considerado por los que tomaban parte en él como la ejecución de la ley. Según la ley (Lev 24, 14), Esteban había sido sacado de la ciudad; la costumbre exigía que las personas que iban a ser lapidadas fueran colocadas en una elevación (del terreno) desde dónde, con las manos atadas, serían luego arrojados abajo. Fue muy probablemente mientras estos preparativos se llevaban a cabo cuando, “dobló las rodillas y dijo con fuerte voz: “Señor, no les tengas en cuenta este pecado” (7,59).

Mientras tanto los testigos, cuyas manos debían ser las primeras en ponerse sobre la persona condenada por su testimonio (Deut 17,7), estaban dejando sus vestidos a los pies de Saulo, para poder estar mejor dispuestos a la tarea que les correspondía (7,57). El mártir orante fue arrojado; y mientras los testigos estaban empujando sobre él “una piedra tan grande como dos hombres pudieran llevar”, se le oyó pronunciar sus suprema plegaria: “Señor Jesús, recibe mi espíritu” (7, 58).

Los cuerpos de los hombres lapidados debían ser enterrados en un lugar designado por el Sanedrín: Si en este caso insistió el Sanedrín en su derecho no podemos afirmarlo; en cualquier caso, “hombres piadosos”, no se nos dice si cristianos o judíos, “sepultaron a Esteban, e hicieron gran duelo por él” (8, 2). Durante siglos la situación de la tumba de Esteban estuvo perdida, hasta que (en el año 415) un sacerdote llamado Luciano supo por revelación que el sagrado cuerpo estaba en Caphar Gamala, a alguna distancia al norte de Jerusalén. Las reliquias fueron exhumadas y llevadas primero a la iglesia de Monte Sión, luego, en 460, a la basílica erigida por Eudoxia junto a la Puerta de Damasco, en el lugar dónde, según la tradición, tuvo lugar la lapidación (la opinión de que la escena del martirio de San Esteban fue al este de Jerusalén, cerca de la puerta llamada de San Esteban por ello, no se oyó hasta el Siglo XII).

El sitio de la basílica de Eudoxia se identificó hace unos veinte años, y se ha erigido un nuevo edificio sobre los viejos cimientos por los Padres Dominicos.

La única fuente de información de primera mano sobre la vida y muerte de San Esteban son los Hechos de los Apóstoles (6,1-8,2).

Fuente: Enciclopedia Católica online.

sábado, 21 de diciembre de 2019

21 de Diciembre: San Pedro Canisio, por Celestino Hueso SF


Era hijo del alcalde de Nimega (Holanda) y por complacer a su padre se hizo abogado, pero en realidad a Pedro la única causa que le interesaba defender era la causa del Reino de los Cielos.

En cuanto pudo entró en la Compañía de Jesús y los primeros años los dedicó a la oración, la meditación, el estudio y la ayuda a los pobres.

Pronto se destapó como un gran predicador que tenía, además, la difícil facilidad de resumir las enseñanzas de los grandes teólogos en palabras sencillas que entendía todo el mundo.

Trabajador incansable recorrió más de diez mil kilómetros en Alemania, predicando, enseñando buenos libros y defendiendo la religión contra los ataques de los protestantes.

Escribió dos catecismos que fueron traducidos a un montón de idiomas y es uno de los creadores de la prensa católica.

A quienes le recomendaban descansar un poco, respondía “ya descansaremos en el cielo” Allí se encuentra, junto a la Santísima Virgen de la que era muy devoto, desde el 21 de Diciembre de 1597.

+ SOBRE PEDRO CANISIO

sábado, 14 de diciembre de 2019

Diciembre 14: Juan de la Cruz, amigo, por Gema Juan (Carmelita Descalza)




A Juan de la Cruz se le reconoce como poeta y místico. Un creador, un inspirador tal vez, un hombre bueno e íntegro. Pero su imagen sigue asociada a la aspereza, al desentendimiento de aquellas cosas que preocupan a la mayor parte de los mortales. Sigue apareciendo lejos de todos y de casi todo.

Sin embargo, Juan era un hombre entrañable, cercano y con una gran capacidad de relación. Que no fuera extravertido –y realmente no lo era– no significa que estuviera replegado sobre sí o fuera incapaz de dar y recibir afecto, de entrar en la complicidad de la amistad y de admirar, disfrutar e interesarse por las cosas de la vida.

Sobrio siempre, con la moderación de quien ha aceptado ser templado por la vida primero, por Dios después, chocaba con su querida Teresa de Jesús, como ella misma reconocía. Pero eso no le impidió entrar en el diálogo más profundo con ella. Ese diálogo es una muestra de la actitud que caracterizó a Juan, siempre abierto a compartir, a aprender y a darse a sí mismo.

Su lealtad y sinceridad, su capacidad para el encuentro y la comunicación con los otros en igualdad hacen de Juan de la Cruz un buen amigo para quienes se acercaron a él mientras vivía y para quienes siguen entrando en conversación con él.

