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martes, 19 de abril de 2016

Juan 10,22-30 y Mt 23,8: “No llaméis a nadie padre ni maestro porque uno solo es vuestro Padre y vuestro Maestro”

Juan 10,22-30

Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación del templo. Era invierno, y Jesús se paseaba en el templo por el pórtico de Salomón. Los judíos, rodeándolo, le preguntaban: "¿Hasta cuando nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente." Jesús les respondió: "Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ésas dan testimonio de mí. Pero vosotros no creéis, porque no sois ovejas mías. Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno."

— Comentario por Reflexiones Católicas
Jn 10,22-30 y Mt 23,8: “No llaméis a nadie padre ni maestro porque uno solo es vuestro Padre y vuestro Maestro”

El texto evangélico proclama que Jesús es el buen pastor que dio la vida por sus ovejas. Resucitado, vive y sigue guiando, acompañando y nutriendo a su comunidad. No es el maestro muerto al que sucede otro pastor que puede guiar a su comunidad por otros derroteros según exigencias de los destinatarios. Los otros pastores son sólo mediadores suyos. Jesús había dicho: “No llaméis a nadie “padre” ni “maestro”, porque uno solo es vuestro Padre y vuestro Maestro” (Mt 23,8). 

Pablo insiste en ello ante la tentación de algunos miembros de sus comunidades de considerarles “maestros” con doctrina propia: “¿Qué es Apolo y qué es Pablo? Simples servidores, por medio de los cuales habéis abrazado la fe” (1 Co 3,5). “Nadie puede poner otro fundamento distinto del que ya está puesto, Jesucristo” (1 Co 3,11).

Jesús proclama su protagonismo absoluto en la salvación de sus hermanos: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6); “yo soy la puerta: quien entre por mí, se salvará”; “yo doy vida eterna”.

¿Qué hemos de hacer?, nos preguntamos. No hay, ciertamente, una fórmula mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo. No, no será una fórmula la que nos salve, sino una Persona y la certeza que ella nos infunde: “Yo estoy con vosotros”. No se trata, pues, de inventar un nuevo programa. El programa ya existe y está recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste.

Cuando el cristiano, el grupo o la comunidad cristiana viven centrados en Cristo, gozan de buena salud. Cuando se olvidan de él, les pasa como a Lázaro: “Si hubieras estado aquí, no hubiera muerto mi hermano” (Jn 11,21). Si un cristiano o una comunidad le restan protagonismo a Cristo, languidecen indefectiblemente. El cristiano es un creyente en comunidad para el mundo. 

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