Daniel 3,52.53.54.55.56: A ti gloria y alabanza por los siglos
Miércoles de la 5 Semana de Cuaresma
Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres,
bendito tu nombre santo y glorioso.
R. A ti gloria y alabanza por los siglos
Bendito eres en el templo de tu santa gloria.
R. A ti gloria y alabanza por los siglos
Bendito eres sobre el trono de tu reino.
R. A ti gloria y alabanza por los siglos
Bendito eres tú, que sentado sobre querubines
sondeas los abismos.
R. A ti gloria y alabanza por los siglos
Bendito eres en la bóveda del cielo.
R. A ti gloria y alabanza por los siglos
— Comentario por Reflexiones Católicas
Recordemos el contexto en que el cap. 3 del libro de Daniel incluye este cántico. Nabucodonosor, rey de los caldeos, hizo en Babilonia una estatua enorme y ordenó que, al toque de los instrumentos musicales, todos se postraran para adorarla, amenazando a quienes no lo hicieran con ser arrojados a un horno abrasador.
Tres jóvenes judíos, Ananías, Azarías y Misael, fieles a su fe en Yahvé, se negaron a adorar la estatua, y el rey mandó que los arrojaran al horno.
«Los siervos del rey que los habían arrojado al horno no cesaban de atizar el fuego con nafta, pez, estopa y sarmientos. Las llamas se elevaban cuarenta y nueve codos por encima del horno y, al extenderse, abrasaron a los caldeos que se encontraban junto al horno. Pero el ángel del Señor bajó al horno junto a Azarías y sus compañeros, expulsó las llamas de fuego fuera del horno e hizo que una brisa refrescante recorriera el interior del horno, de manera que el fuego no los tocó lo más mínimo, ni les causó ningún daño o molestia. Entonces los tres se pusieron a cantar a coro, glorificando y bendiciendo a Dios dentro del horno de esta manera: "Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres", etc.».
Este cántico, atribuido a los tres jóvenes en el horno ardiendo, es un salmo en forma de letanía, como el salmo 135, que debía de recitarse en el templo, y que el autor sagrado ha querido poner en boca de los tres héroes para expresar sus sentimientos de gratitud a Dios por haberlos liberado de las llamas.
La composición del salmo tiene dos partes:
a) oración a Dios, que se ha manifestado a Israel, en su alianza y en su templo de Jerusalén, como Dios glorioso que habita sobre los querubines (51-56);
b) invitación a todas las criaturas a que alaben a Dios (57-90).
La composición es bellísima y similar a otras composiciones de salmos que conocemos de la Biblia.
Empieza por alabar al Dios de los padres, que con ellos ha hecho alianza y que se ha manifestado glorioso en su nombre en la historia prodigiosa de Israel (v. 51). A pesar de haberse manifestado a los antepasados de Israel, sin embargo, sigue altísimo y trascendente, sentado sobre querubines y sondeando con su mirada lo más profundo de los abismos. Su trono real es la bóveda del cielo (v. 55). Desde allí asiste majestuoso, desplegando su providencia sobre su pueblo y sobre los justos. Por eso, toda la naturaleza, desde los ángeles hasta las bestias, debe alabarle sin fin, y a esta alabanza son asociados los tres héroes del horno de Babilonia.
El cántico que acabamos de proclamar está constituido por la primera parte de un largo y hermoso himno que se encuentra insertado en la traducción griega del libro de Daniel. Lo cantan tres jóvenes judíos arrojados a un horno ardiente por haberse negado a adorar la estatua del rey babilonio Nabucodonosor. La Liturgia de las Horas, en las Laudes del domingo, en la primera y en la tercera semana del Salterio litúrgico, nos presenta otra parte de ese mismo canto.
Como es sabido, el libro de Daniel refleja las inquietudes, las esperanzas y también las expectativas apocalípticas del pueblo elegido, el cual, en la época de los Macabeos (siglo II a. C.), luchaba para poder vivir según la ley dada por Dios.
En el horno, los tres jóvenes, milagrosamente preservados de las llamas, cantan un himno de bendición dirigido a Dios. Este himno se asemeja a una letanía, repetitiva y a la vez nueva: sus invocaciones suben a Dios como volutas de incienso, que ascienden en formas semejantes, pero nunca iguales. La oración no teme la repetición, como el enamorado no duda en declarar infinitas veces a la amada todo su afecto. Insistir en lo mismo es signo de intensidad y de múltiples matices en los sentimientos, en los impulsos interiores y en los afectos.
Hemos escuchado proclamar el inicio de este himno cósmico, contenido en los versículos 52-57 del capítulo tercero de Daniel. Es la introducción, que precede al grandioso desfile de las criaturas implicadas en la alabanza. Una mirada panorámica a todo el canto en su forma litánica nos permite descubrir una sucesión de elementos que componen la trama de todo el himno. Éste comienza con seis invocaciones dirigidas expresamente a Dios; las sigue una llamada universal a las «criaturas todas del Señor» para que abran sus labios ideales a la bendición (cf. v. 57).
Esta es la parte que consideramos hoy y que la liturgia propone para las Laudes del domingo de la segunda semana. Sucesivamente el canto seguirá convocando a todas las criaturas del cielo y de la tierra a alabar y ensalzar a su Señor.
Nuestro pasaje inicial se repetirá una vez más en la liturgia, en las Laudes del domingo de la cuarta semana.