Su camino espiritual tiene un horizonte claro: la unión de amor, la «igualdad de amistad». A todos los niveles, por descontado. Juan dirá que la persona «no tiene más de una voluntad», de modo que la amistad humana y la divina corren idéntica suerte. Porque el ser humano no está hecho de piezas sueltas, sino que es una «caverna profunda», de inimaginable hondura y toda ella comunicada por dentro.

Sabía que de todo se puede hacer una máscara. De ahí su empeño en eso que llamaba «desnudez», es decir, ausencia de remilgos, apaños e intereses. Sin esa desnudez no se puede vivir en la amistad, que él definía así: «que cada uno es el otro y que entrambos son uno». Con esa radicalidad se planteaba las relaciones, nunca superficialmente, siempre buscando crecer.

Por eso, este Juan de la Cruz, tan reconocible como amigo de Dios, es tan amigo de sus amigos y de las personas que la vida puso a su paso, con las que creó auténticos lazos. Y este hombre, tan «espiritual», resulta tan natural y «mundano», contra lo que las leyendas y algunos testimonios, maquillados por la necesidad, nos han transmitido.

El tiempo que fue confesor en el monasterio de la Encarnación de Ávila, donde Teresa era priora, muestra su manera de situarse ante los demás. Es un ejemplo muy nítido, pues se trataba de un fraile sacerdote –varón eclesiástico– ante monjas –mujeres en la Iglesia–. Y Juan se sitúa como quien puede compartir lo que sabe, para iluminar e instruir, pero también como quien puede recibir y aprender. Esa será su tónica y eso es lo que le hace tan amigable.

No le gustaban las visitas de cumplimiento, porque le desagradaban las relaciones interesadas, los formulismos y las apariencias. En cambio, jamás rehusaba el encuentro personal y fraterno. Cuando tenía noticia de que alguien sufría, no esperaba a ser buscado, se adelantaba y era capaz también de mostrar su necesidad, de acoger y agradecer el afecto de sus amigos.

Muestra de todo ello es su modo de ser prior, por ejemplo, en Granada. Iba con sus hermanos al campo, a las laderas de Sierra Nevada, allí «contaba historias y les hacía reír a todos, y volvían muy contentos a la casa». También cuenta el hermano Juan de santa Eufemia que Juan le escribió en cierta ocasión, apenas se enteró de que andaba afligido.

Después, escribirá a sus hermanas descalzas de Beas, diciéndoles el consuelo que recibe con sus cartas. Y se implica, hablando de sí y abriendo su interior: «esto por mí lo veo… qué de cosas quisiera decir… algo malo he estado; ya estoy bueno».

Su modo de tratar a los enfermos rompe cualquier imagen ñoña o mojigata, porque no solo los atendía físicamente con gran cuidado sino que procuraba hacerles disfrutar y reír, sabiendo que el humor cura y reconcilia, además de aproximar. Y así, lo mismo contaba chistes que «cuentos del mundo», como los llamaban, o traía músicas. Y todo ello le parecía «de provecho», es decir, constructor de relación.

Se conservan muy pocas cartas de Juan, pero su lectura es reveladora. Allí aparece amigo verdadero, cercano y afectuoso. Escribe a María de Soto: «Quisiera yo darla mucho contento» y a Juana de Pedraza le dice que «le hace rabiar» que ella piense si él la olvida y que le escriba más a menudo y que «si las cartas no fuesen tan corticas, sería mejor».

Se muestra comprometido. Se le ve interesado por sus hermanas de Córdoba en los inicios fundacionales, consciente de las dificultades que pueden tener. Y bastan unos retazos para verle conmovido por esas «nimiedades» a las que se le considera ajeno, preocupado por la salud y los problemas de sus amigos, participando de su vida:

«No piense, hija en Cristo, que me he dejado de doler de sus trabajos», le dice a Leonor Bautista, y a Juana de Pedraza: «todas sus cartas tengo recibidas, y sus lástimas y males y soledades sentidas, las cuales me dan a mí siempre tantas voces callando, que la pluma no me declara tanto». También a Leonor de san Gabriel: «Con su carta me compadecí de su pena y pésame la tenga por el daño que le pueda hacer al espíritu y aun a la salud».

Juan era más comunicativo de lo que se sospecha, porque siempre andaba buscando el bien de sus amigos. Una de las claves de su escritura, como amigo y como acompañante, es la de liberar interiores. Disminuir las angustias que traban el corazón, quitar obstáculos, hacer visible lo estéril para superarlo y dar alas. De ahí su empeño en compartir la confianza que había en su interior: «arroje el cuidado suyo en Dios», dirá a sus amigos con frecuencia.

Son solo unas pinceladas del amigo que fue Juan de la Cruz, que sigue ofreciendo su amistad auténtica con su palabra compañera, la misma que le llevó a decirle a Ana de Jesús que «ahora sea yendo, ahora quedando, doquiera y como quiera que sea, no la olvidaré ni quitaré de la cuenta que dice, porque de veras deseo su bien para siempre».

Fuente: religiondigital.com

viernes, 13 de diciembre de 2019

13 de Diciembre: Santa Lucía, por Celestino Hueso, SF



Santa Lucía me cae muy bien, aunque como sucede con la mayoría de los santos mártires de los primeros siglos, la leyenda se ha tragado su verdadera historia.

