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martes, 25 de octubre de 2022

Orígenes y el empleo de la alegoría para interpretar la violencia en el Antiguo Testamento

        

Los subtítulos del vídeo pueden leerse también en español


Texto del vídeo:

Si leen los argumentos de los nuevos autores ateos —Hitchens y Dawkins, Dennet, Sam Harris— encontrarán este: “El Dios de la Biblia es un Dios terrible que ordena y justifica asesinatos”. Muchos cristianos leen estos relatos también sin comprenderlos y con dificultad. Se refieren a ellos como “pasajes difíciles”, abundantes sobre todo en el Antiguo Testamento. 

Un ejemplo lo hallamos en el episodio en el que Dios ordena a Saúl que lance el “anatema” contra los amalecidas, lo cual significaba la aniquilación de cada hombre, mujer, niño y animal. Moisés extiende sus brazos en alto mientras reza y, de este modo, la batalla se decanta a su favor, finalizando con la derrota de sus enemigos. Entonces se nos dice: “Yaveh masacró a Amalec y a toda su gente al filo de la espada”.

Hasta los Cristianos más devotos pueden encontrar de mal gusto estos pasajes ¿Por qué? Porque estos relatos parecen ajenos al Dios misericordioso y compasivo del Nuevo Testamento. Jesús dice: “Amen a sus enemigos, bendigan a quienes los maldicen, recen por quienes los maltratan”

¿Cómo se puede reconciliar la crueldad de Dios en el Antiguo Testamento 
con el amor sacrificial de Dios en el Nuevo Testamento?

Esta controversia no es nueva. En los primeros tiempos de la Iglesia hubo grupos, como los gnósticos y, sobre todo, los marcionitas, que ya en el siglo II decían: “Resolvamos el problema descartando el Antiguo Testamento porque presenta un Dios malvado, no el verdadero Dios. Deshagámonos de eso y quedémonos solamente con el Nuevo Testamento que revela al verdadero Dios”.

Pero los mejores maestros en la escritura y la teólogía se negaron a rechazar el Antiguo Testamento, opuniéndose a Marción, y propusieron una lectura conjunta con el Nuevo, tomando éste como la clave de interpretación de aquél. 

Una de las grandes figuras en aquella controversia fue Orígenes de Alejandría. Su primera observación fue: “Debemos leer la Biblia desde el punto de vista del último libro de la Biblia”

¿Qué quiere decir? Orígenes se refiere al capítulo quinto del Libro del Apocalipsis, donde hallamos el vidente habla de la aparición un pergamino sellado con siete sellos. El pergamino representa la Biblia completa, es decir, toda la revelación. El sellado significa lo difícil que es leerlo e interpretarlo. Una voz que dice: “¿Quién abrirá..., quién quitará los sellos del pergamino [para que podamos leerlo]?” A continuación, aparece un cordero; para ser más exactos, un cordero que ha sido sacrificado, es decir, una creatura que transmite debilidad y bondad, mansedumbre; pues bien, esta creatura es presentada como la única que puede romper el sello y abrir el pergamino.

El punto de vista desde el que los cristianos leemos e interpretamos la Biblia, dice Orígenes, es el del “cordero sacrificado”, el “Cordero de Dios” —Jesucristo— que quita el pecado del mundo a través de su sacrificio en la cruz. Esta es la aportación de Orígenes. 

De otro modo, si leemos la Biblia desde la clave de lectura de un Dios cruel que nos mueve a ser violentos, entonces, leemos la Biblia ajenos al testimonio de Jesucristo, el cordero sacrificado. Esto era importante en el siglo II y también lo es hoy. Orígenes dijo: “Lee estos pasajes de un modo metafórico, alegórico y simbólico, como referidos al combate espiritual”. 

