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lunes, 22 de mayo de 2017

Juan 15,26-16,4a: Las nuevas persecuciones

Juan 15,26-16,4a

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Cuando venga el Defensor, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí; y también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo. Os he hablado de esto, para que no tambaleéis. Os excomulgarán de la sinagoga; más aún, llegará incluso una hora cuando el que os dé muerte pensará que da culto a Dios. Y esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a mí. Os he hablado de esto para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que yo os lo había dicho."

— Comentario por Reflexiones Católicas
"Las nuevas persecuciones"

Las persecuciones hoy. Continúa el tema del odio del mundo a los discípulos completado con detalles significativos de su realización. Juan tiene a la vista las persecuciones que ha presenciado. Menciona dos expresiones: la excomunión de la sinagoga y la muerte martirial:“El que os quite la vida, creerá que presta un servicio a Dios”.

Los judíos creían que, en determinadas circunstancias, era un deber religioso castigar la blasfemia con la muerte. A los cristianos los consideraban blasfemos (cf. Flp 3,6). Eran los males que caían sobre un judío que se hubiese convertido a la fe cristiana. Era la amenaza constante que pesaba sobre los judíos que hablaban griego, en las comunidades judías en las que residían, y que se convirtiesen al cristianismo.

Las persecuciones son una continuación del proceso judicial que condenó a Jesús y le seguirá condenando en los suyos. Los martirios y las persecuciones cambian a lo largo de los siglos en cuanto a las motivaciones y en cuanto a las formas. En los siglos precedentes el martirio se infringía a causa de la confesión de la fe, como ocurría en los tiempos apostólicos. Es lo que reflejan las actas de los mártires de la primitiva Iglesia y las de los siglos pasados en China, Japón, México y España. Ahora los cristianos, más que por confesar a Dios, sufren persecución por confesar al hombre, sus derechos, su libertad y su dignidad. Vivimos en un pluralismo ideológico y religioso y cada uno puede profesar el credo que le parezca mejor; los “perseguidores” hasta ayudarán al ejercicio de una religiosidad “inofensiva”; pero en cuanto “incomode”, toque al bolsillo o al poder, levantarán el grito.

Se puede ejercer la caridad limosnera sin ser molestado, pero en cuanto se reclama justicia salta la chispa del conflicto. El teólogo J. Moltmann nos decía en un Congreso: “Proclamad la beneficencia como la Madre Teresa de Calcuta, y hasta os ayudarán; pero pregonad los derechos de los sectores marginados, y os declararán la guerra”.

La persecución salta cuando se pone en peligro la fuente de ingresos porque se reclama justicia en el reparto de bienes, el respeto a los derechos del otro, con lo que se ven afectados los intereses egoístas. Una amiga perdió el empleo y la amistad de un amigo empresario por echarle en cara sus injusticias y ponerse al lado de los reivindicadores. “Supuso para mí y para mi familia grandes sacrificios, pero estoy satisfecha de este episodio de mi vida como cristiana y de haber sido perseguida por fidelidad a mis compañeros de trabajo”.

Me impresionó el testimonio dado entre lágrimas de algunos “mártires” de los derechos humanos en América Latina: amigos y algunos matrimonios cristianos que me contaban los días de cárcel, la pérdida del empleo, la descalificación laboral que habían sufrido por luchar desde su fe por los derechos humanos, “por ser fieles a lo que tantas veces hablamos en las reuniones”, me decían.

A veces los sufrimientos y ataques provienen de la propia familia porque se les “complica la vida” cuando se es consecuente con la fe: por negarse a entrar en ciertas injusticias por razones de herencia, por no consentir en un aborto, por oponerse al consumismo, por compartir bienes y tiempo con los pobres, y por otros servicios gratuitos… Por ejemplo, unos padres no acceden a las presiones de la hija y el yerno para defraudar a Hacienda. Éstos rompen con ellos y los han aislado durante años.

En nuestro tiempo, muchos cristianos sufren persecución por su honradez personal: “Si lo hace todo el mundo…”

Sufrirán persecución el político y el sindicalista que no se plieguen a ciertos postulados de su partido o sindicato y defiendan actitudes honradas. Sufrirá persecución el empleado que no tome parte en el juego sucio de la empresa, de los compañeros, en las trampas del comercio.

He escuchado bastantes testimonios en este sentido. Comprendo que esto es heroico. Son los nuevos santos que necesita nuestra sociedad salpicada de corrupción. Quien intenta ir a contrapelo del ambiente, actuar con otros criterios pronto topará con las críticas. En el momento en que un cristiano se opone a un estilo mundano y es honesto en los deberes cívicos, encontrará dificultades. “¿Por qué no haces como todo el mundo? ¿Por qué te haces el raro? Si nos ponemos así, no vivimos...”.

Un matrimonio, los dos cristianos comprometidos, decidieron celebrar austeramente la Primera Comunión de uno de sus hijos y entregar a una parroquia pobre de Perú la diferencia de lo que hubiera costado una celebración según la categoría social del padre, ingeniero. El disgusto y las críticas familiares fueron acerbas: “Qué dirán tus compañeros, algunos familiares... Que sois unos egoístas. Pero el matrimonio no se arredró. Es el cumplimiento de aquella promesa de Jesús de que el mismo Espíritu dará testimonio por nuestro medio: “No seréis vosotros los que habléis, el Espíritu hablará (y actuará) por vosotros” (Mt 10,20). El Resucitado sigue haciendo milagros en nosotros.

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