domingo, 30 de septiembre de 2018

Marcos 9,38-43: Nadie tiene la exclusiva de Jesús

Marcos 9,38-43 

La escena es sorprendente. Los discípulos se acercan a Jesús con un problema. Esta vez, el portador del grupo no es Pedro, sino Juan, uno de los dos hermanos que andan buscando los primeros puestos. Ahora pretende que el grupo de discípulos tenga la exclusiva de Jesús y el monopolio de su acción liberadora.

Vienen preocupados. Un exorcista no integrado en el grupo está echando demonios en nombre de Jesús. Los discípulos no se alegran de que la gente quede curada y pueda iniciar una vida más humana. Solo piensan en el prestigio de su propio grupo. Por eso han tratado de cortar de raíz su actuación. Esta es su única razón: «No es de los nuestros».

Los discípulos dan por supuesto que, para actuar en nombre de Jesús y con su fuerza curadora, es necesario ser miembro de su grupo. Nadie puede apelar a Jesús y trabajar por un mundo más humano sin formar parte de la Iglesia. ¿Es realmente así? ¿Qué piensa Jesús?

Sus primeras palabras son rotundas: «No se lo impidáis». El nombre de Jesús y su fuerza humanizadora son más importantes que el pequeño grupo de sus discípulos. Es bueno que la salvación que trae Jesús se extienda más allá de la Iglesia establecida y ayude a las gentes a vivir de manera más humana. Nadie ha de verla como una competencia desleal.

Jesús rompe toda tentación sectaria en sus seguidores. No ha constituido su grupo para controlar su salvación mesiánica. No es rabino de una escuela cerrada, sino Profeta de una salvación abierta a todos. Su Iglesia ha de apoyar su Nombre allí donde es invocado para hacer el bien.

No quiere Jesús que entre sus seguidores se hable de los que son nuestros y de los que no lo son, los de dentro y los de fuera, los que pueden actuar en su nombre y los que no pueden hacerlo. Su modo de ver las cosas es diferente: «El que no está contra nosotros está a favor nuestro».

En la sociedad actual hay muchos hombres y mujeres que trabajan por un mundo más justo y humano sin pertenecer a la Iglesia. Algunos ni son creyentes, pero están abriendo caminos al reino de Dios y su justicia. Son de los nuestros. Hemos de alegrarnos en vez de mirarlos con resentimiento. Hemos de apoyarlos en vez de descalificar.

Es un error vivir en la Iglesia viendo en todas partes hostilidad y maldad, creyendo ingenuamente que solo nosotros somos portadores del Espíritu de Jesús. Él no nos aprobaría. Nos invita a colaborar con alegría con todos los que viven de manera humana y se preocupan de los más pobres y necesitados.

por José Antonio Pagola

sábado, 29 de septiembre de 2018

9,38-43: "El que no está contra nosotros, está por nosotros", por Raniero Cantalamessa, ofm

Marcos 9,38-43 

Uno de los apóstoles, Juan, vio expulsar demonios en nombre de Jesús a uno que no era del círculo de los discípulos y se lo prohibió. Al contarle el incidente al Maestro, se oye que Él responde: «No se lo impidáis... El que no está contra nosotros, está por nosotros».

Se trata de un tema de gran actualidad. ¿Qué pensar de los de fuera, que hacen algo bueno y presentan las manifestaciones del Espíritu, sin creer aún en Cristo y adherirse a la Iglesia? ¿También ellos se pueden salvar?

La teología siempre ha admitido la posibilidad, para Dios, de salvar a algunas personas fuera de las vías ordinarias, que son la fe en Cristo, el bautismo y la pertenencia a la Iglesia. Esta certeza se ha afirmado sin embargo en época moderna, después de que los descubrimientos geográficos y las aumentadas posibilidades de comunicación entre los pueblos obligaron a tomar nota de que había incontables personas que, sin culpa suya alguna, jamás habían oído el anuncio del Evangelio, o lo habían oído de manera impropia, de conquistadores o colonizadores sin escrúpulos que hacían bastante difícil aceptarlo. El Concilio Vaticano II dijo que «el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual» de Cristo, y por lo tanto se salven [Constitución Pastoral Gaudium et spes sobre la Iglesia y el mundo actual, n. 22. Ndt].

¿Ha cambiado entonces nuestra fe cristiana? No, con tal de que sigamos creyendo dos cosas:

primero, que Jesús es, objetivamente y de hecho, el Mediador y el Salvador único de todo el género humano, y que también quien no le conoce, si se salva, se salva gracias a Él y a su muerte redentora.

Segundo: que también los que, aun no perteneciendo a la Iglesia visible, están objetivamente «orientados» hacia ella, forman parte de esa Iglesia más amplia, conocida sólo por Dios.

Dos cosas, en nuestro pasaje del Evangelio, parece exigir Jesús de estas personas «de fuera»: que no estén «contra» Él, o sea, que no combatan positivamente la fe y sus valores, esto es, que no se pongan voluntariamente contra Dios. Segundo: que, si no son capaces de servir y amar a Dios, sirvan y amen al menos a su imagen, que es el hombre, especialmente el necesitado. Dice de hecho, a continuación de nuestro pasaje, hablando aún de aquellos de fuera: «Todo aquel que os dé de beber un vaso de agua por el hecho de que sois de Cristo, os aseguro que no perderá su recompensa».

Pero, aclarada la doctrina, creo que es necesario rectificar también algo más, y es la actitud interior, la psicología de nosotros, los creyentes. Se puede entender, pero no compartir, la mal escondida contrariedad de ciertos creyentes al ver caer todo privilegio exclusivo ligado a la propia fe en Cristo y a la pertenencia a la Iglesia: «Entonces, ¿de qué sirve ser buenos cristianos...?». Deberíamos, al contrario, alegrarnos inmensamente frente a estas nuevas aperturas de la teología católica. Saber que nuestros hermanos de fuera también tienen la posibilidad de salvarse: ¿qué existe que sea más liberador y qué confirma mejor la infinita generosidad de Dios y su voluntad de «que todos los hombres se salven» (1 Tm 2,4)? Deberíamos hacer nuestro el deseo de Moisés recogido en la primera lectura de este domingo: «¡Quisiera de Dios que le diera a todos su Espíritu!».

