Herejía que en los siglos II y III se infiltra en la teología sobre la Trinidad negando la igual divinidad de las tres personas. Según esta teología, el Logos y el Espíritu Santo no solamente proceden del Padre sino que están a él subordinados (no poseen plenamente la esencia divina) y no serían verdaderamente Dios.
El subordinacionismo designa una postura cristológico-trinitaria que tiende a hacer de Cristo una realidad inferior y subordinada a Dios Padre (y del Espíritu, una realidad subordinada a Cristo); incluye diversas tendencias, como el arrianismo y el adopcionismo.
El arrianismo presenta la configuración mejor estructurada de un subordinacionismo que considera a Cristo como una creatura de Dios, de condición suprahumana, si se quiere, pero no divina.
El adopcionismo hace de Cristo un mero hombre adoptado por Dios como hijo en razón de su comportamiento. Es una forma moderna de designar la tendencia doctrinal que otros autores prefieren calificar de modalismo y monarquianismo. Los escritores antiguos consideraron el adopcionismo como una herejía de raigambre judía (defensa de la unidad divina) y la pusieron en relación con las sectas judeocristianas ebionitas, las cuales compartían la consideración de Jesús como un simple hombre ("nudus homo", Tertuliano, De carne Chr. 14).
Formas y corrientes de subordinacionismo
A lo largo de los ss. II y III se mantiene con fuerza una corriente de pensamiento que, apoyándose en textos bíblicos (Mc 10,18; 13,32; Jn 14,28), elabora un leguaje y un discurso teológico que muestra una cierta inferioridad de Cristo con relación a Dios Padre. Esta postura, mezclada con elementos propios del platonismo medio, persiste en la doctrina del Logos desarrollada por los apologistas. El término en sí es plurivalente, pudiendo distinguirse entre un subordinacionismo compatible y otro incompatible con la fe trinitaria de la Iglesia.
San Justino expone su doctrina trinitaria combinando la fe bautismal, tal como la vive en la alabanza y en la oración litúrgica, con los recursos que le ofrece la doctrina del Logos presente en Filón de Alejandría, san Juan evangelista y la filosofía medioplatónica y estoica, sobre todo en su intento apologético al conversar con paganos y judíos.
En este intento puede hablarse de un subordinacionismo soteriológico o histórico-salvífico a la hora de exponer la doctrina trinitaria. Justino se sirve de conceptos e ideas subordinacionistas para poner de manifiesto cómo en el Logos-Cristo ha tenido lugar la comunicación plena de Dios, es decir, para unir el monoteísmo cristiano y la presencia progresiva de Dios en la historia desde la creación hasta la encarnación.
Dios se ha servido de su Logos para darse a conocer y para enseñar a vivir a los hombres como hijos suyos. Las “semillas de verdad” (lógoi spermatikoí) sembradas en cada hombre son dones que Dios otorga a través de su Logos. Existiendo en Dios antes de todos los tiempos como su fuerza inmanente, el Logos sale de Dios para llevar a cabo la creación, deviniendo otro distinto del Padre, sin que con ello se produzca separación o división de la esencia divina.
Finalmente, por su encarnación, el Logos-Cristo revela plenamente el conocimiento de Dios, siendo el revelador definitivo del Padre y el maestro universal. Para ilustrar estas ideas, san Justino rechaza la imagen del sol y la sombra, usada por Filón, porque no muestra bien la consistencia propia del Logos, y prefiere la imagen del fuego que se enciende en el fuego, sin que con ello éste disminuya.
El interés de Justino se concreta en exponer la relación entre Dios Padre y el Logos Hijo, hecho hombre en Jesús, en una perspectiva histórico-salvífica.
En san Justino, apenas hay un desarrollo de la pneumatología, todo gira en torno a Dios y su Logos. El subordinacionismo de san Justino, aunque pueda llevar implícito cierto riesgo, nunca contiene el carácter ontológico que recibirá en el arrianismo.
En Ategánoras (175/180) nos encontramos con una doctrina del Logos semejante a la de Justino. Usa el discurso platónico de la supremacía de Dios respecto a lo creado, pero se trata del Dios bíblico que ha creado el mundo con su palabra, que lo guarda y que lo gobierna.
