Mateo 28,16-20
En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, paro algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: "Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo."
Comentario de M. Dolors Gaja, MN.
Y hoy la Iglesia celebra la fiesta de la Ascensión de Jesús a los cielos para presentarnos ese final, esa meta que está en el origen de cualquier actuación del cristiano. La sabiduría popular ha llamado a esa realidad “cielo”; otros prefieren decir paraíso y otros… callan.
Nuestra sociedad ha anulado de su imaginario la muerte. Agarrados a la vida, vemos la muerte sólo como desgracia, como una ladrona que nos roba lo que más queremos. Y la hemos convertido en tabú, como hace años lo era el sexo.
Pero al silenciar la muerte, hemos silenciado también el cielo. Y al callar sobre éste, hemos convertido a Jesús en un compañero de camino, en un camarada. Y estamos estafando, incluso en las catequesis, el sentido último de la existencia.
Si nos quitan el final, si nos quitan el cielo, nuestro caminar no tiene sentido y la Iglesia se convierte, como dice Francisco, en una oenegé.
Si nos quitan el cielo, nos quitan la esperanza de plenitud; porque aunque tengamos a Jesús como amigo, compañero y centro de la existencia, Él es mucho más que todo eso.
Si nos quitan el cielo, entonces sí, la muerte se convierte en enemiga, el dolor en desgracia y la partida de quienes queremos en sinsentido.
Si nos quitan el cielo, nos quitan las alas, la esperanza; truncan el vuelo de la flecha que ha sido lanzada al Infinito y sólo en el Infinito halla reposo.
Si nos quitan el cielo perdemos nuestro derecho más fundamental: alcanzar, por Gracia, vivir como Hijos.
Si nos quitan el cielo, la vida se convierte en un tejer sin patrones ni medidas, esperando contra toda esperanza, que salga algo que, por azar, sirva para algo.
Pero si nos quitan el cielo, los mártires han sido unos estúpidos, la liturgia es un engañabobos y el credo unas palabras bonitas.
Jesús asciende a los cielos. Y dice la oración-colecta de este domingo que “donde llegó él, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también nosotros como miembros de su cuerpo”. La imagen montañera de los que caminan atados es una bella metáfora. Él va delante y ya ha llegado a la cumbre. Desde allí, los que aún peregrinamos atados a Él, oímos el grito de triunfo: “¡Llegué! ¡Ánimo!”. Los que saben de montaña conocen como renace el brío cuando se oye este grito: ¡la cumbre es posible! Y en ese instante, desaparece el cansancio y el corazón se inflama. El prefacio de la misa explica: No se ha ido para desentenderse de este mundo, sino que ha querido precedernos como Cabeza nuestra, para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su Reino.
El evangelista Marcos, que hoy no leemos, dice: Jesús se sentó a la derecha de Dios (Mc 16,19). San Juan Damasceno explica: "Por derecha del Padre entendemos la gloria y el honor de la divinidad, allí dónde aquel que existe como Hijo de Dios antes de todos los siglos, Dios consustancial al Padre, se sienta corporalmente tras haberse encarnado y de haber sido glorificada su carne".
El evangelio de hoy mira por una parte al cielo, donde ya está Jesús. Y por la otra mira a la tierra pues Él mismo nos envía en misión. Pero para ser fiel a esta misión hay que mirar al cielo. Los curas, hoy, hablan poco del cielo. Es difícil, es verdad.
Decía Subirachs (escultor catalán agnóstico que ha realizado la Fachada de la Pasión de la Sagrada familia): “No me cuesta imaginar la Fachada de la Pasión porque todos sabemos lo que es la muerte. Pero como agnóstico no puedo imaginar la Fachada de la Gloria, no sé cómo la voy a hacer”.
El Señor se lo llevó a la Gloria antes de que pudiera comenzar esa fachada…pero parece que algunos creyentes lo seamos “a lo Subirachs” y no a lo cristiano: representamos la pasión y muerte de Jesús de mil maneras, hablamos de ella…y callamos la Gloria.
Somos como esa flecha lanzada en la inauguración de las Olimpiadas de Barcelona 92. ¡Nos incendiaremos al llegar!
Hay que hablar de cielo, hay que señalar la meta. No para conformarnos con todo, como temía Marx. El cielo es la única revolución posible. El cielo ha dado valentía y coraje, ha revestido de audacia, ha hecho atrevidos e insobornables a los débiles.
Hoy es día de cielo. Porque cuando nacemos nos ponen un sello en el corazón: “con derecho a cielo”. Nuestros nombres están escritos en el cielo. La primitiva fe cristiana entendió tan bien este hecho que al día de la muerte le llamó “Dies natalis”, día del nacimiento.
Que cada día estrenemos ese augurio de cielo que ya se nos regala.
Con inmensa gratitud a quienes, de niña, me hablaron de cielo.
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