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miércoles, 3 de febrero de 2016

Marcos 6,1-6: La Curación de la Fe, por Fray James Sullivan, O. P. y Fray Hermelindo Fernández Rodríguez, O.P.

Marcos 6,1-6

En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: "¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?" Y esto les resultaba escandaloso. Jesús les decía: "No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa." No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.

— Comentario por Fray James Sullivan, O. P. y Fray Hermelindo Fernández Rodríguez, O.P.
“Y se extrañó de su falta de fe”

Justo antes de entrar en su «lugar de nacimiento», Jesús había resucitado de entre los muertos a la hija del jefe de la sinagoga (Marcos 5:35-43). Le había dicho al padre de la niña: «No temas, cree solamente».

Justo después de esta visita a «su propio pueblo», envía a los Doce, de dos en dos, sin provisiones a excepción de la predicación del Evangelio. «Echaban fuera muchos demonios y ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban» (6:13).

La "curación de la fe" es algo que no experimentaron en el pueblo natal de Jesús. Es cierto que «muchos de los que le oían quedaban asombrados», pero no pasaban más allá de ese asombro. No podían ir más allá de sus propios prejuicios frente a su paisano o de sus propias conclusiones. Él era, simplemente, el carpintero, el hijo de María, el hermano de Santiago, de José, de Judas y Simón. Parecían saber todo sobre él, excepto lo que era más verdadero.

Debido a esta recepción, Jesús no fue capaz de «realizar allí ningún hecho poderoso». En este contexto bíblico, la fe se revela no sólo como capaz de presenciar hechos maravillosos sino, más aún, de liberarnos del miedo y de la preocupación. Al igual que el jefe de la sinagoga, ya no tememos cuando vemos quién es Jesús; y al igual que los Doce, nos desprendemos incluso de lo necesario por razón de aquel que nos envía.

Jesús se extrañó y nosotros nos extrañamos también. ¿Cómo es posible que, por más “normal” que apareciera Jesús ante ellos, no se le notara algo? ¿Y María? ¿Y José? ¿Tampoco se les notó nada? Jesús se extrañó de su falta de fe; nosotros nos extrañamos de su falta de clarividencia y discernimiento.

Sólo creyeron en él la gente sencilla, los enfermos, los maltratados por la vida y la sociedad, los que le oyeron –por cierto, mucho menos que sus paisanos- y los que vieron sus gestos y milagros. De tal forma creyeron en él que le siguieron, haciéndose discípulos suyos. De tal forma estaba unida la fe y el milagro que Jesús condiciona sus curaciones a creer en él. Jesús en Nazaret se sintió despreciado.

 “No pudo hacer allí ningún milagro; 
sólo algunas curaciones”

Jesús quiere hacer hincapié en la importancia de la fe para que él pueda actuar en nuestro favor; y en cómo sus paisanos “desconfiaban de él”.

La clave estuvo en que no quisieron dejarse sorprender por Jesús, sin darse cuenta de que se trataba de la sorpresa de Dios. Creían conocer a Dios de tal forma que no admitían sorpresas. Y Dios es siempre sorprendente. Esta es la lección para nosotros: que sus planes nunca son nuestros planes y sus caminos los nuestros. Tenemos que estar abiertos a él y a lo suyo, por más que nos desconcierte y descoloque de momento. Lo único positivo aquel día en Nazaret fue que, a pesar de todo, pudo curar a algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y, con seguridad, aquel gesto no lo olvidarían nunca.

Nosotros que, como los nazaretanos, creemos conocer a Jesús, ¿nos dejamos sorprender por él y por sus expectativas hacia nosotros? Los buscadores hoy de Jesús, ¿reconocerían sus actitudes y valores en la vida de sus seguidores?

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