¿Debemos, con esto, dejar a cada uno tranquilo en su convicción y dejar de promover la fe en Cristo, dado que uno se puede salvar también de otras maneras? Ciertamente no. Sólo deberíamos poner más énfasis en el motivo positivo que en el negativo. El negativo es: «Creed en Jesús, porque quien no cree en Él estará condenado eternamente»; el motivo positivo es: «Creed en Jesús, porque es maravilloso creer en Él, conocerle, tenerle al lado como Salvador, en la vida y en la muerte». 

DOMINGO DE LA 26 SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, Año B

Números 11,25-29
Salmo 18: Los mandatos del Señor son rectos 
y alegran el corazón
Santiago 5,1-6
Marcos 9,38-43.45.47.48

Números 11,25-29

El Señor bajó en la nube y habló a Moisés; tomó parte del espíritu que había en él y se lo pasó a los setenta ancianos. Cuando el espíritu de Moisés se posó sobre ellos, comenzaron a profetizar, pero esto no volvió a repetirse. Dos de ellos se habían quedado en el campamento, uno se llamaba Eldad y otro Medad. Aunque estaban entre los elegidos, no habían acudido a la tienda. Pero el espíritu vino también sobre ellos y se pusieron a profetizar en el campamento. Un muchacho corrió a decir a Moisés: «Eldad y Medad están profetizando en el campamento.» Josué, hijo de Nun, ayudante de Moisés desde joven, intervino diciendo: «¡Señor mío, Moisés, prohíbeselo!» Moisés replicó: «¿Tienes celos por mí? ¡Ojalá que todo el pueblo profetizara y el Señor infundiera en todos su espíritu!»

Salmo 18: 
R. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón

La ley del Señor es perfecta
y es descanso del alma;
el precepto del Señor es fiel
e instruye al ignorante.
R. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón

La voluntad del Señor es pura
y eternamente estable;
los mandamientos del Señor son verdaderos
y enteramente justos.
R. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón

Aunque tu siervo vigila
para guardarlos con cuidado,
¿quién conoce sus faltas?
Absuélveme de lo que se me oculta.
R. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón

Preserva a tu siervo de la arrogancia,
para que no me domine:
así quedaré libre e inocente
del gran pecado.
R. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón

Santiago 5,1-6

Vosotros los ricos, gemid y llorad ante las desgracias que se os avecinan. Vuestra riqueza está podrida y vuestros vestidos son pasto de la polilla. Vuestro oro y vuestra plata están oxidados y este óxido será un testimonio contra vosotros y corroerá vuestras carnes como fuego. ¿Para qué amontonar riquezas si estamos en los últimos días? Mirad, el jornal de los obreros que segaron vuestros campos y ha sido retenido por vosotros está clamando y los gritos de los segadores están llegando a oídos del Señor todopoderoso. En la tierra habéis vivido lujosamente y os habéis entregado al placer; con ello habéis engordado para el día de la matanza. Habéis condenado, habéis asesinado al inocente, y ya no os ofrece resistencia.

Marcos 9,38-43.45.47.48

En aquel tiempo, Juan dijo a Jesús: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y se lo hemos prohibido, porque no es de nuestro grupo.» Jesús replicó: «No se lo prohibáis, porque nadie que haga un milagro en mi nombre puede luego hablar mal de mí. Pues el que no está contra nosotros está a favor nuestro. Os aseguro que el que os dé a beber un vaso de agua porque sois del Mesías no quedará sin recompensa.

Al que sea ocasión de pecado para uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgaran del cuello una piedra de molino y lo echaran al mar. Y si tu mano es ocasión de pecado para ti, córtatela. Más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos al fuego eterno que no se extingue. Y si tu pie es ocasión de pecado para ti, córtatelo. Más te vale entrar cojo en la vida, que ser arrojado con los dos pies al fuego eterno. Y si tu ojo es ocasión de pecado para ti, sácatelo. Más te vale entrar tuerto en el reino de Dios que ser arrojado con los dos ojos al fuego eterno, donde el gusano que roe no muere y el fuego no se extingue.»

"No serviré a un Señor que se pueda morir", Francisco de Borja



«Ante el cadáver de una emperatriz, este gran jesuita con numerosos títulos nobiliarios, que también fue ejemplar esposo y padre, comprendió la futilidad de la vida y se convirtió. Fue el tercer prepósito general de la Orden».

Como es sabido, la memoria de Francisco de Borja viene celebrándose en España el 3 de octubre, pero las biografías ofrecidas en Santi, beati e testimoni le incluye en el 30 de septiembre (también lo hace el Martirologio romano).

Era hijo del III duque de Gandía, Valencia, España, donde nació el 28 de octubre de 1510, y bisnieto del papa Alejandro VI. Tuvo seis hermanos de padre y madre, y cuando su progenitor contrajo segundas nupcias, engendró doce vástagos más. Así que formaba parte de una larga descendencia. Perdió a su madre a la edad de 9 años, cuando ya habían apreciado en él virtudes singulares para su edad, marcada por la inocencia y la piedad. Los dones que advirtió en él, indujeron a su tío materno Juan de Aragón, arzobispo de Zaragoza, a llevárselo con él proporcionándole una excelente formación integral.

Por expreso deseo de su padre llegó a la corte cuando tenía 12 años. Contrajo matrimonio con la portuguesa Eleanor de Castro a los 19, y de esta unión nacieron ocho hijos.

«¡No serviré nunca más a un señor que se pueda morir!»

Con la prematura muerte de la emperatriz Isabel de Portugal, a la que había servido fielmente, se produjo una inflexión en su acontecer. Tras contemplar el rostro marchito, cuando yacía en su lecho mortuorio, profirió esta apasionada exclamación: «¡No serviré nunca más a un señor que se pueda morir!». Era más que una declaración de intenciones. Habiendo comprendido la futilidad de la vida, selló su acontecer. Él mismo lo recordaba periódicamente en su diario: «Por la emperatriz que murió tal día como hoy. Por lo que el Señor obró en mí por su muerte. Por los años que hoy se cumplen de mi conversión».




