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miércoles, 8 de febrero de 2017

SALMO 128 (127): Bendición y temor de Dios, por Reflexiones Católicas

SALMO 128 (127)

Que el Señor te bendiga desde Sión
128:1 Canto de peregrinación.
¡Feliz el que teme al Señor
y sigue sus caminos!
128:2 Comerás del fruto de tu trabajo,
serás feliz y todo te irá bien.
128:3 Tu esposa será como una vid fecunda
en el seno de tu hogar;
tus hijos, como retoños de olivo
alrededor de tu mesa.
128:4 ¡Así será bendecido
el hombre que teme al Señor!
128:5 ¡Que el Señor te bendiga desde Sión
todos los días de tu vida:
que contemples la paz de Jerusalén
128:6 y veas a los hijos de tus hijos!
¡Paz a Israel!

— Comentario por Reflexiones Católicas
“Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida“

Se trata de un salmo sapiencial que ofrece una propuesta concreta de felicidad y de bendición («dichoso el que teme al Señor», «tranquilo y feliz»). Como el resto de salmos de este tipo pretende mostrar dónde se encuentra el sentido de la vida y en qué consiste la felicidad.

El cuerpo de este salmo, que carece de introducción y de conclusión, se compone de dos partes: 1b-3 y 4-6.

— Primera parte: 1b-3

La primera parte comienza con la proclamación de felicidad («Dichoso...»); la segunda (4-6) comienza con la bendición. Estos dos elementos, felicidad y bendición, están destinados a la misma persona, el hombre que teme al Señor (compárese 1b con 4).

Con toda probabilidad, se trata, en ambos casos, de realidades proclamadas por un sacerdote. Nos encontraríamos, por tanto, en el contexto del templo de Jerusalén.

Proclama dichoso al hombre que teme al Señor y que sigue sus caminos, es decir, que observa sus mandamientos (1b). El cumplimiento de los mandamientos tiene tres consecuencias que constituyen la felicidad.

En primer lugar: lo referido al trabajo, acompañado de tranquilidad y felicidad (2). Producir y poder disfrutar del fruto del propio trabajo es sinónimo de felicidad. Lo contrario es la maldición, la infelicidad. El que teme al Señor participa, en cierto modo, de su proyecto creador (cf Gén 2,15).

La segunda consecuencia se refiere a la comunión entre el esposo y la esposa. La fecundidad es un don de Dios (cf Sal 127). Aquí se compara a la esposa con una parra fecunda; esta es la característica más importante de una mujer en la concepción patriarcal de aquel tiempo. De hecho, la vida de la mujer se circunscribe a la «intimidad del hogar» y, desde la concepción patriarcal de este salmo, parece que su fecundidad depende de la fidelidad del esposo a los mandamientos.

La palabra «intimidad» es muy importante en este salmo. En su lengua original, el primer sentido de este término es «muslo», «genitales». En sentido figurado significa «intimidad», el lugar más reservado de la casa... Podemos descubrir aquí una atrevida alusión a la sexualidad, don de Dios. Podemos oír el eco de Gén 1,28. Siendo fecundos, los seres humanos imitan al Creador.

La tercera consecuencia deriva de la anterior (3b): la presencia de hijos numerosos, sobre todo varones. La escena recuerda las comidas, en las que el padre y los hijos varones se sentaban a la mesa (entre los nómadas se trataba de una alfombra en el suelo). Alrededor de la mesa, los hijos semejan unos lozanos brotes de olivo. Esta imagen resulta interesante porque el olivo con sus retoños representa la vida que se renueva a partir de un tronco envejecido pero lleno de vitalidad. Es la concreción del mandamiento de Dios que aparece en Gén 1,28. El trabajo, una mesa abundante, la intimidad con la esposa y la fecundidad, la convivencia con los hijos, esto es la felicidad.

— Segunda parte: 4-6

La segunda parte arranca con el tema de la bendición de la misma persona que teme al Señor. Pero ahora se pasa del trabajo y de la casas, a la ciudad, a la capital. Por medio del sacerdote el Señor bendice a Sión con una bendición de triple consecuencias.

En primer lugar, la prosperidad de Jerusalén durante todos los días de la vida del justo (5). «Ver la prosperidad» no significa sólo poder contemplarla, sino participar de ella. En segundo lugar; la bendición se refiere a una larga vida, es decir, poder llegar a conocer a los propios nietos (6a). En tercer lugar (6h), la bendición tiene una manifestación que envuelve a todo el pueblo con la paz: «Paz a Israel.

— Últimos escritos del Antiguo Testamento

Los salmos sapienciales son como esas frutas que se ven expuestas al calor del verano pero que no maduran hasta el otoño. Dicho de otro modo, se encuentran entre los últimos escritos del Antiguo Testamento, son los últimos textos en madurar.

Fueron cristalizando a lo largo de siglos. Eliminaron todo lo innecesario, quedándose con lo esencial para que el hombre sea feliz y bendito: el temor del Señor, que se expresa en el cumplimiento de sus mandamientos. Se supera la ambición, la explotación del otro, la violación de sus derechos. La imagen de sociedad que anhela este salmo carece totalmente de la explotación de unas personas por otras (cada uno disfruta tranquilo y feliz del trabajo de sus propias manos) y elimina por completo la dominación de un grupo sobre otro o de una nación sobre otra (la prosperidad de Jerusalén, la paz en Israel). Conviene fijarse en que, del bienestar personal (el disfrute del fruto del propio trabajo, la fecundidad, los hijos, una vida larga), se pasa al bienestar social, extendiendo la situación de shalom a todo el pueblo.

— Temor de Dios

Este salmo está basado en las bendiciones de Lev 26 y Dt 28. Está vinculado a la «teología de la retribución», que sostiene que la prosperidad y el bienestar son fruto del temor de Dios. El libro de Job ayuda a corregir esta visión.

En dos ocasiones se menciona el temor de Dios y en una se desea su bendición. Por tanto, se habla de él tres veces. Temer a Dios no significa tenerle miedo, sino respetarlo y respetar sus mandamientos como fuentes de felicidad y bendición.

Así pues, el Señor desea que el ser humano viva feliz y disfrute de su bendición, y esto está vinculado a los mandamientos, las condiciones que Israel, como aliado del Señor, acepta cumplir. Estamos, pues, ante el Dios de la alianza que quiere la vida de todo el pueblo y, en especial, de cada persona que lo teme y sigue sus caminos.

Además, este Dios es el aliado de todo el pueblo, el que bendice a cada uno desde Jerusalén, ciudad que alberga el templo. 

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