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jueves, 13 de octubre de 2022

Lucas 18,9-14: Oración del fariseo y el publicano; el templo y Reino de Dios



La parábola del publicano y el fariseo viene a reforzar la idea central de la parábola del buen samaritano. La llegada del buen samaritano al lugar donde yace la persona malherida (lugar teológico del Evangelio y de la vocación) cuestiona la mentalidad y comprensión del Reino de Dios de los contemporáneos de Jesús. Lo mismo ocurre en la parábola del publicano y el fariseo, cuya oración repite casi literalmente oraciones de la época: "Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano".

El publicano (recaudador de impuestos) forma parte de un grupo de hombres rechazado por los guardianes del templo (sacerdotes) y de la ley mosaica (fariseos). Se “mantenía a distancia” porque se sabía excluido. El lugar desde donde el publicano reza no es una muestra de humildad sino en un reconocimiento de su pecado.

Tanto el fariseo como el publicano asumen un comportamiento acorde a lo que se espera de ellos: el fariseo está cómodo y confiado en el espacio que ocupa en el templo, mientras que el publicano “se golpeaba el pecho”, diciendo: "¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!"

Jesús finaliza la parábola de una manera sorprendente: “Les aseguro que este último (publicano) volvió a su casa justificado, pero no el primero (fariseo).” Estas palabras debieron escandalizar a muchos oyentes. Cuando Jesús llama al también publicano Zaqueo, sabemos que restituyó con creces el dinero de sus conciudadanos, sin embargo, esta parábola finaliza sin que el recaudador de impuestos haya pensado en cómo restituir lo robado. La enseñanza de la parábola se muestra entonces en toda su claridad: el Reino de Dios no se hace presente en un Templo donde los fariseos se sienten cómodos y los pecadores imploran piedad.

Fuente: Thomas Keating O.C.S.O, Meditaciones sobre las Parábolas de Jesús.

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