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sábado, 9 de abril de 2016

Juan 21,1-14: Nueva llamada al seguimiento

Juan 21,1-19  

En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice:
— Me voy a pescar.
Ellos contestan:
— Vamos también nosotros contigo.
Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice:
— Muchachos, ¿tenéis pescado?
Ellos contestaron:
— No.
Él les dice:
— Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.
La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro:
— Es el Señor.
Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice:
— Traed de los peces que acabáis de coger.
Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red. Jesús les dice:
— Vamos, almorzad.
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.

— Comentario de Reflexiones Católicas

El capítulo 21 del Evangelio de San Juan, colocado detrás de una primera conclusión del cuarto evangelio, añade algunos elementos importantes al capítulo precedente:

  • abre de nuevo la perspectiva sobre la Iglesia futura (v 1-14), 
  • pone el fundamento del primado de Pedro (vv. 15-19), 
  • enfoca la relación entre Pedro y el discípulo amado (vv. 20-23). 

vv, 1-14: Hemos de leerlos recordando la vocación de los primeros discípulos (cf. Lc 5,1-11) 

Los discípulos, cuando Jesús resucitado desaparece de sus ojos, atraviesan un momento de incertidumbre sobre la orientación que deben dar a su futuro. La perspectiva más inmediata es la de volver a la vida de antes, iluminada por la enseñanza de Jesús, al que reconocen vivo.

Esta primera escena es sugestiva, porque nos muestra que el Jesús resucitado manifiesta su presencia de una manera discreta y, al mismo tiempo, impresionante. El Señor se manifiesta así en nuestra vida. Si no tenemos abiertos el corazón y los ojos, no le reconoceremos.

Aquí interviene la tercera aparición (v. 14), una aparición que suena para los discípulos como una nueva llamada al seguimiento (v. 19), centrada en la continua presencia del Señor, reconocido, no obstante, por la fe (vv. 7.12), y al que encuentran concretamente en el pan partido y compartido de la eucaristía (v. 13).

Jesús nos ayuda a alcanzar resultados que no nos es posible obtener sólo con nuestras fuerzas humanas, especialmente en el ámbito de la caridad. El Resucitado infunde en nuestros corazones su dinamismo de caridad, que nos hace capaces de transformar poco a poco las situaciones de nuestro alrededor.

En verdad, los apóstoles no pueden hacer nada sin él (cf. 15,5), no tienen alimento (v. 5, al pie de la letra), mientras que gracias a la obediencia de la fe (v. 4b) a su Palabra realizan una pesca superabundante, como el día en que los llamó por primera vez (Lc 5,9). Sin embargo, la red no se rompe: la Iglesia católica debe permanecer indivisa aun cuando recoja multitudes inmensas (v. 11).

— Comida con el Resucitado

La segunda escena es la de la comida con el Resucitado. El primer detalle significativo aquí es que los discípulos ven un fuego de brasas con pescado encima, y pan. Jesús resucitado ha preparado una comida para ellos, y esto evoca la Eucaristía.

El Resucitado nos ofrece una comida preparada sobre un fuego de brasas, sobre el fuego de su sufrimiento. El nos ha preparado el pan de la Eucaristía sobre el fuego de su pasión, y nos ofrece continuamente esta comida.

Jesús pide después, de modo inesperado, a los apóstoles un poco del pescado que acaban de coger. Este detalle también es significativo: el Señor quiere que la relación entre él y los apóstoles sea recíproca; no quiere ser sólo él el que dé, quiere que también los apóstoles tengan la alegría y la dignidad de contribuir a esta comida.

Lo que aportan los apóstoles es también un don del Señor, pero un don en el que ellos han cooperado. En efecto, con su docilidad han contribuido a coger los peces. De ahí que lo que aportan ahora sea, en parte, también obra suya.

Tenemos aquí, de nuevo, una enseñanza para nuestra celebración eucarística y para nuestra vida. El Señor resucitado, lleno de generosidad, ha preparado para nosotros el pan del cielo, que es su mismo cuerpo. Ahora bien, desea que la relación sea recíproca, que nosotros aportemos a la Eucaristía algo de nuestra vida, una vida que ha sido fecunda gracias a su intervención, por el poder de su gracia. Y, sin embargo, también nosotros, recibiendo dócil y generosamente su gracia, hemos contribuido a esta fecundidad.

La celebración de la Eucaristía no es completa sin esta contribución por nuestra parte. El amor debe ser recíproco y circular en los dos sentidos: no sólo de Jesús a nosotros, sino también de nosotros a Jesús. Y debe circular en estos dos sentidos no sólo con sentimientos, sino también con ofrendas reales, que son fruto de la gracia del Señor y de nuestra cooperación dócil y generosa a esa gracia. 

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