Miércoles de la 5 Semana de Cuaresma
Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres,
bendito tu nombre santo y glorioso.
R. A ti gloria y alabanza por los siglos
Bendito eres en el templo de tu santa gloria.
R. A ti gloria y alabanza por los siglos
Bendito eres sobre el trono de tu reino.
R. A ti gloria y alabanza por los siglos
Bendito eres tú, que sentado sobre querubines
sondeas los abismos.
R. A ti gloria y alabanza por los siglos
Bendito eres en la bóveda del cielo.
R. A ti gloria y alabanza por los siglos
— Comentario por Reflexiones Católicas
Recordemos el contexto en que el cap. 3 del libro de Daniel incluye este cántico. Nabucodonosor, rey de los caldeos, hizo en Babilonia una estatua enorme y ordenó que, al toque de los instrumentos musicales, todos se postraran para adorarla, amenazando a quienes no lo hicieran con ser arrojados a un horno abrasador.
Tres jóvenes judíos, Ananías, Azarías y Misael, fieles a su fe en Yahvé, se negaron a adorar la estatua, y el rey mandó que los arrojaran al horno.
«Los siervos del rey que los habían arrojado al horno no cesaban de atizar el fuego con nafta, pez, estopa y sarmientos. Las llamas se elevaban cuarenta y nueve codos por encima del horno y, al extenderse, abrasaron a los caldeos que se encontraban junto al horno. Pero el ángel del Señor bajó al horno junto a Azarías y sus compañeros, expulsó las llamas de fuego fuera del horno e hizo que una brisa refrescante recorriera el interior del horno, de manera que el fuego no los tocó lo más mínimo, ni les causó ningún daño o molestia. Entonces los tres se pusieron a cantar a coro, glorificando y bendiciendo a Dios dentro del horno de esta manera: "Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres", etc.».
Este cántico, atribuido a los tres jóvenes en el horno ardiendo, es un salmo en forma de letanía, como el salmo 135, que debía de recitarse en el templo, y que el autor sagrado ha querido poner en boca de los tres héroes para expresar sus sentimientos de gratitud a Dios por haberlos liberado de las llamas.
La composición del salmo tiene dos partes:
a) oración a Dios, que se ha manifestado a Israel, en su alianza y en su templo de Jerusalén, como Dios glorioso que habita sobre los querubines (51-56);
b) invitación a todas las criaturas a que alaben a Dios (57-90).
La composición es bellísima y similar a otras composiciones de salmos que conocemos de la Biblia.
Empieza por alabar al Dios de los padres, que con ellos ha hecho alianza y que se ha manifestado glorioso en su nombre en la historia prodigiosa de Israel (v. 51). A pesar de haberse manifestado a los antepasados de Israel, sin embargo, sigue altísimo y trascendente, sentado sobre querubines y sondeando con su mirada lo más profundo de los abismos. Su trono real es la bóveda del cielo (v. 55). Desde allí asiste majestuoso, desplegando su providencia sobre su pueblo y sobre los justos. Por eso, toda la naturaleza, desde los ángeles hasta las bestias, debe alabarle sin fin, y a esta alabanza son asociados los tres héroes del horno de Babilonia.
El cántico que acabamos de proclamar está constituido por la primera parte de un largo y hermoso himno que se encuentra insertado en la traducción griega del libro de Daniel. Lo cantan tres jóvenes judíos arrojados a un horno ardiente por haberse negado a adorar la estatua del rey babilonio Nabucodonosor. La Liturgia de las Horas, en las Laudes del domingo, en la primera y en la tercera semana del Salterio litúrgico, nos presenta otra parte de ese mismo canto.
Como es sabido, el libro de Daniel refleja las inquietudes, las esperanzas y también las expectativas apocalípticas del pueblo elegido, el cual, en la época de los Macabeos (siglo II a. C.), luchaba para poder vivir según la ley dada por Dios.
En el horno, los tres jóvenes, milagrosamente preservados de las llamas, cantan un himno de bendición dirigido a Dios. Este himno se asemeja a una letanía, repetitiva y a la vez nueva: sus invocaciones suben a Dios como volutas de incienso, que ascienden en formas semejantes, pero nunca iguales. La oración no teme la repetición, como el enamorado no duda en declarar infinitas veces a la amada todo su afecto. Insistir en lo mismo es signo de intensidad y de múltiples matices en los sentimientos, en los impulsos interiores y en los afectos.
Hemos escuchado proclamar el inicio de este himno cósmico, contenido en los versículos 52-57 del capítulo tercero de Daniel. Es la introducción, que precede al grandioso desfile de las criaturas implicadas en la alabanza. Una mirada panorámica a todo el canto en su forma litánica nos permite descubrir una sucesión de elementos que componen la trama de todo el himno. Éste comienza con seis invocaciones dirigidas expresamente a Dios; las sigue una llamada universal a las «criaturas todas del Señor» para que abran sus labios ideales a la bendición (cf. v. 57).
Esta es la parte que consideramos hoy y que la liturgia propone para las Laudes del domingo de la segunda semana. Sucesivamente el canto seguirá convocando a todas las criaturas del cielo y de la tierra a alabar y ensalzar a su Señor.
Nuestro pasaje inicial se repetirá una vez más en la liturgia, en las Laudes del domingo de la cuarta semana.
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