Su padre, Antonio, era español. El nombre de su madre, Laurencia (Lorenza), hasta principios del siglo XX no era conocido. Dámaso nació probablemente en España hacia el año 305 pero creció en Roma y prestó sus servicios en la iglesia de San Lorenzo mártir.
Elección conflictiva
Fue elegido Papa por gran mayoría en octubre del año 366, sin embargo, los seguidores ultra conservadores del difunto papa Liberio lo rechazaron y escogieron al diácono Ursino (o Ursicino), a quien consagraron de modo irregular e intentaron sentarlo en la silla de Pedro con violencia y llegando al derramamiento de sangre. Detalles de este escandaloso conflicto están relatados en el “Libello Precum” (P.L., XIII, 83-107) de forma tendenciosa por Faustino y Marcelino, dos presbíteros contrarios a Dámaso (cf. también Ammianus Marcellinus, Rer. Gest, XXVII, c. 3).
El emperador Valentiniano reconoció a Dámaso y desterró a Ursino a Colonia en el año 367 aunque posteriormente pudo ir Milán. Los partidarios arrianos del antipapa no dejaron de incordiar al papa Dámaso a quien acusaron de adulterio ante la corte imperial en el 378. El papa Dámaso fue exonerado de la acusación primero por el emperador Graciano (Mansi, Coll. Conc. III, 628) y poco después por un sínodo romano de cuarenta y cuatro obispos (Liber Pontificalis, ed. Duchesne, s.v.; Mansi, op. cit., III, 419) que terminó excomulgando a sus acusadores.
Defensor de la fe y la unidad
Dámaso defendió con vigor la fe católica en una época de graves peligros. En dos sínodos romanos (368 y 369) condenó el Apolinarismo y
Macedonianismo; también envió legados al Concilio de Constantinopla (año 381), convocado contra las herejías mencionadas.
En el sínodo romano del año 369 (o 370) Auxentio, el Obispo arriano de Milán fue excomulgado; mantuvo la sede hasta su muerte, en el año 374, facilitando la sucesión a san Ambrosio.
El hereje Prisciliano, condenado por el Concilio de Zaragoza (año 380) atrajo a Dámaso, pero en vano (Prisciliano era natural de Galicia, España y hay eruditos que consideran a Dámaso o a su familia también gallega).
San Dámaso y san Jerónimo
Dámaso animó a san Jerónimo a realizar su famosa revisión de las versiones latinas más tempranas de la Biblia. Durante algún tiempo, san Jerónimo también fue su secretario particular (Ep. 123, n. 10).
Un canon importante del Nuevo Testamento fue proclamado por él en el sínodo romano del año 374.
Con la Iglesia Oriental
La Iglesia Oriental recibió gran ayuda y estímulo de Dámaso contra el arrianismo triunfante, en la persona de san Basilio de Cesárea; el papa, sin embargo, mantuvo cierto grado de suspicacia hacia el gran doctor de Capadocia.
Con relación al Cisma Meletiano en Antioquía, Dámaso, Atanasio y Pedro de Alejandría, simpatizaron con el partido paulino por ser el mejor representante de la ortodoxia de Nicea; a la muerte de Meletio trabajó para afianzar en la sucesión a Paulino excluyendo a Flaviano (Socrates, Hist. Eccl., V, 15).
El cristianismo, religión del estado
Apoyó la petición de los senadores cristianos ante el Emperador Graciano para el retirar el altar de Victoria del Senado (Ambrosio, Ep. 17, n. 10) y dio la bienvenida al decreto de Teodosio I, “Del fide Católica” (27 Feb. 380) que declaraba como la religión del estado romano la doctrina que san Pedro había predicado a los romanos y de la cual Dámaso era su cabeza suprema (Cod. Theod., XVI, 1, 2).
Cuando, en el año 379, la Iliria fue separada del Imperio de Occidente, Dámaso se movió para salvaguardar la autoridad de la Iglesia romana creando una vicaría apostólica y nombrando para ella a Ascolio, Obispo de Tesalónica; éste es el origen del importante Vicariato Papal durante mucho tiempo ligado a la sede.
Supremacía eclesiástica de la sede de Roma
La primacía de la Sede de Roma fue defendida vigorosamente por este Papa con actas y decretos imperiales; entre los pronunciamientos importantes sobre este tema esta la afirmación (Mansi, Coll. Conc., VIII, 158) que basa la supremacía eclesiástica de la Iglesia Romana en las propias palabras de Jesucristo (Mt 16,18) y no en decretos conciliares.
El prestigio aumentado de los primeros decretales papales, habitualmente atribuido a su sucesor, Siricio (384-99), muy probablemente debe ser atribuido al papado de Dámaso (“Cánones Romanorum ad Gallos”; Babut, “Las decretales más antiguas”, París, 1904).
El desarrollo de la administración papal, sobre todo en Occidente, se pudo confundir a veces con pretensiones mundanas, lo cual llegó a afectar las costumbres del clero romano cuyo estilo de vida fue reprobado por san Jerónimo, cosiguiendo que un decreto del emperador Valentiniano dirigido al papa el 29 de julio del 370 prohibiera a los eclesiásticos y monjes pedir a viudas y huérfanos la ofrenda a la Iglesia sus regalos y herencias. Por su parte, el papa hizo que este decreto fuese observado.
