sábado, 28 de febrero de 2015

EVANGELIO EN IMÁGENES: La Transfiguración, por Giovanni Bellini. 1487 (Marcos 9,2-10)

Giovanni Bellini, 1487
Museo Nazionale di Capodimonte, Nápoles

EVANGELIO EN IMÁGENES: La Transfiguración, por Giovanni Bellini, 1455 (Marcos 9,2-10)


Giovanni Bellini, 1455.
Museo Correr, Venecia.

EVANGELIO EN IMÁGENES: La Transfiguración (Marcos 9,2-10)

Marcos 9,2-10

En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les apreció Elías y Moisés conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús:
— Maestro. ¡Qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
Estaban asustados y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube:
—  Este es mi Hijo amado; escuchadlo.
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús los mandó:
— No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos.
Esto se les quedó grabado y discutían que querría decir aquello de resucitar de entre los muertos.

Papa Francisco: "Hay quien ofrece 11 horas de trabajo por 600 euros al mes. Y si no te gusta, te dicen que te vayas a casa"


"Hay quien ofrece 11 horas de trabajo al día por 600 euros al mes. Y si no te gusta, pues te dicen que te vayas a casa. Esto es lo que pasa en este mundo, donde si tú no aceptas otro aceptará. El hambre hace que se acepten también trabajos en negro, como todo el personal doméstico. ¿Cuántos de ellos tienen garantizada la pensión?".

El Papa Francisco lanzó un duro mensaje contra el "liberalismo que cree que sea necesario primero producir riqueza, no importa cómo, para después promover alguna política redistributiva por parte del Estado", durante un discurso a las cooperativas italianas.

Francisco, que improvisó en varias ocasiones respecto al discurso preparado, también lamentó el "drama de la cultura del descarte" y dijo, a modo de ejemplo: "¿Y tú que eres?. Soy ingeniero. ¿Cuántos años tienes?. 49. Entonces no sirves, vete".

En su largo discurso, Francisco valoró el trabajo de las cooperativas y les pidió que encuentren "formas, métodos e instrumentos para combatir esta cultura del descarte, cultivada por los poderes que manejan las políticas económicas-financieras del mundo globalizado".

Por ello aconsejó a las cooperativas que se conviertan "en el motor que levanta y desarrolla la parte más débil de nuestras comunidades locales y de la sociedad civil"

Y que, "especialmente piensen a los jóvenes y a tantas mujeres que necesitan entrar en el mundo del trabajo, o a los adultos que pierden el empleo".

También les instó a que se activen "como protagonistas para realizar nuevas soluciones de bienestar social, particularmente en la sanidad, un campo delicado donde tanta gente no pobre no encuentra respuestas a sus necesidades".

El papa se refirió asimismo a "la economía y su relación con la justicia social, y con la dignidad de las personas" y criticó "un cierto liberalismo que cree que sea necesario primero producir riqueza, no importa cómo, para después promover alguna política redistributiva por parte del Estado".

También invitó a que "el movimiento cooperativo tiene que ejercitar un rol importante para apoyar, facilitar y también dar ánimo a la vida de las familias" y por tanto instó a que se busquen soluciones para "la armonización entre trabajo y familia".

Francisco pidió además que haya más colaboración entre cooperativas bancarias y empresas, para "organizar los recursos para hacer vivir con dignidad y serenidad a las familias; pagar salarios justos a los trabajadores, invertir en las iniciativas que sean realmente necesarias".

El Papa también advirtió contra las falsas cooperativas "que se prostituyen con el propio nombre de cooperativa para engañar a la gente con el objetivo de lucrarse".

Y afirmó que "el dinero es el estiércol del diablo" y que "en una cooperativa auténtica, verdadera, no manda el capital sobre los hombres, sino los hombres sobre el capital".

Fuente: religiondigital.com

— El santo padre Francisco tuvo este sábado un encuentro en el Vaticano con los miembros de la Confederación Cooperativas Italianas. A ellos les indicó que en la cooperativa "uno más uno, vale tres".

