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domingo, 2 de octubre de 2022

Principal objetivo del Primer Concilio de Nicea (325): restablecer la paz religiosa en la Iglesia


Quema de libros arrianos en el Primer Concilio de Nicea (325)



Constantino realizó la apertura del Concilio con gran solemnidad. Antes de entrar, el emperador esperó a que todos los obispos hubiesen ocupado sus lugares. Después de ser saludado, el emperador pronunció un discurso en latín, expresando su deseo de que se restableciera la paz religiosa. Abrió la sesión como presidente honorífico y, además, asistió a las sesiones posteriores, pero dejó la dirección de las discusiones teológicas en manos de los líderes eclesiásticos del Concilio. Parece que el presidente fue, realmente, Osio de Córdoba, asistido por los legados papales, Víctor y Vincencio.

El obispo cordobés Osio encarnó la ortodoxia a lo largo de la controversia arriana. A él hay que atribuir que la política de Constantino, aún con todo su intervencionismo y su ignorancia en temas teológicos, fuera en general acertada y favorable al bien de la Iglesia. Las primeras actuaciones corrieron a cargo de Arrio y sus defensores, que expusieron su doctrina de la inferioridad del Logos divino. Se celebraron sesiones diarias y Arrio era citado a menudo ante la asamblea. Sus opiniones se discutían seriamente y se consideraban atentamente los argumentos en contra. 

La mayoría, especialmente quienes eran confesores de la fe (como san Nicolás de Mira), se declararon enérgicamente contra las doctrinas de Arrio. Tras largas deliberaciones terminó imponiéndose la tesis ortodoxa sobre la consubstancialidad del Verbo con el Padre. Defendieron esta doctrina Marcelo de Ancira (Ankara), Eustacio de Antioquía y el diácono Atanasio de Alejandría

Sobre la base del credo bautismal de la Iglesia de Cesarea se redactó un símbolo de la fe, que recogía la afirmación inequívoca de considerar al Logos como «engendrado, no hecho, consubstancial (homoousios) al Padre».

Este símbolo fue suscrito por los Padres conciliares, a excepción de Arrio y de dos obispos, Teonás y Segundo, que quedaron excluidos de la comunión de la Iglesia y desterrados.



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