Puede distinguirse un doble estadio del Logos-Hijo, cuya diferencia viene marcada por el hecho de la creación. El Logos es el primer engendrado por el Padre, de ahí que le llame Hijo. Pero no es una creatura: desde siempre pertenece a Dios; en orden a la creación del mundo recibe una consistencia y autonomía mayor, pero sin que esto suponga separación o división alguna.
A diferencia de Justino, Atenágoras utiliza la imagen del sol y del rayo de sol para expresar las relaciones entre el Padre y el Logos. Combina expresamente las ideas de unidad, comunión y diversidad intradivina y habla de una diversidad en el orden, que no ha de interpretarse necesariamente como un subordinacionismo de distinta categoría o de rango inferior, sino más bien como el orden que aparece en la creación y en la revelación.
Teófilo de Antioquía (t 186 ca.), introduce en teología trinitaria el término "triar" y toma de la antropología estoica la estructura del acto lingüístico que distingue entre la palabra o logos interno (verbum mentis) y la palabra externa o proferida para explicar las dos condiciones del Logos divino, "endiathetos" (eterno consejero del Padre) y "proforikós" (pronunciado, dicho, en orden a la creación).
Con su especulación sobre el Logos los apologetas querían comunicar la cercanía de Dios al mundo. Este tipo de subordinacionismo pervive de alguna manera en autores posteriores.
San Ireneo desarrolla una concepción histórico-salvífica de la Trinidad en la que algunos autores descubren ciertos rastros de subordinacionismo, no equivalente sin embargo a una inferioridad del Logos o del Espíritu.
A propósito de Tertuliano (160-220), las opiniones respecto a su subordinacionismo están muy diversificadas: hay en él algunas formulaciones que suenan así ("Pater enim tota substantia est, Filius vero derivatio totius et portio"), pero puede decirse que se trata de un subordinacionismo dinámico, histórico-salvífico, semejante al de los apologetas.
El término subordinacionismo vuelve de nuevo a propósito de Orígenes (185-254). Algunos autores lo consideran como el predecesor tanto del subordinacionismo arriano como de la fe ortodoxa de Nicea y de los Capadocios, mientras que otros prefieren hablar de un subordinacionismo dinámico, semejante al de otros muchos Padres de la iglesia en este período.
Adopcionismo
Se acusa a Teodoto de haber visto en Jesús simplemente a un hombre como los demás, nacido de la Virgen por decisión del Padre, que llevó una existencia especialmente piadosa, sobre el cual en el momento del bautismo (según otros en el momento de la resurrección) descendió una fuerza divina o Cristo bajo la forma de paloma. En consecuencia fue adoptado por Dios Padre como hijo especial suyo. Teodoto el Banquero sostiene, por su parte, que no fue Cristo, sino Mequisedec, espíritu superior, el que descendió sobre Jesús.
Monarquismo adopcionista
El monarquianismo adopcionista se desarrolla posteriormente y se radicaliza con Pablo de Samosata, un alto funcionario de la administración financiera, obispo de Antioquía (260/8) discutido por su conducta y por su doctrina, acusado de herejía y depuesto en el sínodo antioqueno del 268.
El acceso fiable a su pensamiento resulta complicado al ser transmitido únicamente por sus críticos: Eusebio de Cesarea (Hist. Ecc. VII,27), Epifanio (Panarion 65), Ps. Leoncio de Bizancio, Atanasio, Juan Crisóstomo, Teodoreto de Ciro (Hist. eccl. I,4)...
Los autores antiguos examinan su doctrina como herejía cristológica y trinitaria. Pablo de Samosata tiene en cuenta la teología del Logos desarrollada por los apologistas y por Orígenes, pero el Logos es para Jesús como una fuerza divina derramada sobre él que lo llena por completo y lo guía en su existencia y en su comportamiento. Habla de un solo Dios Padre, Hijo y Espíritu, pero se trata de una subsistencia o persona única, la del Padre, en la cual subsisten los otros dos. Solamente el Padre es Dios y creador de todo; el Hijo es un simple hombre y el Espíritu es únicamente el don divino otorgado por Dios Padre.