El Papa introdujo el tema con algunos ejemplos muy concretos: hoy si en un trabajo no les gusta alguien lo despiden, porque tanto hay una cola de gente que quiere trabajar. En el trabajo doméstico tanta gente no tiene los aporte sociales. Y el drama de la cultura del descarte: "¿Y tú que eres? -Soy ingeniero. ¿Cuántos años tienes? -49. Entonces no sirves, vete".

Entró así el Santo Padre en el vivo del tema, que “La Iglesia siempre ha reconocido, apreciado y animado la experiencia de las cooperativas” y citó la encíclica Rerum Novarum de León XIII: “Todos propietarios y no todos proletarios”, así como la Caritas in Veritate de Benedicto XVI, donde al entrar en el tema, subraya la importancia de “la economía de comunión” y del sector non profit, para explicar que el dios-ganancia no tiene que ser una divinidad y que nuestro mundo necesita una economía que no excluya la donación.

Así el Santo Padre invitó a mirar al futuro, "con fantasía creativa para evitar la cultura del descarte", y para crear nuevas formas de cooperativas. Y sabiendo que estamos en un mundo que se ha globalizado, hay que responder con la solidaridad, pensando al aumento vertiginoso de los desempleados, y a la necesidad de un progreso integral de la persona, “que necesita del rédito pero no solamente del rédito”.

El Papa quiso así ofrecer algunas indicaciones concretas.

La primera: “Las cooperativas tienen que ser el motor que levanta y desarrolla la parte más débil de nuestras comunidades locales y de la sociedad civil”. Especialmente prensando a los jóvenes y a tantas mujeres que necesitan entrar en el mundo del trabajo, o a los adultos que se pierden el empleo, así como a las empresas recuperadas.

Una segunda indicación fue, la de activarse como protagonistas para realizar nuevas soluciones de bienestar social, particularmente en la sanidad. “Y poner a la gente, a partir de los más necesitados, en el centro de todo este movimiento solidario. Esta es la misión que proponemos”.

El tercer punto indicado por el Papa es: “La economía y su relación con la justicia social, y con la dignidad de las personas”. Recordó que existe un cierto liberismo que primero quiere hacer dinero para después de alguna manera distribuirlo a través del Estado, o peor aún solo dar algunas migajas. Cuando en realidad “se corre el riesgo de ilusionarse de hacer el bien, mientras se sigue haciendo marketing sin salir del circuito fatal del egoísmo de las personas y empresas”.

La cuarta sugerencia: una economía no crece en una sociedad que envejece. Por ello el movimiento cooperativo tiene que ejercitar un rol importante para apoyar, facilitar y también dar ánimo a la vida de las familias. Para ello buscar la “armonización entre trabajo y familia”. El Papa elogió también las mutuales, que ayudan ante las exigencias de todos, desde los nidos hasta la asistencia domiciliar. Permitiendo así que todos puedan poner a disposición su propio talento.

“El quinto punto en que les doy coraje, quizás les sorprenda: Para hacer estas cosas es necesario dinero”. Las cooperativas son estructuras generalmente subcapitalizadas, “en cambio, ¡el Papa les dice: tienen que invertir, e invertir bien!”. Por ello pidió que haya más colaboración entre cooperativas bancarias y empresas, organizar los recursos para hacer vivir con dignidad y serenidad a las familias; pagar salarios justos a los trabajadores, invertir en las iniciativas que sean realmente necesarias. Todo esto sin esperar en los subsidios públicos.

“Decía san Basilio de Cesarea, Padre de la Iglesia del IV siglo, retomado después por san Francisco de Asís, que 'el dinero es el estiércol del demonio'. Lo repita ahora también el Papa: '¡el dinero es el estiércol del demonio!”.

Y añadió que “el dinero al servicio de la vida puede ser gestionado de modo justo por la cooperativa, si la cooperativa es auténtica, verdadera, donde el capital no manda a los hombres, pero los hombres al capital”.

“Por esto --prosiguió el Pontífice-- hacen bien a combatir las falsas cooperativas” que traicionan el nombre de éstas con fines de lucro. Y preciso que las verdaderas cooperativas “tienen que promover la economía de la honestidad”. Una economía promovida “por personas que tienen en el corazón y en la mente solamente el bien común”.