La finalidad del Antiguo Testamento

En el Antiguo Testamento, el pueblo de Israel representa a un pueblo que escucha y responde a la llamada (elección) de Dios en contraposición a los pueblos adoradores de ídolos (paganos). Los enemigos de Israel (amalecitas, filisteos, asirios, babilonios, griegos, romanos) representan a los pueblos (idólatras) que han rechazado o no reconocen al Dios Credor verdadero. 

Según estos relatos, ¿cómo deberíamos combatir lo que está en contra del Dios verdadero? El Antiguo Testamento dice: “Debemos combatir hasta suprimir el mal y no solamente un parte del mal”. Con esto en mente, tomemos el “pasaje difícil” en el que Dios ordena a Saúl que lance el “anatema” contra los amalecidas. 

“Anatema” significa aquí: “matar a cada hombre, mujer, niño, animal”. Saúl mata a la mayoría de ellos pero se queda con un lote en el que está Agag, el rey de los amalecitas. Tal vez, se lo queda para pedir un rescate, ¿quién sabe? Lo cierto, es que a pesar de la orden que ha recibido de Dios, Saúl decide no matarlo. A continuación, aparece en escena el profeta Samuel, el cual reprende a Saúl, desenvaina la espada, y mata a Agag, desmembrándolo. Uno haría bien en preguntarse: ¿Cómo es posible que la Biblia enseñe estas cosas? 

"¿Qué es lo que la mayoría de los pecadores hacemos con el mal?"

Ahora, piense y responda a esta pregunta: ¿Qué es lo que la mayoría de los pecadores hacemos con el mal? Muchos de nosotros lo combatimos en cierto grado, pero a menudo dejamos algo para nuestro provecho y no lo suprimimos totalmente. ¡Este es el pecado de Saúl y esta es la enseñanza que una lectura alegórica y cristiana no ofrece del episodio!

Les propongo un par de metáforas para aportar más claridad a este episodio, ya de por sí difícil. Supongamos que estoy hablando con el cardenal George y le digo amistosamente: “Estoy muy feliz de ser un sacerdote célibe. Soy célibe el 90% del tiempo”. ¿Qué pensará? ¿estará contento conmigo? O un esposo conversando con su esposa, le dice: “Cariño, te quiero, y por eso quiero que sepas que te soy fiel el 75% del tiempo”. ¿Estara la esposa contenta? O si dijera: “El abuso de menores es un problema serio en mi diócesis y, por eso, tenemos controlado un 65% de los abusos”

Algunas manifestaciones del mal son terribles y han de suprimirse completamente. Esta es la enseñanza del relato que les he mencionado. Los cristianos hemos leído este relato, al menos desde el siglo II, como una alegoría del combate espiritual que hay en el mundo y de cómo deberíamos erradicar el mal completamente. 

Nos hemos obsesionado con la historicidad de los relatos, pero los antiguos no tenían esta obsesión. Se sentían cómodos con una lectura simbólica o alegórica de los textos. Imagínese usted siendo israelita: pueblo beligerante, siempre combatiendo a sus enemigos. Usted intenta mostrar la verdad de Dios a través de un relato y echa mano de la metáfora militarista. ¿Cómo? Si habla de Dios — el todopoderoso y omnipotente— ¿qué va a decir? ¨que ¿“Yahvé mató a la tercera parte de los filisteos”? Si usted está intentando expresar el poder de Dios a través de una metáfora militarista, seguramente dirá: “Aniquiló a todos los enemigos de Israel”. El lector no ha de obsesionarse con una descripción periodística de lo que exactamente ocurrió y verlo, más bien, como una evocación de la soberanía de Dios.

Terminaré con esto: me molesta cómo los nuevos ateos, y mucha gente, se escandalizan de la violencia de los relatos de la Biblia como si la acabaran de descubrir. Nuestros exegetas y teólogos se enfrentaron a este problema desde el principio y nos dieron las claves de interpretación que hoy siguen siendo valiosas. Por eso, los cristianos leemos la Biblia a la luz del compasivo, y misericordioso, Cordero de Dios crucificado. Lea la Biblia desde esta óptica y la interpretará correctamente.


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