En 1539 –el mismo año en el que falleció Isabel, y siendo ya marqués de Lombay– el emperador lo designó virrey de Cataluña. Pero ni estos títulos, y otros que obtuvo, como el ducado de Gandía y el de Grande de España, ni la vanidad de la corte, ensombrecieron su piedad, la que en su infancia le hizo aspirar a la vida monástica, anhelo truncado por sus padres que lo destinaron a servir en Tordesillas. Por eso, tal circunstancia, aparte de la experiencia que le deparó y del vínculo conyugal que le unió a Eleanor, como no disipó sus anhelos, permanecieron vivos en su interior.

Al establecerse en Barcelona, tomó contacto con san Pedro de Alcántara y con el beato jesuita Pedro Fabro. Este religioso fue decisivo en su vida. Puede que al conocerlo recordara el doloroso episodio que había presenciado en Alcalá de Henares cuando tenía 18 años. El hecho que le impactó fue ver a un hombre conducido ante la Inquisición; se trataba de Ignacio de Loyola.

Bienhechor de la Compañía de Jesús

Francisco se convirtió en bienhechor de la Compañía y además fundó un colegio en Gandía. Su conducta evangélica chocaba con el ambiente; sus convicciones suscitaban recelos entre algunas personas relevantes que quizá pensaron que no era oportuno mezclar la fe con el trabajo. Pero seguía el dictado de su espíritu y nada de ello hizo mella en él.

Muerte de su mujer, Eleonor

Enfermó Eleanor y suplicó al cielo por ella. Una locución divina le advirtió: «Tú puedes escoger para tu esposa la vida o la muerte, pero si tú prefieres la vida, ésta no será ni para tu beneficio ni para el suyo». Con mucho dolor y lágrimas expresó: «Que se haga vuestra voluntad y no la mía». Ella murió en 1546; su hijo pequeño tenía 7 años. Coincidió que pasó el padre Fabro por Gandía y, sin perder más tiempo hizo los ejercicios espirituales, y emitió los votos de perfección ese mismo año de 1546. Con ellos se comprometía a integrarse en la Compañía.

En Roma, Ignacio acogió con gozo la noticia, pero puso una nota de prudencia aconsejándole que aplazase su ingreso efectivo hasta solventar el tema de la educación de su prole, y que tuviese cautela evitando airear su decisión. Al año siguiente, con la anuencia del santo, Francisco emitió los votos privadamente.

Ordenado sacerdote rechaza ser cardenal

Por fin, en agosto de 1550, después de renunciar a sus títulos y dejar a sus hijos enderezados, viajó a Roma para hablar con el fundador de la Compañía, y se vinculó a ella para siempre. En mayo de 1551 recibió el orden sacerdotal en Oñate, y celebró su primera misa en Vergara. Carlos V lo propuso como cardenal, pero él rehusó. Era un hombre bueno, humilde, austero, se entregaba a las mortificaciones y a duras penitencias; no esquivaba los momentos de humillación. Llegó a sentirse más indigno que Judas, a quien el Redentor le había lavado los pies, considerándole por ello con una dignidad superior a la suya.

Durante un tiempo estuvo en Oñate realizando tareas domésticas sencillas, forjándose en la vida religiosa, sufriendo por amor a Cristo muchos instantes de contrariedad porque fue tratado con más severidad de lo acostumbrado dada su antigua condición nobiliaria.

Después inició una ardiente evangelización por las localidades colindantes, extendiendo el campo de acción a Castilla, Andalucía y Portugal. Tenía dotes extraordinarias para la organización, virtud y gran celo apostólico; era devotísimo de la Eucaristía y de la Virgen.

Prepósito General de la Compañía de Jesús

En 1566 tras el óbito del padre Laínez se convirtió en el prepósito general de la Compañía. Fundó más de una veintena de colegios en España, construyó en Roma la iglesia de San Andrés en el Quirinale, impulsó el noviciado y el Colegio Romano, puso las bases para la construcción del Gesùy logró que la Compañía se expandiera por distintos continentes, entre otras acciones.

Sometió a consideración de Pío V la creación de la Congregación para la Propagación de la Fe. Escribió tratados espirituales, y auxilió a los afectados por la peste que asoló Roma en 1566.

Dos días antes de morir expresó su deseo de volver al santuario de Loreto. Su fallecimiento se produjo en Roma el 1 de octubre de 1572. Urbano VIII lo beatificó el 23 de noviembre de 1624. Clemente X lo canonizó el 12 de abril de 1671.

Por Isabel Orellana Vilches

jueves, 27 de septiembre de 2018

La mirada de Vicente de Paúl

La fisonomía de una catedral cambia a lo largo del tiempo, supeditada a los avatares de la historia, y esto explica la variedad de estilos artísticos que se superponen en un recinto sagrado. Esto me sucedió en una reciente visita a Dax, en las Landas francesas, una tierra que está vinculada a uno de los grandes santos de Francia y de la Iglesia universal: san Vicente de Paúl.




Allí me encontré un cuadro de San Vicente en una capilla lateral, encargo en 1841 del Estado francés, aquella monarquía liberal y de cimientos frágiles de Luis Felipe de Orleáns, a un pintor de trazos académicos e historicistas, André Alfred Géniole, que había tomado la inspiración de un grabado muy difundido entonces. El lienzo costó una elevada suma para su tiempo, pero la mayoría de los expertos de nuestros días pondrían en duda su valor artístico, quizás por el hecho de que cuando predomina el dibujo sobre el color, los resultados pueden ser algo toscos. Por si fuera poco, el cuadro presenta un pequeño desgarro junto a la cabeza del santo que ha sido piadosamente disimulado.

Pero lo que no valoran los expertos puede valorarlo un creyente en su oración. La obra representa a san Vicente llevando en los brazos a un niño recién nacido, al que dirige una mirada de ternura mientras con la mano izquierda toca la campana del asilo de niños abandonados, que él mismo había fundado en París en 1638. El fondo es el de un paisaje invernal, con un campanario y unos tejados cubiertos por la nieve, y también puede apreciarse a la supuesta madre del niño, que huye temblorosa y afligida. Una escena triste, nada novedosa en aquellos tiempos, en que tantos niños eran abandonados al nacer y hasta se comerciaba con ellos como una mercancía, explotándolos para la mendicidad.