El Papa concluyó invitando a una gran alianza, entre cooperativas y cooperantes, manteniendo la identidad de las cooperativas y caminando hacia delante con todas las personas de buena voluntad.


Fuente: zenit.org

viernes, 20 de febrero de 2015

“No vale ayunar en viernes y tratar mal al empleado” El Papa Francisco exhorta a la conversión

Los cristianos, especialmente en Cuaresma, están llamados a vivir coherentemente el amor a Dios y el amor al prójimo. Así lo ha recordado el Papa Francisco durante la homilía del viernes por la mañana en la misa en la residencia Santa Marta.

Además, el Papa ha advertido sobre los que envían un cheque a la Iglesia y luego son injustos con sus trabajadores.

“El pueblo se lamenta delante del Señor porque no escucha sus ayunos”. De este modo, el Papa ha hablado durante su homilía del pasaje de Isaías en la primera Lectura. Y así ha subrayado que es necesario distinguir entre “el formal y el real”.

Para el Señor “no es ayuno no comer carne” y después “pelear y explotar a los trabajadores”. Por esto Jesús condenó a los fariseos porque hacían “muchas observancias externas, pero sin la verdad del corazón”.

Sin embargo, el ayuno que quiere Jesús es el que rompe las cadenas injustas, libera a los oprimidos, viste a los desnudos, hace justicia. “Este es el verdadero ayuno, el ayuno que no es solamente externo, una observancia externa, sino que es un ayuno que viene del corazón”, ha explicado.

Además, Francisco ha indicado que “en las tablas de la ley está la ley hacia Dios y la ley hacia el prójimo y las dos van juntas. Yo no puedo decir: ‘Pero, no, yo cumplo los tres primeros mandamientos… y los otros más o menos’. No, si tú no haces estos, esos no puedes hacerlos y si tú haces eso, debes hacer esto. Están unidos: el amor a Dios y el amor al prójimo son una unidad y si tú quieres hacer penitencia, real no formal, debes hacerla delante de Dios y también con tu hermano, con el prójimo”.

Y como dice el apóstol Santiago, puedes tener mucha fe pero si no haces obras, no sirve de nada.

Por eso el Papa ha advertido que uno puede ir a misa todos los domingos y comulgar, y se puede preguntar: “¿cómo es tu relación con tus trabajadores? ¿Les pagas en negro? ¿Les pagas el salario justo? ¿También pagas la contribución para la pensión? ¿Para asegurar la salud?”

Al respecto, el Santo Padre ha advertido sobre esos hombres y mujeres de fe que dividen las tablas de la ley: ‘sí, sí, yo hago esto’ – ‘¿pero tú das limosna?’ – ‘sí, sí, siempre envío el cheque a la Iglesia’ – ‘Ah, muy bien. Pero a tu Iglesia, en tu casa, con los que dependen de ti –ya sean hijos, abuelos, trabajadores– ¿eres generoso, eres justo?’

“Tú no puedes hacer ofrendas a la Iglesia sobre los hombros de la injusticia que haces con tus trabajadores. Esto es un pecado gravísimo: es usar a Dios para cubrir la injusticia”, ha advertido.

De este modo, el Pontífice ha indicado que esto es lo que el profeta Isaías en nombre del Señor hoy nos hace entender: “No es buen cristiano el que no es justo con las personas que dependen de él”. Y no es buen cristiano, ha añadido, “el que se no se despoja de lo necesario para él para dar al lo necesita”.

Asimismo, Francisco ha afirmado en la homilía que el camino de la Cuaresma “es esto, es doble, a Dios y al prójimo, es decir, es real, no es meramente formal. No es no comer carne solamente el viernes, hacer algo, y después hacer crecer el egoísmo, la explotación del prójimo, la ignorancia de los pobres”.

Al respecto, el Papa ha querido poner un ejemplo: hay quien si necesita curar va al hospital y como es socio de una mutua es atendido enseguida. “Es algo bueno, da gracias al Señor. Pero dime, ¿has pensado en aquellos que no tiene esta relación con el hospital y cuando llegan deben esperar 6, 7, 8 horas, también por una cosa urgente”, se ha preguntado.

