Publicano, en los Evangelios, se deriva de publicanus de la Vulgata, y hace referencia a un miembro o empleado de las compañías financieras que arrendaban a los romanos la recolección de impuestos.
Desde el tiempo de la República el estado romano se solucionó el problema de cobrar los impuestos en las provincias usando el método de ponerlos en subasta. El licitador más alto recibía autorización para exigir la suma de la provincia en cuestión. Tal sistema originaba oportunidades para las actividades corruptas de la compañía encargada de recaudar los impuestos y sus oficiales.
Debido al odio natural e impotente de los judíos a los invasores romanos, aquellos judíos que se lucraban sirviendo a los gobernantes extranjeros eran objeto de la repulsa de sus paisanos.
En los relatos evangélicos, los publicanos forman un grupo unido al de los “pecadores” y a los “paganos”. La actitud de Jesús hacia ellos, así como hacia otros grupos despreciados, es la de empatía. Un reproche que hacían a Jesús los escribas y fariseos, era su amistad y asociación con publicanos y pecadores.
Consistentemente con esta conducta, Jesús llamó a Leví, o Mateo, el Publicano, para unirse al grupo de los apóstoles (Mt 9,9).
Los publicanos en los Evangelios
Mateo 21,31: “Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de los Cielos. Porque vino a vosotros Juan y no le creísteis; pero los publicanos y las rameras le creyeron; y vosotros, viendo esto, no os arrepentisteis después para creerle”.
Lucas 7:34: "Vino Juan el Bautista, que ni comía ni bebía, y dijisteis que tenía un demonio; vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: Mirad qué comilón y qué borracho, amigo de publicanos y pecadores".
Lucas 18,9-14: Parábola del fariseo y el publicano.
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