Según André Frossard, biógrafo de san Vicente, solamente en París se dejaba en las escalinatas de las iglesias entre trescientos y cuatrocientos niños al año. En una sociedad oficialmente cristiana se repetían escenas que ya habían sucedido en la Roma de los primeros siglos del cristianismo. Una escena sombría, pero hay algo que lo cambia todo: la mirada de Vicente de Paúl. El santo infunde luminosidad y valor espiritual a un cuadro que de otro modo pasaría desapercibido.

Una mirada da sentido a la vida del cristiano. Los otros no son extraños ni una referencia para las estadísticas que informan sobre los problemas sociales. Vicente de Paúl ve a un niño injustamente condenado a morir; un ser humano, pese a su pequeñez e insignificancia, que es hijo de Dios. Un ser humano muy importante para un Dios que también se hizo niño. Sobra todo lo demás. El sacerdote lo toma en sus brazos y busca un hogar para él para arrancarle así del destino que le ha reservado una sociedad egoísta que se niega a percibir las consecuencias de sus actos. En cambio, Vicente de Paúl recuerda con su mirada de ternura lo que dice Jesús en el evangelio: “Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40). Una caridad ardiente, que solo puede proceder de la presencia del Espíritu de Dios, caridad que hace alguien olvidarse de sí mismo para ir rápidamente a donde se le necesita, tal y como hizo María con la visita a su prima Isabel. La caridad cristiana es mucho más que una mera ayuda. Implica ser conscientes de que existe una presencia misteriosa de Cristo, presente en los hermanos y de modo especial en los pobres, porque no hay nadie que no tenga la pobreza material o espiritual, e incluso a veces las dos juntas.

El niño abandonado en una noche de invierno debió de asemejarse para nuestro santo al Jesús nacido en Belén, y le correspondía a él, y a sus hijas de la Caridad, darle el calor material y el calor humano que sí tuvo Cristo, gracias a José y María, en la noche de Navidad. Una luz alumbra la noche representada en la pintura, pero es la luz de Cristo, la luz de la caridad, una luz que puede curar las heridas más dolorosas, las del alma. Al contemplar el cuadro en la catedral de Dax, he recordado la letra de un himno compuesto para honrar a San Vicente: “Enséñanos a amar, Vicente de Paúl, al pobre nuestro hermano como lo amaste tú”.

Amaremos con palabras, con acciones o simplemente con una mirada, como San Vicente en este cuadro. Es una mirada de gozo, que corresponde a un corazón enamorado, porque Vicente de Paúl se desposó con la caridad, del mismo modo que Francisco de Asís lo hiciera con la pobreza.

Autor: Antonio R. Rubio Plo

miércoles, 5 de septiembre de 2018

5 de Septiembre: Santa Teresa de Calcuta


Agnes Gonxha Bojaxhiu nació el 26 de agosto de 1910 en Skopje, una ciudad situada en el cruce de la historia de los Balcanes.

Primeros años

Era la menor de los hijos de Nikola y Drane Bojaxhiu, recibió en el bautismo el nombre de Gonxha Agnes, hizo su Primera Comunión a la edad de cinco años y medio y recibió la Confirmación en noviembre de 1916.

La repentina muerte de su padre, cuando Gonxha tenía unos ocho años de edad, dejó a la familia en una gran estrechez financiera. Drane crió a sus hijos con firmeza y amor, influyendo en el carácter y la vocación de si hija. En su formación religiosa, Gonxha fue asistida además por la vibrante Parroquia Jesuita del Sagrado Corazón, en la que ella estaba muy integrada.

Las Hermanas de Loreto

Cuando tenía dieciocho años, animada por el deseo de hacerse misionera, Gonxha dejó su casa en septiembre de 1928 para ingresar en el Instituto de la Bienaventurada Virgen María, conocido como Hermanas de Loreto, en Irlanda. Allí recibió el nombre de Hermana María Teresa (por Santa Teresa de Lisieux).

En el mes de diciembre inició su viaje hacia India, llegando a Calcuta el 6 de enero de 1929. Después de profesar sus primeros votos en mayo de 1931, la Hermana Teresa fue destinada a la comunidad de Loreto Entally en Calcuta, donde enseñó en la Escuela para chicas St. Mary.

El 24 de mayo de 1937, la Hermana Teresa hizo su profesión perpétua convirtiéndose entonces, como ella misma dijo, en “esposa de Jesús” para “toda la eternidad”. Desde ese momento se la llamó Madre Teresa.


Continuó a enseñar en St. Mary convirtiéndose en directora del centro en 1944. Al ser una persona de profunda oración y de arraigado amor por sus hermanas religiosas y por sus estudiantes, los veinte años que Madre Teresa transcurrió en Loreto estuvieron impregnados de profunda alegría.

Caracterizada por su caridad, altruismo y coraje, por su capacidad para el trabajo duro y por un talento natural de organizadora, vivió su consagración a Jesús entre sus compañeras con fidelidad y alegría.

"La llamada dentro de la llamada"

El 10 de septiembre de 1946, durante un viaje de Calcuta a Darjeeling para realizar su retiro anual, Madre Teresa recibió su “inspiración,” su “llamada dentro de la llamada”. Ese día, de una manera que nunca explicaría, la sed de amor y de almas se apoderó de su corazón y el deseo de saciar la sed de Jesús se convirtió en la fuerza motriz de toda su vida.

Durante las sucesivas semanas y meses, mediante locuciones interiores y visiones, Jesús le reveló el deseo de su corazón de encontrar “víctimas de amor” que “irradiasen a las almas su amor”. “Ven y sé mi luz”, Jesús le suplicó. “No puedo ir solo”. Le reveló su dolor por el olvido de los pobres, su pena por la ignorancia que tenían de Él y el deseo de ser amado por ellos. Le pidió a Madre Teresa que fundase una congregación religiosa, Misioneras de la Caridad, dedicadas al servicio de los más pobres entre los pobres.

Pasaron casi dos años de pruebas y discernimiento antes de que Madre Teresa recibiese el permiso para comenzar. El 17 de agosto de 1948 se vistió por primera vez con el sari blanco orlado de azul y atravesó las puertas de su amado convento de Loreto para entrar en el mundo de los pobres.

