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sábado, 19 de agosto de 2023

Domingo 20 del Tiempo Ordinario, año A: "Aceptemos aprender de los demás", por Mons. Francisco Gonzalez, S.F.



En la primera lectura, las palabras del profeta posiblemente causaron consternación entre la gente del pueblo elegido. Tan elegido se sentía que todo lo que no eran ellos o de ellos, no podía reclamar el beneplácito de Dios. El profeta les recuerda observar el derecho y practicar la justicia, pues la justicia de Dios está para manifestarse. Más adelante les dice que las bendiciones de este Dios van a recaer sobre todos, no solamente sobre el pueblo elegido: ...porque mi casa es casa de oración y así la llamarán todos los pueblos.

Una lección semejante la encontramos en el evangelio de hoy donde nos narra cómo Jesús se retiró al país de Tiro y Sidón, región de paganos que no estaba bajo el dominio del rey de los judíos. Una mujer salió de algún lugar, tal vez cruzó la frontera y comenzó a seguir al grupo que lideraba Jesús, al mismo tiempo que gritaba para llamar su atención. Tenía una necesidad grande, su hija estaba poseída por un demonio muy malo.

Parece ser que era tal el alboroto que producía que los discípulos pidieron a Jesús que la atendiera, en vez de seguir ignorándola. El defendió dicha actitud recordándoles que su misión era dirigirse a las ovejas descarriadas de Israel, a los pobres, a los desahuciados, a los enfermos pero de Israel.

Cuando la mujer lo pudo alcanzar y se hincó delante de él, le suplicaba: “Socórreme, Señor”. Jesús siguió en sus trece y no cedía, tanto que le dijo algo que hasta pudiera ofender nuestros oídos: “No está bien quitarle el pan a los hijos (Israel) para echárselo a los perrillos (paganos y ella era cananea)”.

Ella, que era madre, tal vez madre soltera, viuda o abandonado por su marido o familia, no estaba para razones religiosas, filosóficas o históricas. Lo que estaba en su mente y corazón era su hija poseída por un demonio muy malo y que como consecuencia su vida era un infierno. No se nos dice qué clase de enfermedad o posesión satánica sufría la hija, pero lo que si sabemos es que el sufrimiento reinaba en su casa, en su hogar.

Tal vez la joven actuaba con violencia, creando peligro para ambas; tal vez estaba postrada en cama veinticuatro horas al día sin poder hacer nada; tal vez se pasaba el día y la noche dando gritos. Fuera lo que fuera, era algo grave, pues la madre lo describe como “muy malo”, cruza la frontera para hablar con alguien que no es de los suyos, y que la ignora primero, y la insulta después.

La madre sigue insistiendo a pesar de todo y responde a Jesús: “Cierto, Señor, pero también los perrillos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Creo que deberían dar un aplauso a esa mujer, que no cede porque ella está sufriendo, su hija está sufriendo, y Jesús, a quien ella se dirige tiene el poder de remediarlo, y así al final Jesús, ¡qué grande es en su humildad!, acepta que el Dios en cuyo nombre él ha recibido su misión no hace distinción, y el sufrimiento que tiene el poder de igualar a los seres humanos, es algo que Dios quiere remediar. Jesús, el Todopoderoso y Maestro, aprende de la gran lección que le da una madre impotente ante el sufrimiento de su hija.

Grandes lecciones podemos aprender todos de este pasaje evangélico. En primer lugar la fe y confianza en Dios que quiere, que ama a todos sin distinción de clases, nacionalidad, posición económica o religión.

En segundo lugar la perseverancia aún cuando las cosas no sucedan de inmediato, sabiendo resistir al silencio, el rechazo, incluso las buenas razones cuando la justicia y amor están por encima de ellas.

En tercer lugar, el ejemplo de Jesús, que a pesar de todos los pesares, a pesar de su autoridad, a pesar de lo que el creía ser su fidelidad a la misión por la que él había venido a este mundo, acepta aprender de los demás y reconoce el razonamiento superior de esa mujer pagana: Dios no quiere el sufrimiento, y lo mismo que hace salir el sol para buenos y malos, su sanación tampoco hace distinciones.

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