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domingo, 9 de febrero de 2014

5 DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, Año A, por Mons. Francisco González, SF.

Isaías 58,7-10
Salmo 111: El justo brilla en las tinieblas como una luz
1 Corintios 2,1-5
Mateo 5,13-16

Isaías 58,7-10

Así dice el Señor: "Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que ves desnudo, y no te cierres a tu propia carne. Entonces romperá tu luz como la aurora, en seguida te brotará la carne sana; te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor. Entonces clamarás al Señor, y te responderá; gritarás, y te dirá: "Aquí estoy." Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía."

Salmo 111: El justo brilla en las tinieblas como una luz

En las tinieblas brilla como una luz
el que es justo, clemente y compasivo.
Dichoso el que se apiada y presta,
y administra rectamente sus asuntos.
R. El justo brilla en las tinieblas como una luz

El justo jamás vacilará,
su recuerdo será perpetuo.
No temerá las malas noticias,
su corazón está firme en el Señor.
R. El justo brilla en las tinieblas como una luz

Su corazón está seguro, sin temor.
Reparte limosna a los pobres;
su caridad es constante, sin falta,
y alzará la frente con dignidad.
R. El justo brilla en las tinieblas como una luz

1 Corintios 2,1-5

Yo, hermanos, cuando vine a vosotros a anunciaros el misterio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado. Me presenté a vosotros débil y temblando de miedo; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.

Mateo 5,13-16

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo."

— Comentario por Mons. Francisco González, SF.

Quiero añadir mis palabras de admiración y agradecimiento a las de miles, millones de personas, que ya han pronunciado al referirse al papa Francisco. Me encanta su sencillez, su humildad, su sonrisa, su espontaneidad y sin olvidar su astucia. Cuando lo veo, y sobre todo cuando habla, me recuerda aquel predicador itinerante que iba casi siempre por la periferia, dando buenas noticias a todos los que le escuchaban. Una de las cosas que me impresiona de ambos es el lenguaje. Uno hablaba y otro habla hoy de una forma que todos pueden entender, pues sus ejemplos están sacados de la vida ordinaria.

Francisco nos habla de “oler a oveja”, de que la Iglesia es como un “hospital de campaña y que el primer objetivo es sanar la herida”, “Dios no se cansa de perdonar”, y otras muchas. No hace falta haber obtenido un grado teológico para entender lo que el Santo Padre nos quiere recordar con sus frases que hacen mella.

Estoy seguro que esa forma de hablar la ha aprendido de su cercanía al Señor, de su constante relación con Él.

Tanto en la primera lectura como en la segunda, la sencillez del mensaje es extraordinaria, la práctica del mismo parece ser que se nos escapa muchas veces. En una se nos pide que pasemos ya de las prácticas religiosas al servicio del pobre. En la segunda Pablo nos invita a confiar más en el poder de Dios, que en la sabiduría humana, y Jesús, en su lenguaje sencillo, pero que nos insta a ir siempre más allá nos habla a los bautizados a ser “sal de la tierra y luz del mundo”.

Es posible que algunos miren a la sal como algo peligroso para la salud. Tal vez no han vivido aquellos tiempos en que la sal se usaba en todas o casi todas las comidas, especialmente en ciertas áreas de nuestro mundo. La falta de la misma o la excesiva cantidad podía destrozar el sabor de una comida. Comer sin sal era resignarse a una comida sosa, sin gusto, sin sabor, algo que teníamos que aceptar y que debido a una enfermedad se toleraba.

La sal de la que nos habla el evangelio, tiene un sentido muy parecido a lo que se refiere a la vida: darle sentido, hacer que esa vida valga la pena vivirse, capacidad para disfrutarla, de saborearla. El cristiano se convierte en sal verdadera cuando hace posible o ayuda a que la vida de la comunidad disfrute de la experiencia de la justicia, decorada con el entendimiento comunitario, regada con la reconciliación y el bienestar del perdón, vivido todo, claro está, dentro del amor fraterno.

Hoy al hablar tanto de la nueva evangelización, debemos traer a la mente, que estamos llamados a hacer realidad esa “Buena Nueva” que Cristo trajo y era al mismo tiempo. Ser la sal de la tierra, es tener a Cristo en el centro de nuestras vidas y lo vamos poniendo en todo lugar y en todo corazón. No es cuestión de palabras y doctrinas, sino principalmente de vivencias y testimonio, pues en eso está el cumplimiento del mandato que nos dejó el Maestro: “Seréis mis testigos en Jerusalén… hasta los confines de la tierra”, ahí también encontramos el significado de ser “luz del mundo”.

No hay mejor lección que la impartida por el testimonio, pues las palabras, aunque importantes, no tienen el potencial, el efecto de la acción hecha por amor, con amor y en amor, pues como dice la sabiduría popular: “Las palabras convencen, pero los ejemplos arrastran”.

Jesús se ha declarado ser la luz, una luz que brilla, una luz que nos guía, una luz que nos ilumina en nuestro camino. Como él también nosotros podemos iluminar para desplazar de la vida las tinieblas que a veces nos cubren. Pablo llega a Corinto llevando a la gente la luz, la luz verdadera, pero no una luz como algunos hubieran querido y esperado, sino una luz que ilumina desde lo alto de la cruz, la luz de Jesús crucificado. Esa luz es la que da vida pues, en las palabras del Papa, es Jesús quien vence el odio, la envidia, y la soberbia… esas son las que ensucian nuestra vida.

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