Hilario de Poitiers (315-367) transmite la noticia de que Pablo de Samosata usó el concepto de homoousios para expresar la relación entre el Padre y el Hijo, y que tal concepto fue rechazado en el sínodo antioqueno del 268 por entenderlo modalísticamente como expresión de que Padre e Hijo constituyen un sujeto único e indistinto.
Adopcionismo medieval
("homo assumptus")
El surgimiento de esta postura puede considerarse, según Elipando de Toledo, como una reacción contra las posturas de Miguecio, quien mantenía una doctrina trinitaria muy peculiar: a lo largo de la historia se habrían producido tres personificaciones históricas de Dios, como Padre se habría manifestado especialmente en David, como Hijo en el hijo de María, y como Espíritu Santo en el apóstol Pablo, doctrina que más tarde se calificará de sabeliana.
Nada extraño que la respuesta de Elipando se centre en la doctrina de las dos naturalezas. Pero las formulaciones que emplea no son afortunadas, dando la impresión de que habla de una doble personalidad ("personam Filii non eam esse quae facta est ex semine David... sed eam, quae genita est a Deo Patre"), e introduciendo una distinción en Cristo entre el Hijo natural de Dios, por su divinidad, y el hijo adoptivo, por su humanidad ("Jesum Christum adoptivum bumanitate et nequaquam adoptivum divinitate").
El adopcionismo español del s. VIII se convierte con el obispo Félix de Urgel en tema europeo de discusión teológica, motivando que personas como Alcuino intervengan en contra suya y siendo objeto de condena en el concilio de Frankfurt (794), así como en los sínodos de Friuli (796) y de Roma (799).
En la historia doctrinal de la teología española constituye un capítulo importante y las fórmulas adopcionistas se mantuvieron durante tiempo como bandera identificativa de estos dos obispos españoles frente a los obispos franceses ("credimus Deum Dei Filium... ex Patre unigenitum sine adoptione... verum hominem assumendo de Virgine in carnis adoptione, unigenitum in natura, primogenitum in adoptione et gratia", PL 101,1324).
La condena de las fórmulas adopcionistas en los concilios indicados no impidió, sin embargo, que conocieran un renacimiento medieval en el siglo XII fuera ya del ámbito español ni que las discusiones teológicas al respecto se reactualizasen en el s. XIV.
Valoración teológica
Los apologistas, p.e., desarrollan un pensamiento subordinacionista que no puede identificarse sin más con las negaciones arrianas de la divinidad de Jesucristo, diferencia que conviene no perder nunca de vista en toda esta cuestión. No obstante, el subordinacionismo ha sido también una realidad en la teología cristiana y acompaña, al igual que el modalismo o el triteísmo, su decurso histórico como riesgo y tentación permanente.
Pueden considerarse como formas modernas del mismo las valoraciones de Jesucristo simplemente como un profeta de Dios, sin duda el más excelso o el más influyente, o como un gran personaje que, con su comportamiento y enseñanza ética, puso en marcha un movimiento transformador de la historia humana.
Nada tiene de extraño que contemporáneos nuestros encuentren aceptable y razonable una postura semejante por considerar mitológico o excesivo ir más allá de los límites humanos en la interpretación del personaje histórico Jesús de Nazaret. Traspasar estos límites nos sitúa ante el escándalo central de la fe cristiana, percibido ya desde el comienzo por intelectuales paganos como Celso.
Los cristianos no solamente creemos en Dios como Jesús de Nazaret, sino que creemos también en Jesucristo, Hijo de Dios. La cuestión que se debate en toda controversia subordinacionista es ver hasta qué punto el mismo Dios está identificado con la persona y el destino histórico de Jesús de Nazaret.
Si Jesús es un simple hombre adoptado por Dios Padre como su hijo preferido, si el Hijo de Dios o Logos eterno no se identifica con el hijo de María, sino que hay una separación radical entre ambos, entonces no puede hablarse de la encarnación del Hijo de Dios, de que el Logos divino se hizo carne. Con ello, la relación de Dios con la historia humana quedaría cuestionada así como nuestra salvación por medio del ministerio, vida y destino de Jesús de Nazaret.
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