Mateo 17,14-20
En aquel tiempo, se acercó a Jesús un hombre, que le dijo de rodillas: "Señor, ten compasión de mi hijo, que tiene epilepsia y le dan ataques; muchas veces se cae en el fuego o en el agua. Se lo he traído a tus discípulos, y no han sido capaces de curarlo." Jesús contestó: "¡Generación perversa e infiel! ¿Hasta cuándo tendré que estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os tendré que soportar? Traédmelo." Jesús increpó al demonio, y salió; en aquel momento se curó el niño. Los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron aparte: "¿Y por qué no pudimos echarlo nosotros?" Les contestó: "Por vuestra poca fe. Os aseguro que si fuera vuestra fe como un grano de mostaza, le diríais a aquella montaña que viniera aquí, y vendría. Nada os sería imposible."
— Comentario de Reflexiones Católicas
"La poca fe de los discípulos"
Tras haber pedido ayuda en vano a los Doce, un hombre – que por su humilde actitud recuerda al centurión (cf. Mt 8,6) y a la cananea (Mt 15,22) — suplica a Jesús que cure a su hijo epiléptico. Con su palabra autorizada y eficaz, Jesús, realizando un exorcismo, lleva a cabo de inmediato la curación.
Partiendo del relato de este milagro —narrado con la máxima concentración y sin detalle alguno—, el fragmento evangélico refiere la enseñanza de Jesús sobre la fe. Los términos que dan unidad a la composición aparecen expresados en sus afirmaciones —o, mejor, en su desconsolado lamento— sobre la «generación incrédula y perversa» (17,17) y sobre la «poca fe» de los discípulos (17,20).
¿A quién se refiere? La primera sentencia, de claro sabor bíblico, no parece referirse directa o exclusivamente a los discípulos, sino más bien —por sus fuertes resonancias veterotestamentarias (cf. Dt 32,5; Nm 14,27) — parecen ser una severa advertencia dirigida al pueblo elegido y, por consiguiente, al nuevo Israel, a todos los que sienten la tentación de ceder a la tentación de la incredulidad y, en consecuencia, de alejarse cada vez más de Dios y de su plan de salvación. Se llegará, de hecho, hasta el rechazo claro de Jesús, el enviado definitivo del Padre.
¿Y cómo va la salud espiritual de los discípulos? Ellos, que lo han dejado todo para seguir a Jesús, no han conseguido curar al muchacho por su «poca fe». «Poca fe» no es sinónimo de «incredulidad»; se trata más bien de una fe enferma, resquebrajada por las dudas, miedos, desconfianza. Es una fe que no convierte su relación vital con Cristo en el perno y en el fulcro de toda acción.
Jesús dice que bastaría un grano de fe auténtica para trasladar las montañas. La afirmación hiperbólica es una invitación a creer en el poder de la fe, que crece precisamente en las situaciones de mayor sufrimiento y prueba, y se hace madura cuando ya no se escandaliza ante el signo de la cruz.
A continuación, Jesús anuncia, por segunda vez, su próxima «entrega» en manos de los hombres, y los discípulos vuelven a experimentar tristeza (Mt 17,22-27). Sólo al precio de su muerte, sólo con su resurrección y el don del Espíritu, Jesús estará siempre en medio de los suyos para hacer de la «generación incrédula y perversa» su pueblo santo, que anuncia con coraje el Evangelio de la salvación.
En aquel tiempo, se acercó a Jesús un hombre, que le dijo de rodillas: "Señor, ten compasión de mi hijo, que tiene epilepsia y le dan ataques; muchas veces se cae en el fuego o en el agua. Se lo he traído a tus discípulos, y no han sido capaces de curarlo." Jesús contestó: "¡Generación perversa e infiel! ¿Hasta cuándo tendré que estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os tendré que soportar? Traédmelo." Jesús increpó al demonio, y salió; en aquel momento se curó el niño. Los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron aparte: "¿Y por qué no pudimos echarlo nosotros?" Les contestó: "Por vuestra poca fe. Os aseguro que si fuera vuestra fe como un grano de mostaza, le diríais a aquella montaña que viniera aquí, y vendría. Nada os sería imposible."
— Comentario de Reflexiones Católicas
"La poca fe de los discípulos"
Tras haber pedido ayuda en vano a los Doce, un hombre – que por su humilde actitud recuerda al centurión (cf. Mt 8,6) y a la cananea (Mt 15,22) — suplica a Jesús que cure a su hijo epiléptico. Con su palabra autorizada y eficaz, Jesús, realizando un exorcismo, lleva a cabo de inmediato la curación.
Partiendo del relato de este milagro —narrado con la máxima concentración y sin detalle alguno—, el fragmento evangélico refiere la enseñanza de Jesús sobre la fe. Los términos que dan unidad a la composición aparecen expresados en sus afirmaciones —o, mejor, en su desconsolado lamento— sobre la «generación incrédula y perversa» (17,17) y sobre la «poca fe» de los discípulos (17,20).
¿A quién se refiere? La primera sentencia, de claro sabor bíblico, no parece referirse directa o exclusivamente a los discípulos, sino más bien —por sus fuertes resonancias veterotestamentarias (cf. Dt 32,5; Nm 14,27) — parecen ser una severa advertencia dirigida al pueblo elegido y, por consiguiente, al nuevo Israel, a todos los que sienten la tentación de ceder a la tentación de la incredulidad y, en consecuencia, de alejarse cada vez más de Dios y de su plan de salvación. Se llegará, de hecho, hasta el rechazo claro de Jesús, el enviado definitivo del Padre.
¿Y cómo va la salud espiritual de los discípulos? Ellos, que lo han dejado todo para seguir a Jesús, no han conseguido curar al muchacho por su «poca fe». «Poca fe» no es sinónimo de «incredulidad»; se trata más bien de una fe enferma, resquebrajada por las dudas, miedos, desconfianza. Es una fe que no convierte su relación vital con Cristo en el perno y en el fulcro de toda acción.
Jesús dice que bastaría un grano de fe auténtica para trasladar las montañas. La afirmación hiperbólica es una invitación a creer en el poder de la fe, que crece precisamente en las situaciones de mayor sufrimiento y prueba, y se hace madura cuando ya no se escandaliza ante el signo de la cruz.
A continuación, Jesús anuncia, por segunda vez, su próxima «entrega» en manos de los hombres, y los discípulos vuelven a experimentar tristeza (Mt 17,22-27). Sólo al precio de su muerte, sólo con su resurrección y el don del Espíritu, Jesús estará siempre en medio de los suyos para hacer de la «generación incrédula y perversa» su pueblo santo, que anuncia con coraje el Evangelio de la salvación.
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