En el consistorio del 3 de marzo de 1599, el papa Clemente VIII lo proclama Cardenal de la Iglesia, con estas palabras: "Lo elegimos porque no hay otro en la Iglesia de Dios que lo iguale en sabiduría, y por ser sobrino de mi antecesor, el santísimo Papa Marcelo II".
El marqués Sannesio es el encargado de llevar la noticia a la casa de los Penitenciarios y ordenarle en nombre del Papa que no salga de casa por ninguna razón. Roberto Belarmino reúne a la comunidad y pide consejo sobre lo que debe hacer. Entonces, envía un mensajero al cardenal Aldobrandini, sobrino del Papa, y pide una audiencia a su Santidad para exponerle las razones por las que no debe aceptar esa dignidad. El cardenal contesta que no puede ir sin ser llamado y que sepa que el Papa no desea oír sus razones sino que debe aceptar por obediencia.
Cuando llega el día, Roberto va al Palacio Apostólico acompañado por el marqués Sannesio. El cardenal Aldobrandini baja desde las habitaciones del Papa. El P. Roberto le sale al encuentro y le ruega interceder para que le sea permitido seguir en su estado. El cardenal le quita la palabra. El Papa manda aceptar bajo pena de pecado mortal. Belarmino calla y rompe a llorar. El llanto conmueve a los presentes. Llorando también mientras se deja vestir con el traje rojo de los cardenales. Conducido a los pies del Papa para la imposición del capelo, trata de exponer sus excusas pero Clemente VIII lo interrumpe diciendo: "En virtud de santa obediencia y bajo pena de pecado mortal te obligo a recibir la dignidad cardenalicia y te prohibo replicar bajo pena de excomunión, ipso facto".
Su vida cambia sólo en lo exterior. A los pies del crucifijo renueva el propósito de ser santo que le condujo a la Compañía de Jesús. Las bases de su conducta futura, las establece en tres puntos:
Primero, no cambiar el modo de vivir respecto a la comida, a la oración, Misa diaria y normas de las Constituciones de la Compañía de Jesús.
Segundo, no acumulará dineros, ni enriquecerá a sus parientes, sino dará a la Iglesia y a los pobres cuanto le sobrare de sus gastos absolutamente necesarios.
Tercero, no pedirá al Papa mayores entradas que las que le fueren señaladas, ni aceptará regalos ni dones de los Príncipes. Años más tarde, al fin de sus días, pudo decir: "Mantuve todas estas promesas".
Se le señala el título de Santa María in Vía. Rechaza los ofrecimientos del embajador de España: Felipe III, le quiere otorgar una excelente pensión. Quiere ser deudor sólo del Papa quien le da lo necesario para instalar una casa digna de un cardenal. Reduce al mínimo el número de sirvientes, carrozas y caballos.
Es elegido miembro de las Congregaciones del Santo Oficio, de Ritos y del Indice. Además, forma parte de la comisión de ocho Cardenales que debe discutir la causa matrimonial de Enrique IV, rey de Francia.
Cardenal en dos cónclaves (1605)
El 3 de marzo de 1605 muere el Papa Clemente VIII. El cardenal Belarmino debe participar en el cónclave. La despedida de sus fieles en la diócesis de Capua es conmovedora, porque intuyen que no regresará.
El 14 de marzo entra en el cónclave. Son 69 cardenales. España y Francia, según las costumbres de la época informan de su oposición contra los cardenales César Baronio y Roberto Belarmino. Sin embargo, en el primer escrutinio, Baronio obtiene ocho sufragios y Belarmino, once.
El 1 de abril, es elegido el cardenal Alejandro de Médicis quien toma el nombre de León XI. Pero el nuevo Papa, del agrado del cardenal Belarmino, muere el 27 de abril de una pulmonía contraída el mismo día de su toma de posesión en San Juan de Letrán.
El nuevo cónclave comienza el 8 de mayo. Esta vez la candidatura de Belarmino es apoyada fuertemente por su amigo el cardenal César Baronio. En el primer escrutinio tiene catorce sufragios. Las discusiones se vuelven interminables y, a veces, muy airadas.
Paulo V no permite que Belarmino regrese a su diócesis de Capua. Quiere mantenerlo a su lado. Belarmino responde: "Padre Santo, yo estoy obligado a obedecer a sus indicaciones; sin embargo, le suplico considere que mi residencia en la Iglesia de Capua es más necesaria. En Roma hay muchos cardenales pero en Capua no hay más que un arzobispo. Si su Santidad se resuelve a que yo quede en Roma, será necesario nombrar un sucesor en Capua".
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