Después de un breve curso con las Hermanas Médicas Misioneras en Patna, Madre Teresa volvió a Calcuta donde encontró alojamiento temporal con las Hermanitas de los Pobres. El 21 de diciembre va por vez primera a los barrios pobres. Visitó a las familias, lavó las heridas de algunos niños, se ocupó de un anciano enfermo que estaba extendido en la calle y cuidó a una mujer que se estaba muriendo de hambre y de tuberculosis.

Comenzaba cada día entrando en comunión con Jesús en la Eucaristía y salía de casa, con el rosario en la mano, para encontrar y servir a Jesús en “los no deseados, los no amados, aquellos de los que nadie se ocupaba”. Después de algunos meses comenzaron a unirse a ella, una a una, sus antiguas alumnas.


Las Misioneras de la Caridad

El 7 de octubre de 1950 fue establecida oficialmente en la Archidiócesis de Calcuta la nueva congregación de las Misioneras de la Caridad. Al inicio de los años sesenta, Madre Teresa comenzó a enviar a sus Hermanas a otras partes de India.

El Decreto de Alabanza, concedido por el Papa Pablo VI a la Congregación en febrero de 1965, animó a Madre Teresa a abrir una casa en Venezuela. Ésta fue seguida rápidamente por las fundaciones de Roma, Tanzania y, sucesivamente, en todos los continentes. Comenzando en 1980 y continuando durante la década de los años noventa, Madre Teresa abrió casas en casi todos los países comunistas, incluyendo la antigua Unión Soviética, Albania y Cuba.

Fundadora

Para mejor responder a las necesidades físicas y espirituales de los pobres, Madre Teresa fundó los Hermanos Misioneros de la Caridad en 1963, en 1976 la rama contemplativa de las Hermanas, en 1979 los Hermanos Contemplativos y en 1984 los Padres Misioneros de la Caridad. Sin embargo, su inspiración no se limitò solamente a aquellos que sentían la vocación a la vida religiosa. Creó los Colaboradores de Madre Teresa y los Colaboradores Enfermos y Sufrientes, personas de distintas creencias y nacionalidades con los cuales compartió su espíritu de oración, sencillez, sacrificio y su apostolado basado en humildes obras de amor. Este espíritu inspiró posteriormente a los Misioneros de la Caridad Laicos. En respuesta a las peticiones de muchos sacerdotes, Madre Teresa inició también en 1981 el Movimiento Sacerdotal Corpus Christi como un“pequeño camino de santidad” para aquellos sacerdotes que deseasen compartir su carisma y espíritu.

Premio Nobel de la Paz

Durante estos años de rápido desarrollo, el mundo comenzó a fijarse en Madre Teresa y en la obra que ella había iniciado. Numerosos premios, comenzando por el Premio Indio Padmashri en 1962 y de modo mucho más notorio el Premio Nobel de la Paz en 1979, hicieron honra a su obra. Al mismo tiempo, los medios de comunicación comenzaron a seguir sus actividades con un interés cada vez mayor. Ella recibió, tanto los premios como la creciente atención “para gloria de Dios y en nombre de los pobres”.

Toda la vida y el trabajo de Madre Teresa fue un testimonio de la alegría de amar, de la grandeza y de la dignidad de cada persona humana, del valor de las cosas pequeñas hechas con fidelidad y amor, y del valor incomparable de la amistad con Dios.

Oscuridad

Pero, existía otro lado heroico de esta mujer que salió a la luz solo después de su muerte. Oculta a todas las miradas, oculta incluso a los más cercanos a ella, su vida interior estuvo marcada por la experiencia de un profundo, doloroso y constante sentimiento de separación de Dios, incluso de sentirse rechazada por Él, unido a un deseo cada vez mayor de su amor. Ella misma llamó “oscuridad” a su experiencia interior. La “dolorosa noche” de su alma, que comenzó más o menos cuando dio inicio a su trabajo con los pobres y continuó hasta el final de su vida, condujo a Madre Teresa a una siempre más profunda unión con Dios. Mediante la oscuridad, ella participó de la sed de Jesús (el doloroso y ardiente deseo de amor de Jesús) y compartió la desolación interior de los pobres.

Últimos años

Durante los últimos años de su vida, a pesar de los cada vez más graves problemas de salud, Madre Teresa continuó dirigiendo su Instituto y respondiendo a las necesidades de los pobres y de la Iglesia.

En 1997 las Hermanas de Madre Teresa contaban casi con 4.000 miembros y se habían establecido en 610 fundaciones en 123 países del mundo. En marzo de 1997, Madre Teresa bendijo a su recién elegida sucesora como Superiora General de las Misioneras de la Caridad, llevando a cabo sucesivamente un nuevo viaje al extranjero.

Después de encontrarse por última vez con el Papa Juan Pablo II, volvió a Calcuta donde transcurrió las últimas semanas de su vida recibiendo a las personas que acudían a visitarla e instruyendo a sus Hermanas.

El 5 de septiembre, la vida terrena de Madre Teresa llegó a su fin. El Gobierno de India le concedió el honor de celebrar un funeral de estado y su cuerpo fue enterrado en la Casa Madre de las Misioneras de la Caridad. Su tumba se convirtió rápidamente en un lugar de peregrinación y oración para gente de fe y de extracción social diversa (ricos y pobres indistintamente).

Madre Teresa nos dejó el ejemplo de una fe sólida, de una esperanza invencible y de una caridad extraordinaria. Su respuesta a la llamada de Jesús, “Ven y sé mi luz”, hizo de ella una Misionera de la Caridad, una “madre para los pobres”, un símbolo de compasión para el mundo y un testigo viviente de la sed de amor de Dios.

Menos de dos años después de su muerte, a causa de lo extendido de la fama de santidad de Madre Teresa y de los favores que se le atribuían, el Papa Juan Pablo II permitió la apertura de su Causa de Canonización. El 20 de diciembre del 2002 el mismo Papa aprobó los decretos sobre la heroicidad de las virtudes y sobre el milagro obtenido por intercesión de Madre Teresa.

