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sábado, 4 de enero de 2014

EPIFANÍA DEL SEÑOR, por Mons. Francisco González, S.F.

Isaias 60,1-6
Salmo 71 “Se postrarán ante ti, Señor, 
todos los reyes de la tierra”
Efesios 3,2-3,5-6
Mateo 2,1-12

Isaias 60,1-6

¡Levántate y resplandece, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! Es verdad que la tierra está cubierta de tinieblas y los pueblos de oscuridad, pero sobre ti amanece el Señor y se manifiesta su gloria. A tu luz caminarán los pueblos, y los reyes al resplandor de tu aurora. Levanta los ojos y mira a tu alrededor: todos se reúnen y vienen a ti; tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos. Al ver esto te pondrás radiante, palpitará y se emocionará tu corazón, porque derramarán sobre ti los tesoros del mar y te traerán las riquezas de los pueblos. Te inundará una multitud de camellos y dromedarios de Madián y de Efá. Vienen todos de Sabá, trayendo incienso y oro y proclamando las alabanzas del Señor.

Salmo 7: Se postrarán ante ti, Señor, 
todos los pueblos de la tierra

Dios mío, confía tu juicio al rey,
tu justicia al hijo de reyes,
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud.
R. Se postrarán ante ti, Señor, 
todos los pueblos de la tierra

Que en sus días florezca la justicia
y la paz hasta que falte la luna;
que domine de mar a mar,
del Gran Río al confín de la tierra.
R. Se postrarán ante ti, Señor, 
todos los pueblos de la tierra

Que los reyes de Tarsis y de las islas le paguen tributo.
Que los reyes de Saba y de Arabia le ofrezcan sus dones;
que se postren ante él todos los reyes,
y que todos los pueblos le sirvan.
R. Se postrarán ante ti, Señor, 
todos los pueblos de la tierra

Él librará al pobre que clamaba,
al afligido que no tenía protector;
él se apiadará del pobre y del indigente,
y salvará la vida de los pobres.
R. Se postrarán ante ti, Señor, 
todos los pueblos de la tierra

Efesios 3,2-6

Hermanos: Han oído hablar de la distribución de la gracia de Dios que se me ha confiado en favor de ustedes. Por revelación se me dio a conocer este misterio, que no fue manifestado a los hombres de otras generaciones y que ahora ha sido revelado por medio del Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: un plan que consiste en que todos los pueblos comparten la misma herencia, son miembros del mismo cuerpo y participan de la misma promesa en Jesucristo, por medio del Evangelio.

Mateo 2,1-12

Jesús nació en Belén de Judá en tiempo del rey Herodes. Por entonces, Magos de Oriente llegaron a Jerusalén preguntando: «¿Dónde está el Rey de los judíos que acaba de nacer? Hemos visto su estrella en el oriente y venimos a adorarlo».Al enterarse de esto, el rey Herodes se sobresaltó y todo Jerusalén con él; entonces convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: «En Belén de Judá, porque así lo ha escrito el profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres en manera alguna la menor entre las ciudades ilustres de Judá; pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel».Entonces, Herodes llamó en secreto a los Magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén con este encargo: «Vayan y averigüen cuidadosamente sobre ese niño; y, cuando lo encuentren, avísenme para ir yo también a adorarlo».Después de oír al rey, los Magos se pusieron en camino, y la estrella que habían visto en oriente los guió hasta que llegó y se detuvo encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con su madre María y postrándose lo adoraron. Abrieron sus cofres y le ofrecieron como regalo oro, incienso y mirra. Y advertidos en sueños de que no volvieran donde estaba Herodes, regresaron a su tierra por otro camino.

— Comentario de Mons. Francisco González, SF.

En Estados Unidos este domingo es la fiesta de los Reyes Magos, como decimos en muchos de nuestros países. Los libros litúrgicos la llaman por otro nombre: La Epifanía del Señor.

Epifanía o manifestación, cualquiera de las dos se pueden aplicar a esta celebración del primer domingo del año después del primero de enero. Esta es una de esas fiestas bonitas cuando el corazón humano nos reclama obrar de una forma generosa, compartiendo lo que uno tiene, e incluso, de lo que nos hace falta, para que otros puedan disfrutar un poco.

El gran regalo de Dios a la humanidad es su Hijo Jesucristo. Este Jesucristo, recién nacido, fue el objeto de la búsqueda de unos sabios de Oriente, Reyes Magos, que habiendo visto una luz extraordinaria, la estrella, y emprendieron viaje para ver a dónde les conduciría. Tal vez sus corazones no estaban satisfechos con las riquezas que les daban sus reinos, ni la seguridad que les proporcionaban sus soldados, ni la alegría de las fiestas de palacio. Sus almas, sus espíritus, buscaban algo más y, por eso, emprendieron “el camino”. Tal vez fue un camino largo, posiblemente difícil, y sin duda, peligroso.

Ellos caminaban y seguían buscando porque anhelaban algo que valía más que los tesoros que llevaban. Ellos tenían ilusión por algo más.

La “ilusión” parece ser una virtud en peligro de extinción. Lo sabemos todo, o creemos saberlo todo. Lo controlamos todo, o por lo menos, nos gustaría controlar todo. No nos gustan las sorpresas. La abundancia de regalos que damos a los niños les quita la ilusión. Cuando terminan de abrir todos esos paquetes dan la impresión de estar más cansados que ilusionados. Hay gente que se olvida que la vida es algo más que todo eso que se puede comprar y controlar. La vida es bastante más que lo que nos entra por los sentidos. Cuando buscamos la felicidad en lo que se puede ver y palpar, no vamos a quedar muy satisfechos y, peor aún, si con eso ya quedamos satisfechos.

Los Reyes Magos buscaban ilusionados, andaban tras la sorpresa, no decrecían los ánimos ante “el casi ya” y “el todavía no”.

Su entrevista con Herodes causó conmoción en todo Jerusalén. Tanto el rey como su cuadrilla no aceptaban sorpresas, eran de los que preferían el control, mientras ellos, claro está, fueran los controladores. Incluso piden a esos santos peregrinos que cuando hayan encontrado al niño vuelvan a Jerusalén y les informen de todo. Pero Dios, que Él si lo sabe todo, les indica otro camino, el camino de vida.

Dios sigue dando señales de vida, Dios sigue indicando el camino, Dios sigue iluminando nuestro peregrinar, Dios sigue invitándonos al cambio, Dios sigue inspirando nuestros anhelos, Dios sigue llamándonos a la ilusión de la sorpresa que “ni ojo vió, ni oído oyó”.

Hoy hay mucha gente que, como los Magos de Oriente, van en busca de una estrella que les guíe en medio de las tinieblas en que vivimos, de una paz incluso en medio del ruido de las bombas que siguen cayendo, de una hermandad en medio del abuso de los herodes y sátrapas que luchan por destruir todo indicio de fraternidad, de un entendimiento entre las múltiples culturas de una planeta que insiste en levantar fronteras.

Ojalá sigamos buscando la estrella que nos lleve al lugar donde el niño Enmanuel se encuentra junto a María, su madre.

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