Era campesino de nacimiento pero se avergonzaba de serlo. Toda su ilusión en la vida era escapar de esa condición. Loco por conseguirlo se hizo cura con la idea de llegar a ser obispo un día y dejar bien lejos su condición de aldeano. No lo consiguió, entre otras cosas porque, como no tenía vocación, la vida del sacerdocio le importaba un pito.
Lo que sí consiguió en su afán por ascender rápidamente es que le echaran el guante los turcos y lo vendieran como esclavo a un pescador, un médico y un cristiano de esos que “ni chicha ni limoná” del que logra escaparse para llegar a Roma.
Conoce la obra de San Felipe Neri y San Carlos Borromeo y Cristo le da el toque definitivo en el corazón y el iluso con ínfulas de grandeza se convierte en un formidable curita con ganas de servir a Jesús y a la humanidad.
Funda la Congregación de la Misión (los Paúles) y cuando se da cuenta de la miseria en que viven los campesinos dedica todos sus esfuerzos a ayudarles y, junto a Santa Luisa de Marillac, funda también las Hijas de la Caridad.
Entregado al servicio de los más pobres es llamado al cielo y recibe el título que se ha ganado a pulso con su generosidad. Desde ahora será para siempre San Vicente de Paul.
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