Y así, el Papa ha reconocido que hay gente aquí, en Roma, que vive así y la Cuaresma sirve para pensar en ellos: “¿qué puedo hacer por los niños, por los ancianos, que no tienen la posibilidad de ser visitados por un médico?”, que quizá esperan “ocho horas y después te dan turno para una semana después”. “¿Qué haces por esa gente?” “¿cómo será tu Cuaresma?”

Por otro lado, ha preguntado si en esta Cuaresma hay sitio en el corazón “para aquellos que no han cumplido los mandamientos”, “que se han equivocado y están en la cárcel”. Si tú no estás en la cárcel –ha advertido el Papa– es porque el Señor te ha ayudado a no caer.

Finalmente, el Pontífice ha pedido al Señor que nos acompañe en nuestro camino cuaresmal para que la observancia exterior corresponda con una profunda renovación del Espíritu.

Fuente: religionenlibertad.com

Viernes después del Miércoles de Ceniza: Amor y penitencia, por Angel Moreno


En Cuaresma, se nos invita a la penitencia y los viernes de manera especial. Sin embargo, no se puede perder de vista el sentido cristiano de la ascesis, que no es otro que el deseo de compadecer con Cristo y con quienes sufren hoy los rigores de la Pasión del Señor.

Cabe ayunar por mantener el peso, por conservar la salud, y hasta por motivos espirituales. Ejercicio que puede ser muy beneficioso para mantener la mente despierta y el cuerpo ágil.

El ayuno cristiano tiene una dimensión de solidaridad, como señala el profeta: “No ayunéis como ahora, haciendo oír en el cielo vuestras voces. El ayuno que yo quiero es éste: partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo, y no cerrarte a tu propia carne. (Is 58, 7).

Aún cabe un aspecto mayor que la solidaridad altruista, que es el amor. Desde este principio, se entienden las palabras de Jesús sobre el ayuno a los fariseos, cuando le preguntaron: -«¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?» Jesús les dijo: -«¿Es que pueden guardar luto los invitados a la boda, mientras el novio está con ellos?” (Mt 9, 15)

Los rigores cuaresmales se han diluido. La cultura actual parece que no habla el mismo lenguaje que los textos bíblicos. Sin embargo, existe la sensibilidad social, la solidaridad generosa con quienes padecen paro, hambre, exclusión… Los cristianos sobresalen por su generosidad en muchos momentos dramáticos, pero no deberíamos perder la mirada a quien es razón de compartir. Y esa razón no es otra que el amor.

Santa Teresa de Jesús

La Maestra espiritual ha sufrido mucho por miedo a que sobreviniera a sus monasterios la tentación de que sus monjas quisieran ser harto penitentes, porque en esto también hay peligro. “En especial esto de la mortificación importa muy mucho y, por amor de nuestro Señor, que adviertan en ello las preladas, que es cosa muy importante la discreción en estas cosas y conocer los talentos, y si en esto no van muy advertidas, en lugar de aprovecharlas las harán gran daño y traerán en desasosiego” (Fundaciones 18, 7).

Por encima de todo, el amor. “Querría dar a entender que el alma no es el pensamiento, ni la voluntad es mandada por él, que tendría harta mala ventura; por donde “el aprovechamiento del alma no está en pensar mucho, sino en amar mucho” (Fundaciones 5, 2).

Fuente: ciudadredonda.org

miércoles, 18 de febrero de 2015

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO PARA LA CUARESMA 2015

Fortalezcan sus corazones (St 5,8)

 Queridos hermanos y hermanas:

La Cuaresma es un tiempo de renovación para la Iglesia, para las comunidades y para cada creyente. Pero sobre todo es un «tiempo de gracia» (2 Co 6,2). Dios no nos pide nada que no nos haya dado antes: «Nosotros amemos a Dios porque él nos amó primero» (1 Jn 4,19). Él no es indiferente a nosotros. Está interesado en cada uno de nosotros, nos conoce por nuestro nombre, nos cuida y nos busca cuando lo dejamos. Cada uno de nosotros le interesa; su amor le impide ser indiferente a lo que nos sucede. Pero ocurre que cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás (algo que Dios Padre no hace jamás), no nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen… Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia: yo estoy relativamente bien y a gusto, y me olvido de quienes no están bien. Esta actitud egoísta, de indiferencia, ha alcanzado hoy una dimensión mundial, hasta tal punto que podemos hablar de una globalización de la indiferencia. Se trata de un malestar que tenemos que afrontar como cristianos.

