Estamos casi al final la Cuaresma y uno se pregunta qué ha aprendido durante los últimos 40 días. Varias veces durante estas semanas me he sorprendido meditando con estas palabras, sugeridas por las lecturas del día y mi debilidad para ser fiel a la austeridad que me había impuesto: la comunidad de Jesús está formada por personas (débiles), no por doctrinas, leyes, ideas...
Mi primer impulso ha sido siempre hacer de la Cuaresma un tiempo de áscesis, purificación y fortalecimiento interior. Esta palabras: áscesis, purificación, fortalecimiento, peregrinación, camino.. me encantan. Sin embargo, esta cuaresma me ha traído la agradable sorpresa de profundizar en la Iglesia como una comunidad de hermanos y hermanas que necesitan ser perdonados, reconciliarse con sus semejantes y con Dios.
En esta comunidad de corazón débil..., las doctrinas, leyes e ideas palidecen. ¿Por qué? Pues porque, tristemente, las doctrinas y leyes han separado y dividido muchas veces, cuando en realidad debían haber sanado, guiado, perdonado, reconciliado.
Durante la cuaresma, Jesús se acerca al pecador, a la mujer adultera, al hijo pródigo, a los enfermos marginados por la ley, sufriendo por ello al desafío y la crítica de los fariseos, los doctores de la ley, los sacerdotes del templo.
No, en el corazón de la comunidad cristiana no debe haber dogmas, leyes y preceptos...; en el corazón de la comunidad debemos encontrar a una persona, Jesús de Nazaret, el cual tiene las heridas abiertas y está desfigurado, casi imposible de ser reconocido por sus seguidores. Pero esas mismas heridas nos ayudan a reconocerlo, a atenderlo y cuidar de él.
Esto se traduce en una Iglesia que no juzga y condena al pecador porque el Hijo del Hombre no fue enviado al mundo para condenarlo. La actitud de Jesús frente a los pecadores fue escandalosa para muchos, sin embargo, nosotros hoy no deberíamos escandalizarnos si hemos comprendido que Jesús vino a curar a los que habían sido excomulgados, abandonados, olvidados, juzgados y condenados. Por cierto, Él no podía haber merecido otra suerte que la de aquellos por los que ofreció su vida.
Mi primer impulso ha sido siempre hacer de la Cuaresma un tiempo de áscesis, purificación y fortalecimiento interior. Esta palabras: áscesis, purificación, fortalecimiento, peregrinación, camino.. me encantan. Sin embargo, esta cuaresma me ha traído la agradable sorpresa de profundizar en la Iglesia como una comunidad de hermanos y hermanas que necesitan ser perdonados, reconciliarse con sus semejantes y con Dios.
En esta comunidad de corazón débil..., las doctrinas, leyes e ideas palidecen. ¿Por qué? Pues porque, tristemente, las doctrinas y leyes han separado y dividido muchas veces, cuando en realidad debían haber sanado, guiado, perdonado, reconciliado.
Durante la cuaresma, Jesús se acerca al pecador, a la mujer adultera, al hijo pródigo, a los enfermos marginados por la ley, sufriendo por ello al desafío y la crítica de los fariseos, los doctores de la ley, los sacerdotes del templo.
No, en el corazón de la comunidad cristiana no debe haber dogmas, leyes y preceptos...; en el corazón de la comunidad debemos encontrar a una persona, Jesús de Nazaret, el cual tiene las heridas abiertas y está desfigurado, casi imposible de ser reconocido por sus seguidores. Pero esas mismas heridas nos ayudan a reconocerlo, a atenderlo y cuidar de él.
Esto se traduce en una Iglesia que no juzga y condena al pecador porque el Hijo del Hombre no fue enviado al mundo para condenarlo. La actitud de Jesús frente a los pecadores fue escandalosa para muchos, sin embargo, nosotros hoy no deberíamos escandalizarnos si hemos comprendido que Jesús vino a curar a los que habían sido excomulgados, abandonados, olvidados, juzgados y condenados. Por cierto, Él no podía haber merecido otra suerte que la de aquellos por los que ofreció su vida.
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