Comentario por Jesús Espeja, OP
Primer modelo es el fariseo:
Piensa que es perfecto porque cumple con todo lo que prescribe la religión. Se considera mejor que los demás y por supuesto mejor que el publicano que religiosamente es impuro porque anda metido en cobros y cambios de dinero. Este fariseo piensa que él es centro absoluto, ha fabricado una divinidad a su medida, cumple con todo lo prescrito y esa divinidad tiene que estar satisfecha y concederle todo lo que pida. Le importa sobre todo su seguridad, y eso es lo que busca cuando sube al templo para orar.
Segundo modelo es el publicano:
Reconoce que él es frágil, humano; “humus” en latín significa tierra. Tampoco tiene fabricada una divinidad a su medida. Pero intuye, “sin levantar los ojos”, mirando a su intimidad y escuchando la voz de su conciencia, que Dios, único centro absoluto, es misericordia. Ese amor que se hace cargo de nuestra miseria y desde dentro de nosotros nos fortalece para con nosotros salir adelante.. Más que buscar seguridades el publicano respira confianza. Se deja inundar por esa Presencia de amor, y sale del templo “justificado”, es decir revestido y transformado por la justicia de Dios que endereza todo lo torcido.
¿A qué modelo te apuntas? La respuesta es importante para juzgar sobre la verdad de nuestra práctica religiosa.
1 comentario:
En un tiempo como el fariseo y despues como el publicano y ahora que deseo con todo mi ser ser fiel a Dios y sus mandamientos, tengo temor de ser poco a poco nuevamente como el fariseo, si es asi Dios mismo se encargara de humillar el espiriru que altivo se intente alejar de Su amor y asi Su misericordia y Su gracia actuaran para Su gloria eterna. Gracias por compartir tan bellas reflexiones de fe.
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