Cuando el pueblo de Dios se convierte a su amor, encuentra las respuestas a las preguntas que la historia le plantea continuamente. Uno de los desafíos más urgentes sobre los que quiero detenerme en este Mensaje es el de la globalización de la indiferencia.

La indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios es una tentación real también para los cristianos. Por eso, necesitamos oír en cada Cuaresma el grito de los profetas que levantan su voz y nos despiertan.

Dios no es indiferente al mundo, sino que lo ama hasta el punto de dar a su Hijo por la salvación de cada hombre. En la encarnación, en la vida terrena, en la muerte y resurrección del Hijo de Dios, se abre definitivamente la puerta entre Dios y el hombre, entre el cielo y la tierra. Y la Iglesia es como la mano que tiene abierta esta puerta mediante la proclamación de la Palabra, la celebración de los sacramentos, el testimonio de la fe que actúa por la caridad (cf. Ga 5,6). Sin embargo, el mundo tiende a cerrarse en sí mismo y a cerrar la puerta a través de la cual Dios entra en el mundo y el mundo en Él. Así, la mano, que es la Iglesia, nunca debe sorprenderse si es rechazada, aplastada o herida.

El pueblo de Dios, por tanto, tiene necesidad de renovación, para no ser indiferente y para no cerrarse en sí mismo. Querría proponerles tres pasajes para meditar acerca de esta renovación.

1. «Si un miembro sufre, todos sufren con él» (1 Co 12,26) – La Iglesia

La caridad de Dios que rompe esa cerrazón mortal en sí mismos de la indiferencia, nos la ofrece la Iglesia con sus enseñanzas y, sobre todo, con su testimonio. Sin embargo, sólo se puede testimoniar lo que antes se ha experimentado. El cristiano es aquel que permite que Dios lo revista de su bondad y misericordia, que lo revista de Cristo, para llegar a ser como Él, siervo de Dios y de los hombres. Nos lo recuerda la liturgia del Jueves Santo con el rito del lavatorio de los pies. Pedro no quería que Jesús le lavase los pies, pero después entendió que Jesús no quería ser sólo un ejemplo de cómo debemos lavarnos los pies unos a otros. Este servicio sólo lo puede hacer quien antes se ha dejado lavar los pies por Cristo. Sólo éstos tienen “parte” con Él (Jn 13,8) y así pueden servir al hombre.

La Cuaresma es un tiempo propicio para dejarnos servir por Cristo y así llegar a ser como Él. Esto sucede cuando escuchamos la Palabra de Dios y cuando recibimos los sacramentos, en particular la Eucaristía. En ella nos convertimos en lo que recibimos: el cuerpo de Cristo. En él no hay lugar para la indiferencia, que tan a menudo parece tener tanto poder en nuestros corazones. Quien es de Cristo pertenece a un solo cuerpo y en Él no se es indiferente hacia los demás. «Si un miembro sufre, todos sufren con él; y si un miembro es honrado, todos se alegran con él» (1 Co 12,26).

La Iglesia es communio sanctorum porque en ella participan los santos, pero a su vez porque es comunión de cosas santas: el amor de Dios que se nos reveló en Cristo y todos sus dones. Entre éstos está también la respuesta de cuantos se dejan tocar por ese amor. En esta comunión de los santos y en esta participación en las cosas santas, nadie posee sólo para sí mismo, sino que lo que tiene es para todos. Y puesto que estamos unidos en Dios, podemos hacer algo también por quienes están lejos, por aquellos a quienes nunca podríamos llegar sólo con nuestras fuerzas, porque con ellos y por ellos rezamos a Dios para que todos nos abramos a su obra de salvación.