Fuente: vatican.va

+ SOBRE SANTA TERESA DE CALCUTA

lunes, 3 de septiembre de 2018

3 de septiembre: San Gregorio Magno, primer monje en ocupar la Silla de Pedro



«Importa que el pastor sea puro en sus pensamientos, intachable en sus obras, discreto en el silencio, provechoso en las palabras, compasivo con todos, más que todos levantado en la contemplación, compañero de los buenos por la humildad y firme en velar por la justicia contra los vicios de los delincuentes. Que la ocupación de las cosas exteriores no le disminuya el cuidado de las interiores, y el cuidado de las interiores no le impida el proveer a las exteriores».

Así describía en su «Regula pastoralis» este gran pontífice las características de los pastores que él mismo había encarnado. Pertenecía a una noble y virtuosa familia romana. Sus padres, el senador Gordiano y Silvia, engrosan las filas de los santos; son venerados como tales. Y sus tías Tarsila y Emiliana llevaron edificante vida ascética como vírgenes consagradas. Además, entre los suyos hubo dos papas: Félix III y Agapito.

Nació hacia el año 540 en Roma. Se especializó en derecho, y al concluir los estudios fue nombrado pretor de Roma por Justino II. Italia estaba siendo azotada por los lombardos y pudo constatar de primera mano las heridas de una barbarie que había reducido la urbe a ruinas.

Su trabajo, al que se dedicaba intensamente, no colmaba sus profundos anhelos. Pero cuando se encontró con dos benedictinos de la abadía de Montecassino, Constancio y Simplicio, se abrió una luz en su camino. Sin embargo, antes de decidirse a dar el paso uniéndose a ellos, tuvo que librar una dura batalla interna.

«Yo diferí largo tiempo la gracia de la conversión, es decir, de la profesión religiosa, y, aún después que sentí la inspiración de un deseo celeste, yo creía mejor conservar el hábito secular. En este tiempo se me manifestaba en el amor a la eternidad lo que debía buscar, pero las obligaciones contraídas me encadenaban y yo no me resolvía a cambiar de manera de vivir. Y cuando mi espíritu me llevaba ya a no servir al mundo sino en apariencia, muchos cuidados, nacidos de mi solicitud por el mundo, comenzaron a agrandarse poco a poco contra mi bien, hasta el punto de retenerme no solo por de fuera y en apariencia, sino lo que es más grave, por mi espíritu».

Vencida toda resistencia, en cuatro años de vida monástica recluido en su palacio de monte Celio, que convirtió en el monasterio de san Andrés, se forjó su espíritu con oración y penitencias, y se dispuso a cumplir el designio que Dios había previsto para él.

Su virtud llegó a oídos del papa Pelagio II, quién le designó «apocrisiario» (embajador, nuncio) suyo.Y en Constantinopla libró una importante lucha contra los monofisistas, además de actuar diplomáticamente para obtener del emperador el conveniente apoyo para frenar a los longobardos.

Entre tanto, seguía nutriendo su espíritu en feliz convivencia junto a los monjes. Pero el año 590 una terrible epidemia de peste segó la vida de Pelagio II, y fue elegido para sucederle. En ese instante el peso de tan alta misión le sobrecogió, intentó huir para eludirlo, pero terminó comprendiendo que la voluntad divina había movido la de sus hermanos cardenales y aceptó la responsabilidad que había caído sobre sus hombros.

A partir de entonces su sabio y brillante pontificado, verdaderamente renovador, como cabía esperar de un hombre de oración, humilde y generoso, se extendería a toda la Iglesia.

Hizo vida su propio aserto: «La prueba del amor está en las obras. Donde el amor existe se obran grandes cosas y cuando deja de obrar deja de existir».

Fue un hombre hábil, dialogante, conciliador, que se acercó con fraternal espíritu a los alejados de la fe y a quienes sustentaban ideas opuestas a ella. Así llegó a penetrar en el corazón de los pobladores de distintos estados europeos: sajones, francos, visigodos, longobardos, etc.

Fortaleció la sede de Roma, renovó el culto y la liturgia, impulsó el canto conocido como gregoriano en su honor, restauró la Schola Cantorum, compuso varios himnos, edificó monasterios, escribió numerosas obras teológicas y centenares de cartas. En suma, un legado tan excepcional que le mereció el título de doctor de la Iglesia.

Fue gran defensor de los oprimidos. Vigiló para que los recursos de la Iglesia fuesen destinados con impecable rigor, alejados de oscuros intereses particulares.

Mantuvo una correspondencia digna de tener en consideración con la reina bávara Teodolinda, ferviente católica, con la que tuvo detalles de encomiable delicadeza. Así le obsequió con unas reliquias, muy preciadas en la época, destinadas a la basílica de san Juan Bautista que mandó erigir. Este vínculo repercutió directa e indirectamente en la evangelización, amén de propiciar la paz entre longobardos y bizantinos.

En la labor apostólica de Gregorio hay una página singularmente gloriosa: la conversión de los anglosajones. Él fue quien fraguó la evangelización de Inglaterra a través de misioneros que envió con la recomendación de unirse obedientemente a san Agustín de Canterbury, quien después de lograr el bautismo del rey de Kent, Ethelberto (san Adalberto) el año 597, hizo lo propio con más de diez mil sajones.

Parece mentira que tan grande labor la realizase un hombre de precaria salud, obligado a recluirse en el lecho durante días seguidos. Murió el 12 de marzo del año 604.

Juan Pablo I lo evocó al tomar posesión de la basílica de San Juan de Letrán, repitiendo sus palabras: «Esté cercano el pastor a cada uno de sus súbditos con la compasión. Y olvidando su grado, considérese igual a los súbditos buenos, pero no tenga temor en ejercer, contra los malos, el derecho de su autoridad. Recuerde que mientras todos los súbditos dan gracias a Dios por cuanto el pastor ha hecho de bueno, no se atreven a censurar lo que ha hecho mal; cuando reprime los vicios, no deje de reconocerse, humildemente, igual que los hermanos a quienes ha corregido y siéntase ante Dios tanto más deudor cuanto más impunes resulten sus acciones ante los hombres».

