Lucas 8,16-18
En aquel tiempo dijo Jesús a la gente: "Nadie enciende un candil y lo tapa con una vasija o lo mete debajo de la cama; lo pone en el candelero para que los que entran tengan luz. Nada hay oculto que no llegue a descubrirse, nada secreto que no llegue a saberse o a hacerse público. A ver si me escucháis bien: al que tiene se le dará, al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener"
— Comentario de Reflexiones Católicas
No se enciende el candil para tapar su luz
Esta perícopa incluye tres pequeñas unidades (8,16; 8,17 y 8,18).
– Primera unidad:
La primera (8,16) está dedicada al tema de la luz; a su esencia pertenece el expandirse y alumbrar, por eso es antinatural el ocultarla.
Dentro de nuestro contexto, esa luz que se expande es Cristo y su evangelio; es la semilla del reino que Jesús ha introducido en el surco de la tierra y que se extiende y fructifica a pesar de los esfuerzos de aquéllos que pretendan ocultarla. Esta certeza del triunfo de la luz, esta confianza en el poder de expansión y en la victoria final del evangelio, está en la base del mensaje de Jesús y de la Iglesia.
– Segunda unidad:
Con esto pasamos a la segunda unidad (8,17). Tomadas en sí mismas, las palabras pueden ser escandalosas: «Nada hay oculto que no llegue a descubrirse...» Se tiene la impresión de que el hombre pierde el derecho la intimidad, al secreto del corazón. Pues bien, nuestro texto desvela la ambivalencia de la intimidad, que puede ser fruto de un ocultamiento egoísta o expresión de una gracia, de una vida anterior, que se abre amorosamente al otro.
Desde aquí se esclarecen las palabras de Jesús. La luz es gracia cuando penetra en el interior, lo vuelve transparente hacia los otros y lo abre hacia el misterio de la vida (la resurrección); de esta forma no se pierde la intimidad, sino que se comparte (se introduce en el misterio Cristo y se muestra como amor hacia los otros). Pero esa luz es condena cuando patentiza la contradicción del hombre que, debiendo estar abierto hacia la gracia, se ha encerrado en sí mismo, convirtiéndose en un puro egoísmo (vivir para sí).
– Tercera unidad:
La tercera unidad (8,18) es uno de los textos más escandalosos del evangelio. Resulta que el mensaje de Jesús se resumía como un don que se halla abierto hacia los pobres: al que no tiene se le ofrece la plenitud del reino; al que confía en su riqueza se le dice que vendrá a quedar vacío. Pues bien, ahora se proclama algo totalmente contrario: «Al que tiene se le dará, al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener» ¿Cómo se entiende esta palabra?
Veamos. La primera sentencia se refiere a la condición del hombre ante la gracia; frente al don original de Dios es necesario estar vacíos, por eso la ventaja es de los pobres, los hambrientos, los que sabe su pecado y se mantienen a la espera.
Nuestro texto (8,18) se sitúa sobre un fondo diferente; nos hallamos frente al hombre que se ha abierto ante la gracia. « El que tiene» es decir, el que se mantiene abierto ante el don de la vida que Cristo le ofrece «recibirá más» (recibirá la plenitud del reino); por el contrario, « aquél que no tiene» (no ha dejado que la gracia le penetre) perderá aun aquello que parecía poseer fracasando totalmente.
Nos hallamos ante el misterio de la perdición definitiva (del fracaso) de aquél que no ha vivido en el plano de la gracia, por más que su existencia fuera rica en otros plano (en lo económico, intelectual, social).
En aquel tiempo dijo Jesús a la gente: "Nadie enciende un candil y lo tapa con una vasija o lo mete debajo de la cama; lo pone en el candelero para que los que entran tengan luz. Nada hay oculto que no llegue a descubrirse, nada secreto que no llegue a saberse o a hacerse público. A ver si me escucháis bien: al que tiene se le dará, al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener"
— Comentario de Reflexiones Católicas
No se enciende el candil para tapar su luz
Esta perícopa incluye tres pequeñas unidades (8,16; 8,17 y 8,18).
– Primera unidad:
La primera (8,16) está dedicada al tema de la luz; a su esencia pertenece el expandirse y alumbrar, por eso es antinatural el ocultarla.
Dentro de nuestro contexto, esa luz que se expande es Cristo y su evangelio; es la semilla del reino que Jesús ha introducido en el surco de la tierra y que se extiende y fructifica a pesar de los esfuerzos de aquéllos que pretendan ocultarla. Esta certeza del triunfo de la luz, esta confianza en el poder de expansión y en la victoria final del evangelio, está en la base del mensaje de Jesús y de la Iglesia.
– Segunda unidad:
Con esto pasamos a la segunda unidad (8,17). Tomadas en sí mismas, las palabras pueden ser escandalosas: «Nada hay oculto que no llegue a descubrirse...» Se tiene la impresión de que el hombre pierde el derecho la intimidad, al secreto del corazón. Pues bien, nuestro texto desvela la ambivalencia de la intimidad, que puede ser fruto de un ocultamiento egoísta o expresión de una gracia, de una vida anterior, que se abre amorosamente al otro.
Desde aquí se esclarecen las palabras de Jesús. La luz es gracia cuando penetra en el interior, lo vuelve transparente hacia los otros y lo abre hacia el misterio de la vida (la resurrección); de esta forma no se pierde la intimidad, sino que se comparte (se introduce en el misterio Cristo y se muestra como amor hacia los otros). Pero esa luz es condena cuando patentiza la contradicción del hombre que, debiendo estar abierto hacia la gracia, se ha encerrado en sí mismo, convirtiéndose en un puro egoísmo (vivir para sí).
– Tercera unidad:
La tercera unidad (8,18) es uno de los textos más escandalosos del evangelio. Resulta que el mensaje de Jesús se resumía como un don que se halla abierto hacia los pobres: al que no tiene se le ofrece la plenitud del reino; al que confía en su riqueza se le dice que vendrá a quedar vacío. Pues bien, ahora se proclama algo totalmente contrario: «Al que tiene se le dará, al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener» ¿Cómo se entiende esta palabra?
Veamos. La primera sentencia se refiere a la condición del hombre ante la gracia; frente al don original de Dios es necesario estar vacíos, por eso la ventaja es de los pobres, los hambrientos, los que sabe su pecado y se mantienen a la espera.
Nuestro texto (8,18) se sitúa sobre un fondo diferente; nos hallamos frente al hombre que se ha abierto ante la gracia. « El que tiene» es decir, el que se mantiene abierto ante el don de la vida que Cristo le ofrece «recibirá más» (recibirá la plenitud del reino); por el contrario, « aquél que no tiene» (no ha dejado que la gracia le penetre) perderá aun aquello que parecía poseer fracasando totalmente.
Nos hallamos ante el misterio de la perdición definitiva (del fracaso) de aquél que no ha vivido en el plano de la gracia, por más que su existencia fuera rica en otros plano (en lo económico, intelectual, social).
No hay comentarios:
Publicar un comentario