Comentario de Mons. Francisco González, SF.
San Pablo escribe su carta a los Filipenses desde la prisión y parece como si fuera una contradicción: prisión y alegría. Parte de dicha carta se lee en los otros dos ciclos litúrgicos, hoy leemos (2º lectura) a Santiago Apóstol, quien nos presenta un tema algo diferente: la paciencia ante la venida del Señor. Una paciencia que para ser virtud no puede ser pasividad, sino más bien perseverancia y ánimo.
La comunidad a quien Santiago se dirige no parece tener los rasgos de la comunidad de que nos hablan los Hechos de los Apóstoles (2,42-46) donde reinaba la fraternidad, la alegría y la aceptación de las enseñanzas apostólicas. La comunidad a la que Santiago escribe parece ser un tanto impaciente, las cosas no están sucediendo como querían, y como muy bien sabemos, cuando reina la impaciencia, empiezan los roces, los malentendidos y el chisme impera y se engorda. Santiago les pide, y nos pide, imitar a los profetas tanto en su paciencia como en su sufrimiento. No podemos dictar a Dios lo que debe hacer, ni cuándo. Él vendrá cuando él mismo decida y, a todas, todas, será en el momento más propicio y oportuno.
La venida del Señor la podemos desdoblar en la de Belén y la Parusía. En estas semanas conmemoramos la primera y nos preparamos para la segunda. En el evangelio vemos a Juan el Bautista, encarcelado en Maqueronte, posiblemente experimentando, como tantos otros, la noche oscura de su alma, manda unos mensajeros a Jesús, pues parece no estar seguro de que ese Jesús pueda ser el Esperado. La predicación de Juan Bautista y la de Jesús suenan distintas, hay un contraste un tanto marcado: uno predica el juicio de Dios, el otro enfatiza la salvación.
Posiblemente muchos de nosotros también hayamos sentido el aguijón de nuestras dudas acerca de Dios, de su Hijo, de la Iglesia. No hay que temer, sobre todo si cuando en nuestras noches oscuras sabemos ser sinceros como Juan. Jesús no se ofende por la pregunta, ni le impide declarar: “No ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista”.
Y es que Jesús, que es la Buena Nueva, a pesar de nuestras caídas, pecados, dudas, fracasos, siempre encuentra algo bueno en nosotros. ¡Qué lástima que a veces ni nosotros mismos reconocemos lo bueno que hay en nosotros! Sí, es verdad que somos pecadores, pero pecadores redimidos, bañados en la Sangre del Cordero.
¿Qué nos dice la Palabra de Dios que proclamamos en este tercer domingo de Adviento? Que seamos pacientes, que imitemos a los profetas, que creamos en la verdadera alegría, que Jesús es Buena Nueva, que no nos asustemos de nuestras dudas sinceras, que sepamos ver lo bueno de nosotros y en los demás, que dejemos de lado el chisme, que carguemos con los cojos, que seamos ojos para los ciegos, que hablemos cosas buenas para que no haya sordos y que demos nuestra vida para que otros no mueran.
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