Autora: Isabel Orellana Vilches

Lucas 4,16-30: Enseñanza de Jesús en Nazaret

Lucas 4,16-30 
(Cf. Mt 13,54-58; Mc 6,1-6)

Lunes de la 22 Semana del Tiempo Ordinario I y II,

En aquel tiempo fue Jesús a Nazaret, donde se había criado; entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desarrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor". Y, enrollando el libro, lo devolvió al que lo ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: "Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír". Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: "¿No es éste el hijo de José?" Y les dijo: "Sin duda me recitaréis aquel refrán: "Médico, cúrate a ti mismo"; haz también aquí, en tu tierra, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm". Y añadió: "Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado más que Naamán, el sirio". Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.


SOBRE EL MISMO TEMA:

Lc 4,16-30: Ante los que buscan el escándalo, silencio y oración

Lc 4,16-30

“La verdad es suave, la verdad es silenciosa”, “con las personas que buscan solamente el escándalo, que buscan solamente la división”, el único camino a seguir es el del “silencio” y la “oración”.

Es lo que ha dicho hoy Papa Francisco, reanudando la celebración de la Misa en la capilla de la Casa de Santa Marta. El Pontífice parte del Evangelio de Lucas de hoy, en el que Jesús, regresado a Nazaret, es recibido con recelo. Por lo tanto, la Palabra del Señor cristalizada en esta narración permite “reflexionar sobre el modo de actuar en la vida cotidiana, cuando hay malentendidos” y entender “como el padre de la mentira, el acusador, el diablo, actúa para destruir la unidad de una familia, de un pueblo”.

Llegado a la sinagoga, Jesús es acogido por una gran curiosidad: todos quieren ver con sus propios ojos las grandes obras de las que fue capaz en otras tierras. Pero el Hijo del Padre Celestial usa solo “la Palabra de Dios”, un hábito que adopta incluso cuando “quiere vencer al Diablo”.

Y es precisamente esta actitud de humildad la que deja espacio para la primera “palabra-puente”, aclara el Papa Bergoglio, una palabra que siembra “duda”, que conduce a un cambio de atmósfera, “de la paz a la guerra”, “del asombro a la indignación”. Con su “silencio” Jesús vence a los “perros salvajes”, vence “el diablo” que “había sembrado la mentira en el corazón”.

“No eran personas, eran una manada de perros salvajes que lo expulsaron de la ciudad. No razonaban, gritaban … Jesús callaba. Lo llevaron al borde del monte para tirarlo abajo. Este pasaje del Evangelio termina así: “Pero Él, pasando entre ellos, comenzó a caminar”. La dignidad de Jesús: con su silencio vence ese mudo salvaje y se va. Porque todavía no había llegado la hora. Lo mismo sucederá el Viernes Santo: la gente que el Domingo de Ramos había celebrado la fiesta para Jesús y le dijo “Bendito seas, Hijo de David”, dijo “crucifícalo”: habían cambiado. El diablo había sembrado la mentira en el corazón, y Jesús estaba en silencio”.

“Esto – dice el Papa – nos enseña que cuando existe esta manera de actuar, de no ver la verdad, permanece el silencio”. “El silencio que gana, pero a través de la Cruz. El silencio de Jesús. Pero cuantas veces en las familias empiezan las discusiones sobre política, sobre el deporte, sobre dinero y una y otra vez esas familias terminan destruidas, en estas discusiones en las cuales se ve que el diablo está allí que quiere destruir… silencio. Expresar lo que sientes y luego callar. Porque la verdad es suave, la verdad es silenciosa, la verdad no es rumorosa. Non es fácil, eso que ha hecho Jesús; pero existe la dignidad del cristiano que está asegurada en la fuerza de Dios. Con las personas que no tienen buena voluntad, con las personas que buscan solamente la destrucción, incluso en las familias: silencio. Y oración”.

Papa Francisco concluye con esta oración: “Que el Señor nos dé la gracia de discernir cuándo debemos hablar y cuándo debemos callar. Y esto en toda la vida: en el trabajo, en el hogar, en la sociedad … en toda la vida. Así seremos más imitadores de Jesús”.

LUNES DE LA 22 SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, Año II (Lecturas)

1 Corintios 2,1-5
Salmo 118: ¡Cuánto amo tu voluntad, Señor!
Lucas 4, 16-30

1 Corintios 2,1-5

Yo, hermanos, cuando vine a vosotros a anunciaros el misterio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado. Me presenté a vosotros débil y temblando de miedo; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.

Salmo 118: ¡Cuánto amo tu voluntad, Señor!

¡Cuánto amo tu voluntad!:
todo el día estoy meditando.
R. ¡Cuánto amo tu voluntad, Señor!

Tu mandato me hace más sabio que mis enemigos,
siempre me acompaña.
R. ¡Cuánto amo tu voluntad, Señor!

Soy más docto que todos mis maestros,
porque medito tus preceptos.
R. ¡Cuánto amo tu voluntad, Señor!

Soy más sagaz que los ancianos,
porque cumplo tus leyes.
R. ¡Cuánto amo tu voluntad, Señor!

Aparto mi pie de toda senda mala,
para guardar tu palabra.
R. ¡Cuánto amo tu voluntad, Señor!

No me aparto de tus mandamientos,
porque tú me has instruido.
R. ¡Cuánto amo tu voluntad, Señor!

Lucas 4,16-30

En aquel tiempo fue Jesús a Nazaret, donde se había criado; entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desarrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor". Y, enrollando el libro, lo devolvió al que lo ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: "Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír". Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: "¿No es éste el hijo de José?" Y les dijo: "Sin duda me recitaréis aquel refrán: "Médico, cúrate a ti mismo"; haz también aquí, en tu tierra, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm". Y añadió: "Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado más que Naamán, el sirio". Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.