Dámaso restauró la Iglesia de san Lorenzo e hizo que albergara los archivos de la Iglesia Romana. En la Vía Argentina, también construyó una basilicula, o pequeña iglesia, cuyas ruinas fueron descubiertas en 1902 y 1903, y donde, según el “Liber Pontificalis”, el papa fue enterrado junto con su madre y su hermana. El descubridor, Monseñor Wilpert, encontró también el epitafio de la madre del papa de la que no se sabía hasta entonces que su nombre era Lorenza, ni tampoco que había vivido los sesenta años de su viudez al servicio de Dios, y que murió a los ochenta y nueve años, después de haber visto a la cuarta generación de sus descendientes.
Dámaso construyó en el Vaticano un baptisterio en honor de san Pedro y gravó en él una de sus inscripciones artísticas todavía conservada en las criptas vaticanas. Desecó esa zona subterránea para que los cuerpos que se enterraran allí (beati sepulcrum juxta Petri) no se vieran afectados por agua estancada o por inundaciones. Su devoción a los mártires romanos ahora es muy bien conocida y se debe particularmente a los trabajos de Juan Bautista De Rossi.
Impulsó el culto a los mártires
San Dámaso ha merecido el título de “Papa de las catacumbas”. Propagó el culto a los mártires, restaurando los cementerios suburbanos donde reposaban sus cuerpos; apoyó la investigación para encontrar sus tumbas; honró a los mártires con bellas inscripciones métricas que después grababa en hermosas letras capitales su calígrafo Furio Dionisio Filócalo, cuyos trazos todavía podemos admirar hoy en alguna lápida que nos ha llegado de entre el medio centenar que debió esculpir.
Constantino había levantado en honor de los mártires espléndidas basílicas, como las de san Pedro, san Pablo, san Lorenzo y santa Inés. Pero no era posible hacer otro tanto con los que yacían enterrados en los lóbregos subterráneos de las catacumbas pues hubieran hecho falta sumas enormes. La idea de san Dámaso fue darles veneración en los mismos lugares de su enterramiento, según la tradición romana, que ligó siempre el culto a la tumba del mártir. Para facilitar la visita de los fieles era necesario abrir nuevas entradas, ensanchar las escaleras, adornar las salas o cubículos donde reposaban los cuerpos santos. El papa Dámaso se entregó con entusiasmo a esta obra. La cripta de los Papas del siglo lll, uno de los más sagrados recintos de la cristiandad, fue adornada con columnas, arquitrabes y cancelas, y colocó una de sus famosas inscripciones, que todavía puede leerse, recompuesta en pedazos: Hic congesta iacet quaeris si turba piorum Corpora sanctorum retinente veneranda sepulcra: “Si los buscas, encontrarás aquí la inmensa muchedumbre de los santos. Sus cuerpos están en los sepulcros venerables, sus almas fueron arrebatadas a los alcázares del cielo…”
Dámaso emprendió esta obra de exaltación de los mártires en agradecimiento por haber conseguido la reconciliación del clero tras el cisma de Ursino.
Los poemas damasianos reflejan el entusiasmo y el afecto que mostraba hacia los atletas de Cristo: “Amado de Dios que seas propicio a Dámaso te pido ¡oh santo Tiburcio! O en el de Santa Inés: “¡Oh santa de toda mi veneración, ejemplo de pureza!, que atiendas las plegarias de Dámaso te pido, ínclita mártir”.
Dámaso introdujo el culto de los mártires en Roma. Al fundar un “título” o iglesia parroquial en su propia casa según la costumbre, le dió su propio nombre: “in Damaso”, pero ligándola al recuerdo del mártir español san Lorenzo. Aunque la iglesia estaba dedicada a Cristo, al poner el nombre del santo diácono como una invitación a honrarle, sentó un precedente que evolucionaría con gran rapidez. Las iglesias se empezaron a dedicar a los santos. El nombre del fundador caería en desuso y quedaría el del patrón.
Muerte del papa Dámaso
Dámaso murió casi octogenario el 11 de diciembre de 384. Con anterioridad, había manifestado su deseo de ser enterrado en la cripta del cemeterio de san Calixto, pero por humildad se hizo preparar para él y su familia una basílica funeraria en la vía Ardeatina, no lejos del área donde estaban los mártires queridos.
Esta capilla se presentaba a los peregrinos medievales como una etapa entre Roma y la visita de las catacumbas. Dámaso compuso tres epitafios; para su madre, su hermana y el suyo. Este es particularmente humilde y lleno de fe. Recuerda la resurrección de Lázaro por Cristo y termina con esta hermosa frase: “De entre las cenizas hará resucitar a Dámaso, porque así lo creo“.
Sus reliquias fueron llevadas posteriormente a la iglesia de San Lorenzo in Damaso y están conservadas debajo del altar mayor. Su gran amigo san Jerónimo hizo de él este hermoso elogio en su tratado De la virginidad: “Vir egregius et eruditus in Scripturis, virgo virginis Ecclesiae doctor: Varón insigne e impuesto en la ciencia de las Escrituras, doctor virgen de la Iglesia virginal”.
Liturgia dominical
La liturgia también le es deudora de sabias reformas y a san Dámaso se debe la introducción en la misa, conforme a la costumbre palestinense, del canto del aleluya los domingos y la reforma del viejo cursus salmódico para darle un carácter más popular.
+ SOBRE SAN DÁMASO