2. «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9) – Las parroquias y las comunidades

Lo que hemos dicho para la Iglesia universal es necesario traducirlo en la vida de las parroquias y comunidades. En estas realidades eclesiales ¿se tiene la experiencia de que formamos parte de un solo cuerpo? ¿Un cuerpo que recibe y comparte lo que Dios quiere donar? ¿Un cuerpo que conoce a sus miembros más débiles, pobres y pequeños, y se hace cargo de ellos? ¿O nos refugiamos en un amor universal que se compromete con los que están lejos en el mundo, pero olvida al Lázaro sentado delante de su propia puerta cerrada? (cf. Lc 16,19-31).

Para recibir y hacer fructificar plenamente lo que Dios nos da es preciso superar los confines de la Iglesia visible en dos direcciones.

En primer lugar, uniéndonos a la Iglesia del cielo en la oración. Cuando la Iglesia terrenal ora, se instaura una comunión de servicio y de bien mutuos que llega ante Dios. Junto con los santos, que encontraron su plenitud en Dios, formamos parte de la comunión en la cual el amor vence la indiferencia. La Iglesia del cielo no es triunfante porque ha dado la espalda a los sufrimientos del mundo y goza en solitario. Los santos ya contemplan y gozan, gracias a que, con la muerte y la resurrección de Jesús, vencieron definitivamente la indiferencia, la dureza de corazón y el odio. Hasta que esta victoria del amor no inunde todo el mundo, los santos caminan con nosotros, todavía peregrinos. Santa Teresa de Lisieux, doctora de la Iglesia, escribía convencida de que la alegría en el cielo por la victoria del amor crucificado no es plena mientras haya un solo hombre en la tierra que sufra y gima: «Cuento mucho con no permanecer inactiva en el cielo, mi deseo es seguir trabajando para la Iglesia y para las almas» (Carta 254,14 julio 1897).

 También nosotros participamos de los méritos y de la alegría de los santos, así como ellos participan de nuestra lucha y nuestro deseo de paz y reconciliación. Su alegría por la victoria de Cristo resucitado es para nosotros motivo de fuerza para superar tantas formas de indiferencia y de dureza de corazón.

Por otra parte, toda comunidad cristiana está llamada a cruzar el umbral que la pone en relación con la sociedad que la rodea, con los pobres y los alejados. La Iglesia por naturaleza es misionera, no debe quedarse replegada en sí misma, sino que es enviada a todos los hombres.

Esta misión es el testimonio paciente de Aquel que quiere llevar toda la realidad y cada hombre al Padre. La misión es lo que el amor no puede callar. La Iglesia sigue a Jesucristo por el camino que la lleva a cada hombre, hasta los confines de la tierra (cf. Hch 1,8). Así podemos ver en nuestro prójimo al hermano y a la hermana por quienes Cristo murió y resucitó. Lo que hemos recibido, lo hemos recibido también para ellos. E, igualmente, lo que estos hermanos poseen es un don para la Iglesia y para toda la humanidad.

Queridos hermanos y hermanas, cuánto deseo que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia.

3. «Fortalezcan sus corazones» (St 5,8) – La persona creyente

También como individuos tenemos la tentación de la indiferencia. Estamos saturados de noticias e imágenes tremendas que nos narran el sufrimiento humano y, al mismo tiempo, sentimos toda nuestra incapacidad para intervenir. ¿Qué podemos hacer para no dejarnos absorber por esta espiral de horror y de impotencia?

En primer lugar, podemos orar en la comunión de la Iglesia terrenal y celestial. No olvidemos la fuerza de la oración de tantas personas. La iniciativa 24 horas para el Señor, que deseo que se celebre en toda la Iglesia —también a nivel diocesano—, en los días 13 y 14 de marzo, es expresión de esta necesidad de la oración.

En segundo lugar, podemos ayudar con gestos de caridad, llegando tanto a las personas cercanas como a las lejanas, gracias a los numerosos organismos de caridad de la Iglesia. La Cuaresma es un tiempo propicio para mostrar interés por el otro, con un signo concreto, aunque sea pequeño, de nuestra participación en la misma humanidad.