1 Corintios 2,1-9: Predicación de Pablo

Lunes de la 22 Semana del Tiempo Ordinario II

2:1 Por mi parte, hermanos, cuando los visité para anunciarles el misterio de Dios, no llegué con el prestigio de la elocuencia o de la sabiduría.
2:2 Al contrario, no quise saber nada, fuera de Jesucristo, y Jesucristo crucificado.
2:3 Por eso, me presenté ante ustedes débil, temeroso y vacilante.
2:4 Mi palabra y mi predicación no tenían nada de la argumentación persuasiva de la sabiduría humana, sino que eran demostración del poder del Espíritu,
2:5 para que ustedes no basaran su fe en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.
2:6 Es verdad que anunciamos una sabiduría entre aquellos que son personas espiritualmente maduras, pero no la sabiduría de este mundo ni la que ostentan los dominadores de este mundo, condenados a la destrucción.
2:7 Lo que anunciamos es una sabiduría de Dios, misteriosa y secreta, que él preparó para nuestra gloria antes que existiera el mundo;
2:8 aquella que ninguno de los dominadores de este mundo alcanzó a conocer, porque si la hubieran conocido no habrían crucificado al Señor de la gloria.
2:9 Nosotros anunciamos, como dice la Escritura, lo que nadie vio ni oyó y ni siquiera pudo pensar, aquello que Dios preparó para los que lo aman.

domingo, 2 de septiembre de 2018

Mc 7,14-23: La queja de Dios

Mc 7,14-23: La queja de Dios
por José Antonio Pagola

Un grupo de fariseos de Galilea se acerca a Jesús en actitud crítica. No vienen solos. Les acompañan algunos escribas venidos de Jerusalén, preocupados sin duda por defender la ortodoxia de los sencillos campesinos de las aldeas. La actuación de Jesús es peligrosa. Conviene corregirla.

Han observado que, en algunos aspectos, sus discípulos no siguen la tradición de los mayores. Aunque hablan del comportamiento de los discípulos, su pregunta se dirige a Jesús, pues saben que es él quien les ha enseñado a vivir con aquella libertad sorprendente. ¿Por qué?

Jesús les responde con unas palabras del profeta Isaías que iluminan muy bien su mensaje y su actuación. Estas palabras con las que Jesús se identifica totalmente hemos de escucharlas con atención, pues tocan algo muy fundamental de nuestra religión. Según el profeta de Israel, esta es la queja de Dios.

«Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí». Este es siempre el riesgo de toda religión: dar culto a Dios con los labios, repitiendo fórmulas, recitando salmos, pronunciando palabras hermosas, mientras nuestro corazón «está lejos de él». Sin embargo, el culto que agrada a Dios nace del corazón, de la adhesión interior, de ese centro íntimo de la persona de donde nacen nuestras decisiones y proyectos.

Cuando nuestro corazón está lejos de Dios, nuestro culto queda sin contenido. Le falta la vida, la escucha sincera de la Palabra de Dios, el amor al hermano. La religión se convierte en algo exterior que se practica por costumbre, pero en la que faltan los frutos de una vida fiel a Dios.

La doctrina que enseñan los escribas son preceptos humanos. En toda religión hay tradiciones que son «humanas». Normas, costumbre, devociones que han nacido para vivir la religiosidad en una determinada cultura. Pueden hacer mucho bien. Pero hacen mucho daño cuando nos distraen y alejan de lo que Dios espera de nosotros. Nunca han de tener primacía.

Al terminar la cita del profeta Isaías, Jesús resume su pensamiento con unas palabras muy graves: «Vosotros dejáis de lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres».

Cuando nos aferramos ciegamente a tradiciones humanas, corremos el riesgo de olvidar el mandato del amor y desviarnos del seguimiento a Jesús, Palabra encarnada de Dios. En la religión cristiana, lo primero es siempre Jesús y su llamada al amor. Solo después vienen nuestras tradiciones humanas, por muy importantes que nos puedan parecer. No hemos de olvidar nunca lo esencial.

Mc 7,14-23: Lo que contamina al hombre

Mc 7,14-23:

«Oídme todos y entended. Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. [...] Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre».

Lo que contamina al hombre 
por Raniero Cantalamessa, OFM

En el pasaje del Evangelio de este domingo, Jesús corta de raíz la tendencia a dar más importancia a los gestos y a los ritos exteriores que a las disposiciones del corazón, el deseo de aparentar que se es -más que de serlo- bueno. En resumen, la hipocresía y el formalismo.

Pero podemos sacar hoy de esta página del Evangelio una enseñanza de orden no sólo individual, sino también social y colectivo. La distorsión que Jesús denunciaba de dar más importancia a la limpieza exterior que a la pureza del corazón se reproduce hoy a escala mundial. Hay muchísima preocupación por la contaminación exterior y física de la atmósfera, del agua, por el agujero en el ozono; en cambio silencio casi absoluto sobre la contaminación interior y moral.

Nos indignamos al ver imágenes de pájaros marinos que salen de aguas contaminadas por manchas de petróleo, cubiertos de alquitrán e incapaces de volar, pero no hacemos lo mismo por nuestros niños, precozmente viciados y apagados a causa del manto de malicia que ya se extiende sobre cada aspecto de la vida.

Que quede bien claro: no se trata de oponer entre sí los dos tipos de contaminación. La lucha contra la contaminación física y el cuidado de la higiene es una señal de progreso y de civilización al que no se puede renunciar a ningún precio. Jesús no dijo, en aquella ocasión, que no había que lavarse las manos o los jarros y todo lo demás; dijo que esto, por sí solo, no basta; no va a la raíz del mal.

Jesús lanza entonces el programa de una ecología del corazón. Tomemos alguna de las cosas «contaminantes» enumeradas por Jesús, la calumnia con el vicio a ella emparentado de decir maldades a costa del prójimo. ¿Queremos hacer de verdad una labor de saneamiento del corazón?

Emprendamos un lucha sin cuartel contra nuestra costumbre de descender a los chismes, de hacer críticas, de participar en murmuraciones contra personas ausentes, de lanzar juicios a la ligera. Esto es un veneno dificilísimo de neutralizar, una vez difundido.

Una vez una mujer fue a confesarse con San Felipe Neri acusándose de haber hablado mal de algunas personas. El santo la absolvió, pero le puso una extraña penitencia. Le dijo que fuera a casa, tomara una gallina y volviera adonde él desplumándola poco a poco a lo largo del camino. Cuando estuvo de nuevo ante él, le dijo: «Ahora vuelve a casa y recoge una por una las plumas que has dejado caer cuando venías hacia aquí». «¡Imposible! -exclamó la mujer- Entretanto el viento las ha dispersado en todas direcciones». Es ahí donde quería llegar San Felipe. «Ya ves –le dijo- cómo es imposible recoger las plumas una vez que se las ha llevado el viento; igualmente es imposible retirar las murmuraciones y calumnias una vez que han salido de la boca».