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sábado, 1 de octubre de 2016

Lucas 17,5-10: Fe y servicio

Lucas 17,5-10  

17:5 Los Apóstoles dijeron al Señor: "Auméntanos la fe".
17:6 Él respondió: "Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa morera que está ahí: "Arráncate de raíz y plántate en el mar", ella les obedecería.
17:7 Supongamos que uno de ustedes tiene un servidor para arar o cuidar el ganado. Cuando este regresa del campo, ¿acaso le dirá: "Ven pronto y siéntate a la mesa"?
17:8 ¿No le dirá más bien: "Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después"?
17:9 ¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó?
17:10 Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: "Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber"".

— Comentario por Reflexiones Católicas
"Fe y servicio"

Lucas recoge en el capítulo 17, del que forma parte el fragmento que nos propone hoy la liturgia, una serie de dichos de Jesús.

El primero tiene que ver con la fe. Los discípulos habían oído muchas veces al Maestro exaltar la fe de los que le pedían curaciones (cf., por ejemplo, Lc 7,9; Mt 15,22). Ahora que ellos han recibido la tarea de ir a anunciar el Evangelio, caen en la cuenta de la dolorosa desproporción que existe entre la misión recibida y la pequeñez de su fe. En consecuencia, les brota del corazón esta invocación: «Auméntanos la fe» (v. 6).

La respuesta de Jesús produce desconcierto. No es una respuesta consoladora y hasta usa una hipérbole que parece cavar un nuevo y más profundo abismo ante los discípulos. Bastaría con un granito de fe, minúsculo como una semilla casi invisible, para hacer posible una acción dificilísima como la de arrancar —con una sola palabra— una morera, cuyas raíces, profundamente ramificadas, la arraigan firmemente al terreno.

El segundo fragmento propuesto proyecta luz sobre esto, aunque a una primera lectura resulta igualmente desconcertante. El dueño no tiene obligaciones con el siervo que ha ejecutado sus órdenes con fidelidad. En este momento, Jesús no está haciendo un discurso de tipo social sobre la dialéctica amo-esclavo; se limita simplemente a usar una imagen tornada de la vida diaria.

Lo que Jesús pide es precisamente una actitud de profunda humildad, de desprendimiento de uno mismo, de no tener pretensiones; sólo así podrá hacer espacio el discípulo a la omnipotencia del Señor. Es preciso que el discípulo se acepte como pequeño, pobre, siempre insuficiente ante la gran tarea que Dios le confía.

El Señor Jesús quiere que no nos creamos importantes o indispensables en el Reino. No cuentan las obras que nosotros podamos hacer, que acaban por volvernos, poco o mucho, orgullosos. No es ésta la lógica para la que el Señor nos quiere educar. Sólo él es y nada le es imposible (Lc 1,37). Cuando hayamos hecho todo lo que estaba en nuestro poder, será una gracia que crezca en nosotros la conciencia de que “si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles” (Sal 126,1), y seremos bienaventurados porque confiaremos en el Señor. 

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