Y, en tercer lugar, el sufrimiento del otro constituye un llamado a la conversión, porque la necesidad del hermano me recuerda la fragilidad de mi vida, mi dependencia de Dios y de los hermanos. Si pedimos humildemente la gracia de Dios y aceptamos los límites de nuestras posibilidades, confiaremos en las infinitas posibilidades que nos reserva el amor de Dios. Y podremos resistir a la tentación diabólica que nos hace creer que nosotros solos podemos salvar al mundo y a nosotros mismos.

Para superar la indiferencia y nuestras pretensiones de omnipotencia, quiero pedir a todos que este tiempo de Cuaresma se viva como un camino de formación del corazón, como dijo Benedicto XVI (Ct. enc. Deus caritas est, 31). Tener un corazón misericordioso no significa tener un corazón débil. Quien desea ser misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios. Un corazón que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas. En definitiva, un corazón pobre, que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro.

Por esto, queridos hermanos y hermanas, deseo orar con ustedes a Cristo en esta Cuaresma: “Fac cor nostrum secundum Cor tuum”: “Haz nuestro corazón semejante al tuyo” (Súplica de las Letanías al Sagrado Corazón de Jesús). De ese modo tendremos un corazón fuerte y misericordioso, vigilante y generoso, que no se deje encerrar en sí mismo y no caiga en el vértigo de la globalización de la indiferencia.

Con este deseo, aseguro mi oración para que todo creyente y toda comunidad eclesial recorra provechosamente el itinerario cuaresmal, y les pido que recen por mí. Que el Señor los bendiga y la Virgen los guarde.

Vaticano, 4 de octubre de 2014
Fiesta de san Francisco de Asís

Franciscus 

lunes, 9 de febrero de 2015

Virtud cardinal de la templanza, por el P. Javier Sánchez Martínez


Las virtudes requieren un trabajo interior de la persona hasta lograr que no sólo realice actos virtuosos, sino que la persona misma sea virtuosa; no sólo que realice algunos actos de paciencia, sino que la persona llegue a ser paciente.

La virtud cardinal de la templanza ejerce una función primera que es la de controlar racionalmente, con una directriz de la inteligencia y de lo razonable, las pasiones y los afectos que tantas veces se desbordan. Esta virtud racional (¡cardinal!) organiza una jerarquía de prioridades para la persona y es capaz de subordinar lo inferior a lo superior, lo menos importante a lo más importante, sabiendo insistir en lo fundamental y evitando la dispersión en los placeres que son accesorios.

Por ejemplo, el Diccionario de Autoridades define así la templanza: "virtud que modera los apetitos y uso excesivo de los sentidos, sujetándolos a la razón, así para la salud del cuerpo como para las funciones y operaciones del alma".

¿Qué palabras serían sinónimas de "templanza"? Moderación, entereza, sobriedad, buena disposición.

La virtud cardinal de la templanza nos enseña, entonces, a ser sobrios, moderados en las cosas, en el uso de los sentidos y placeres, la moderación en la comida, la bebida... confiriendo así una entereza a la persona que no va detrás de los primeros gustos, de las primeras sensaciones, o que satisface siempre cualquier capricho que le surja.

La templanza es un orden interior, una moderación, que conlleva un orden externo de la vida. De esta manera comprendemos que no todo es malo, pero desde luego, aunque haya muchas cosas buenas, no todas nos convienen.

¿Es bueno el cine? Sí, claro. Pero no sería bueno estar todos los días en el cine, por el gasto de dinero, la pérdida diaria de tiempo, etc.: pues entonces no conviene.

La templanza nos hace moderados permitiendo que guardemos un equilibrio en todas las cosas. Un hombre templado, dificílmente se desordena, sino que ante cualquier situación lo primero que hace es ser consciente de ella, no alterarse, rezar y buscar el punto exacto en el que situarse, intentando dominar la situación serenamente.

La templanza dice la palabra justa en el tono exacto que excluye los gritos... pero dice lo que tenga que decir.

Pidamos gracia al Señor para ejercitarnos en la templanza.

La limosna, un recurso inútil para resolver el problema de la pobreza