Sabemos que era de Siracusa, que murió mártir por confesar su fe durante la persecución de Diocleciano, y para de contar.

El arte nos la ha representado muchas veces llevando en las manos una bandeja con sus propios ojos que, según unos, le arrancaron por confesar su fe en Jesucristo y según otros se arrancó ella misma, siguiendo al pie de la letra el consejo de Jesús “si tu ojo te hace caer, sácatelo”, y lo hizo para evitar a un joven que no la dejaba en paz. Increíble pero mentira con toda seguridad esta segunda versión.

Según otra leyenda sus verdugos decidieron llevarla a una casa de prostitución pero por más que lo intentaron no fueron capaces de moverla de donde estaba. Parecía que estuviera clavada al piso. Finalmente la espada acabó con su vida terrena y le abrió el camino de los altares.

El pueblo cristiano la invoca contra les enfermedades de los ojos, tal vez, influido por la leyenda o por el mismo nombre de nuestra santa que significa “la que da luz”.

jueves, 5 de diciembre de 2019

Mateo 7,21-29: "No todo el que me dice Señor, Señor entrará en el reino de los cielos"

Mateo 7,21-29
Jueves de la 12 Semana del Tiempo Ordinario, Año I y II

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "No todo el que me dice "Señor, Señor" entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Aquel día muchos dirán: "Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre, y en tu nombre echado demonios, y no hemos hecho en tu nombre muchos milagros?" Yo entonces les declararé: "Nunca os he conocido. Alejaos de mí, malvados." El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca. El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se hundió totalmente." Al terminar Jesús este discurso, la gente estaba admirada de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad, y no como los escribas.

Comentarios:

Mt 7,21-29: No podemos construir sobre apariencias, fingir que todo va bien, papa Francisco

Mateo 7,21-29

Sólo Jesús el fundamento seguro, las apariencias no ayudan, y esto se ve también en el confesionario, donde quien se reconoce pecador, débil y deseoso de salvación, demuestra que tienen una vida basada en la roca, porque cree que Jesús será su salvación.

El Papa puso un ejemplo muy conocido por los jesuitas y por los conocedores de la historia de España: la conversión en el siglo XVI de san Francisco de Borja ante el cadáver, ya maloliente, de la emperatriz Isabel a la que tanto había querido y a la que había prometido servir.

"Este ex caballero de la corte, ante el cuerpo ya deshecho de la emperatriz Isabel, tomó conciencia de la caducidad y de la vanidad de las cosas terrenales y eligió al Señor y llegó a ser santo", explicó el Papa. "Nunca más servir a señor que pueda morir", dice Francisco de Borja ante el cadáver de Isabel, como recoge la teleserie Carlos Rey Emperador

Jesús propone la roca firme

El texto bíblico del día era “el elogio de la solidez” (Mt 7, 21.24-27) en el que Jesús compara al hombre sabio con el necio. Uno pone al Señor como fundamento de su vida, construyendo su propia casa sobre la roca, mientras el otro no escucha la Palabra de Dios y vive de las apariencias, construyendo así su propia casa sobre un fundamento débil, como puede ser la arena.

¿Dónde está la roca y dónde está la arena? "La roca. Así es el Señor. Quien se encomienda al Señor siempre estará seguro, porque sus cimientos están en la roca. Es lo que Jesús dice en el Evangelio. Habla de un hombre sabio que construyó su casa sobre una roca, es decir, sobre la confianza en el Señor, sobre cosas serias. Y también esta confianza es un material noble, porque el fundamento de esta construcción de nuestra vida es seguro, es fuerte", exhortó.

Sabio es, por lo tanto, quien construye sobre la roca, a diferencia del necio –prosiguió explicando Francisco – que es aquel que elige la “arena que se mueve” y que es arrastrada por el viento y la lluvia. También es así en la vida cotidiana, en los edificios que se construyen sin buenos cimientos y luego se derrumban.

No basta con un retoque cosmético,
de maquillaje y apariencia


Nuestra vida también puede ser así, cuando mis cimientos no son fuertes. Llega la tempestad – y todos nosotros tenemos tempestades en nuestras vidas, todos, desde el Papa hasta el último, todos – y no somos capaces de resistir.

"Y muchos dicen: “No, yo cambiaré mi vida” y piensan que cambiar de vida es usar maquillaje. Cambiar de vida es ir a cambiar los fundamentos de la vida, es decir, poner la roca que es Jesús.

“Yo querría restaurar esta construcción, este edificio, porque es muy feo, muy feo y yo querría embellecerlo un poco y también asegurar los cimientos”. Pero si voy a maquillarme nuevamente, la cosa no va hacia adelante: caerá. Con las apariencias, la vida cristiana cae".

La oración a la que el Papa nos invita a cada uno de nosotros en este día de Adviento es pensar en el fundamento que damos a nuestra vida, ya sea la roca sólida o la arena vana, pidiendo al Señor la gracia de saber discernir.