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miércoles, 5 de julio de 2017

Mateo 8,28-34: Meditación sobre la Pasión de Jesús

Mateo 8,28-34

En aquel tiempo, llegó Jesús a la otra orilla, a la región de los gerasenos. Desde el cementerio, dos endemoniados salieron a su encuentro; eran tan furiosos que nadie se atrevía a transitar por aquel camino. Y le dijeron a gritos:
— ¿Qué quieres de nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido a atormentarnos antes de tiempo?
Una gran piara de cerdos a distancia estaba hozando. Los demonios le rogaron:
— Si nos echas, mándanos a la piara.
Jesús les dijo:
— Id.
Salieron y se metieron en los cerdos. Y la piara entera se abalanzó acantilado abajo y se ahogó en el agua. Los porquerizos huyeron al pueblo y lo contaron todo, incluyendo lo de los endemoniados. Entonces el pueblo entero salió a donde estaba Jesús y, al verlo, le rogaron que se marchara de su país.

— Comentario por Reflexiones Católicas:
Meditación sobre la Pasión de Jesús 

La imagen de los «sepulcros», la fuerza de Jesús respecto a los demonios y su «debilidad», casi dócil, respecto a los hombres, convierten esta escena en una meditación sobre la pasión, con todos los claroscuros del poder de Cristo Señor, así como del duro y espantado rechazo por parte de los hombres.

Eficaz es la reacción de rechazo de «toda la ciudad», que lo aleja de su territorio. La expresión "antes del tiempo" expresa esta relación entre la escena y la pasión (el tiempo del cumplimiento), cuando Jesús —aunque expulsado fuera del territorio de la Ciudad Santa— vencerá sobre la fuerza de la muerte, sobre la dispersión de la Iglesia, y conseguirá abrir el paso para pasar por aquel camino.

El es el Señor, a quien "ha sido dado todo poder en la tierra" (Mt 28,18), aunque aparece como tal sólo en el misterio insondable de la cruz.

La Palabra de su Señor guía al hombre para buscar el bien y no el mal. El hombre responde a la Palabra de Dios. Ahora bien, esta respuesta niega el plan de Dios cuando se convierte en seguridad para el hombre; entonces culto, la fiesta, el holocausto, el sacrificio, el don, pierden su alma.

El cristiano tiene su nuevo culto «en el Señor Jesús», en su cuerpo y en su sangre, en el sacrificio puro de su cumplimiento de la voluntad del Padre, que los hombres no comprenden y rechazan.

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