Muchos críticos literarios sostienen que cuando un escritor ha publicado una obra, ésta deja ya en cierta manera de ser suya, porque cada lector la puede entender de un modo personal. Esto sucede muy particularmente con la poesía, que por la ambigüedad y pluralidad de sentidos del lenguaje metafórico se presta mucho más que la prosa a varios sentidos.
Hace unos años fue reeditada una obra de un amigo mío y antiguo condiscípulo de la universidad, ya fallecido, el conocido crítico literario, ensayista i editor Josep M. Castellet, La hora del lector (edición definitiva, Península, Barcelona, 2001). Cuando apareció la primera edición, en 1957, Umberto Eco dijo de ella que era un “libro profético”. Castellet sostenía en él la teoría de que el dueño del texto es el lector, más que el autor. Hablaba de “la idea de lectura como creación”, porque “no hay obra de arte acabada sin que haya existido antes la recepción de la obra por el lector”.
El autor necesita al lector, y el lector al autor: “Se trata del carácter específicamente purificador del doble ejercicio de creación literaria, ya que el mundo revelado por el autor y animado por el lector será el mundo real en el que ambos conviven, y el objeto de esta recreación del mismo en la novela, un mismo afán de purificación o mejora”. Explicaba Castellet que la evolución de la literatura moderna hace que el autor se difumine y en cambio el lector tome más importancia: “el lector se ha convertido en protagonista activo de la creación literaria. Y nuestro tiempo, en el tiempo del lector”.
Con mucha más razón podremos decir nosotros que “es la hora del salmista”, refiriéndonos no a David o a quien compuso los salmos sino a nosotros, que los rezamos. Todas las Escrituras fueron inspiradas para que las hiciéramos nuestras y las aplicáramos a nuestra propia vida, pero con mucha más razón podemos decirlo de los Salmos. Decía san Atanasio, en su admirable Epístola a Marcelino sobre los Salmos, que hemos de rezarlos como si fueras tú el autor, o como si hubieran sido escritos expresamente para ti.
Se dice, en la crítica literaria, que una obra clásica es aquella que es capaz de recrearse en circunstancias nuevas. Según esto, el Salterio es el clásico de los clásicos, porque fue escrito expresamente para recrearlo en cada nueva situación, tanto nuevas situaciones de la historia general de la humanidad como episodios de la vida personal de cada creyente.
El Salterio estalla en una infinidad de reinterpretaciones o aplicaciones, en función de las situaciones de vida cambiantes de quienes los rezan. Si en una asamblea de oración se están rezando salmos, no habrá dos personas que piensen o sientan lo mismo acerca de las palabras que están pronunciando. Sin este plus sobreañadido al texto sagrado, la salmodia no sería oración sino solo repetición mecánica.
Es la hora del lector. Es la hora del salmista.
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